[2Min] Babylon: Capítulo 9.

Capítulo 9: Ultraje.

Eran eso de las 3 de la mañana y la única luz en el edificio venía del departamento de Minho. Dentro el ambiente era tenso y solo el sonido de los dedos de Kibum golpeando una y otra vez el respaldo del sofá rompía el silencio. Con una pierna encima de la otra, bastante elegante, y una ceja en alto miraba recriminatoriamente a su novio quien no se dignaba ni siquiera a mirarle a la cara. Minho estaba más concentrado en mirar un punto fijo para que el estúpido mareo se fuera de una vez, cosa que obviamente no se conseguía tan fácilmente. Rogando, porque su lengua no se trabara y su visión de Kibum no fuera doble, levantó el rostro y le encaró.

– Me pase un poco de copas – musitó despacio. La ceja de Kibum se crispó aún más y sus dedos dejaron de golpetear el sofá, su puño se había cerrado.

– De eso ya me di cuenta – murmuró -. ¿Por qué no llamaste que llegarías a estas horas? ¿Quién es el chico?

Esa era la pregunta obvia que quería evitar. Recordó lo último que habían hablado sobre el señor Yang. “¡Te quiero lejos de esa gente, de ese viejo verde y de ese niñito vendido!”. Con lo de “niñito vendido” se había referido a Jin. Genial. Y el chico ahora estaba en su casa. ¿Cómo se supone que debería decírselo?
Cerró los ojos un poco agobiado, lo que daría por estar durmiendo y no dando explicaciones como los niños pequeños.

– ¿Me vas a decir o tengo que averiguarlo yo?

Esperó respuesta pero Minho seguía impávido, buscaba la forma de decirlo, aunque pasaban los minutos y no encontraba las palabras.

– ¿Me estas ocultando algo? – sonó receloso, la duda había reemplazado el tono enojado en su voz -. Ese chico…

Era hora de hablar, Kibum estaba pensando cosas que no eran.

– Tenía el móvil sin batería, se me pasó la hora, no fui consciente del tiempo – habló por fin -. Y el chico es Jin… el muchacho que está con Yang – le miró de reojo para ver su reacción. Los labios de Kibum se fruncieron en una mueca de desagrado, respiró hondo he intento controlarse, estaba a punto de chillar y hacer un numerito típico de chicas. Minho se le adelanto, no tenía ánimos ni cabeza para escucharle su sermón.

– Fui a la casa de Yang y renuncie como habíamos hablado – explicó, hablaba pausado y con la mirada en cualquier parte -. Al salir me encontré con el chico y nos fuimos por unos tragos…

– Unos tragos… – repitió irónico -. Tú casi ni bebes.

Minho le miro aireado. No estaba para rebatirle ni para discusiones.

– El caso es que… se nos pasaron las copas y bueno, estaba muy mal asique lo traje aquí – le miró suplicante -, no podía dejarlo ahí, además estaba muy ebrio como para decirme donde vivía. No la agarres con él, fue cosa mía lo de ir a beber y traerlo.

Kibum se había levantado del sofá y caminaba de allá para acá intentando calmar sus nervios. Minho le seguía con la mirada esperando la reprimenda que se venía y la sarta de preguntas que seguro tenía.

– Quedamos en que te alejarías de esa gente – puntualizó, se había detenido frente a Minho y le hablaba de brazos cruzados -. No pensé que eras tan cercano a ese Jin como para invitarlo…

– No te estés pasando películas Kibum, cuando llegué él y Yang se estaban peleando – suspiró -. El viejo Yang le pega y no se – hizo una breve pausa en la que espero alguna clase de reacción comprensiva de parte de Kibum, cosa que no ocurrió -, sentí compasión, el chico la pasa mal con el viejo, el se arriesgó contándome lo que de verdad pasaba y yo sentí ganas de… – suspiró otra vez y bajó la cabeza.

– ¿De hacerle sentir mejor? – ironizó Kibum -. ¿De consolarlo?

– De devolverle el favor – finalizó frunciendo el ceño. No le gustó nada el tono que había utilizado -. Que pasara un buen rato… y se olvidará… de lo mal que lo pasa.

Se echó en el sofá pensando en las cosas que había dicho, era la verdad, pero se sentía raro, como si no estuviera siendo completamente honesto, pero honesto con respecto ¿a qué?

– Pero Minho… lo trajiste a casa. ¡A nuestra casa! – exclamó -. Y el… – alzó las manos para cogerse la cabeza -, él es uno de esos, de esos…

– Es un chico normal Kibum – le miraba desafiante -, no lo encasilles.

– ¿Lo estas defendiendo?- pregunto atónito -. Realmente te hiciste amiguito del putito ese.

– No le digas así – se puso de pie y le enfrentó a pesar del mareo.

– Digo lo que es, es un puto, trabaja para ese viejo y quien sabe que pretende con esto.

Minho se había llevado ambas manos a la cara, se estaba enojando y lo último que quería era discutir y pelearse con Kibum.

– Jin no pretende nada Kibum – dejaba ver su rostro otra vez intentando calmarse y sonar razonable -, y por favor, no lo trates así – entornó los ojos y le miró de la forma más sincera que pudo. Frente suyo, el chico molesto no dejaba de verle ceñudo -. No te enfades.

– ¿Y cómo no? Hasta bebido llegaste – le recriminó con la mirada -, tú no eres así…
Minho sonrió y ladeó el rostro.

– No volverá a ocurrir – dijo a modo de promesa -, y no creo que vuelva jamás a toparme con Jin… – aquella extraña revelación le causó más desazón de la necesaria. Apretó los labios y lucho contra el sentimiento de tristeza que lo tomó por sorpresa. Y es que era cierto. Todo lo relacionado con Yang se había cortado y por tanto ya no tendría porque volverle a ver a él ni a sus trabajadores. Entre ellos estaba Jin. Jamás volvería a verle a él, ya no había un vínculo en común que los uniera y los hiciera topar y coincidir en cualquier lugar. Ya no había razón para verse, ni para hablarse. No eran amigos, ni cercanos, ni nada. A la mañana siguiente cuando Jin se levantase y se fuera sería la última vez. La última. Que extrañamente triste se sentía eso.

– Espero que me estés siendo sincero – habló Kibum, aun se oía algo receloso -. Me preocupo por ti, no quiero que un viejo verde y un niñato vendido te hagan daño – Bajó su mirada y el aspecto desenfadado que le transmitió hizo sonreír aun más a Minho, quien extendió una mano y le acaricio la mejilla.

– No seas bobo, no me pasará nada – se acercó y le abrazó, descansó el mentón sobre su hombro y le habló al oído -. Ya todo se acabó con el viejo ese y Jin… bueno Jin es otra cosa, solo es un chico bajo su control.

– Me pone celoso el tal Jin – murmuró abrazándose a él también -. ¿Por qué él puede hacerte beber y yo no?

Minho rió suave en su oído y Kibum sonrió aferrándose aun más a su cuerpo.

– Para mas remate es lindo – siguió -, definitivamente no me gusta nada, me alegra que no lo vuelvas a ver.

Su tono de voz caprichoso hizo que Minho soltará otra risita.

– Babo…

Así, abrazados y compartiendo el mínimo espacio se quedaron por un momento. Kibum bajó sus niveles de rabia y Minho ya comenzaba a quedarse dormido. Antes de que se hiciera más tarde el joven de la moda envió a su novio directo a la ducha. Entre protestas y movimientos remolones Minho caminó hacia al baño y se encerró para darse un ducha refrescante que le quitase todo aquel olor a alcohol. Luego de estar alrededor de quince minutos bajo el agua salió solo con una toalla cubriendo sus partes íntimas, lavó rápidamente sus dientes y salió del baño. Afuera Kibum había desmontado el sofá-cama que había en el living y traía del cuarto un par de almohadas y unas cuantas frazadas.

– Ya que decidiste pasarle nuestro cuarto al Jin ese… – espetó tirando las almohadas y las frazadas en el sofá-cama.

– Lo siento, no lo pensé.

Caminó hacía la cocina y dejó la ropa sucia dentro de un canasto. Llegó de nuevo al living y vio como Kibum hacia la improvisada cama. Pasó por encima de los blandos colchones con cuidado y se encaminó hacia su cuarto. Entró con sigilo, la cabeza aun le daba vueltas y no quería ser torpe y chocar con algo, no quería que el chico se despertase. Dentro Jin dormía a pata suelta, desparramado con un pijama gris de Kibum encima. Entonces vinieron a su mente las palabras de su novio: “Es lindo”. Sí, Jin era lindo. A su gusto, demasiado.
De pronto se encontró sintiendo envidia de Kibum. Él le había desvestido y puesto el pijama. Le había visto. Cuando dijo “Lindo” ¿se había referido solo a su rostro? Despejó bruscamente la cabeza de aquellos pensamientos y se enfocó en lo que había entrado a buscar. Ropa interior, un pantalón de pijama y una camiseta. Fue hasta el closet y no tardo en encontrar lo que necesitaba. Antes de salir le hecho un último vistazo a Jin y sonriendo suave abandonó el cuarto.

– ¿De qué te ríes? – preguntó Kibum. Minho negó con la cabeza sin dejar esa tonta sonrisa.

Una vez que ambos estuvieron listos para dormir se metieron dentro de las cobijas y no tardaron en conciliar el sueño, bueno, al menos uno. Minho lo logro de inmediato. Kibum tardó unos minutos más, digamos que rondo la casa un par de veces en busca de algo que solo él sabía y se asomó por el cuarto unas tres veces para observar a Jin. Se sentía perseguido y desconfiaba mucho de la presencia del extraño chico en su casa. Ya cuando el reloj marcaba casi las cuatro se obligó a dormir porque para su mala suerte, mañana tocaba trabajo. Sí, era domingo, pero tenía un desfile que cubrir y necesitaba estar al cien por ciento. En cuanto su cabeza hizo contacto con la almohada sus ojos se cerraron y se quedo dormido al instante, no sin antes aferrarse a la ancha y fuerte espalda de Minho, según él, el único ser que le daba una completa seguridad.

*******

Sentía su cara arder. Algo le estaba provocando un escozor que no le permitía seguir durmiendo. A regañadientes intentó escapar de aquello tan cálido y molesto que no le dejaba en paz, pero donde quiera que fuera eso estaba sobre su cara. Molesto enterró la cabeza en la almohada y ahora sintió la calidez sobre su nuca. El sol le estaba llegando de alguna parte y por la intensidad parecía que ya fuese entrada la mañana. Entonces recordó todo lo vivido la noche anterior, recordó la visita al viejo Yang, la salida con Jin, su ebriedad y su cama improvisada en el living. Despegó despacio la cara de la almohada y ahí estaba. Resaca. Un dolor de cabeza tenue le picoteaba la sien. Por instinto se llevó una mano a la cabeza y masajeo allí donde dolía, se volteó y miró por donde llegaba el sol. La luz se filtraba a través de los grandes ventanales, las cortinas estaban corridas por lo que la luz entraba directo. Con una mano haciendo de visera en su frente busco a Kibum con la mirada, no estaba a su lado. Ahora buscaba la hora en el reloj de pared a un costado y las manecillas le decían que ya eran las once de la mañana. Era bastante tarde. Se desperezó y se levantó casi arrastrando los pies, se rascó la nuca y caminó bostezando hacia la cocina. Escuchó unos ruiditos y vio a Kibum allí. Estaba cocinando. Al parecer preparaba el almuerzo.

– ¿No es muy temprano para que estés cocinando?

El pequeño saltito con el que reaccionó Kibum le dio a entender que le había asustado. Rió ante la sarta de injurias que lanzó al aire por haberle exaltado de aquella manera. Entre palabras atropelladas y risitas ambos compartieron la cocina. Minho se portó amable y en extremo cariñoso. Quería estar bien con Kibum y que todo lo ocurrido anoche desapareciera, lo referente a su discusión claro. Porque el rato pasado con Jin no lo olvidaría jamás. Y ahora que lo pensaba… Jin dormía en su cuarto. ¿Estaría allí aun? La idea de que no esté y se hubiera ido en la mañana le provocó un temor molesto. Si así era había perdido la oportunidad de despedirse y la última imagen con la que se quedaba era la de anoche, cuando le vio dormir.
Se quedó pegado rememorando y Kibum lo notó, aunque no sabía lo que realmente atrapaba su mente. Tratando de despertarlo de su trance le dio una palmadita en el estomago y cuando tuvo su atención le apunto un vaso con agua y unas pastillas.

– Supongo que amaneciste con resaca… – hablaba sin dejar de picar y cortar verduras en la tabla.

– Emm, si, gracias… – tomó el vaso y las pastillas, se metió dos a la boca y las tragó con abundante agua. Quería saber que había pasado con Jin, la verdad es que se moría por saber si aún seguía en la casa o no. Pero no quería sonar ansioso y menos verse preocupado frente a Kibum. Para su alivio, fue él quien puso el tema sobre la mesa.

– El chico aun está en la habitación – comentó -, duerme como un tronco, es increíble – se mofó y levantó la tabla para arrojar el contenido dentro de una pequeña olla donde hervía agua.

– Aaahhh… – fue lo único que expresó, aunque por dentro la alegría de tenerlo aun en casa le provocó una sonrisa que agradeció que Kibum no viera.

– Recién lo fui a ver, al parecer no se despertara en un buen rato y cuando lo haga dale un par también – y apuntó el resto de pastillas. Minho asintió y dejó el vaso vacio sobre la encimera.

– ¿Y tú? – preguntó -. ¿Vas a salir?

Kibum asintió y tapó la olla al tiempo que lavaba los utensilios que había ocupado.

– Tengo un desfile – se volteó para mirarle. Estaba muy maquillado, con los ojos delineados, algo de base y brillo en los ojos y en los labios -. Ya sabes, a los magnates estos, les gustan los eventos grandes los días domingos – secó sus manos en el delantal que traía puesto y luego se lo retiró, lo colgó en un perchero cerca y abandonó la cocina. Minho le seguía y protestaba ante la idea de tener que pasar el domingo solo.

– Vamos, pero si estarás de lo más entretenido con tu nuevo amigo – ironizó, se dirigía hacia la zona de lavados he inspeccionaba que la ropa tendida cerca de la ventana estuviera seca.

– No es gracioso – musitó Minho. Se cruzó de brazos y se apoyó en el umbral de la entrada.

– Toma – Kibum le extendió unas cuantas ropas que estabas cálidas por el contacto con la luz del sol, estaban secas y lisas -, las he lavado, se la pasas cuando despierte.

Era la ropa de Jin. La tomó entre sus manos y la inspeccionó. Kibum volvía a salir en otra dirección, esta vez hacia el cuarto de baño y hasta allí Minho también le siguió.

– Tienes que apagar la olla en veinte minutos más, hice estofado de carne, para que coman y hay algunas frutillas en el refrigerador.
Frente al espejo retocaba un poco sus ojos y se ordenaba algunos pechones de pelo rebelde que se escapaban a su elaborado peinado.

– Eres… tan… genial – susurró Minho. Le observaba desde la entrada del baño y le sonreía de una manera encantadora -. Que haría sin ti.

– Pues nada – dijo mirándolo de soslayo -, está claro ¿no?

Minho sonrió y avanzó peligrosamente para abrazarlo y besarlo.

– No, no, no – exclamó Kibum cuando lo tubo muy cerca y Minho le besaba despacio la mejilla, se dirigía a su boca -, me vas a correr el labial.

– Que importa, después te maquillas otra vez.

– No, no, estoy atrasado – se liberó de su abrazo y caminó hacia el cuarto. Minho lo siguió de nuevo y por el camino se deshizo de las ropas de Jin, las arrojó cerca del sofá. En cuanto entró al cuarto vio al chico en la cama. Jin dormía boca abajo con las sábanas enrolladas entre sus piernas y todas las almohadas tiradas en el piso. Le hizo gracia la escena y rió divertido.

– Es peor que un niño – comento Kibum. Quien tomó una chaqueta de su armario y se la calzó presuroso. Antes de salir se unió a Minho en la puerta y se quedó observando al muchacho en la cama -. Me cuesta pensar… que no se trata solo de un simple chico…

– Pero lo es – murmuró Minho sin dejar de observar a Jin -, a pesar del modo en que se gana la vida, lo es, sigue siendo un chico… y creo que… bastante inocente.

Kibum le miró con algo de compasión y luego a su novio.

– ¿Qué edad tiene?

Minho pestañeo un par de veces y luego giró el rostro para observarle.

– No lo sé – contestó extrañándose el mismo de su respuesta -. ¿Unos veinte?

– No creo que tengas más de veinte, se ve bastante joven.

– Soy joven – murmuró de pronto un adormilado Jin -, a diferencia de ustedes, par de viejos casados – y se giró para sonreírles y mirarle con ojos entrecerrados.

– Ja! Aparte de borracho, chistosito – espetó Kibum, estaba sorprendido por su repentino despertar y su actitud tan confianzuda, lo trataba de viejo y ni siquiera lo conocía, vaya chico -, aunque, lo de casado no me molesta – soltó una risita y se abrazó a Minho – ¿Hace cuanto estas despierto? ¿No pensabas levantarte?

– Buenos días Jin – saludo el otro -. ¿Cómo amaneciste esta mañana? Oh, yo muy bien gracias – ironizó. Jin solo le contestó con una amplia sonrisa mientras quedaba acostado de espaldas y cruzaba los brazos detrás de su nuca.

– Tú debes ser Kibum – habló con voz cansada -, el novio perfecto de Minho…

El aludido miro a Jin y luego a su novio. Estaba un poco sorprendido. Una extremadamente ancha sonrisa apareció en sus labios.

– Vaya, es bueno saber que soy perfecto para ti – le dijo a Minho que sonreía con extrañeza -. Y tú debes ser Jin… el chico vendi…

– Déjalo en Jin solamente – le cortó el alto.

– Un gusto – dijo Jin de forma pragmática. Kibum le miró suspicaz. No contestó.

– Yo ya me voy – anunció. Se despidió de Minho con un gran beso. Claro, ahora no le importaba el lápiz labial.
Jin en la cama los observaba sin expresión alguna. El beso duró más de lo que Minho hubiese querido y se sintió hasta un poco incomodo. Cuando Kibum lo soltó Jin seguía observándolo, con esa mirada tan propia de él, que no refleja nada.

– Hasta más tarde cariño – le limpió con el dedo índice los restos de lápiz labial en su boca y se acercó para decirle algo más al oído -. Que se vaya cuanto antes.
Minho asintió y Kibum le sonrió, le dio una última mirada a Jin y salió del cuarto con un frio adiós.

– Espera, te voy a dejar a la puerta.

Ambos caminaron a atreves del desordenado living, lleno de almohadas y frazadas, hasta llegar a la puerta. Allí se despidieron nuevamente y Kibum volvió a pedirle que se deshiciera del chico cuanto antes y que también haría lo posible por estar en casa lo antes posible. Cogió su bolso de trabajo y salió de la casa con una extraña corazonada. Algo le decía que no debía salir hoy, que no tenía que dejar a Minho solo en casa y menos con ese niñato dentro.
Con pesar y a paso más lento subió al ascensor y se encaminó a su trabajo. Nada podía hacer salvo seguir con su laborioso día domingo.

En el departamento Minho volvía a su cuarto donde Jin seguía desparramado en la cama, tenía la mirada en el techo y parecía reflexionar sobre algo.

– ¿Y? ¿Qué tal dormiste? – preguntó apoyándose en el umbral de la puerta.

– Bastante bien – dijo sin apartar la mirada del techo -. ¿Por qué me trajiste a tu casa? – preguntó y esta vez le miró.

– ¿Qué? ¿No lo recuerdas?

Jin frunció el ceño, parecía estar haciendo memoria. Minho sonrió de medio lado de forma burlona y decidió contarle antes de que Jin siguiera rebanándose los sesos tratando de acordarse.

– Estábamos en el auto y… de pronto… moriste – y rió -, te quedaste dormido y cuando intente preguntarte donde vivías ya no había caso, tartamudeaste unas cosas que no entendí y bueno, te traje aquí, no me quedo mas remedio.

– Genial – masculló y volvía a mirar el techo -, hice el ridículo.

– Mmm… la verdad es que… sí, un poco – y rió otra vez. Jin se llevo ambas manos a la cara y se quejó en voz baja -. Es increíble lo mucho que hablas y lo sincero que te pones cuando estas ebrio.

Dejó de quejarse y se sentó de golpe en la cama, le volvía a dirigir la mirada pero esta vez cargado de nerviosismo.

– ¿Que fue exactamente de lo que hablamos?

Minho ensanchó su sonrisa y se cruzo de brazos, seguía apoyado en el umbral y se estaba divirtiendo con la situación. Le hacía bastante gracias jugar un poco con Jin al punto de ponerlo medio histérico.

– Aahh… no te lo diré.

– Dime – exigió y se puso de rodillas sobre la cama, le miraba con una extraña intensidad que a Minho le causó aun más gracia.

– No – zanjó -. Recuérdalo por ti mismo.

Y dicho esto abandonó el umbral para ir hacia la cocina. Sintió las tablas de la cama crujir un poco y unas pisadas seguirle a través de la casa. Miró hacia atrás sin dejar de andar y ahí venía Jin, con cara de pocos amigos y el cabello alborotado, se veía bastante gracioso con el pijama de Key, que le quedaba un poco grande.
Entró en la cocina y fue hasta el mostrador, tomó dos pastillas y llenó un vaso con agua mientras sentía a Jin detenerse en la entrada.

– Bueno me vas a decir o no – volvió a exigir.

– Ya te dije que no.

La sonrisa burlona seguía en su rostro, se volteó para mirarle con el vaso y las pastillas en la mano. Jin se limitó a fruncir el ceño y cruzarse de brazos en una postura amenazante. Temor era lo último que le iba a infundir a Minho claro.

– ¿Por qué quieres saberlo? – preguntó y avanzó despacio hacia el chico.

– Porque si – dijo cortante -, porque es normal que quiera saber las cosas que hable.

– ¿No será que tienes miedo de algo…?

Minho seguía avanzando y su cercanía inquietó a Jin, su parada amenazante se quebró en un dos por tres y su mirada se hizo esquiva.

– N-No… – retrocedió un paso y chocó contra el umbral -, ¿Por qué iba tener miedo?

– No se… dímelo tú.

Tenía al chico acorralado, nervioso y más vulnerable que nunca. Le resultaba gracioso causar tal desarme en el autocontrol de Jin. Era más fácil de intimidar de lo que había pensado, su postura altanera y despreocupada solo son una fachada que esconde una personalidad más tranquila e inocente. Inocente. Esa palabra sonaba extraña al tratarse de él.
Mientras observaba sus ojos inquietos y nerviosos ir del suelo, a la cocina, al living, a él y de nuevo al suelo recordó la pregunta que le había hecho Kibum.

– Ten – dijo y le extendió el vaso con agua y las pastillas – para la resaca.

Jin parpadeo confuso un par de veces y receloso tomó el vaso y las pastillas. Se quedó viendo a Minho con un poco de resentimiento, había captado el juego de “ponerlo nervioso sin causa” y se sintió algo avergonzado.
El alto le dedicó una sonrisa y con un gesto apuntó las pastillas.

– Tómatelas – le dio la espalda para echarle un vistazo a la comida en la olla que había dejado Kibum. Olía bien pero aun faltaban minutos para sacarla del fuego -. Oye… ¿Qué edad tienes?

El chico que ya se había zampado las pastillas y ahora se bebía el vaso con agua se mofó de su pregunta, entró en la cocina y con pasos decididos le encaró. Ahora era su turno.

– ¿Qué te hace pensar que te voy a contestar? – Dejaba el vaso en la encimera al tiempo que le dedicaba una sonrisa altanera -. Tú no me dices lo que quiero saber… porque habría de contestarte yo ahora.

Minho se cruzó de brazos y le devolvió la sonrisa. Jin era bastante astuto, siempre lograba salirse con la suya.

– ¿Diecinueve? ¿Veinte? – se aventuró. Pero el chico no hizo más que ladear la cabeza y mirarle con una ceja en alto.

– No te lo diré.

Su postura caprichosa y resentida le divertía. En vez de molestarse, porque Jin se la estuviese devolviendo, le divertía su actitud. Sentía ganas de sonsacar aquella información a toda costa, aunque no fuera relevante, y para aquello utilizaría un par de tretas que conocía.
Pero sin querer allí estaba de nuevo, perdiéndose otra vez en ese par de ojos cafés y estirando la mano para llegar a tocar un mechón de su claro cabello. Eso no estaba bien.
Recordó fugazmente la noche anterior, precisamente el momento en que por un impulso levantó su mano y limpió los restos de alcohol que se escapaban por la comisura de sus labios, aquello había sido extraño, perturbador y sin explicación, porque no la tenía para el vértigo que sintió en esos momentos. Ahora era igual, el vértigo volvía y el estomago se le hacía un nudo. Lo peor de todo es que Jin se dejaba. Se dejó acariciar en la mejilla y se dejó ordenar el cabello tras la oreja.
Esta no era la treta que tenía en mente, había perdido el control de su juego en cuanto miró más del tiempo debido sus ojos y dejó de sentir el suelo bajo sus pies. Solo sentía su piel bajo el contacto de su mano. Su mano, que no quería apartarse de su rostro y que después de ordenar su cabello había bajado hasta su cuello. Podía hasta sentir su pulso. Estaba acelerado igual que el suyo. ¿Nervioso? Si, como él. ¿Le estaba pasando lo mismo? ¿Sintiendo lo mismo? Si era así en realidad no quería saberlo. No quería pensar en lo que sería capaz de hacer si supiese que Jin sentía las mismas cosas. “Las cosas… que sería… capaz de hacer” se repitió en su mente y su vista bajó hasta sus labios. Vio como Jin los separaba milimétricamente, gesto que para cualquiera hubiera pasado desapercibido, pero para él no porque se le había hecho agua la boca.
¡Diablos! Estaba jodido.
De pronto sintió unas ganas enormes de ser sincero y quizás hablar más de la cuenta. No lo pensó y solo dejó que las palabras salieran. No sin antes tragar saliva y quitar la vista de la tentación que le resultaban sus labios. Volvía a clavarse en sus ojos que no dejaban de verle con una extraña ansiedad escondida.

– Anoche me dijiste… que yo pretendía algo contigo – hablaba despacio, casi en susurros, como si temiera que el momento se quebrara si subía la voz. Su mano temblaba ligeramente, pero no podía apartarla de su cuello, la caricia que hacía con el pulgar sobre su mentón se volvió suave y casi imperceptible -, que sabias que yo…

Se quedó en silencio. En un abrupto silencio porque de pronto una no muy lejana realidad cayó como cuerpo muerto sobre él. Y así, como si se le estuviese revelando el secreto más grande de su vida Minho comprendió. El vértigo, los nervios y los impulsos involuntarios. Todo, todo tenía una explicación y un sentido. Y sintió miedo, miedo de lo que quizás acababa de descubrir.

– Que tú que – exigió Jin. Su mirada era más ansiosa y Minho se sintió indefenso. Su mente se hizo un lio y no sabía si seguir o no. No lo aceptaba. No quería.

Iba a decirle cualquier mentira para terminar con la situación cuando sintió la mano de Jin sobre la suya. Tocaba sus dedos y acariciaba el dorso. Y volvía a caer, su control se desvanecía y abría la boca como buen chico para seguir hablando con la verdad.

– Que tu a mi me… – tragó saliva -, me gustas.

Eso se oyó más revelador y fatídico de lo que realmente era. Ahora sí que se sentía caer, caer en un pozo o un abismo que no tenía fin acompañado de la estupidez y la vergüenza. El rostro le ardía un poco y siguió hablando antes de que Jin pensara que aquello era alguna clase de declaración, cosa que obviamente no era.

– Eso dijiste… – y repitió de forma textual lo que recordaba -, “Se que te gusto… y que intentas ligarme”…

Esperó alguna clase de respuesta o reacción de su parte, pero Jin a penas pestañeó un par de veces. El chico seguía acariciando el dorso de su mano y para ser sinceros esa caricia le estaba matando. Tenía que cortar con esto ahora. Era demasiado.
Y por tercera vez se repitió en su mente que lo que estaba pasando “no estaba bien”.

– ¿De verdad crees eso? – preguntó Minho en un tonó fingidamente petulante. Le estaba bajando el perfil al asunto y haciéndolo ver quizás como un malentendido.
A Jin, que tampoco se le escapaba nada, percibió su cambio de actitud y a modo de reacción debuto al instante la caricia en su mano, su mirada se hizo dura y Minho pudo captar un deje de… ¿decepción?

– ¿Qué? ¿Acaso es mentira? – preguntó un poco incrédulo. Inconforme.

Volvía a dejarlo sin palabras. No sabía que contestarle. Ni él tenía claro si era mentira o no, aunque, si no lo era, no estaba dispuesto a aceptarlo.

– Aaa… pues, Jin – bajó la mirada un segundo -, yo tengo novio y… tu, bueno, tu eres…

– ¿Yo qué? – cortó y restiró su mano de la de Minho de inmediato -. Que soy.

– Tú…

Levantó la mirada y se quedó mirando sus ojos que ahora le veían con resentimiento. La había jodido. Había hablado de más y le estaba dando la peor escusa del mundo, la escusa que ni el mismo se creía y por la que nunca creyó rechazar a Jin. Pero es que… ¿Cuándo la situación se volteó de esta manera? Es como si se estuviesen declarando y pidiendo explicaciones, era absurdo. Aunque Minho estaba dando las explicaciones equivocadas. Y con eso… no bastaba decir nada más. Ya todo estaba claro. Él solito se había puesto la soga al cuello.

Jin sonrió incrédulo y de un movimiento quitó la mano de su cuello, retrocedió un par de pasos y abrió los brazos.

– Anda, dime lo que soy – le retó -, anda, restriégame en la cara que no soy digno de nada.

Estaba furioso y sus manos se habían vuelto puños, le miraba con rencor y algo de tristeza. Estaba terriblemente decepcionado.

– Cállate, no digas eso – pidió -, no era eso lo que quería decir.

– ¿A no? – dijo con sorna y bajó los brazos -, entonces dime…

– Jin… – intentó hablar y acercarse al muchacho, pero este retrocedió los pasos que Minho avanzó.

– ¿Porque soy un puto cierto? Eso es lo que soy… – se dirigía de espaldas hacia la salida de la cocina y en su mirada brillaba más que nunca la tristeza -, es lo que ibas a decir – y se detuvo. Minho también lo hizo y sintió una pena y una vergüenza infinita porque era cierto. Era lo que había pensado y la excusa barata que iba a decir para defenderse de algún modo del tonto encantamiento del que se sentía preso. Encantamiento provocado por la persona que menos esperaba o quería sentir algo.

– Jin mira…

– Eres igual a todos – musitó con desprecio -, me largo – sentenció y dio media vuelta hacia la habitación.

– No Jin espera – le siguió Minho -, déjame explicarte, no es así, no es lo que piensas.

El chico llegó a la habitación y rebuscó su ropa entre el suelo y las sábanas. Al instante llegó Minho deteniéndose en la entrada.

– Jin escúchame, entendiste todo mal, no era eso a lo que me refería…

– No quiero seguir escuchándote – decía mientras recorría todo el cuarto buscando sus prendas -, mentiroso.

– Jin, por favor – pedía mientras lo observaba poner patas arriba toda su habitación.

– ¿Dónde está mi ropa? – preguntó de forma abrupta deteniéndose en mitad del cuarto -. Dámela.

– Jin – llamó el otro sonando algo desesperado. Avanzó un par de pasos dentro de la habitación hasta estar frente al chico de nuevo -. Escúchame, entendiste mal – explicaba -, yo no creo que no seas digno nada…

– Pásame mi ropa – le cortó perdiendo la paciencia.

– ¡Jin escúchame! – exclamó -. ¡Entiende! No es lo que piensas.

El chico se llevó las manos a la cintura y bajo la mirada, parecía contener sus ganas de golpearle o gritarle.

– ¿Me vas a decir donde esta? – su voz se oía ronca y amenazante. Minho se quedó viéndolo incrédulo, desesperanzado y triste. Jin no pensaba escucharlo ni cambiar de parecer. Estaba decidido a no cruzar más palabras con él y lo entendía, le había herido y en parte se lo merecía, pero no lo aceptaba. No podía dejar que las cosas acabasen así, no ahora.

– Están en el living.

En cuanto dijo esto Jin salió. Allí encontró su ropa lavada. Miró de reojo a Minho que venía tras él y se quedó quieto por unos segundos sin saber qué hacer. Cuando el alto estuvo a su lado suspiró y le explicó que la ropa la había lavado Kibum, Jin no dijo nada, y allí frente a él se comenzó a desvestir. En cuanto se quitó la camiseta Minho comenzó a tartamudear y decidió darse la vuelta. Se había puesto nervioso de la nada y sus ansias porque Jin lo escuchase y entendiese se evaporaron, en su mente solo se daba vuelta el trozo de piel expuesta que había alcanzado a ver. Es tonto pero, era raro que algo así lo descompensase tanto.
Mientras seguía tartamudeando algunas tonterías escuchó el sonido de la bragueta de los vaqueros y luego a Jin pasar rápido por su lado, hacia la habitación de nuevo. Ya se había cambiado y bastante rápido. Allá lo siguió de nuevo Minho. El chico estaba concentradísimo calzándose las zapatillas y cogiendo su móvil del velador.

– ¿No vas a escucharme?

Nada. Una vez que Jin estuvo listo salió del cuarto haciéndole el quite y avanzó decidido hasta la puerta principal.

– ¡Hey! Jin, por favor.

El chico estaba abriendo la puerta cuando Minho la volvió a cerrar de un portazo interponiéndose entre él y la madera. Estaba un poco agitado y su mirada reflejaba lo desesperado que estaba. Jin no se podía ir así, no era la forma en que tenía planeado que acabaran las cosas.

– Créeme – murmuró. Jin se había apartado un poco de la puerta y cruzado de brazos miraba en cualquier dirección -. No soy como todos y si eres digno de muchas cosas, eres un chico muy inteligente además de que sabes que no te juzgo… – hablaba de forma algo atropellada, como si quisiera explicar un montón de cosas y las ideas y frases en su mente se arremolinaban para salir sin un orden muy coherente -, jamás te he juzgado por lo que haces y es más… te he ofrecido mi ayuda…

– No necesito tu ayuda – le interrumpió, le miro enojado al tiempo que se hacia una coleta con el pequeño elástico que tenía en la muñeca -, ahora quítate, me quiero ir.

– No, no dejare que te vayas así, no hasta que me entiendas.

– ¿Y porque siempre tengo que ser yo el que entienda? – preguntó amenazante -. ¿Qué hay de ti?

Minho guardo silencio, no sabía bien a lo que se refería.

– Cobarde… – murmuró Jin y volvió a tomar el pomo de la puerta. La abrió empujando despacio a Minho que estaba encima.

– Jin – lo tomó por la muñeca y detuvo su ida -. Jin mírame.

El chico hacía presión para intentar abrir más la puerta, pero Minho parecía de piedra y no pensaba moverse. Rehuyó por un rato su mirada pero después decidió mirarle.

– No te juzgo – dijo en un tono bajo, casi en un susurro -, nunca lo he hecho y jamás lo haría – despacio se comenzó a alejar de la puerta pero sin soltar a Jin -, te acepto tal cual eres… así te conocí y así me… – se cortó y decidió no ser completamente honesto -, y así me agradas, pero sabes que lo que haces no está bien, sabes que puedes llevar una vida mejor y esa es la ayuda que yo te ofrecía, solo eso… jamás me atrevería a decir que no eres digno de algo, porque sinceramente… – suspiró, cerró los ojos y bajo ligeramente la cabeza -, sinceramente lo vales todo.

Perfecto, lo había dicho, ahí estaba, lo acababa de reconocer y ahora podía dejar que se lo comiera la vergüenza y la desvergüenza. Estaba aceptando un hecho que hace tan solo minutos rechazaba y ocultaba con ímpetu. Pero ya estaba, lo había dicho y cuando uno dice las cosas en voz alta es porque las está asumiendo, mas si es en presencia de otra persona, mas si es en “su” presencia.
Le ardía la cara y el corazón parecía adquirir vida propia. Sin querer se encontró apretando más de lo debido la muñeca de Jin y decidió soltarlo. Después de haber dicho aquello sintió que no le importaba si el chico se iba o no. Había sido honesto y ya estaba en tela de juicio de Jin si creerle o no. Aunque su corazón anhelaba y apostaba para que el chico se quedara.

– Eres bastante malo para esto – dijo Jin con una sonrisa cansada -, he escuchado mentiras mejores ¿sabes?

Minho levanto la cabeza incrédulo. Jin no le había creído nada, ni una sola palabra, como era posible si estaba siendo más honesto que nunca, más honesto de lo que su mente lo dejaba ser comúnmente.

– ¡Jin, no son mentiras! – exclamó.

– Ya… lo que tú digas – se acomodó despreocupado un mechón de pelo detrás de la oreja y abrió aun más la puerta para salir -. Gracias por el alojamiento…

– No…

– Déjale mis saludos a Kibum-ah – finalizó de forma sarcástica.

– Jin, no… – intentó detenerle tomándolo por la muñeca otra vez pero Jin fue más rápido y salió del apartamento para tomar la manilla por el otro lado -. No termines así las cosas, no se suponía que acabáramos de esta manera…

– Adiós – cortó y cerró la puerta de un solo golpe.

– ¡Jin! – gritó y golpeó con un puño la puerta -. Mierda.

Era tan fácil como abrirla y seguir al chico, correr tras él y convencerle de que había sido sincero. Que él era una persona extrañamente especial para él. Especial por motivos exactos que aun desconocía, pero que si le creía estaba seguro de querer conocer y aceptarlos. Era así de fácil, así de sencillo. Pero Minho no lo hizo. Se quedó allí, en su departamento, tras la puerta maldiciendo como un adolescente y reprimiendo las ganas de salir tras él.
Jin tenía razón. Si era un cobarde. Y uno de los peores, de esos que le temen al cambio, a vivir cosas nuevas y quebrar sus propios esquemas. Porque no estaba en sus planes fijarse en otra persona, no estaba planeado el dejar de querer a Kibum y definitivamente no estaba en sus planes tener sentimientos por un chico como Jin. Era problemático, era complicado y la verdad es que le daba miedo. Jin era un universo tan alterno y aparte, uno tan peligroso y corrupto que le daba miedo. Pero miedo de lo que Jin fuese capaz de hacerle, provocarle u herirle.
Apretó los ojos y golpeó de nuevo la puerta. La palabra cobarde rebotaba una y otra vez en su cabeza. Se sentía mal, pésimo, tenía rabia, mucha rabia. Se apartó de la puerta y caminó frustrado hacia el sofá-cama, se arrojó en él y hundió el rostro entre las almohadas, ahogó un gritó y apretó el agarre de la misma con sus puños. Parecía un niño pequeño al que no han podido cumplirle su capricho. Solo le faltaba ponerse a llorar y hacer pataleta con los pies.
Ofuscado despegó la cabeza de la almohada y cuando lo hizo lo primero que vio fue el pijama gris de Kibum tirado a un lado. Jin lo había dejado allí desparramado. Dudoso lo cogió y lo acercó a su cara. El olor natural de su piel impregnado a la ropa le llegó de forma instantánea. Las tripas se le revolvieron y el pecho dejó de hacerle presión. ¡Maldición! Ya no podía seguir negándoselo. Sentía algo por aquel muchacho, era evidente, seguir evitándolo sería mentirse a sí mismo y ya basta de eso. Jin le atraía, y mucho. Pero… ¿Cuándo paso? Había tenido varios encuentros con él pero ninguno había sido la gran cosa hasta anoche, que compartieron más de lo debido y hasta a su casa lo había traído a pasar la noche. ¿Cuándo le había tomado tanta confianza? ¿Desde cuándo se le revolvía el estomago?
Exhaló frustrado. Arrojó el pijama lejos y volvió a hundir la cara en la almohada.

– Eres un estúpido Minho – balbuceó entre la tela -, un estúpido.

El sonido de la olla en la cocina le hizo levantar la cabeza. Se escuchaba claro el sonido del agua hirviendo y desparramándose. Se levantó rápido y fue hasta la cocina. Ya se estaba pasando en la hora de cocción asique apago el fuego y dejó reposando la comida. La verdad es que no tenía ganas de comer. No tenía ganas de nada, lo único que quería era tumbarse en algún lado y pensar en lo idiota y desafortunado que era.
Salió de la cocina para dirigirse a su cuarto, y cuando estuvo allí se arrojó sobre la cama. Que mala idea había sido aquella. El olor de Jin estaba por todas partes. Suspiró frustrado y se levantó para ir de nuevo hasta el living. Estaba por tirarse sobre el sofá-cama de nuevo cuando el timbre resonó por todo el departamento. Su vista se congeló en la puerta. “Jin”, fue lo primero que pensó y casi corrió hasta la entrada. Cuando tubo la manilla bajo su palma dudo si abrir o no. Se permitió un par de segundos para respirar y tranquilizarse, cuando el timbre sonó por segunda vez no espero mas y abrió de un tirón. Lo primero que experimento cuando se abrió la puerta fue un fuerte empujón en el hombro que lo hizo trastabillar hacia un lado. Un corpulento hombre de terno oscuro le había empujado y se abría paso para entrar en su departamento, tras el venía otro sujeto que siguió el mismo procedimiento.

– ¿Pero qué…? ¿Quiénes son ustedes? – preguntó sorprendido por la intrusión.

Tras los dos hombres de terno había entrado un tercero, y tras este apareció nada menos que el señor Yang. Minho se quedó en una pieza al verle allí.

– Señor Yang… – musitó -. P-pero ¿Qué hace aquí? – preguntó desconfiado, los tipos grandulones que habían entrado primero se paseaban por su living inspeccionando todo, Minho los miraba de reojo -. ¿Por qué invade así mi casa? Pensé que habíamos quedado claros. No tenemos nada más que hablar.

El señor Yang le sonrió y se apartó de la entrada para hacer pasar a los que faltaban.

– Yo creo que si – dijo e hizo una seña hacia el pasillo. Entre protestas y forcejeos otros dos grandulones aparecieron sujetando a Jin, lo traían agarrado uno de cada lado y lo metieron al departamento bajo exclamaciones y amenazas del chico -. Creo que quedaron algunas cosas pendientes que debemos aclarar.

Bajo la mirada atónita de Minho los grandulones llegaron hasta el living sin soltar al muchacho y entonces Yang cerró la puerta.

– ¡¿Qué me sueltes?! – gritó Jin intentando dar de patadas a los sujetos ya que sus brazos estaban sujetados fuertemente -. No iré a ninguna parte ¡Suéltenme!

– Suéltenlo – saltó Minho y se acercó al viejo Yang -. ¿Qué es esto? – preguntó colérico -. ¡¿Qué está pasando?!

El viejo rió y caminó hasta Jin quien respiraba fuerte y parecía estarle doliendo el agarre de los otros dos.

– ¿Te enfada verlo sufrir? – preguntó el viejo acariciándole el rostro a Jin. El chico corrió la cara en el acto y Yang se la sujeto por el mentón con brusquedad -. ¿Ah? ¿Te enfada? – volvió a preguntar y le dirigió a Minho una mirada cargada de soberbia.
Al ver que no había respuesta le hizo una seña a uno de los tipos que sujetaba a Jin. El grandulón apretó su agarre y Jin soltó un grito de dolor que hizo reaccionar a Minho.

– ¡Para! – exclamó y se acercó unos pasos -. No le hagas daño.

Otra seña de Yang y el grandulón aflojó su agarre.

– ¿Creíste que no me iba a enterar? – preguntó el hombre con prepotencia -. ¿Qué no me iba a dar cuenta? – caminaba unos pasos hacia Minho -. ¿Qué no iba a saber que te estabas metiendo con mi mocoso?

Perturbado y temeroso por lo que estaba ocurriendo miró al señor Yang y luego a Jin que se recuperaba del dolor con la cabeza gacha. Lo inspeccionó rápido con la mirada y se dio cuenta que tenía tierra en parte de la ropa al igual que un rasmillón en la parte alta de su brazo y una pequeña herida en su labio superior. Le habían pegado. Los malditos estos le habían pegado.
Minho apretó un puño y miró con odio acumulado al viejo Yang. Sí, los habían pillado. ¿Cómo? No tenía idea, pero el viejo se había pasado. Le había puesto las manos encima al chico, eso no se lo iba a perdonar.

– No es lo que estas pensando – habló utilizando el mismo tono amenazante que el viejo -. Yo no tengo nada con Jin y…

– Hahahaha – rió fuerte y avanzó por el living -. ¡Por favor! Ya no estamos en edad para juegos. ¿Crees que te voy a creer?

– Es la verdad – puntualizó -. No ha pasado nada y lo que creas no te da derecho a pegarle.

Yang borró su sonrisa y se acercó a Jin de nuevo. Minho se puso nervioso.

– ¿Qué no tengo derecho a pegarle?

El viejo levantó la cara de Jin al tiempo que le estampaba una voraz cachetada en la cara. Minho se abalanzó al instante pero los cuerpo de dos grandes musculosos le bloquearon el paso. La risa de Yang se escucho de nuevo, más fuerte y más sarcástica.

– ¿Y me vas a seguir negando que no tienes nada con él? – mientras hablaba había hecho un gesto con la mano, y los dos grandulones que antes estaban frente a Minho ahora se arrojaban sobre él para cogerle. Entre manotazos, insultos y patadas lograron sujetarlo y dejarlo indefenso tal cual estaba Jin. El chico con la mejilla roja y los ojos acuosos le miraba con un deje de suplica y arrepentimiento. A Minho se le hizo añicos el corazón y se juro que haría hasta lo imposible para que no la cargaran con Taemin, después de todo el único culpable de esta situación era él. El invitó a un par unas copas y él lo trajo luego a su casa. Que el viejo se desquitara con él no importaba, que siguiere lastimando a Jin… eso si que le dolía.

– Pensé que eras un chico de bien Minho – habló el viejo -. Ya sabes, de esos tipos correctos, brillantes, exitosos – decía mientras se paseaba entre Jin y él -. Pero resultaste ser como todos… – se acercó al chico quien por reflejo se encogió y agachó la cabeza. Minho se revolvió inquieto entre los brazos de los grandulones que lo tenían atrapado -. Si te metiste con este… entonces eres capaz de cualquier cosa… – tiró de la coleta maltrecha de Jin quitándole su elástico. El pelo claro calló sobre su cara y Yang lo sujeto para tirarle la cabeza hacia atrás -. Eres un sucio Minho… igual que todos.

Soltó al chico y Minho se relajó.

– Yo sabía… ¡Lo sabia! – exclamó el viejo caminando alrededor de Jin -. Sabía que algo tenías que ver en la deserción de Minho. ¡No soy ningún tonto! Ya lo habías hecho antes ¿Por qué no ahora?
Jin levantó la mirada y sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la cara, pero no le contestó nada, se limitó a mirarle por sobre el hombro, tras el viejo y frente suyo la mirada preocupada de Minho le interesaba más -. Pero ahora la cagaste… – siguió hablando el viejo -. ¡Ahora te metiste con él! Creí que era otro de tus ataques de celos y que lo habías apartado pero no… – le encaró, Jin tuvo que dirigirle la mirada -, te gusta, te gustaba para ti y te metiste con él. ¡Con él maldita prostituta!
Y ahí iba otra cachetada. Minho se tensó y lucho en vano con los sujetos que cada vez le hacían más daño con sus agarres.

– ¡Ya déjalo! El no tiene la culpa.

Yang dio la vuelta y le miró con esos ojos llenos de cólera que parecían irradiar fuego.

– Ya te dije, no pasa nada, solo nos conocemos, es todo – trató de razonar, aunque sabía que era en vano, al viejo ya se le había metido entre ceja y ceja que él y Jin le engañaban.

– No lo defiendas – acusó -. Tu no lo conoces, yo sí. No sé qué mentiras te habrá dicho ni con que ideas te habrá engatusado, pero solo eran maniobras para engancharte… es un experto – decía apuntando a Jin -, es lo que mejor sabe hacer… es a lo que se dedica.

Minho le miraba confuso, luego miró a Jin quien le devolvía la mirada.
No, Jin no sería capaz de eso. No de engañarle y manipularlo. Lo poco que habían vivido y compartido había sido real y no un capricho del chico… ¿O sí?
La risa del señor Yang le hizo salir de sus cavilaciones.

– ¿Lo ves? Lo estas pensando – borró su sonrisa de golpe y se acercó a Minho para hablarle casi en un susurro -. Te lo dije, es un experto – y volvió a sonreír de manera burlona, se alejó y continuó hablando en voz alta -. Aún así joven Choi, debó decir que cometiste un gran error al meterte con mi putita personal – le sonrió a Jin quien apartó la mirada asqueado -. Muy culpa de Jin será pero también cometiste un error al seguirle.

El viejo se volvía a acercar y a hablar en susurros.

– ¿Qué tal he? Es una buena puta ¿cierto? – su voz estaba cargada de recelo y morbosidad -. ¿Te lo montaste bien? ¿Te la chupo hasta dejarte seco?

– Eres un viejo… asqueroso… – murmuró Minho -. Ya te dije que no paso nada de eso.

– ¿A no? – rebatió el viejo y levantó una mano para darles una orden a sus subordinados -. Llévenlo al cuarto – dijo sin voltearse a mirar al chico. Los guardias reaccionaron de inmediato y arrastraron a Jin, quien se debatió un poco, hasta el cuarto de Minho.

– ¡¿Dónde lo llevan?! – pregunto asustado. La sonrisa de Yang no le tranquilizo nada.

– Vamos a ver… que tan cierto es lo que estás diciendo.

Sin dejar esa sonrisa que Minho tenía ganas de borrar de un puñetazo el viejo siguió a los otros guardias y entró en la habitación, desapareciendo de su vista. Las protestas de Jin le llegaron a través de la pared alterando sus nervios que de por sí ya estaban bastante crispados.

– ¿Qué le estarán haciendo?- murmuró en vos baja bastante atemorizado, se estaba imaginando lo peor.

Uno de los guardias extendió una mano frente a él y le enseño dos dedos extendidos.

– ¿Qué no lo pillas? – le preguntó y el otro guardia soltó una risita igual de petulante que las de Yang -. Están viendo si te lo tiraste o no.

Ambos gorilones rieron y Minho lo entendió.

– Vaya cojones hombre para meterse con la ramera del viejo – dijo uno de los tipos y más risitas acompañaron su comentario.

– Yo ni amarrado – le siguió el otro -, el viejo es capaz de matarme.

– Te compadezco hombre.

Sintió como el sujeto le daba unas palmaditas en la espalda con su mano libre. Estaban hablando puras tonterías, mas le importaban las exclamaciones de Jin en el cuarto y las cosas malas que seguro le estaban haciendo.

– Aunque el chico esta de primera… ¿a qué si? – seguían los tipos.

– ¡Bueno ya! – exclamó Minho. Su repentino enojo causo gracia en los dos sujetos que habían comenzado a molestarle y a causarle más dolor en su agarre. Estaba ya por gritar del dolor cuando la figura de Yang aparece en el living de nuevo.

– Increíble – exhaló -. O le lavaste bien el culo o… eres un gilipollas. No te lo tiraste.

La sonrisa morbosa del viejo no le hizo gracia, y aunque debía sentir alivio de que hubiera comprobado que todo lo que decía era cierto, la verdad es que ahora estaba más tenso y preocupado.

– Llévenlo al cuarto también – ordenó.

A tropezones y empujones malintencionados los tipos llevaron a Minho hasta el cuarto donde tenían a Jin sujeto como antes, solo que esta vez con la camiseta levantada y el pantalón abierto.
Observó de inmediato su rostro, apenas le vio entrar había esquivado su mirada, tenía las mejillas rojas y el ceño caído. Estaba avergonzado. Y como no, si lo que le habían hecho era casi un ultraje.
No se dio cuenta en qué momento los tipos lo soltaron. Estaba tan pendiente de Jin y de tratar de captar su mirada para infundirle un poco de confianza que no supo el momento en que lo tumbaron boca arriba en la cama y el viejo Yang se sentaba a los pies de la misma.

– ¿Qué hacen? ¡Suéltenme! – exigió -. Ya sabes que entre Jin y yo no paso nada, que mas quieres.. ¡Suéltame!
Yang rió de nuevo.

– No joven Choi, nada me asegura que tú realmente no te metiste con mi chico – Minho suspiro frustrado, no podía creerlo, el viejo iba a seguir dudando de él ¿con que fin? -. Y como yo soy el engañado en toda esta situación… quiero que paguéis – y sonrió de esa forma tan petulante que Minho odiaba.

– Que quieres – dijo con brusquedad -. ¿Dinero? ¿Mi auto? ¿Mi casa?… ¿Mi trabajo?

– Hahaha… no joven Choi… ¿Para qué quiero yo todo eso? Ya lo tengo… no necesito más dinero, no necesito tu casa, ni tu auto y mucho menos tu trabajo, no soy de ese estilo.

– Entonces quieres matarme… ¿Es eso? – encaró sin miedo. Sintió la mirada preocupada de Jin posarse sobre él.

– No… – dijo despreocupado -. Tampoco soy de esos tipos que matan a rienda suelta, no es mi estilo tampoco.

– No – murmuró Jin. Hablaba por primera vez y captaba la atención de todos los presentes en la habitación -. Yang no… por favor. No.

El viejo se quedó mirándolo. Los ojos de Jin suplicaban y los de Yang lo retaban. Así estuvieron un buen rato en el que Minho no entendía que pasaba, los nervios se lo estaban comiendo vivo y la sumisión del chico le dio a entender que algo realmente no andaba bien, algo iba a pasar y sería muy malo.

– Te importa el tipo este… – habló el viejo haciendo un gesto hacia Minho pero sin despegar sus ojos de Jin -. Realmente te gusta….

A Jin se le comenzaban a llenar los ojos de lágrimas y Minho estuvo más inquieto que nunca, intentó zafarse de los tipos con todas sus fuerzas pero no lo logro. Un potentísimo golpe en el abdomen lo dejo de sin aire y en estado fetal sobre la cama. Apretó los ojos con fuerza para bloquear el dolor y cuando los abrió vio como Jin asentía ante el último comentario de Yang. En otro momento, saber aquello quizá le hubiese alegrado al punto de gritar y saltar como un loco pero en este momento era una tragedia. La mirada de Yang se hizo de hielo y al tiempo que se ponía de pie crispaba sus puños para aventar uno sobre la cara de Jin. Un golpe seco y la figura del chico desapareció de su vista.

– ¡Jin! – exclamó a duras penas. El puñetazo en el estomago aun le dolía un montón.

– ¡Zorra estúpida! – gritó el viejo y retrocedió los pasos que había andado para volver a sentarse en la cama -. Como te atreves a reconocerlo en mi cara… ¡Levántenlo! – ordenó a los tipos y Jin volvía a estar en el campo visual de Minho. Tenía todo el pelo lacio sobre la cara y su boca, que era lo único que podía ver estaba cubierta de sangre.

– Jin – murmuró Minho y experimentó una pena tremenda. El chico estaba derramando lagrimas, las que se abrían paso como un fino camino invisible entre la sangre. Era una imagen desconsoladora y la impotencia que sentía por no poder defenderle le hacía sentir aun peor.

– Supongo joven Choi – dijo el viejo tratando de retomar la compostura -, que Jin te habrá hablado de la magnificencia que represento… – Minho no contesto, se limitó a mirarle con todo el desprecio que pudo -. Y que soy un hombre de palabras… y de deseos cumplidos… – se puso en pie de nuevo y caminó hasta Minho, se inclinó sobre la cama y puso el rostro a su altura. Si tan solo hubiera tenido una mano libre Minho le revienta a golpes -. Yo siempre obtengo todo lo que quiero… – le susurró de forma provocadora.

– Yang no por favor – rogaba Jin otra vez -, déjalo, por favor.

– ¡Tu cállate! – le gritó y se movió rápido para propinarle otro golpe en la mejilla.

– ¡Ya basta! ¡Déjalo! No la cargues con él… – pidió Minho -. Soy yo al que quieres ¿no?

Yang se había volteado a mirarle. Captaba su atención otra vez por su puesto.

– Entonces déjalo en paz, resuelve las cosas conmigo.

– ¡No Minho! – exclamó Jin -. ¿Qué no te das cuenta lo que quiere? ¡No lo hagas!

– ¡Cállate Jin! – Exclamó con más melancolía de lo que hubiera querido -. No te metas.

– Minho no… – rogó y otro par de lagrimas rodaron por sus mejillas.

– Pero que cuadro más enternecedor – se mofó el viejo -. Odio ser el malo de la película pero… esto pasa cuando la gente juega a mis espaldas.

El viejo se sentó en la cama a un lado de Minho y poso una mano sobre su mejilla.

– Tan joven, tan masculino, tan bien dotado – decía al tiempo que descendía su mano por su cuello hasta llegar a su pecho. Minho se estremecía a horrores bajo el contacto -, tan inteligente y tan… imposible… – sonrió -. Las cualidades que siempre me han atraído, sobre todo la de “imposible”… me encanta hacerlas posible.

– Eres asqueroso – murmuró Minho. Yang le sonrió y siguió acariciando hasta que llegó a su pantalón, donde presiono y apretó un poco. Minho se mordió el labio y aguanto las ganas de vomitar allí mismo.

– Tú decides – dijo el viejo y levanto la mano para darle una orden a sus guardias.

Uno de los tipos que sujetaba a Jin sacó una pistola y apuntó rápidamente la cabeza del muchacho. Jin se retorció asustado y las lágrimas aumentaron.
Estaba perdido. En cuanto vio el arma supo que no tenía salida, era el chico o él, y él prefería obviamente al chico. Eso significaba que…

Su mente colapso por unos minutos. El arma apuntando la cabeza de Jin. Los tipos que lo tenían preso y no le dejaban moverse. La mano de Yang haciendo presión en aquel lugar.
Esto era una pesadilla. Una maldita y jodida pesadilla. En la que el decidía sacrificarse por el bien de otro. Por el bien de un chico que en pocas palabras, sin hacer nada, había conseguido alborotarle el corazón y la mente, que había despertado sentimientos y sensaciones vertiginosas que con Kibum ya estaban dormidas. Un chico que había llegado a su vida sin aviso y decidió tomarla y transformarla en un martirio.
¿Valía la pena?
¿Realmente lo valía?

Apretó los ojos y contuvo las ganas de llorar que se acumulaban en su garganta. Tragó saliva y relajó todo su cuerpo. Dejó de hacer presión bajo el agarre de los grandulones y se sumió en un estado de trance y de aceptación. Lo iba a hacer. Ya había tomado una decisión. Optaría por el chico.
Abrió los ojos despacio y el rostro expectante de Yang lo esperaba a su lado. Mas allá la cara contraída en un llanto inaudible de Jin le reafirmó y terminó de converse de la opción que había elegido.
Suspiro una vez más antes de hablar.

– Déjalo ir – dijo en un tono casi fúnebre -, yo me quedo aquí.

– ¡No Minho! – gritó Jin y en vano intento forcejear con los tipos.

La sonrisa de Yang fue instantánea. Chaqueó los dedos y los guardias soltaron su agarre en la cama. Minho se quedó allí tendido, esperando lo inevitable. Ladeó el rostro para ver a Jin antes que se lo llevaran quizás donde y le sonrió a pesar de todo. El chico le miró con una pena infinita. De nuevo sintió las lagrimas venir y decidió correr la vista. No podía seguir viéndolo, que se lo llevaran pronto por favor. El consuelo de todo, era que él iba a estar bien.

El viejo Yang se puso de pie y ordenó que sacaran al chico de la habitación, y también le pidió a todos los gorilones que salieran.
Minho no vio cuando sacaron a Jin y menos escucho sus suplicas, no podía. Aunque aun desde el otro lado de habitación podía oír sus gritos que se habían vuelto desesperados y lastimeros. Maldijo una y mil veces y luego rogó a Dios por que todo aquello pasase rápido. No quería tener recuerdo de lo que iba a pasar.
La habitación ya estaba casi vacía. Solo faltaba que saliera uno de los gorilones que se había detenido en la puerta. Allí Yang y él intercambiaban palabras. No querían ser discretos, Minho escuchaba atentó lo que se decían.

– Déjame tu arma – le pidió Yang y el sujeto accedió. Sacó la pistola de si cinturón y se la entregó -. Toma las llaves del asentamiento – le extendió un pequeño juego de llaves plateadas -, ya sabes.
El sujeto asintió.

– Solo mátalo.

Aquello le congeló la sangre. ¿Que, qué? ¿Qué matara a quien?
Se sentó de golpe en la cama y se sintió morir. Le habían engañado.

– Tranquilo yo me encargo de él – dijo Yang al sujeto, habían captado la reacción de Minho. Sabían que los había escuchado.

– ¡¿Vas a matarlo de todas formas?! – pregunto histérico. Yang despachó al sujeto y cerró la puerta -. ¡Eres un maldito! – gritó he intento salir de la cama lo antes posible para frenar la matanza que se iba a llevar a cabo. Pero Yang fue más rápido y con el arma le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Sintiendo un mareo regurgitante calló como saco de plomo sobre la cama.

– Tú no vas a ninguna parte…

Escuchó la voz de Yang en la lejanía, su visión se perdía y su conciencia comenzaba a apagarse.
No, no, no, no ¡No! Decía una voz muy adentro en su cabeza, pero ya no había nada que hacer. El golpe propinado había sido fuerte y la pérdida de conciencia llegaba como un cálido manto a arroparlo.
Lo último que sintió fueron las manos de Yang abriendo la bragueta de su pantalón y luego tocando su cintura. De cara sobre la almohada Minho se fue sumiendo en el más profundo de los sueños. Luego de eso, todo fue oscuridad.

CONTINUARA~~

, , , , , , ,

  1. Deja un comentario

Deja un comentario