[2Min] Babylon: Capítulo 4.

Capitulo 4: Reunión de trabajo.

 

– Nadie ¡Nadie! – gritaba Key -. ¡Absolutamente nadie trabaja un veinticuatro de diciembre por la noche!

– Key…

– ¡No! – chilló molesto -. Me reúso… no iras a ninguna parte.

– Key…

– Ya dije que no iras.

Enojado se cruzó de brazos y se fue hasta la cocina. Minho que estaba de terno con maletín en mano en la puerta del departamento dejó sus cosas sobre la mesa y siguió a su novio hasta la cocina.

– Key… – murmuró -, por favor, no hagas esto.
El chico de cabellos negros y reflejos rojos estaba concentradísimo cortando unas zanahorias sobre la tabla de picar. Apenas le hizo caso.

– Es mi trabajo… debo cumplir.

El chico seguía ignorándolo. Picaba rápidamente una zanahoria tras otras, y luego de acabar con los anaranjados vegetales siguió con un par de pepinos.

– Lo siento… trataré de estar de vuelta lo antes posible.

Esperó la respuesta de Key pero el chico no dio indicios de querer contestarle. Cuando se daba la vuelta para marcharse sintió el sonido del cuchillo estrellarse contra la tabla muy fuerte. Se volteó asustado para ver a un furioso Kibum con el cuchillo casi ensartado en la madera. Le miraba con ira y con unos ojos que parecían desbordarse de un momento a otro.

– ¡Es Navidad! ¡Por Dios! – exclamó soltando el cuchillo -. ¿Me vas a dejar solo en navidad?

La tristeza en su voz le provocó un doloroso escalofrió. No supo que contestarle. Solo lo observó desde el umbral deseando poder mandar al diablo su reunión de trabajo.

– ¿Qué estúpido empresario te pone una reunión en noche buena?
La voz de Kibum se quebraba de apoco aunque trataba de mantenerse fuerte. Agachó la cabeza y parpadeo rápido un par de veces, intentando contener las lágrimas.

– Key…

– ¿No puedes solo… dejarlo? No ir. ¿No ir por esta vez?
Había levantado su mirada y le mostraba a Minho toda su tristeza.
El más alto apretó los puños y miró hacia cualquier lado donde no estuvieran los acuosos ojos de su novio mirándolo.

– Por favor – rogó Kibum -. Quédate…

Minho lo miró por última vez.

– Por favor…

– No puedo – espetó -. Me voy, se me hace tarde.

Sin decir más caminó a través de la sala, pasó a un lado del plateado árbol de navidad cerca del ventanal y cogió su maletín de la mesa. Cuando llegó a la puerta de entrada se giró para mirar hacia la cocina. Allí estaba Kibum, en el umbral mirándolo con demasiada triste como para poder soportarlo. Hace mucho tiempo que no lo veía llorar y lamentaba tener que ser él el causante de ello. Sin decir nada, rodó la manilla de la puerta y salió antes de arrepentirse.
Su novio tenía razón, ¿Qué estúpido empresario pone una reunión la noche de navidad?

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La última imagen de Key rebotaba dentro de su mente como si se tratara del peor pecado cometido en su vida. El recuero de su voz triste rogándole porque se quedara no lo dejaba manejar con tranquilidad y casi se pasa una roja si no es porque un par de peatones le bloquearon el paso en la esquina. La frenada fue lo bastante brusca como para golpearse la frente con el manubrio. Se estuvo quejando y sobando todo lo que la luz roja duro. Cuando dio el verde echo a andar y su mente retomó la imagen de Key. Ahora tenía que pensar en una buena forma de volver a casa. ¿Flores? No, demasiado cursi. ¿Chocolates? No tampoco. ¿Ropa nueva? No, no pasaría el enojo con una prenda nueva. ¡Rayos! Esta vez sí que le iba costar que Kibum lo perdonase.
Antes de poder llegar a alguna conclusión se percató de que ya había llegado. “Restaurant YunHeBi”, un sitio muy elegante y distinguido. Ya había tenido la oportunidad de cenar otras veces allí y había quedado encantado con la decoración tan lujosa y la comida tan exquisita.
Detuvo el coche en la entrada un momento y bajo el vidrio para hablarle al botones. Un chico de impecable uniforme rojo se acercó a atenderlo.

– ¿Puedes estacionarlo por mi? – preguntó y apagando el motor del coche le extendió las llaves.

– Claro señor.

El chico recibió las llaves y Minho bajó del auto. Le dio las gracias y sacó su maletín del portamaletas. Antes de que pudiera dar un paso el botones ya se había ido con su coche a los estacionamientos. Se volteó para mirar la enorme estructura que era el Restaurant y sin más entró. El lugar seguía igual de impresionante como siempre, todo demasiado elegante, todo demasiado lujoso y cotoso. Las luces amarillas le daban un aire aun más ostentoso a los dorados adornas y marcos que amoblaban las paredes. Las mesas cubiertas con finos manteles y velas u cubiertos de plata daban la sensación de una atmosfera tranquila y romántica.
“Quizá sería bueno traer a Kibum en un futuro” – pensó contento. Pero la última imagen triste de su novio lo volvió a desanimar.

– Eres un profesional… olvida tus problemas personales – se dijo así mismo y apretó la empuñadura de su maletín. Caminó hacia el recepcionista del Restaurant y le regaló una radiante sonrisa.

– Buenas noches – saludó el elegante hombre he inclino un poco su cabeza.

– Buenas noches, soy Choi Minho, estoy en una reservación esta noche – había hablado con suma confianza y aires de ser una cliente frecuente.

El hombre buscó inmediatamente en el libro de registro y no tardó en encontrar la reserva.

– Señor Choi – habló con demasiada educación -, ya lo están esperando, sígame.
El alto sonrió aun más y siguió al recepcionista a través de las mesas hasta el final de la primera planta. Subieron por las amplias escaleras que estaban forradas de suave terciopelo rojo y llegaron al segundo piso. Minho nunca había estado allí. Sus otras cenas siempre habían sido en la primera planta, que ya le parecía en exceso lujosa, pero la segunda no tenía comparación. Literalmente estaba de un lugar de ensueño, de esos que ves en las películas cuando el hombre rico invita a cenar a su amante o lo que sea. Y sin más se encontró con la solución perfecta para su situación con Kibum, aquello sería el broche perfecto para que su novio lo perdonase y olvidase lo ocurrido esa noche. Ahora bien, gastaría todo el sueldo de un mes pero valdría la pena si con eso se evitaba quizás cuantos días su indiferencia y frialdad. Porque él así reaccionaba, te ignoraba y se refugiaba en sus amigos. En este caso, en JongHyun.
Suspiró mientras miraba a su alrededor. El recepcionista había seguido andando y Minho tuvo que apurar el paso para alcanzarle.
Arriba en el segundo piso, no habían mesas, si no amplios comedores perfectamente decorados y bien servidos. Había un balcón en el fondo y por los costados pequeñas estatuas y estructuras de cobre. En el aire había un olor a flores, a pesar de los grandes banquetes de carnes, y la temperatura era agradable. La muisca clásica en el fondo se mesclaba con el leve bullicio de la conversación de los demás clientes y la iluminación bañaba de dorado hasta sus mismas pieles.

– A Kibum le encantara – murmuró. Caminó siguiendo la trayectoria del recepcionista hasta llegar a uno de los comedores más alejado y concurrido.

– ¿Señor Yang? – escuchó como el hombre se dirigía al sujeto que encabezaba dicho comedor -. El señor Choi – agregó señalándolo. Minho se volvió hacia el hombre en la mesa y le saludó con una pequeña reverencia. Su rostro se le hizo un poco conocido.

– Joven Choi – dijo con gran expectación -. Al fin tengo el gusto de conocerlo – se levantó y le tendió la mano. Minho no dudo en estrecharla.

– Igualmente señor Yang – sonrió encantado y deshizo el saludo, miró algo curioso al resto de los presentes en la mesa que hablaban y no paraban de compartir mientras ellos se dirigían las primeras palabras y se preguntaba trivialidades como “¿Ha ido bien el viaje?”.
Luego de unos minutos de charla vana, el señor Yang invitó a Minho a sentarse a su lado. Para ello tuvo que despachar a uno de sus invitados, él sujeto en cuestión le puso mala cara, pero bastó una mirada amenazante de parte del señor Yang para que dejara el puesto libre sin protestar. Echándole a Minho unas miradas de odio se fue a sentar casi al otro extremo de la mesa.

“¿Qué clase de reunión era esta?”

Minho tomó asiento al costado de la pared algo dudoso y dejó su maletín a sus pies.

– ¿Deseas servirte algo? – habló el señor Yang.

– No, gracias – dijo tratando de ser lo más educado posible.

– Oh, vamos, es noche buena, pide lo que quieras – dijo con mucha soltura y le hizo un gesto al camarero más cercano.

– No deseo nada, gracias – agregó con una sonrisa tratando de ser convincente -, me esperan en casa para cenar.

Aquel comentario precio haberle disgustado al señor Yang.

– Está bien, entiendo… ¿Tu familia? – preguntó despachando al camarero que se había acercado y llenando su copa con mas vino. Minho siguió todos sus gestos.

– Algo así… – contestó mientras observaba como llenaba una copa vacía para él. Al terminar se la extendió.

– ¿Compartirás al menos un poco de vino conmigo?

Miro la copa y luego al señor Yang.

– Claro, porque no – contestó y tomó la copa para realizar el primer brindis de la noche.

– ¿Y? ¿Qué tal? – preguntó a Minho después del primer sorbo -. Es vino de exportación, añejado veinte años.

– Exquisito – agregó fingiendo fascinación. El vino nunca fue un trago que le gustase y la verdad es que sentía unas ganas terribles de ir a vomitarlo al baño. Pero era bueno haciendo su trabajo y se quedaría allí con una inmensa sonrisa en el rostro. Si quería enganchar a aquel cliente debía someterse a su entera disposición aunque aquello significase escucharle hablar de cosas vagas por la próxima media hora. En todos los casos, rezaba porque no fuera así y la charla de negocios comenzara de inmediato, deseaba volver junto a Kibum lo antes posible. Pensándolo mejor, lo lamentaba por el señor Yang pero acabaría con su charla para “amenizar el ambiente”.

– …te sorprendería de toda la gran colección de antigüedades que tengo en casa, uno de mis amigos dice que…-

– ¿Señor Yang? – le cortó de pronto -. Sé que su tiempo es valioso, sobre todo en una fecha como esta, estoy seguro de que prefiere estar compartiendo con los suyos – miró al resto de los presentes en la mesa, tanto hombres en etiqueta como mujeres en elegantes vestidos-, que en una reunión de trabajo…

El hombre en la cabecera suspiró y lo miró con curiosidad.

– Bueno pues, no tenía otro momento – apoyó los codos sobre la mesa y entrecerró los ojos, había captado la indirecta de Minho -, mañana viajo y no vuelvo en dos semanas, era esta noche o esta noche.

– Entonces, manos a la obra – dijo cogiendo su maletín y dejándolo sobre sus piernas.

– A ti sí que no te gusta perder el tiempo – para alivio de Minho el señor Yang había tomado el asunto con humor.

Sin perder más tiempo, abrió el maletín y sacó unos documentos. Mientras el resto de la mesa charlaba animada y compartía entre risas una infinidad de brindis, Minho y el señor Yang se enfrascaban en una aburrida conversación de estadísticas y porcentajes sobre la marca de una bebida energizarte que la empresa del señor sacaría al mercado dentro de poco. Como es obvio, Minho se encargaría de la publicidad y de la promoción. Era su trabajo y lo que mejor sabía hacer.

Por una larga media hora siguió la reunión entre papeleos, anotaciones y discusiones sobre los lugares y los puntos en que se debía concentrar la publicidad. A ratos las risas y las conversaciones del resto de la mesa lo distraían y el señor Yang pedía las disculpas pertinentes por no ser un sitio adecuado para aquella charla. Minho pensaba lo mismo, el ambiente no lo dejaba concentrarse del todo y a veces perdía el hilo de lo que hablaba el señor. Sinceramente esperaba que la reunión acabase luego. Deseaba regresar a casa ahora mismo.
Mientras le explicaba al empresario una tabla de gráficos, el recepcionista había aparecido he interrumpía su conversación para decirle algo al oído. Minho observó como intercambiaban un par de palabras y el hombre de pie le señalaba disimuladamente hacia las escaleras. Allí, sobre la aterciopelada alfombra que cubría los peldaños, una chica de cabellos claros y atractivos rasgos subía tratando de apartar a los dos camareros que le bloqueaban el paso.

“Era ella” – se dijo Minho. La había reconocido al instante, como olvidarla. Vestía distinto a la última vez y su cabello iba amarrado en una pequeña coleta. Pero aun así pudo reconocerla. Y parecía molesta. Por los gestos y la expresión en su rostro daba a entender que discutía con ambos camareros. El señor Yang chasqueó la lengua atrayendo de nuevo la atención de Minho. El señor asintió en dirección al recepcionista y le hizo un gesto con la mano. El hombre de elegante etiqueta abandonó la mesa para caminar hacia las escaleras, allí les dirigió unas palabras a los camareros que se abrieron paso para dejar pasar a la disgustada chica.

Lo primero que vino a la mente de Minho fue: “Viene con el señor Yang” Que giros raros que da la vida. Si alguna vez pensó en volver a toparse con esa extraña chica, jamás creyó que sería en aquel lugar y bajo esas circunstancias. La muchacha era conocida por el hombre con el cual estaba haciendo negocios y eso le produjo una enorme curiosidad. “¿Su hija?” “¿Su nieta?” “¿Alguna empleada?” “¿Amiga?… No, no creo..” “¿Esposa, amante?” Miró al señor Yang y luego a la joven que se acercaba a través de las mesas. “No, imposible, demasiado joven”.
Fuera lo que fuera, aquella reunión había dado un giro inesperado. Volvía a ver a aquella misteriosa chica y seguro tendría la posibilidad de conocerla. El señor Yang los presentaría y Minho saldría de la duda… de porque lo miraba con tanto enfado aquella noche, de porque había preguntado por él y había dejado su número. Pero… la chica… lo seguía mirando con enfado. Apenas se dio cuenta de su presencia en la mesa hizo un notorio mohín, como si su estancia realmente le desagradará.
Antes de que llegara, el señor Yang le hizo un gesto con el dedo apuntando al otro de la mesa. Más disgustada aun, cambió el rumbo de su caminata y fue a sentarse en la última silla disponible, demasiado lejos de Minho como para poder verla.

– ¿En que estábamos? – preguntó el señor Yang interrumpiendo sus pensamientos.

Y allí estaba, la oportunidad de conocerla se esfumaba.

Por alguna razón al señor Yang le disgustaba la presencia de aquella chica, quizá tanto como a ella le disgustaba la de él. Qué extraña situación. Él queriendo saber todo, pero sin poder entender nada. La insistencia del señor en querer retomar la conversación no lo dejaba pensar con claridad. Tenía muchas ganas de preguntarle sobre aquella muchacha, demasiadas. Pero se las aguantó para otro momento. Por ahora debía continuar con la reunión aunque sabía que en el otro extremo de la mesa alguien moría por asesinarle con la mirada. Trató de concentrarse en su trabajo y a presión logró seguir con la charla.
Al cabo de diez minutos sintió la urgencia de ir al baño, urgencia provocada un poco por los nervios de la incomodidad y el vino que el señor Yang no dejaba de servirle. Se levanto disculpándose y caminó hacia los baños. No fue necesario preguntar por ellos puesto que veía el letrero desde su asiento. En ningún momento miró hacia el otro extremo de la mesa, no se quería topar con esa mirada de molestia. “¿Es que le había hecho algo?”, ”Quizá sí se trataba de un ligue de instituto del que no se acordaba”, “¿Una chica resentida?”, “¿Amor no correspondido?”.
Iba pensando en un montón de posible respuesta cuando al girar para entrar al pasillo que daba a los baños chocó de frentón con otra persona que iba saliendo.

– ¡Oh! Perdona – exclamó Minho al instante.

– Descuida – dijo la voz de un joven que se agachaba a recoger lo que fuera que se le había caído.

La expresión de Minho al verle fue totalmente de sorpresa.

Era… ella.
No.
Era… ¿él?

A su mente vino rápidamente la sensación del choque.
Plano.
Absolutamente plano. Como una tabla.

El shock fue inesperado. Miraba a la persona en el suelo como si fuera la revelación del momento. No atinó a decirle nada ni a ayudarle a buscar lo que fuera que se le perdió porque estaba tratando de salir del asombro que significaba su descubrimiento.
Observó la puerta por la que venía saliendo cuando se encontraron. “Varones”. ¿Necesitaba más pruebas?

Por fin había encontrado lo que se había caído. Al parecer una pulsera. La puso en su muñeca y enderezó su elegante suéter sin mangas a la altura del pecho. Le hecho una mirada de lado a Minho y se sacudió el hombro.

– Eres… – dijo Minho. Hasta ahora se percataba de sus tonificados brazos. Brazos que notoriamente pertenecían a los de un chico -. Eres… un chi…

– Que… – soltó el otro -. ¿Pensaste que era una chica? – en su pregunta había desdén y un deje de burla –. Siempre es lo mismo – dijo fastidiado y le dirigió una última mirada molesta antes de caminar de vuelta a la mesa.

Minho se quedó allí, hecho un lio. Lo vio alejarse. Era un chico, no había duda. Su caminar era masculino, sus brazos eran masculinos, su espalda más ancha que sus caderas y las manos en sus bolsillos le daban ese aire de muchacho universitario despreocupado por la vida. Salvo por su cabello largo y algo ondeado y sus ojos delineados que eran rasgos de una chica. Rasgos que lo habían confundido y lo habían dejado como un verdadero idiota. Se trataba de un chico vieras por donde lo vieras.
Y es que ahora, que todo había pasado, Minho sentía un bochorno terrible. ¿Cómo no lo vio antes? Quedó como un tonto frente al muchacho.
Sin darse cuenta había entrado en el baño y se mojaba el rostro una y otra vez. Luego de sentirse avergonzado había comenzado a sonreír.

– Aun no sé porque me odias – dijo hablándole al reflejo en el espejo -. Solo averigüe que es un chico quien me odia.

Sonrió divertido y se dirigió a los inodoros para saciar la necesidad porque la que se había levantado de la mesa.
“Pero que estúpido. Era el momento de charlar, de haberle preguntado por qué lo miraba así, ¿Es que había hecho algo? Ni siquiera sabía su nombre”.

Salió del baño a paso ligero y se decepcionó al no verlo en la mesa. ¿Se había ido? Caminó ocultando su repentino desanimo y volvió a ocupar su lugar. Lo que duro el resto de la reunión estuvo bastante distraído, la mitad de tiempo se la paso escuchando al señor Yang y el otro resto mirando hacia las escaleras por si aparecía el chico de nuevo. Pero ni luces de él.

– Mientras estoy de viaje quiero que vayas a lugares – explicaba el señor Yang -, ya sabes, discotecas, bares, pubs, etc,. Tú que eres publicista entiendes mejor de eso. Necesito los sitios más populares y concurridos para la promoción.

– Lo entiendo – dijo Minho escribiendo unos garabatos en su agenda -, me encargare de eso. Cuando regrese tendrá una lista de los espacios específicos para el marketing.

– Ten – el hombre le extendió una tarjeta, parecía de crédito -. Es una tarjeta de open con mi nombre.

Minho la recibió y la inspeccionó.

– Tarjetas VIP – explico el señor -, todo hombre importante tiene una, te servirá para entrar a donde sea.

El alto le sonrió y agradeció el gesto.

– La cuidaré, gracias.

– Me la devuelves cuando nos volvamos a ver.

Mientras Minho guardaba la dorada tarjeta el señor Yang sacaba de su propio maletín una pequeña carpeta con un par de hojas impresas. Tomó las hojas y se las extendió.

– Algunos sitios, en los que deseo que empieces.

Cogió las hojas. Era un pequeño informe con un listado de nombres, fotos y direcciones de lugares bohemios dentro de Seúl. Se sorprendió al encontrar a Babylon como un posible punto de promoción. De soslayo miró al señor Yang que iba por su quinta copa de vino y se pregunto si él sería de ese tipo de hombres. Le miró las manos en busca de un anillo. Allí estaba, la unión de oro. Estaba casado. Quizá se trataba de un hombre de mente muy abierta, o alguien que realmente no tenía ni idea de lo que era Babylon. Siguió la lista y no encontró nada más que llamara su atención. Guardó el documento en su maletín y miró el reloj en su muñeca. Las 10:30, aun alcanzaba a llegar a casa y pasar noche buena con Kibum. El señor Yang captó su preocupación por la hora y suspiró de manera comprensiva.

– A sido una reunión bastante satisfactoria y ha sido un gusto conocerte – dijo palmeándole el hombro -, veo que ya quieres regresar a casa y no te detendré más, lastima para mí que comenzaba a pasar una noche agradable con tu presencia.
Minho agradeció el elogió y sonrió muy cortés.

– Si quedó algo pendiente no dude en llamarme – dijo el alto -, tiene mi numero de móvil y el de mi oficina en la empresa, el lunes a primera hora concentrare reunión de creativos y me pondré a trabajar en su proyecto.

El hombre sonrió con satisfacción y volvió a propinarle unas palmadas.

– Espero nos veamos pronto señor Choi – el hombre se había levantado y le estiraba una mano a modo de despedida. Minho se levanto e hizo lo mismo.

Tomó su maletín y caminó hacia las escaleras no sin antes dirigirle un par de reverencias al hombre que sin duda lo haría rico. Porque si aquel trabajo resultaba un éxito Minho recibiría una notable bonificación además de un merecido ascenso.
Bastante conforme y olvidando a ratos al chico aquel, Minho salió del restaurante y le habló al botones para que fuera por su coche. Esperó uno segundos en la entrada hasta que su hermoso vehículo negro se estacionó frente a él. Le dio una considerable propina al muchacho de atuendo rojo y subió a su auto dejando la maleta en el asiento adyacente. Ahora conduciría a casa lo más rápido posible.
En el caminó repasó las cosas vividas. La reunión había ido bien, el señor Yang era un hombre con el que se podía mantener una charla amena y un empresario bastante flexible, en sí, alguien con quien podía trabajar exitosamente. El vino… bueno el vino había sido lo peor de la reunión.
De pronto se encontró riendo como un tonto frente al volante y subiendo la velocidad de su conducción, se había metido a la autopista y manejaba a más de 120 k/h.
Aunque… pensándolo mejor, el vino no había sido lo peor. Ella… no, perdón, él. Aquel chico había sido lo más desconcertante de la velada. Recordó el bochorno y lo estúpido que se sintió al verse confundido por el sexo del otro. ¡Es que realmente había pensado que era una chica! Hasta JongHyun lo había creído. Recordó sus afilados ojos mirándolo con molestia, siempre con molestia.
Jjong le había dicho que la chica, bueno, ahora chico, pregunto por él y había dejado hasta un número. Quería contactar con él por una razón que aun desconocía. Se lo había topado a la salida del baño, hasta habían intercambiado un par de palabras. Pero… ¿Nada mas? Creía que quería contactar con él. ¿Para qué dejó su número si después lo iba a ignorar?

“Aahhh… que confuso”.

Decidió mentalmente dejar el asunto del misterioso chico de lado y concentrarse en su regreso a casa. Volvería a casa con Kibum y no había pensado en nada. En absolutamente nada. ¿Qué le diría? Todas las tiendas a su alrededor estaban cerradas. Era noche buena y las familias se habían encerrado en sus hogares a pasar una víspera en familia. ¡Rayos! Ni siquiera un par de flores para no llegar con las manos vacías. Medio desesperado aparcó el coche a un costado de la calle.

– Tiene que haber algo aquí en el auto.

Registro el vehículo de cabo a rabo, hasta en el portamaletas y debajo de los asientos. Solo consiguió dar con un par de lápices y unos cuantos clips.
“¡Aaaahhh! Estoy acabado”.
Entre tanto ajetreo el maletín había caído al suelo y se había abierto. Un pequeño brillo dorado llamó a su mirada.

– ¡Claro!

Con renovado entusiasmo emprendió marcha nuevamente y condujo a casa con mayor velocidad y una gran sonrisa.
En menos de cinco minutos estuvo fuera de su edificio y estacionó el coche a lo bruto en el aparcadero. Tironeó su maletín fuera del coche y corrió hacía los elevadores. El aparato, que se encontraba en el último piso, tardó en bajar. Una vez allí Minho ingresó a la carrera y oprimió el número nueve una decena de veces. El elevador, demasiado lento para su gusto, llegó por fin a su piso. Descendió rápido y caminó por el pasillo hasta llegar frente a su puerta. Apartamento número veinticuatro. Algo dudoso sacó las llaves. Pensaba en lo primero que diría cuando se encontrase con Kibum.
Decidió tomar la dorada tarjeta que el señor Yang le había prestado y la guardo en el bolsillo de su pantalón de ante mano. Volvió a buscar su llave y lentamente se decidió a abrir la puerta. Dentro estaba muy oscuro y silencioso. Cerró la puerta tras él con suavidad y apoyó la espalda en ella.

– ¿Kibum? – preguntó con incertidumbre. Anduvo a través de la oscura sala tanteando el interruptor, apenas lo encontró lo oprimió -. ¿Kibum? – volvió a llamar.

La luz inundo sus ojos y se encontró con el departamento tal cual como lo había dejado. Fue a la cocina y el sitio estaba igual. Las zanahorias picadas seguían allí, al igual que le cebolla, el cuchillo en la tabla y otros utensilios. Se preocupó. Volvió a llamar a Kibum en el silencio y dejó el maletín en el suelo para dirigirse a la habitación. Allí tampoco estaba. En el baño tampoco y en el balcón menos. No estaba. No estaba por ninguna parte. No estaba en el departamento.
Acongojado tomó su celular y marcó su número. Le salió la contestadora. Volvió a intentarlo. De nuevo la maldita contestadora. Kibum tenía su móvil apagado.
“!Rayos!”
Apretó el celular en su mano para dar vueltas en círculos por la sala. Pensaba en donde demonios podría estar.
La parpadeante lucecita roja del teléfono contestador en la sala llamó su atención. Tenía un mensaje. Fue hasta él y oprimió el botón para escucharlo. Era la voz de JongHyun.

– Idiota… – silencio… un suspiro siguió a sus palabras -. Te lo advertí.

Sin saber porque la ira subió en grandes cantidades hasta que su rostro se contrajo en una colérica expresión. Arrojó con furia el celular contra la pared y ni el estadillo de este contra el muro y del pequeño aparato haciéndose añicos calmó la frustración y el enojo que Minho sintió en esos momentos.
Que noche buena más feliz.

CONTINUARA~~~

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