[2Min] Babylon: Capítulo 6.


Capítulo 6: Clever.

A un ritmo constante y casi sin pestañear Minho tecleaba en su portátil lo referente a su último trabajo. Habían pasado casi dos semanas desde navidad y avanzaba a pasos agigantados sobre su propuesta publicitaria. Encerrado en su oficina, no dejaba que nadie le interrumpiese. Le había pedido a su secretaria que desviara todas sus llamadas y solo contestaba su celular cuando se trataba de Kibum. Solo un par de horas más, la redacción de unas cuantas ideas y colores en el anuncio y se daba por terminado el trabajo de hoy.
Iban a ser casi las siete de la tarde cuando su móvil vibro. Kibum era muy puntual.

– Estoy fuera – dijo la voz por el aparato. Parecía tiritar un poco.

– Salgo de inmediato.
Colgó y cerró todos los programas en su ordenador. Mientras se apagaba el aparato se calzó el abrigo negro y ordenó papeles dentro de su maletín, aquel de cuero negro que le había obsequiado Kibum para navidad. La pantalla dio en negro y Minho cerró el portátil. Se dirigió a la puerta y apagó las luces antes de salir. Se despidió de su personal en los pasillos y tomó de inmediato el ascensor que estaba detenido. En el descenso repasó su agenda tipiada en su móvil touch. Hoy correspondía “Zona de Restaurantes alternativos”.
Durante la semana, gracias a la famosa tarjeta de dorada, se había dedicado, junto con Kibum, a recorrer cuanto lugar salía en la lista que había dejado el señor Yang. Su novio, un experto en el tema, él, un novato. Dio con sitios que en su vida había visto y se sorprendió descubriendo que se la pasaba bastante bien, aunque, había que reconocer que su acompañante ameritaba el éxito de la salida.
Estuvo en variadas discotecas y pubs. La mitad del tiempo se dedicaba a su trabajo y la otra mitad a disfrutar. Ese fin de semana correspondía visitar restaurantes y comenzarían por el exclusivo “Clever”. Ubicado a unas cuadras de su trabajo. El sitio tenía reputación de mafia, eso había escuchado. Pero ya no le sorprendía, se puede decir que la mayoría de los sitios en la lista del señor Yang llevaban la misma apellido “turbio”. Se comenzaba a preguntar si el señor sería uno de esos empresarios corruptos.

Salió del ascensor y del edificio. Afuera hacía un frio espeluznante. Kibum tiritaba de pie a un costado de la acera. Levantó el cuello de su abrigo y se acercó al chico de plateado (un color común en él). Como siempre su novio desbordaba extravagancia y buen gusto.
En el aparcadero cogieron su vehículo de inmediato y entre charlas sobre el frió y lo agotador que había resultado ser el día de hoy, se dirigieron al restaurante.

Clever era un sitio como cualquier otro, pero algo de cierto había en esos rumores sin origen aparente que daban vueltas por ahí. Su fachada era elegante y simple, pero el ambiente en su interior era denso y desorbitante. Minho ya lo descubriría. Kibum solo ansiaba llegar.
Apenas cruzaron las puertas de metal de Clever Kibum corrió a la recepción. Y vaya sorpresa que se llevó el alto encontrándose tras el mostrador al tal Richy. La imagen mental de Jjong desnudo cruzó por su cabeza y una sonrisa burlona se asomó en su boca. El chico rubio, de rasgos occidentales vestía elegantemente de etiqueta llevando un broche de “Administrador” en su saco. Era el encargado y Minho sintió cierta fianza cuando estrechó su mano. El rubio les daba rienda suelta para que disfrutaran del lugar y se abastecieran de todos los servicios que allí ofrecían.
La palabra “servicio” le había sonado rara. La reacción de Kibum fue demasiado picara con respecto a Richy. ¿A qué se refería?

El rubio administrador los condujo mas tarde a la glamorosa “Zona VIP”. Minho comenzaba a acostumbrarse a ese tipo de exclusividades, gracias a la tarjeta podía gozar de ciertas comodidades exigiendo tratos especiales. Cuando la devolviera la echaría de menos.

El sector, atestado de luces fluorescentes, estaba cargado de un olor a humo, a cigarrillo y a marihuana. Incomodo se tapó la nariz pero luego ya se acostumbró al olor. Con Kibum, ubicados en un enorme taburete de terciopelo azul, se quitaron los abrigos y se acomodaron. Richy desapareció dejándolos con el permiso de ordenar lo que quisiesen.

– Está lleno de modelos – le susurró. Minho miró al resto de los presentes y concordó con el que se trataba de puras celebridades.

– Hola Kibum.
Una muchacha en extremo delgada y con una achocolatada cortina de pelo sobre sus hombros saludaba de pie.

– Hola Yeun – se había levantado he intercambiaba cierta palabras con la chica que alguna vez trabajó para su revista. La muchacha llevaba un vestido bastante holgado con escote muy pronunciado, sostenía un trago y observaba al estiloso chico con la mirada algo perdida.

– ¿Qué tal si se unen? – preguntó señalando los taburetes al otro lado de la sala. Minho diviso unas cuantas modelos más y unos chicos que creía conocer. Kibum entusiasmado cogió sus cosas y junto con Minho y la delgada muchacha caminaron hasta su nuevo destino. El grupo de perfectos modelos los recibió con algarabía, el exceso de copas ya manifestaba su euforia y su buen humor.
Si, hoy sería una noche movida y divertida.

Con el olor a cigarrillo impregnado en la ropa y el olor a alcohol en la boca Kibum se tambaleaba un poco para ponerse de pie. Luego de unas cuantas copas y divertidos chistes, las modelos habían insistido en que caminara un poco para que se luciera y ellas poder deleitarse con él también. Entre risas y piropos su novio desfiló sin vergüenza y con demasiada actitud entre el resto de los presentes en la zona. La verdad es que le hacía gracia, y sin ocultar su risa Minho se unía al coro de manifestaciones que hacían los demás sobre Kibum. Había resultado ser todo un show. El chico gay desinhibido, moviendo las caderas escandalosamente al pasar, sintiéndose una diva en medio de su público. Fue bastante gracioso como también bastante tentador. Y solo fue hasta que Kibum sintió la necesidad de despojarse de su ropa que Minho se puso en pie y lo trajo de vuelta a sus sillones. Las protestas no se hicieron esperar y el alto se llevó unas cuantas pifias. A pesar de eso ambos sonreían. Se la estaban pasando muy bien.

– ¿Nunca pensaste en ser modelo? – le preguntó una de las chicas al regresar.

– La verdad es que si – dijo Kibum -, pero me gusta más la idea de estar con uno.

Miró a su novio de forma suspicaz y el alto le devolvió el gesto con un insinuoso abrazo.

– ¡Es cierto! – saltó uno de los chicos -. ¡Ya se de donde te conozco! Por eso tu rostro se me hacia familiar – apuntó a Minho y entornó los ojos -. Taipei, Taiwan, colección otoño Bogner 2006.

– ¡Woooo! – exclamó Minho abriendo los ojos -. ¿También estuviste allí? – soltó a Kibum y el resto del grupo se quedó observándolos, incluso él.

– ¡Claro! Y como no recordarlo.. – sonrió, y esa sonrisa no le gusto nada a su novio -, ahora me acuerdo de ti perfectamente.

Ambos chicos se miraban como si un campo magnético hubiera caído sobre ellos. Ni el agarre de su novio sobre su brazo impidió que Minho dejara de observarlo como hipnotizado.

– Hotel Yeian… – murmuró el alto -, Martini…

– Martini y vodka con hielo… -terminó la frase el modelo -, habitación 701.

– ¡Por dios! ¡Onew! – exclamó Minho sin poder contener la emoción -. ¡Cuánto tiempo hombre!
Se soltó del agarre de Kibum y fue al encuentro de los brazos extendidos del chico de cabellos castaños. Ambos se abrazaron de forma amistosa. Era un encuentro de viejos amigos de trabajo y a Minho eso lo puso todo lo eufórico que el alcohol podía dejarlo.

– ¡Has cambiado demasiado! – exclamó Minho.

– Tu también. ¡No te había reconocido!

– ¡Ni yo!

Deshizo el abrazo y se quedó allí dándole palmadas suaves a los hombros de Onew.

– Gran desfile el de Taipei – siguió el modelo. Minho rió y abrazó al chico con un brazo por los hombros.

– ¡Como olvidarlo!

– Trabajábamos juntos – explicó el castaño luego de percatarse de que tenían la atención del resto de sus compañeros -. Nos conocimos en el desfile de otoño de Taipei y uuufff… que manera de divertirnos ¿no?

Minho captó inmediatamente la mirada glacial que le dirigía Kibum. Se estaba poniendo celoso y decidió explicar de inmediato que su relación con Onew solo fue de amistad.

– Éramos cómplices – continuó Minho -. Onew se dedicaba a embobar modelos para mí y yo para él. Y esa noche en el hotel Yeian… – se miraron y rompieron a reír.

– ¡No me digan! – saltó una de las modelos -. Eran los novatos de ese año.

– ¡Siiiiii! – gritaron los dos y la risa esta vez fue general. Kibum era el único que aun no lograba entender muy bien.

– Los principiantes de modelo tienen iniciación – le explico Minho a su novio entre risas -. Nosotros éramos los novatos ese año, y bueno, los más antiguos se encargaron de hacernos beber mucho. Cuando ya no dábamos más despiertos nos llevaron a la habitación y… – rió -. Se deshicieron de nuestra ropa. Al otro día amanecimos en mitad del jardín del hotel, desnudos, mojados por las regaderas automáticas y muertos de frio.

– Sin contar las risas y miradas escandalosas de los demás huéspedes – agregó Onew.

– Fue todo un bochorno – Minho reía encantado e intentaba traspasarle de su alegría a su novio, que no dejaba de mirara ceñudo a Onew. El castaño había captado su cambio de humor y dijo algo al respecto.

– Solo éramos amigos – sonreía -, no soy gay – agregó ganándose automáticamente la simpatía de Kibum.

– Debo reconocer que en ese tiempo yo tampoco lo era, amerito el cambio a mi afición de modelo.

– Brindo por tu afición entonces – exclamó Kibum levantando su copa y ganándose la risa de los demás. Todos levantaron sus copas y brindaron a coro por los modelos, la ambigüedad, la amistad, el derecho gay, los estilistas, directores, los camareros, las aceitunas y cuanta cosa de les pasaba por la cabeza. El haberse encontrado con Onew después de tantos años dió una ronda gratis de martinis por su parte y su buen humor garantizado durante toda la noche. En grupo compartieron de lo lindo hasta que la llegada de ciertos personajes puso denso el ambiente.

– Aishhh.. – se quejó Onew -, ya llegaron las zorras – y pegó con el codo a sus amigos. Las chicas pusieron cara de asco y los hombres se limitaron a fruncir el ceño. Minho y Kibum observaron a los recién llegados. Un par de hombres en terno y cuero acompañados de hermosas chicas. Caminaron por la zona y se sentaron en los sillones que tenían sobre si el cartel de “reservado”. A su paso siguieron entrando unas cuantas chicas más. Los murmullos y las miradas furtivas se elevaron y la mandíbula de Minho casi se desencajo de la impresión cuando reconoció un rostro en ese grupito de chicas con tacones, brillantes vestidos y exceso de maquillaje.

– Travestis – escuchó murmurar a Kibum y no sabía si desilusionarse o largarse a reír. Jin caminaba junto a otras chicas e iba vestido de mujer. De mujer. Llevaba tacones bajos, un vestido gris con un chaleco encima, los ojos muy maquillados y el pelo todo recogido en un moño. La verdad es que se veía bastante… ridículo. Si, ridículo era la palabra.
Sin darse cuenta Minho se encontró riendo, la imagen se le hacía muy graciosa.

– ¿Quiénes son? – preguntó Kibum.

La modelo de cabello achocolatado le explicó.

– Son lo que tu dijiste, travestis – sentenció -, son zorras, prostitutas baratas de compañía – espetó con asco.

Minho dejó de reír.

¿Jin? ¿Una proti..? 
No quiso seguir preguntándose.

– Vienen seguido – habló Onew -, siempre con los mismo tipos, a veces con sujetos diferentes, y… – Minho lo escucho beber un sorbo de su trago -, y su presencia es bastante desagradable. Montan teatro y escándalo cuando están bebidos, molestan al resto y bueno… como se imaginaran, hay ocasiones en la que resulta grotesco y…

– Asqueroso – terminó otra chica.

Kibum y el resto siguieron hablando y cotilleando sobre el grupo que acababa de instalarse en la zona, pero Minho ya había cerrado sus oídos y su campo de visión solo se cernía bajo una sola persona, que para variar, ya había reparado en su presencia.
Sus ojos hicieron contacto por unos segundos.
Preguntas se arremolinaron en su mente. Preguntas que le hacía a Jin silenciosamente y que por instantes pensó que se las respondería telepáticamente.
La frialdad en la mirada del chico de cabellos claros seguía siendo la misma de siempre. Desprecio e indiferencia también se manifestaban en esos ojos cafés maquillados de negro, mas negro del acostumbrado. Su mirada seguía siendo rasgada y afilada pensó Minho. Su rostro seguía siendo lindo. Pero su fachada… era horrible. ¿Qué hacía vestido así? Sus hombros y sus tonificados brazos se veían ridículos bajo ese chaleco, y sus piernas igualmente trabajadas eran espantosas sobre esos tacones. Hasta su calzado llegaba a ser gracioso. Ninguna mujer llegaría a ese número de zapatos. ¿De verdad era un travesti? ¿Una zorra como había dicho Onew?
Ahora que lo pensaba… ¡Que descaro había tenido al enfadarse cuando lo confundió con una chica! ¡Se vestía como una! Ya no había duda.

Parecía un voyerista mirando sin verguenza hacia los otros sillones. No le importaba ser descarado y no le importaba que Jin le dirigiese de vez en cuando sus tan comunes miradas de “odio”. Aunque si era sincero consigo mismo, algo parecido a la “decepción” sintió al enterarse de la verdad sobre él. No quería tener respuestas apresuradas, y una parte de si se negaba a creer que tan intrigante chico, que había logrado llamar su atención desde hace un par de semanas, resultara ser un “putito”, prefirió llamarlo así que por los peyorativos que había utilizado Onew. Por un lado eso explicaba que siempre se lo encontrase en ese tipo de lugares y acompañado siempre del mismo tipo de personas, aunque… eso no explicaba el vínculo que tenía con el señor Yang. Ni tampoco el porqué en un principio había querido contactar con él. ¿Habría pensado que estaba interesado? ¿Qué quería pasar la noche o algo así? No. No. No era eso. Todas sus suposiciones siempre se iban al trasto después de recordar su mirada. Nadie que quiera algo contigo, te mira de esa forma. Como si quisiera que desaparecieras. Porque eso le decía en ese momento Jin con la mirada. “¡Desaparece!”.

La voz de Kibum lo trajo de vuelta.
– Si vas a mirar se mas disimulado – le avisó -, estas llamando la atención de toda la mesa.

Recién se daba cuenta que las “amigas” de Jin le miraban y cuchicheaban a su oído. Apartó la vista de inmediato y se giró en el sillón para darles la espalda.

– ¿Qué? – le dijo Onew -. ¿Sorprendido? – y se burló de él. Minho sintió ganas de pegarle -. Estas cosas se ven todos los días por aquí. A mi ya no me sorprenden.

Los demás se unieron a sus comentarios y hablaron despectivamente sobre el tema por un rato más. Fue inevitable imaginarse las cosas que hablaban. No se veía a Jin en ninguna de las situaciones que su mente creaba. Cuando una de los modelos mencionó la palabra “sexo” Minho se dijo mentalmente que ya era suficiente. Resultaba desagradable. No quería pensar en Jin, ni en los hombres que lo acompañaban ni en lo que harían después en algún motel barato.
De forma súbita se sintió acalorado. Se tomó de un sorbo todo el contenido de su vaso y se removió inquieto en el sillón. De pronto el ambiente se le hizo pesado, la conversación de sus compañeros le pareció estúpida y la risita de Kibum demasiado cargante.
Apretó los puños.
Estaba molesto.
Estaba decepcionado.

Se hecho hacía atrás en el sillón y Kibum se abrazó a él ignorante de su repentino desanimo, algo que sabía ocultar bien bajo una suave sonrisa.
Se unió a la conversa del grupo luego de un rato, que en ese momento era sobre los tipos de tragos, y desechó de su cabeza los pensamientos relacionados a Jin. Llegó a la conclusión de que no era algo tan importante como para tenerlo así. Cada quien con sus vidas y sus locuras. Pero todo su intento por volver a concentrarse en pasarlo bien con sus compañeros se fue por el traste cuando la figura de Jin pasó junto a ellos, caminaba toscamente sobre sus tacones hacía la zona de los baños.
Antes de pararse a pensar en lo que estaba haciendo se despojó de los brazos de Kibum y caminó tras Jin. Atrás quedo su novio con el círculo de modelos y adelante la espalda de Jin. No sabía bien porque lo estaba siguiendo. Sus piernas se habían movido solas. ¿Qué pretendía hacer?
Ambos se perdieron de vista al virar por el pasillo adjunto que conducía hacia los baños. Primero Jin, luego él. Llevaban una distancia razonable y para alivio de Minho, el chico no se giró ni una vez hacía atrás.
Pasaron el baño de “Damas” que se encontraba primero. Le pareció divertido verlo entrar en esas fachas al de “Varones”. La puerta quedó oscilando por su intrusión y Minho se paró frente a ella esperando que dejara de moverse. Recién entonces se preguntó porque le había seguido. No tenía idea de que le iba a preguntar. Ni siquiera sabía si le quería hablar. Poco decidido puso una mano sobre la puerta de metal y la empujó para abrirse paso. La luz mortecina del baño inundo su visión y la puerta oscilo a su espalda cuando la soltó. El aire limpio de aquella zona le refresco la nariz y aprovechó para respirar un par de veces llenando a tope sus pulmones. El humo del cigarrillo afuera no era el más agradable que digamos.

Recorrió con la mirada el lugar. A un lado los lavamanos, un enorme espejo y al otro los urinarios. Al fondo, cinco cubículos se situaban uno al lado del otro. Cuatro estaban vacios, el último de la esquina, ocupado. Diviso unos pies descalzos tras la puerta del primer y por obviedad pensó que correspondían a Jin. No había nadie más en el baño.
Avanzó despacio, sin quitar la vista de aquellos pies que se revolvían y se detuvo en mitad de su recorrido hacia los cubículos.
Los tacones de Jin estaban a un lado, sus pies tocaban completamente las blanquecinas baldosa que debían de estar fría. La parte baja de su vestido se veía caer por sus piernas lo que le hizo pensar que estaba sentado haciendo nada. Seguro aprovechaba de descansar un poco sus pies con la excusa de ir al baño, teoría que confirmó cuando vio pasar los minutos sin que la posición del chico cambiase. ¿Cuánto más iba a estar allí? ¿Le dolían mucho los pies? Y a quien no con esos tacones. No eran tan altos como los de las demás “chicas” pero lo suficientemente puntiagudos como para lastimar los de cualquiera.

El sonido de su celular lo alertó, y también al chico en el cubículo. Quien al igual que él se removió asustado. Sacó el aparato de su bolsillo y lo apagó de inmediato. No alcanzó a ver quién era pero lo maldijo por hacer que lo descubrieran. Jin se había vuelto a poner sus tacones y abría la puerta del cubículo. Minho se precipitó hacia los urinarios y con una mano apoyada en la pared simulo que orinaba. Cuando Jin lo vio pudo apreciar por el rabillo del ojo como se quedaba a la salida de su cubículo por unos segundos, observándolo, seguramente le había sorprendido. Minho no se atrevió a mirarle de forma directa y se sintió realmente estúpido. Miro hacia abajo, hacía su pantalón cerrado y rogó porque Jin no se hubiera dado cuenta de ese pequeño detalle.

– ¿Me estas siguiendo? – la voz del chico resonó entre los azulejos a su espalda, el sonido del grifo y el agua acompañaron su pregunta -. No es que me hubiera fijado en que no estás orinando.

Minho rió y se apartó de la pared para voltearse y enfrentar al chico. Jin, de espaldas a él, se lavaba las manos y lo observaba a través del espejo.

– ¿Hace cuanto estas aquí? – preguntó mirándolo con enfado. Vaya novedad.

– ¿Por qué estas vestido así? – fue lo primero que se le ocurrió y fue bastante estúpido. Ya sabía la respuesta.

– ¿No te dijeron tus amigos?

– ¿Debería creerles? – soltó casi a la defensiva. La verdad es que si lo creía.

– ¿Te crees que me conoces?

– ¿Vamos a seguir respondiéndonos con más preguntas?

Minho se había acercado unos pasos y se encontraba a mitad del baño otra vez. Su mirada, perdida en el reflejo de Jin, lo desafiaba a contestar, pero no con más preguntas.
El chico desvió la vista y cerró el grifo, agitó las manos para quitarse el exceso de agua y se volteó apoyándose en el lavamanos.

– Yo pregunte primero – dijo con altivez -. Quiero saber porque me estas siguiendo.

– No lo hice – ¡Mentira! Claro que lo hacía -. Es coincidencia que estés aquí también.
Se metió las manos a los bolsillos y le resto importancia al asunto.

– Claro… – la mirada suspicaz de Jin lo atravesó -, por eso simulabas que orinabas…

El chico se había cruzado de brazos y lo observaba con una ceja en alto como queriendo oír explicaciones. Minho resopló y bajó sus hombros en forma de rendición.

– No es que te estuviera espiando – aclaró -, solo quería hablar contigo – lo señaló subiendo y bajando su mano -, creí que no te gustaba que te confundieran con una.

– ¿Asique es eso? – exclamó -. ¡Viniste a burlarte de mí!

Minho no sabía que pasaba por la cabeza de aquel chico, pero era obvio que había entendido todo mal.

– No – dijo a la brevedad -. Claro que no. Solo que es curioso. Además, pareces no pasarla bien – agregó mirando directo a sus ojos enfadados -. ¿Te duelen mucho? – apuntó sus pies.
Jin relajó sus ojos pero no lo suficiente como para eliminar su ceño contraído.

– A ti que te importa.

Se volteó casi con gracia como para hacerle entender que sus pies estaban perfectamente bien. De nuevo frente al espejo arregló su cabello.

– Como si no te hubiera visto quitártelos y descansar – se mofó Minho devolviéndole la jugada. Por el reflejo vio el rostro del chico contraerse levemente, pero seguía arreglando su cabello como si no le hubiera escuchado -. La verdad es que no te queda. Los tacones, el vestido, el chaleco, todo, te ves ridi…

– ¡Si viniste a burlarte! – exclamó y dejó de ordenar su cabello para lanzarle la mirada más enfadada que le había dado. Pero Minho en vez de asustarse sonrió. Se había acostumbrado a sus miradas amenazantes y a estas alturas ya le causaban gracia, porque en el fondo, eran solo miradas, Jin no se atrevía a nada más.

– Ya te dije que no – dijo acercándose un poco -, es que me parece raro, verte en estas fachas, y la verdad es que no te quedan, entonces…

– Para – saltó Jin -. ¿Crees que me gusta vestirme así? – preguntó levantándose el vestido, aunque no lo suficiente como para exponer algo más que sus piernas -. ¿Crees que quiero esto? – se azotó el tirante superior de su vestido dejando medio pectoral tonificado afuera -. Claro, tú eres un modelito, no sabes de estas cosas – espetó y se acomodó el tirante del vestido.
Sin dejar que su último comentario lo ofendiese Minho siguió preguntando.

– Entonces. Por qué lo haces. – dijo subiendo los hombros, como si su situación no le produjera ninguna emoción de ningún tipo.

– Pensé que eras inteligente – habló el chico con voz queda. Su rostro se había relajado.

– Entonces… – hizo una pausa, no sabía cómo decir lo siguiente sin que sonara feo -. ¿Eres.. de esos?

Jin sonrió con pesar y flectó una rodilla para recargarse en el lavamanos. Seguro los pies volvían a dolerle.

– ¿De algo tengo que vivir no?

Minho suspiró. En algún momento llegó a pensar que aquello podía tener otra explicación. Cualquier excusa tonta hubiera bastado. Pero resulto ser cierto. Jin era un… un puto. Aaahhh… como odiaba esa palabra.

– Hay otras manera de ganar dinero ¿sabes?
El chico se mofó de él.

– Lo sé. No necesito que me lo digas – retomó la tarea de arreglar su cabello, ahora más calmado -. Y si vas a darme un sermón, te pido que no lo hagas, es en vano.

– ¿Qué edad tienes? – preguntó. Avanzó otro par de pasos apoyándose a su lado en el lavamanos. Observaba su perfil mientras se arreglaba el cabello. Parecía concentrado mirándose en el espejo.

– No contestare más preguntas – dijo con una voz fría.

– Te ves muy joven – comentó el alto -. ¿Veinte? ¿Veintiuno? ¿Veintidós?

– Es en serio – espetó Jin hablándole a su propio reflejo -. ¿Es que no entiendes? – desvió la mirada para hablarle de frente -. No quiero seguir hablando contigo – modulo de forma pausada -. ¿Por qué no me dejas en paz y te vas?

– ¿No vas a contestarme? – insistió Minho, ignorando nuevamente sus comentarios.

– ¡Yaaa! – exclamó -. ¡Déjame en paz! ¡¿Por qué me sigues hablando?! – Jin volvía a alterarse y a dejar de arreglar su cabello para enfrentarle -. ¡¿Es que no entiendes?! ¿Cómo tengo que mirarte para que entiendas que te odio?

La expresión de Minho se contrajo, pero no lo suficiente como para entristecerse. Aunque la verdad es que sí, lo confesado por Jin le provocaba un gusto amargo.

– ¡Te odio! – exclamó el chico -. Te odio… – murmuró y respiró con fuerza, como si lo dicho fuera un tormento que había querido sacarse de encima desde hace mucho tiempo, y hasta entonces había tenido la oportunidad de expresarlo.
Incomodo, y como avergonzado consigo mismo por haber casi gritado, Jin bajó la mirada y luego de un rato de fatal silencio se miró por enésima vez en el espejo y a la rápida se terminó de arreglar el cabello. Solo cuando Jin retomó la tarea en su cabello Minho habló.

– Me gustaría saber porque me odias – dijo firmé. Vio como Jin suspiraba resignado y cerraba los ojos. Se fijó en el detalle de que apretaba los puños, lo debía de estar aborreciendo por ser tan insistente -. No te conozco, y creo que jamás nos habíamos visto antes. La primera vez que te vi ya me mirabas con enfado y desde entonces ha sido así cada vez que nos encontramos. No sé nada de ti, y no pretendo seguir indagando sobre tu persona. Solo trataba de descubrir… porque.. – hizo una pausa y miró el reflejo de Jin en el espejo. El chico también lo observaba por el reflejo -, porque me odias tanto. No te hecho nada – reclamó a su favor -, además.. fuiste tú quien en un principio quiso dar conmigo por alguna razón que tampoco se – ahora era la mirada de Minho la que se mostraba amenazante -. ¿No crees que merezco algunas respuestas? – exigió -. Seguiré trabajando con el señor Yang y por lo que veo tienes alguna clase de conexión con él, puede que nos sigamos topando a causa de eso y no me gustaría tener que…

La voz de Minho comenzó a apagarse de apoco, como si la última frase hubiera ido bajando en volumen hasta parecer inaudible o en sí, hasta que dejo de hablar. Mientras hablaba su mente había ido atando cabos hasta que una idea fugaz paso por su mente. “Jin. El señor Yang”.
Al parecer su rostro se había contorsionado en una expresión que reflejaba lo que estaba pensando, porque Jin había sonreído como si supiera lo que pasaba por su cabeza, o como si se sintiera aliviado porque Minho al fin comprendía. Una comprensión que al más alto le horrorizó.
Jin seguía sonriendo y lo miraba como si quisiese que hablara, que le espetara en la cara la respuesta a todas sus preguntas, y Minho lo hizo. Con desprecio porque sintió la necesidad de herirlo.

– Eres, la ramera del señor Yang…

La risita de Jin resonó en el baño y el sonido de sus tacones hacía la puerta hicieron un eco que pareció viajar por todo su cerebro.

– La verdad es que… se trata de celos – habló dándole la espalda. Minho con la mirada fija en su nuca. Se volteó de forma brusca, parecía haber cambiado de opinión sobre no querer mirarle cuando se lo dijese -. Me acerqué a tus amigos en Babylon porque mi cliente quería conocerte… – su voz parecía algo hastiada -, era mi deber como buen dote cumplir los deseos de mi proveedor – hizo una pausa, en la cual le miró de pies a cabeza -. No sé que habrá visto en ti, pero no dejó de hablar de tu figura en toda la noche -, chasqueó la lengua -. Pensé que te habías dado cuenta, te miraba de forma descarada.

Minho salió de estupor y de la sorpresa que resultaba aquella confesión para agregar un detalle antes de que siguiera hablando.

– Solo me di cuenta de ti.

Jin detuvo la mirada en sus ojos y Minho experimentó una especie de nerviosismo.

– ¿Estamos hablando del señor Yang? – preguntó aunque la respuesta era obvia.
El chico asintió y apoyó la espalda en la pared.

– Cuando a Yang se le mete algo entre ceja y ceja hace hasta lo imposible por conseguirlo – musitó -, consiguió contactar contigo antes que yo y… irá de apoco hasta obtener lo que quiere.

Un escalofrió le recorrió el cuerpo. El pensar en que el señor Yang tenía otras intensiones bastante alejadas de lo laboral con respecto a él le parecía escalofriante. No era su tipo. Para nada. Y jamás intentaría ni se dejaría asir por él. Ni por todo el dinero extra del mundo, ni con diez tequilas encima. Rotundamente “NO”. Y nuevamente Jin parecía leer su mente.

– Tienes novio – dijo cambiando por primera vez la expresión de su rostro. Parecía una expresión amable -. Yang no es tu tipo. Y tampoco es exactamente mi hombre perfecto. Pero es mío – recalcó -. Solo yo tengo acceso a él y tengo el derecho a estar celoso… – enarcó sus cejas -, y a odiarte.

Minho recordó haberle visto un anillo de matrimonio al señor Yang, estaba seguro de que era casado. Jin debía ser algo así como su amante.

Que tipo más sucio – pensó. Y de pronto sintió ganas de mandar al traste todo su trabajo, anular el proyecto con el señor Yang y cortar todo tipo de relación que tiene y pudo haber tenido con él. Experimentó una clase de asco, repulsión. Vio a Jin, imaginó su cuerpo bajo el otro más avejentado y sintió nauseas. Por laguna razón ya no lo juzgaba, si no que lo veía como una pobre víctima. Adicta a algo que no quería y condenada por la necesidad y la des fortuna de un estilo de vida deprimente y humillante. Lo observó con compasión. Su rostro no representaba a un chico mayor de veinte años. Su cuerpo esbelto, bien formado, su piel blanca y su rostro bonito le decían que era alguien que en este mundo valía la pena salvar y querer de una forma normal.
Sintió tristeza. ¿Cuánto debía soportar aquel chico? Soportaba tacones, vestidos, maquillaje. ¿Realmente le gustaba usar el cabello largo? Seguro tenía que aguantar también caricias que no quería recibir, o darlas aborreciendo el tacto, llorando internamente y rogando porque las intrusiones acabaran pronto, llevándose a la boca cosas que no quería y en sí, vendiendo su cuerpo a extremos que lo hicieran llorar.

Tragó saliva, e intento no expresar con su rostro lo que sentía en su pecho. Pero fue demasiado tarde. Jin era más rápido que él en ese tipo de cosas.

– No sientas pena por mi – habló el chico -, estoy acostumbrado.

Minho abrió la boca para hablar, pero Jin lo calló en breve.

– No te conté esto para ganarme tu favor ni quedar bien – aclaró -, te advierto sobre lo que es mío. Si no estás interesado en Yang mejor aléjate. Me sacas un peso de encima y solucionas mi vida…

– Jin – lo interrumpió Minho -, no tengo ningún interés en el señor Yang, jamás lo tuve, no lo tengo y tampoco lo tendré – suspiró.

– Entonces supongo que estamos bien – soltó arreglándose el chaleco.

Ido aun en sus pensamientos Minho siguió cada uno de sus movimientos. Aun tenía un par de preguntas y sentía que Jin ya quería cortarlo. Al parecer había sido mucha plática para el chico.

– Si solo respondes ante Yang ¿Por qué andas con estos hombres? – preguntó. Sabía que se estaba metiendo en terreno más personal y quizá Jin no quisiera contestarle, pero las preguntas salían solas -. ¿Para Yang también te vistes de mujer?

Llamar al empresario sin el connotativo de “señor” le pareció extraño, pero pensó que aquel hombre ya no se merecía esa clase de respeto.

– ¿Sigues teniendo más preguntas? – espetó -. Eres imparable.

Algo tiene que haber visto Jin en la mirada de Minho, que ya no era de compasión ni simpatía precisamente, que lo hizo contestar.

– No. Yang me prefiere como hombre – dijo acomodándose el cabello detrás de la oreja -. Pero a estos tipos les gustan las transformistas. No soy ningún travesti como seguro te dijeron tus amigos. Y… – suspiró -, no soy solo de Yang, no soy su propiedad. Cuando no estoy con él debó seguir trabajando. Así es. Así funciona.

Y con eso parecía haber dado por terminado la conversación. Se despegó de la pared e hizo ademan de salir del baño.

– Y así culmina el enigma que había creado sobre ti – murmuró el alto mirando hacia cualquier parte. Más concentrado en sus pensamientos que en Jin. El chico sonrió con el comentario.

– ¿Decepcionado? – dijo antes de abrir la puerta.

“Sí” tubo ganas de contestarle pero no lo hizo. Aún tenía una última pregunta antes de matar el momento y comprender que jamás volvería a hablarle.

– “¿Deberíamos bailar?” – dijo Minho recordando su encuentro en Babylon. Jin se detuvo a mitad de camino de salir completamente del baño -. Si me odiabas porque lo dijiste.

Tardó en contestar. Y no se volteó cuando lo hizo.

– No lo sé – dijo ladeando un poco el rostro. Minho observó su perfil -. Quizá fue porque estaba un poco ebrio.

Y sin decir más abandonó el lugar.

El baño se volvió frió y el vaivén de la puerta cerrándose le trajo un poco el olor del cigarrillo y música ambiente. Aún pensaba en la conversación con el chico, pero esa curiosidad que experimentaba cuando pensaba en él ya no estaba. Esa intriga había desaparecido y en su lugar solo había quedado decepción. Una abrumante decepción al haberse enterado de cosas que no quería.
Salió del baño con solo una cosa en la mente. Renunciaría al trabajo del señor Yang y comenzaría yéndose inmediatamente de aquel lugar.

CONTINUARA~~


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