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[2Min] Babylon: Capítulo 9.

Capítulo 9: Ultraje.

Eran eso de las 3 de la mañana y la única luz en el edificio venía del departamento de Minho. Dentro el ambiente era tenso y solo el sonido de los dedos de Kibum golpeando una y otra vez el respaldo del sofá rompía el silencio. Con una pierna encima de la otra, bastante elegante, y una ceja en alto miraba recriminatoriamente a su novio quien no se dignaba ni siquiera a mirarle a la cara. Minho estaba más concentrado en mirar un punto fijo para que el estúpido mareo se fuera de una vez, cosa que obviamente no se conseguía tan fácilmente. Rogando, porque su lengua no se trabara y su visión de Kibum no fuera doble, levantó el rostro y le encaró.

– Me pase un poco de copas – musitó despacio. La ceja de Kibum se crispó aún más y sus dedos dejaron de golpetear el sofá, su puño se había cerrado.

– De eso ya me di cuenta – murmuró -. ¿Por qué no llamaste que llegarías a estas horas? ¿Quién es el chico?

Esa era la pregunta obvia que quería evitar. Recordó lo último que habían hablado sobre el señor Yang. “¡Te quiero lejos de esa gente, de ese viejo verde y de ese niñito vendido!”. Con lo de “niñito vendido” se había referido a Jin. Genial. Y el chico ahora estaba en su casa. ¿Cómo se supone que debería decírselo?
Cerró los ojos un poco agobiado, lo que daría por estar durmiendo y no dando explicaciones como los niños pequeños.

– ¿Me vas a decir o tengo que averiguarlo yo?

Esperó respuesta pero Minho seguía impávido, buscaba la forma de decirlo, aunque pasaban los minutos y no encontraba las palabras.

– ¿Me estas ocultando algo? – sonó receloso, la duda había reemplazado el tono enojado en su voz -. Ese chico…

Era hora de hablar, Kibum estaba pensando cosas que no eran.

– Tenía el móvil sin batería, se me pasó la hora, no fui consciente del tiempo – habló por fin -. Y el chico es Jin… el muchacho que está con Yang – le miró de reojo para ver su reacción. Los labios de Kibum se fruncieron en una mueca de desagrado, respiró hondo he intento controlarse, estaba a punto de chillar y hacer un numerito típico de chicas. Minho se le adelanto, no tenía ánimos ni cabeza para escucharle su sermón.

– Fui a la casa de Yang y renuncie como habíamos hablado – explicó, hablaba pausado y con la mirada en cualquier parte -. Al salir me encontré con el chico y nos fuimos por unos tragos…

– Unos tragos… – repitió irónico -. Tú casi ni bebes.

Minho le miro aireado. No estaba para rebatirle ni para discusiones.

– El caso es que… se nos pasaron las copas y bueno, estaba muy mal asique lo traje aquí – le miró suplicante -, no podía dejarlo ahí, además estaba muy ebrio como para decirme donde vivía. No la agarres con él, fue cosa mía lo de ir a beber y traerlo.

Kibum se había levantado del sofá y caminaba de allá para acá intentando calmar sus nervios. Minho le seguía con la mirada esperando la reprimenda que se venía y la sarta de preguntas que seguro tenía.

– Quedamos en que te alejarías de esa gente – puntualizó, se había detenido frente a Minho y le hablaba de brazos cruzados -. No pensé que eras tan cercano a ese Jin como para invitarlo…

– No te estés pasando películas Kibum, cuando llegué él y Yang se estaban peleando – suspiró -. El viejo Yang le pega y no se – hizo una breve pausa en la que espero alguna clase de reacción comprensiva de parte de Kibum, cosa que no ocurrió -, sentí compasión, el chico la pasa mal con el viejo, el se arriesgó contándome lo que de verdad pasaba y yo sentí ganas de… – suspiró otra vez y bajó la cabeza.

– ¿De hacerle sentir mejor? – ironizó Kibum -. ¿De consolarlo?

– De devolverle el favor – finalizó frunciendo el ceño. No le gustó nada el tono que había utilizado -. Que pasara un buen rato… y se olvidará… de lo mal que lo pasa.

Se echó en el sofá pensando en las cosas que había dicho, era la verdad, pero se sentía raro, como si no estuviera siendo completamente honesto, pero honesto con respecto ¿a qué?

– Pero Minho… lo trajiste a casa. ¡A nuestra casa! – exclamó -. Y el… – alzó las manos para cogerse la cabeza -, él es uno de esos, de esos…

– Es un chico normal Kibum – le miraba desafiante -, no lo encasilles.

– ¿Lo estas defendiendo?- pregunto atónito -. Realmente te hiciste amiguito del putito ese.

– No le digas así – se puso de pie y le enfrentó a pesar del mareo.

– Digo lo que es, es un puto, trabaja para ese viejo y quien sabe que pretende con esto.

Minho se había llevado ambas manos a la cara, se estaba enojando y lo último que quería era discutir y pelearse con Kibum.

– Jin no pretende nada Kibum – dejaba ver su rostro otra vez intentando calmarse y sonar razonable -, y por favor, no lo trates así – entornó los ojos y le miró de la forma más sincera que pudo. Frente suyo, el chico molesto no dejaba de verle ceñudo -. No te enfades.

– ¿Y cómo no? Hasta bebido llegaste – le recriminó con la mirada -, tú no eres así…
Minho sonrió y ladeó el rostro.

– No volverá a ocurrir – dijo a modo de promesa -, y no creo que vuelva jamás a toparme con Jin… – aquella extraña revelación le causó más desazón de la necesaria. Apretó los labios y lucho contra el sentimiento de tristeza que lo tomó por sorpresa. Y es que era cierto. Todo lo relacionado con Yang se había cortado y por tanto ya no tendría porque volverle a ver a él ni a sus trabajadores. Entre ellos estaba Jin. Jamás volvería a verle a él, ya no había un vínculo en común que los uniera y los hiciera topar y coincidir en cualquier lugar. Ya no había razón para verse, ni para hablarse. No eran amigos, ni cercanos, ni nada. A la mañana siguiente cuando Jin se levantase y se fuera sería la última vez. La última. Que extrañamente triste se sentía eso.

– Espero que me estés siendo sincero – habló Kibum, aun se oía algo receloso -. Me preocupo por ti, no quiero que un viejo verde y un niñato vendido te hagan daño – Bajó su mirada y el aspecto desenfadado que le transmitió hizo sonreír aun más a Minho, quien extendió una mano y le acaricio la mejilla.

– No seas bobo, no me pasará nada – se acercó y le abrazó, descansó el mentón sobre su hombro y le habló al oído -. Ya todo se acabó con el viejo ese y Jin… bueno Jin es otra cosa, solo es un chico bajo su control.

– Me pone celoso el tal Jin – murmuró abrazándose a él también -. ¿Por qué él puede hacerte beber y yo no?

Minho rió suave en su oído y Kibum sonrió aferrándose aun más a su cuerpo.

– Para mas remate es lindo – siguió -, definitivamente no me gusta nada, me alegra que no lo vuelvas a ver.

Su tono de voz caprichoso hizo que Minho soltará otra risita.

– Babo…

Así, abrazados y compartiendo el mínimo espacio se quedaron por un momento. Kibum bajó sus niveles de rabia y Minho ya comenzaba a quedarse dormido. Antes de que se hiciera más tarde el joven de la moda envió a su novio directo a la ducha. Entre protestas y movimientos remolones Minho caminó hacia al baño y se encerró para darse un ducha refrescante que le quitase todo aquel olor a alcohol. Luego de estar alrededor de quince minutos bajo el agua salió solo con una toalla cubriendo sus partes íntimas, lavó rápidamente sus dientes y salió del baño. Afuera Kibum había desmontado el sofá-cama que había en el living y traía del cuarto un par de almohadas y unas cuantas frazadas.

– Ya que decidiste pasarle nuestro cuarto al Jin ese… – espetó tirando las almohadas y las frazadas en el sofá-cama.

– Lo siento, no lo pensé.

Caminó hacía la cocina y dejó la ropa sucia dentro de un canasto. Llegó de nuevo al living y vio como Kibum hacia la improvisada cama. Pasó por encima de los blandos colchones con cuidado y se encaminó hacia su cuarto. Entró con sigilo, la cabeza aun le daba vueltas y no quería ser torpe y chocar con algo, no quería que el chico se despertase. Dentro Jin dormía a pata suelta, desparramado con un pijama gris de Kibum encima. Entonces vinieron a su mente las palabras de su novio: “Es lindo”. Sí, Jin era lindo. A su gusto, demasiado.
De pronto se encontró sintiendo envidia de Kibum. Él le había desvestido y puesto el pijama. Le había visto. Cuando dijo “Lindo” ¿se había referido solo a su rostro? Despejó bruscamente la cabeza de aquellos pensamientos y se enfocó en lo que había entrado a buscar. Ropa interior, un pantalón de pijama y una camiseta. Fue hasta el closet y no tardo en encontrar lo que necesitaba. Antes de salir le hecho un último vistazo a Jin y sonriendo suave abandonó el cuarto.

– ¿De qué te ríes? – preguntó Kibum. Minho negó con la cabeza sin dejar esa tonta sonrisa.

Una vez que ambos estuvieron listos para dormir se metieron dentro de las cobijas y no tardaron en conciliar el sueño, bueno, al menos uno. Minho lo logro de inmediato. Kibum tardó unos minutos más, digamos que rondo la casa un par de veces en busca de algo que solo él sabía y se asomó por el cuarto unas tres veces para observar a Jin. Se sentía perseguido y desconfiaba mucho de la presencia del extraño chico en su casa. Ya cuando el reloj marcaba casi las cuatro se obligó a dormir porque para su mala suerte, mañana tocaba trabajo. Sí, era domingo, pero tenía un desfile que cubrir y necesitaba estar al cien por ciento. En cuanto su cabeza hizo contacto con la almohada sus ojos se cerraron y se quedo dormido al instante, no sin antes aferrarse a la ancha y fuerte espalda de Minho, según él, el único ser que le daba una completa seguridad.

*******

Sentía su cara arder. Algo le estaba provocando un escozor que no le permitía seguir durmiendo. A regañadientes intentó escapar de aquello tan cálido y molesto que no le dejaba en paz, pero donde quiera que fuera eso estaba sobre su cara. Molesto enterró la cabeza en la almohada y ahora sintió la calidez sobre su nuca. El sol le estaba llegando de alguna parte y por la intensidad parecía que ya fuese entrada la mañana. Entonces recordó todo lo vivido la noche anterior, recordó la visita al viejo Yang, la salida con Jin, su ebriedad y su cama improvisada en el living. Despegó despacio la cara de la almohada y ahí estaba. Resaca. Un dolor de cabeza tenue le picoteaba la sien. Por instinto se llevó una mano a la cabeza y masajeo allí donde dolía, se volteó y miró por donde llegaba el sol. La luz se filtraba a través de los grandes ventanales, las cortinas estaban corridas por lo que la luz entraba directo. Con una mano haciendo de visera en su frente busco a Kibum con la mirada, no estaba a su lado. Ahora buscaba la hora en el reloj de pared a un costado y las manecillas le decían que ya eran las once de la mañana. Era bastante tarde. Se desperezó y se levantó casi arrastrando los pies, se rascó la nuca y caminó bostezando hacia la cocina. Escuchó unos ruiditos y vio a Kibum allí. Estaba cocinando. Al parecer preparaba el almuerzo.

– ¿No es muy temprano para que estés cocinando?

El pequeño saltito con el que reaccionó Kibum le dio a entender que le había asustado. Rió ante la sarta de injurias que lanzó al aire por haberle exaltado de aquella manera. Entre palabras atropelladas y risitas ambos compartieron la cocina. Minho se portó amable y en extremo cariñoso. Quería estar bien con Kibum y que todo lo ocurrido anoche desapareciera, lo referente a su discusión claro. Porque el rato pasado con Jin no lo olvidaría jamás. Y ahora que lo pensaba… Jin dormía en su cuarto. ¿Estaría allí aun? La idea de que no esté y se hubiera ido en la mañana le provocó un temor molesto. Si así era había perdido la oportunidad de despedirse y la última imagen con la que se quedaba era la de anoche, cuando le vio dormir.
Se quedó pegado rememorando y Kibum lo notó, aunque no sabía lo que realmente atrapaba su mente. Tratando de despertarlo de su trance le dio una palmadita en el estomago y cuando tuvo su atención le apunto un vaso con agua y unas pastillas.

– Supongo que amaneciste con resaca… – hablaba sin dejar de picar y cortar verduras en la tabla.

– Emm, si, gracias… – tomó el vaso y las pastillas, se metió dos a la boca y las tragó con abundante agua. Quería saber que había pasado con Jin, la verdad es que se moría por saber si aún seguía en la casa o no. Pero no quería sonar ansioso y menos verse preocupado frente a Kibum. Para su alivio, fue él quien puso el tema sobre la mesa.

– El chico aun está en la habitación – comentó -, duerme como un tronco, es increíble – se mofó y levantó la tabla para arrojar el contenido dentro de una pequeña olla donde hervía agua.

– Aaahhh… – fue lo único que expresó, aunque por dentro la alegría de tenerlo aun en casa le provocó una sonrisa que agradeció que Kibum no viera.

– Recién lo fui a ver, al parecer no se despertara en un buen rato y cuando lo haga dale un par también – y apuntó el resto de pastillas. Minho asintió y dejó el vaso vacio sobre la encimera.

– ¿Y tú? – preguntó -. ¿Vas a salir?

Kibum asintió y tapó la olla al tiempo que lavaba los utensilios que había ocupado.

– Tengo un desfile – se volteó para mirarle. Estaba muy maquillado, con los ojos delineados, algo de base y brillo en los ojos y en los labios -. Ya sabes, a los magnates estos, les gustan los eventos grandes los días domingos – secó sus manos en el delantal que traía puesto y luego se lo retiró, lo colgó en un perchero cerca y abandonó la cocina. Minho le seguía y protestaba ante la idea de tener que pasar el domingo solo.

– Vamos, pero si estarás de lo más entretenido con tu nuevo amigo – ironizó, se dirigía hacia la zona de lavados he inspeccionaba que la ropa tendida cerca de la ventana estuviera seca.

– No es gracioso – musitó Minho. Se cruzó de brazos y se apoyó en el umbral de la entrada.

– Toma – Kibum le extendió unas cuantas ropas que estabas cálidas por el contacto con la luz del sol, estaban secas y lisas -, las he lavado, se la pasas cuando despierte.

Era la ropa de Jin. La tomó entre sus manos y la inspeccionó. Kibum volvía a salir en otra dirección, esta vez hacia el cuarto de baño y hasta allí Minho también le siguió.

– Tienes que apagar la olla en veinte minutos más, hice estofado de carne, para que coman y hay algunas frutillas en el refrigerador.
Frente al espejo retocaba un poco sus ojos y se ordenaba algunos pechones de pelo rebelde que se escapaban a su elaborado peinado.

– Eres… tan… genial – susurró Minho. Le observaba desde la entrada del baño y le sonreía de una manera encantadora -. Que haría sin ti.

– Pues nada – dijo mirándolo de soslayo -, está claro ¿no?

Minho sonrió y avanzó peligrosamente para abrazarlo y besarlo.

– No, no, no – exclamó Kibum cuando lo tubo muy cerca y Minho le besaba despacio la mejilla, se dirigía a su boca -, me vas a correr el labial.

– Que importa, después te maquillas otra vez.

– No, no, estoy atrasado – se liberó de su abrazo y caminó hacia el cuarto. Minho lo siguió de nuevo y por el camino se deshizo de las ropas de Jin, las arrojó cerca del sofá. En cuanto entró al cuarto vio al chico en la cama. Jin dormía boca abajo con las sábanas enrolladas entre sus piernas y todas las almohadas tiradas en el piso. Le hizo gracia la escena y rió divertido.

– Es peor que un niño – comento Kibum. Quien tomó una chaqueta de su armario y se la calzó presuroso. Antes de salir se unió a Minho en la puerta y se quedó observando al muchacho en la cama -. Me cuesta pensar… que no se trata solo de un simple chico…

– Pero lo es – murmuró Minho sin dejar de observar a Jin -, a pesar del modo en que se gana la vida, lo es, sigue siendo un chico… y creo que… bastante inocente.

Kibum le miró con algo de compasión y luego a su novio.

– ¿Qué edad tiene?

Minho pestañeo un par de veces y luego giró el rostro para observarle.

– No lo sé – contestó extrañándose el mismo de su respuesta -. ¿Unos veinte?

– No creo que tengas más de veinte, se ve bastante joven.

– Soy joven – murmuró de pronto un adormilado Jin -, a diferencia de ustedes, par de viejos casados – y se giró para sonreírles y mirarle con ojos entrecerrados.

– Ja! Aparte de borracho, chistosito – espetó Kibum, estaba sorprendido por su repentino despertar y su actitud tan confianzuda, lo trataba de viejo y ni siquiera lo conocía, vaya chico -, aunque, lo de casado no me molesta – soltó una risita y se abrazó a Minho – ¿Hace cuanto estas despierto? ¿No pensabas levantarte?

– Buenos días Jin – saludo el otro -. ¿Cómo amaneciste esta mañana? Oh, yo muy bien gracias – ironizó. Jin solo le contestó con una amplia sonrisa mientras quedaba acostado de espaldas y cruzaba los brazos detrás de su nuca.

– Tú debes ser Kibum – habló con voz cansada -, el novio perfecto de Minho…

El aludido miro a Jin y luego a su novio. Estaba un poco sorprendido. Una extremadamente ancha sonrisa apareció en sus labios.

– Vaya, es bueno saber que soy perfecto para ti – le dijo a Minho que sonreía con extrañeza -. Y tú debes ser Jin… el chico vendi…

– Déjalo en Jin solamente – le cortó el alto.

– Un gusto – dijo Jin de forma pragmática. Kibum le miró suspicaz. No contestó.

– Yo ya me voy – anunció. Se despidió de Minho con un gran beso. Claro, ahora no le importaba el lápiz labial.
Jin en la cama los observaba sin expresión alguna. El beso duró más de lo que Minho hubiese querido y se sintió hasta un poco incomodo. Cuando Kibum lo soltó Jin seguía observándolo, con esa mirada tan propia de él, que no refleja nada.

– Hasta más tarde cariño – le limpió con el dedo índice los restos de lápiz labial en su boca y se acercó para decirle algo más al oído -. Que se vaya cuanto antes.
Minho asintió y Kibum le sonrió, le dio una última mirada a Jin y salió del cuarto con un frio adiós.

– Espera, te voy a dejar a la puerta.

Ambos caminaron a atreves del desordenado living, lleno de almohadas y frazadas, hasta llegar a la puerta. Allí se despidieron nuevamente y Kibum volvió a pedirle que se deshiciera del chico cuanto antes y que también haría lo posible por estar en casa lo antes posible. Cogió su bolso de trabajo y salió de la casa con una extraña corazonada. Algo le decía que no debía salir hoy, que no tenía que dejar a Minho solo en casa y menos con ese niñato dentro.
Con pesar y a paso más lento subió al ascensor y se encaminó a su trabajo. Nada podía hacer salvo seguir con su laborioso día domingo.

En el departamento Minho volvía a su cuarto donde Jin seguía desparramado en la cama, tenía la mirada en el techo y parecía reflexionar sobre algo.

– ¿Y? ¿Qué tal dormiste? – preguntó apoyándose en el umbral de la puerta.

– Bastante bien – dijo sin apartar la mirada del techo -. ¿Por qué me trajiste a tu casa? – preguntó y esta vez le miró.

– ¿Qué? ¿No lo recuerdas?

Jin frunció el ceño, parecía estar haciendo memoria. Minho sonrió de medio lado de forma burlona y decidió contarle antes de que Jin siguiera rebanándose los sesos tratando de acordarse.

– Estábamos en el auto y… de pronto… moriste – y rió -, te quedaste dormido y cuando intente preguntarte donde vivías ya no había caso, tartamudeaste unas cosas que no entendí y bueno, te traje aquí, no me quedo mas remedio.

– Genial – masculló y volvía a mirar el techo -, hice el ridículo.

– Mmm… la verdad es que… sí, un poco – y rió otra vez. Jin se llevo ambas manos a la cara y se quejó en voz baja -. Es increíble lo mucho que hablas y lo sincero que te pones cuando estas ebrio.

Dejó de quejarse y se sentó de golpe en la cama, le volvía a dirigir la mirada pero esta vez cargado de nerviosismo.

– ¿Que fue exactamente de lo que hablamos?

Minho ensanchó su sonrisa y se cruzo de brazos, seguía apoyado en el umbral y se estaba divirtiendo con la situación. Le hacía bastante gracias jugar un poco con Jin al punto de ponerlo medio histérico.

– Aahh… no te lo diré.

– Dime – exigió y se puso de rodillas sobre la cama, le miraba con una extraña intensidad que a Minho le causó aun más gracia.

– No – zanjó -. Recuérdalo por ti mismo.

Y dicho esto abandonó el umbral para ir hacia la cocina. Sintió las tablas de la cama crujir un poco y unas pisadas seguirle a través de la casa. Miró hacia atrás sin dejar de andar y ahí venía Jin, con cara de pocos amigos y el cabello alborotado, se veía bastante gracioso con el pijama de Key, que le quedaba un poco grande.
Entró en la cocina y fue hasta el mostrador, tomó dos pastillas y llenó un vaso con agua mientras sentía a Jin detenerse en la entrada.

– Bueno me vas a decir o no – volvió a exigir.

– Ya te dije que no.

La sonrisa burlona seguía en su rostro, se volteó para mirarle con el vaso y las pastillas en la mano. Jin se limitó a fruncir el ceño y cruzarse de brazos en una postura amenazante. Temor era lo último que le iba a infundir a Minho claro.

– ¿Por qué quieres saberlo? – preguntó y avanzó despacio hacia el chico.

– Porque si – dijo cortante -, porque es normal que quiera saber las cosas que hable.

– ¿No será que tienes miedo de algo…?

Minho seguía avanzando y su cercanía inquietó a Jin, su parada amenazante se quebró en un dos por tres y su mirada se hizo esquiva.

– N-No… – retrocedió un paso y chocó contra el umbral -, ¿Por qué iba tener miedo?

– No se… dímelo tú.

Tenía al chico acorralado, nervioso y más vulnerable que nunca. Le resultaba gracioso causar tal desarme en el autocontrol de Jin. Era más fácil de intimidar de lo que había pensado, su postura altanera y despreocupada solo son una fachada que esconde una personalidad más tranquila e inocente. Inocente. Esa palabra sonaba extraña al tratarse de él.
Mientras observaba sus ojos inquietos y nerviosos ir del suelo, a la cocina, al living, a él y de nuevo al suelo recordó la pregunta que le había hecho Kibum.

– Ten – dijo y le extendió el vaso con agua y las pastillas – para la resaca.

Jin parpadeo confuso un par de veces y receloso tomó el vaso y las pastillas. Se quedó viendo a Minho con un poco de resentimiento, había captado el juego de “ponerlo nervioso sin causa” y se sintió algo avergonzado.
El alto le dedicó una sonrisa y con un gesto apuntó las pastillas.

– Tómatelas – le dio la espalda para echarle un vistazo a la comida en la olla que había dejado Kibum. Olía bien pero aun faltaban minutos para sacarla del fuego -. Oye… ¿Qué edad tienes?

El chico que ya se había zampado las pastillas y ahora se bebía el vaso con agua se mofó de su pregunta, entró en la cocina y con pasos decididos le encaró. Ahora era su turno.

– ¿Qué te hace pensar que te voy a contestar? – Dejaba el vaso en la encimera al tiempo que le dedicaba una sonrisa altanera -. Tú no me dices lo que quiero saber… porque habría de contestarte yo ahora.

Minho se cruzó de brazos y le devolvió la sonrisa. Jin era bastante astuto, siempre lograba salirse con la suya.

– ¿Diecinueve? ¿Veinte? – se aventuró. Pero el chico no hizo más que ladear la cabeza y mirarle con una ceja en alto.

– No te lo diré.

Su postura caprichosa y resentida le divertía. En vez de molestarse, porque Jin se la estuviese devolviendo, le divertía su actitud. Sentía ganas de sonsacar aquella información a toda costa, aunque no fuera relevante, y para aquello utilizaría un par de tretas que conocía.
Pero sin querer allí estaba de nuevo, perdiéndose otra vez en ese par de ojos cafés y estirando la mano para llegar a tocar un mechón de su claro cabello. Eso no estaba bien.
Recordó fugazmente la noche anterior, precisamente el momento en que por un impulso levantó su mano y limpió los restos de alcohol que se escapaban por la comisura de sus labios, aquello había sido extraño, perturbador y sin explicación, porque no la tenía para el vértigo que sintió en esos momentos. Ahora era igual, el vértigo volvía y el estomago se le hacía un nudo. Lo peor de todo es que Jin se dejaba. Se dejó acariciar en la mejilla y se dejó ordenar el cabello tras la oreja.
Esta no era la treta que tenía en mente, había perdido el control de su juego en cuanto miró más del tiempo debido sus ojos y dejó de sentir el suelo bajo sus pies. Solo sentía su piel bajo el contacto de su mano. Su mano, que no quería apartarse de su rostro y que después de ordenar su cabello había bajado hasta su cuello. Podía hasta sentir su pulso. Estaba acelerado igual que el suyo. ¿Nervioso? Si, como él. ¿Le estaba pasando lo mismo? ¿Sintiendo lo mismo? Si era así en realidad no quería saberlo. No quería pensar en lo que sería capaz de hacer si supiese que Jin sentía las mismas cosas. “Las cosas… que sería… capaz de hacer” se repitió en su mente y su vista bajó hasta sus labios. Vio como Jin los separaba milimétricamente, gesto que para cualquiera hubiera pasado desapercibido, pero para él no porque se le había hecho agua la boca.
¡Diablos! Estaba jodido.
De pronto sintió unas ganas enormes de ser sincero y quizás hablar más de la cuenta. No lo pensó y solo dejó que las palabras salieran. No sin antes tragar saliva y quitar la vista de la tentación que le resultaban sus labios. Volvía a clavarse en sus ojos que no dejaban de verle con una extraña ansiedad escondida.

– Anoche me dijiste… que yo pretendía algo contigo – hablaba despacio, casi en susurros, como si temiera que el momento se quebrara si subía la voz. Su mano temblaba ligeramente, pero no podía apartarla de su cuello, la caricia que hacía con el pulgar sobre su mentón se volvió suave y casi imperceptible -, que sabias que yo…

Se quedó en silencio. En un abrupto silencio porque de pronto una no muy lejana realidad cayó como cuerpo muerto sobre él. Y así, como si se le estuviese revelando el secreto más grande de su vida Minho comprendió. El vértigo, los nervios y los impulsos involuntarios. Todo, todo tenía una explicación y un sentido. Y sintió miedo, miedo de lo que quizás acababa de descubrir.

– Que tú que – exigió Jin. Su mirada era más ansiosa y Minho se sintió indefenso. Su mente se hizo un lio y no sabía si seguir o no. No lo aceptaba. No quería.

Iba a decirle cualquier mentira para terminar con la situación cuando sintió la mano de Jin sobre la suya. Tocaba sus dedos y acariciaba el dorso. Y volvía a caer, su control se desvanecía y abría la boca como buen chico para seguir hablando con la verdad.

– Que tu a mi me… – tragó saliva -, me gustas.

Eso se oyó más revelador y fatídico de lo que realmente era. Ahora sí que se sentía caer, caer en un pozo o un abismo que no tenía fin acompañado de la estupidez y la vergüenza. El rostro le ardía un poco y siguió hablando antes de que Jin pensara que aquello era alguna clase de declaración, cosa que obviamente no era.

– Eso dijiste… – y repitió de forma textual lo que recordaba -, “Se que te gusto… y que intentas ligarme”…

Esperó alguna clase de respuesta o reacción de su parte, pero Jin a penas pestañeó un par de veces. El chico seguía acariciando el dorso de su mano y para ser sinceros esa caricia le estaba matando. Tenía que cortar con esto ahora. Era demasiado.
Y por tercera vez se repitió en su mente que lo que estaba pasando “no estaba bien”.

– ¿De verdad crees eso? – preguntó Minho en un tonó fingidamente petulante. Le estaba bajando el perfil al asunto y haciéndolo ver quizás como un malentendido.
A Jin, que tampoco se le escapaba nada, percibió su cambio de actitud y a modo de reacción debuto al instante la caricia en su mano, su mirada se hizo dura y Minho pudo captar un deje de… ¿decepción?

– ¿Qué? ¿Acaso es mentira? – preguntó un poco incrédulo. Inconforme.

Volvía a dejarlo sin palabras. No sabía que contestarle. Ni él tenía claro si era mentira o no, aunque, si no lo era, no estaba dispuesto a aceptarlo.

– Aaa… pues, Jin – bajó la mirada un segundo -, yo tengo novio y… tu, bueno, tu eres…

– ¿Yo qué? – cortó y restiró su mano de la de Minho de inmediato -. Que soy.

– Tú…

Levantó la mirada y se quedó mirando sus ojos que ahora le veían con resentimiento. La había jodido. Había hablado de más y le estaba dando la peor escusa del mundo, la escusa que ni el mismo se creía y por la que nunca creyó rechazar a Jin. Pero es que… ¿Cuándo la situación se volteó de esta manera? Es como si se estuviesen declarando y pidiendo explicaciones, era absurdo. Aunque Minho estaba dando las explicaciones equivocadas. Y con eso… no bastaba decir nada más. Ya todo estaba claro. Él solito se había puesto la soga al cuello.

Jin sonrió incrédulo y de un movimiento quitó la mano de su cuello, retrocedió un par de pasos y abrió los brazos.

– Anda, dime lo que soy – le retó -, anda, restriégame en la cara que no soy digno de nada.

Estaba furioso y sus manos se habían vuelto puños, le miraba con rencor y algo de tristeza. Estaba terriblemente decepcionado.

– Cállate, no digas eso – pidió -, no era eso lo que quería decir.

– ¿A no? – dijo con sorna y bajó los brazos -, entonces dime…

– Jin… – intentó hablar y acercarse al muchacho, pero este retrocedió los pasos que Minho avanzó.

– ¿Porque soy un puto cierto? Eso es lo que soy… – se dirigía de espaldas hacia la salida de la cocina y en su mirada brillaba más que nunca la tristeza -, es lo que ibas a decir – y se detuvo. Minho también lo hizo y sintió una pena y una vergüenza infinita porque era cierto. Era lo que había pensado y la excusa barata que iba a decir para defenderse de algún modo del tonto encantamiento del que se sentía preso. Encantamiento provocado por la persona que menos esperaba o quería sentir algo.

– Jin mira…

– Eres igual a todos – musitó con desprecio -, me largo – sentenció y dio media vuelta hacia la habitación.

– No Jin espera – le siguió Minho -, déjame explicarte, no es así, no es lo que piensas.

El chico llegó a la habitación y rebuscó su ropa entre el suelo y las sábanas. Al instante llegó Minho deteniéndose en la entrada.

– Jin escúchame, entendiste todo mal, no era eso a lo que me refería…

– No quiero seguir escuchándote – decía mientras recorría todo el cuarto buscando sus prendas -, mentiroso.

– Jin, por favor – pedía mientras lo observaba poner patas arriba toda su habitación.

– ¿Dónde está mi ropa? – preguntó de forma abrupta deteniéndose en mitad del cuarto -. Dámela.

– Jin – llamó el otro sonando algo desesperado. Avanzó un par de pasos dentro de la habitación hasta estar frente al chico de nuevo -. Escúchame, entendiste mal – explicaba -, yo no creo que no seas digno nada…

– Pásame mi ropa – le cortó perdiendo la paciencia.

– ¡Jin escúchame! – exclamó -. ¡Entiende! No es lo que piensas.

El chico se llevó las manos a la cintura y bajo la mirada, parecía contener sus ganas de golpearle o gritarle.

– ¿Me vas a decir donde esta? – su voz se oía ronca y amenazante. Minho se quedó viéndolo incrédulo, desesperanzado y triste. Jin no pensaba escucharlo ni cambiar de parecer. Estaba decidido a no cruzar más palabras con él y lo entendía, le había herido y en parte se lo merecía, pero no lo aceptaba. No podía dejar que las cosas acabasen así, no ahora.

– Están en el living.

En cuanto dijo esto Jin salió. Allí encontró su ropa lavada. Miró de reojo a Minho que venía tras él y se quedó quieto por unos segundos sin saber qué hacer. Cuando el alto estuvo a su lado suspiró y le explicó que la ropa la había lavado Kibum, Jin no dijo nada, y allí frente a él se comenzó a desvestir. En cuanto se quitó la camiseta Minho comenzó a tartamudear y decidió darse la vuelta. Se había puesto nervioso de la nada y sus ansias porque Jin lo escuchase y entendiese se evaporaron, en su mente solo se daba vuelta el trozo de piel expuesta que había alcanzado a ver. Es tonto pero, era raro que algo así lo descompensase tanto.
Mientras seguía tartamudeando algunas tonterías escuchó el sonido de la bragueta de los vaqueros y luego a Jin pasar rápido por su lado, hacia la habitación de nuevo. Ya se había cambiado y bastante rápido. Allá lo siguió de nuevo Minho. El chico estaba concentradísimo calzándose las zapatillas y cogiendo su móvil del velador.

– ¿No vas a escucharme?

Nada. Una vez que Jin estuvo listo salió del cuarto haciéndole el quite y avanzó decidido hasta la puerta principal.

– ¡Hey! Jin, por favor.

El chico estaba abriendo la puerta cuando Minho la volvió a cerrar de un portazo interponiéndose entre él y la madera. Estaba un poco agitado y su mirada reflejaba lo desesperado que estaba. Jin no se podía ir así, no era la forma en que tenía planeado que acabaran las cosas.

– Créeme – murmuró. Jin se había apartado un poco de la puerta y cruzado de brazos miraba en cualquier dirección -. No soy como todos y si eres digno de muchas cosas, eres un chico muy inteligente además de que sabes que no te juzgo… – hablaba de forma algo atropellada, como si quisiera explicar un montón de cosas y las ideas y frases en su mente se arremolinaban para salir sin un orden muy coherente -, jamás te he juzgado por lo que haces y es más… te he ofrecido mi ayuda…

– No necesito tu ayuda – le interrumpió, le miro enojado al tiempo que se hacia una coleta con el pequeño elástico que tenía en la muñeca -, ahora quítate, me quiero ir.

– No, no dejare que te vayas así, no hasta que me entiendas.

– ¿Y porque siempre tengo que ser yo el que entienda? – preguntó amenazante -. ¿Qué hay de ti?

Minho guardo silencio, no sabía bien a lo que se refería.

– Cobarde… – murmuró Jin y volvió a tomar el pomo de la puerta. La abrió empujando despacio a Minho que estaba encima.

– Jin – lo tomó por la muñeca y detuvo su ida -. Jin mírame.

El chico hacía presión para intentar abrir más la puerta, pero Minho parecía de piedra y no pensaba moverse. Rehuyó por un rato su mirada pero después decidió mirarle.

– No te juzgo – dijo en un tono bajo, casi en un susurro -, nunca lo he hecho y jamás lo haría – despacio se comenzó a alejar de la puerta pero sin soltar a Jin -, te acepto tal cual eres… así te conocí y así me… – se cortó y decidió no ser completamente honesto -, y así me agradas, pero sabes que lo que haces no está bien, sabes que puedes llevar una vida mejor y esa es la ayuda que yo te ofrecía, solo eso… jamás me atrevería a decir que no eres digno de algo, porque sinceramente… – suspiró, cerró los ojos y bajo ligeramente la cabeza -, sinceramente lo vales todo.

Perfecto, lo había dicho, ahí estaba, lo acababa de reconocer y ahora podía dejar que se lo comiera la vergüenza y la desvergüenza. Estaba aceptando un hecho que hace tan solo minutos rechazaba y ocultaba con ímpetu. Pero ya estaba, lo había dicho y cuando uno dice las cosas en voz alta es porque las está asumiendo, mas si es en presencia de otra persona, mas si es en “su” presencia.
Le ardía la cara y el corazón parecía adquirir vida propia. Sin querer se encontró apretando más de lo debido la muñeca de Jin y decidió soltarlo. Después de haber dicho aquello sintió que no le importaba si el chico se iba o no. Había sido honesto y ya estaba en tela de juicio de Jin si creerle o no. Aunque su corazón anhelaba y apostaba para que el chico se quedara.

– Eres bastante malo para esto – dijo Jin con una sonrisa cansada -, he escuchado mentiras mejores ¿sabes?

Minho levanto la cabeza incrédulo. Jin no le había creído nada, ni una sola palabra, como era posible si estaba siendo más honesto que nunca, más honesto de lo que su mente lo dejaba ser comúnmente.

– ¡Jin, no son mentiras! – exclamó.

– Ya… lo que tú digas – se acomodó despreocupado un mechón de pelo detrás de la oreja y abrió aun más la puerta para salir -. Gracias por el alojamiento…

– No…

– Déjale mis saludos a Kibum-ah – finalizó de forma sarcástica.

– Jin, no… – intentó detenerle tomándolo por la muñeca otra vez pero Jin fue más rápido y salió del apartamento para tomar la manilla por el otro lado -. No termines así las cosas, no se suponía que acabáramos de esta manera…

– Adiós – cortó y cerró la puerta de un solo golpe.

– ¡Jin! – gritó y golpeó con un puño la puerta -. Mierda.

Era tan fácil como abrirla y seguir al chico, correr tras él y convencerle de que había sido sincero. Que él era una persona extrañamente especial para él. Especial por motivos exactos que aun desconocía, pero que si le creía estaba seguro de querer conocer y aceptarlos. Era así de fácil, así de sencillo. Pero Minho no lo hizo. Se quedó allí, en su departamento, tras la puerta maldiciendo como un adolescente y reprimiendo las ganas de salir tras él.
Jin tenía razón. Si era un cobarde. Y uno de los peores, de esos que le temen al cambio, a vivir cosas nuevas y quebrar sus propios esquemas. Porque no estaba en sus planes fijarse en otra persona, no estaba planeado el dejar de querer a Kibum y definitivamente no estaba en sus planes tener sentimientos por un chico como Jin. Era problemático, era complicado y la verdad es que le daba miedo. Jin era un universo tan alterno y aparte, uno tan peligroso y corrupto que le daba miedo. Pero miedo de lo que Jin fuese capaz de hacerle, provocarle u herirle.
Apretó los ojos y golpeó de nuevo la puerta. La palabra cobarde rebotaba una y otra vez en su cabeza. Se sentía mal, pésimo, tenía rabia, mucha rabia. Se apartó de la puerta y caminó frustrado hacia el sofá-cama, se arrojó en él y hundió el rostro entre las almohadas, ahogó un gritó y apretó el agarre de la misma con sus puños. Parecía un niño pequeño al que no han podido cumplirle su capricho. Solo le faltaba ponerse a llorar y hacer pataleta con los pies.
Ofuscado despegó la cabeza de la almohada y cuando lo hizo lo primero que vio fue el pijama gris de Kibum tirado a un lado. Jin lo había dejado allí desparramado. Dudoso lo cogió y lo acercó a su cara. El olor natural de su piel impregnado a la ropa le llegó de forma instantánea. Las tripas se le revolvieron y el pecho dejó de hacerle presión. ¡Maldición! Ya no podía seguir negándoselo. Sentía algo por aquel muchacho, era evidente, seguir evitándolo sería mentirse a sí mismo y ya basta de eso. Jin le atraía, y mucho. Pero… ¿Cuándo paso? Había tenido varios encuentros con él pero ninguno había sido la gran cosa hasta anoche, que compartieron más de lo debido y hasta a su casa lo había traído a pasar la noche. ¿Cuándo le había tomado tanta confianza? ¿Desde cuándo se le revolvía el estomago?
Exhaló frustrado. Arrojó el pijama lejos y volvió a hundir la cara en la almohada.

– Eres un estúpido Minho – balbuceó entre la tela -, un estúpido.

El sonido de la olla en la cocina le hizo levantar la cabeza. Se escuchaba claro el sonido del agua hirviendo y desparramándose. Se levantó rápido y fue hasta la cocina. Ya se estaba pasando en la hora de cocción asique apago el fuego y dejó reposando la comida. La verdad es que no tenía ganas de comer. No tenía ganas de nada, lo único que quería era tumbarse en algún lado y pensar en lo idiota y desafortunado que era.
Salió de la cocina para dirigirse a su cuarto, y cuando estuvo allí se arrojó sobre la cama. Que mala idea había sido aquella. El olor de Jin estaba por todas partes. Suspiró frustrado y se levantó para ir de nuevo hasta el living. Estaba por tirarse sobre el sofá-cama de nuevo cuando el timbre resonó por todo el departamento. Su vista se congeló en la puerta. “Jin”, fue lo primero que pensó y casi corrió hasta la entrada. Cuando tubo la manilla bajo su palma dudo si abrir o no. Se permitió un par de segundos para respirar y tranquilizarse, cuando el timbre sonó por segunda vez no espero mas y abrió de un tirón. Lo primero que experimento cuando se abrió la puerta fue un fuerte empujón en el hombro que lo hizo trastabillar hacia un lado. Un corpulento hombre de terno oscuro le había empujado y se abría paso para entrar en su departamento, tras el venía otro sujeto que siguió el mismo procedimiento.

– ¿Pero qué…? ¿Quiénes son ustedes? – preguntó sorprendido por la intrusión.

Tras los dos hombres de terno había entrado un tercero, y tras este apareció nada menos que el señor Yang. Minho se quedó en una pieza al verle allí.

– Señor Yang… – musitó -. P-pero ¿Qué hace aquí? – preguntó desconfiado, los tipos grandulones que habían entrado primero se paseaban por su living inspeccionando todo, Minho los miraba de reojo -. ¿Por qué invade así mi casa? Pensé que habíamos quedado claros. No tenemos nada más que hablar.

El señor Yang le sonrió y se apartó de la entrada para hacer pasar a los que faltaban.

– Yo creo que si – dijo e hizo una seña hacia el pasillo. Entre protestas y forcejeos otros dos grandulones aparecieron sujetando a Jin, lo traían agarrado uno de cada lado y lo metieron al departamento bajo exclamaciones y amenazas del chico -. Creo que quedaron algunas cosas pendientes que debemos aclarar.

Bajo la mirada atónita de Minho los grandulones llegaron hasta el living sin soltar al muchacho y entonces Yang cerró la puerta.

– ¡¿Qué me sueltes?! – gritó Jin intentando dar de patadas a los sujetos ya que sus brazos estaban sujetados fuertemente -. No iré a ninguna parte ¡Suéltenme!

– Suéltenlo – saltó Minho y se acercó al viejo Yang -. ¿Qué es esto? – preguntó colérico -. ¡¿Qué está pasando?!

El viejo rió y caminó hasta Jin quien respiraba fuerte y parecía estarle doliendo el agarre de los otros dos.

– ¿Te enfada verlo sufrir? – preguntó el viejo acariciándole el rostro a Jin. El chico corrió la cara en el acto y Yang se la sujeto por el mentón con brusquedad -. ¿Ah? ¿Te enfada? – volvió a preguntar y le dirigió a Minho una mirada cargada de soberbia.
Al ver que no había respuesta le hizo una seña a uno de los tipos que sujetaba a Jin. El grandulón apretó su agarre y Jin soltó un grito de dolor que hizo reaccionar a Minho.

– ¡Para! – exclamó y se acercó unos pasos -. No le hagas daño.

Otra seña de Yang y el grandulón aflojó su agarre.

– ¿Creíste que no me iba a enterar? – preguntó el hombre con prepotencia -. ¿Qué no me iba a dar cuenta? – caminaba unos pasos hacia Minho -. ¿Qué no iba a saber que te estabas metiendo con mi mocoso?

Perturbado y temeroso por lo que estaba ocurriendo miró al señor Yang y luego a Jin que se recuperaba del dolor con la cabeza gacha. Lo inspeccionó rápido con la mirada y se dio cuenta que tenía tierra en parte de la ropa al igual que un rasmillón en la parte alta de su brazo y una pequeña herida en su labio superior. Le habían pegado. Los malditos estos le habían pegado.
Minho apretó un puño y miró con odio acumulado al viejo Yang. Sí, los habían pillado. ¿Cómo? No tenía idea, pero el viejo se había pasado. Le había puesto las manos encima al chico, eso no se lo iba a perdonar.

– No es lo que estas pensando – habló utilizando el mismo tono amenazante que el viejo -. Yo no tengo nada con Jin y…

– Hahahaha – rió fuerte y avanzó por el living -. ¡Por favor! Ya no estamos en edad para juegos. ¿Crees que te voy a creer?

– Es la verdad – puntualizó -. No ha pasado nada y lo que creas no te da derecho a pegarle.

Yang borró su sonrisa y se acercó a Jin de nuevo. Minho se puso nervioso.

– ¿Qué no tengo derecho a pegarle?

El viejo levantó la cara de Jin al tiempo que le estampaba una voraz cachetada en la cara. Minho se abalanzó al instante pero los cuerpo de dos grandes musculosos le bloquearon el paso. La risa de Yang se escucho de nuevo, más fuerte y más sarcástica.

– ¿Y me vas a seguir negando que no tienes nada con él? – mientras hablaba había hecho un gesto con la mano, y los dos grandulones que antes estaban frente a Minho ahora se arrojaban sobre él para cogerle. Entre manotazos, insultos y patadas lograron sujetarlo y dejarlo indefenso tal cual estaba Jin. El chico con la mejilla roja y los ojos acuosos le miraba con un deje de suplica y arrepentimiento. A Minho se le hizo añicos el corazón y se juro que haría hasta lo imposible para que no la cargaran con Taemin, después de todo el único culpable de esta situación era él. El invitó a un par unas copas y él lo trajo luego a su casa. Que el viejo se desquitara con él no importaba, que siguiere lastimando a Jin… eso si que le dolía.

– Pensé que eras un chico de bien Minho – habló el viejo -. Ya sabes, de esos tipos correctos, brillantes, exitosos – decía mientras se paseaba entre Jin y él -. Pero resultaste ser como todos… – se acercó al chico quien por reflejo se encogió y agachó la cabeza. Minho se revolvió inquieto entre los brazos de los grandulones que lo tenían atrapado -. Si te metiste con este… entonces eres capaz de cualquier cosa… – tiró de la coleta maltrecha de Jin quitándole su elástico. El pelo claro calló sobre su cara y Yang lo sujeto para tirarle la cabeza hacia atrás -. Eres un sucio Minho… igual que todos.

Soltó al chico y Minho se relajó.

– Yo sabía… ¡Lo sabia! – exclamó el viejo caminando alrededor de Jin -. Sabía que algo tenías que ver en la deserción de Minho. ¡No soy ningún tonto! Ya lo habías hecho antes ¿Por qué no ahora?
Jin levantó la mirada y sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la cara, pero no le contestó nada, se limitó a mirarle por sobre el hombro, tras el viejo y frente suyo la mirada preocupada de Minho le interesaba más -. Pero ahora la cagaste… – siguió hablando el viejo -. ¡Ahora te metiste con él! Creí que era otro de tus ataques de celos y que lo habías apartado pero no… – le encaró, Jin tuvo que dirigirle la mirada -, te gusta, te gustaba para ti y te metiste con él. ¡Con él maldita prostituta!
Y ahí iba otra cachetada. Minho se tensó y lucho en vano con los sujetos que cada vez le hacían más daño con sus agarres.

– ¡Ya déjalo! El no tiene la culpa.

Yang dio la vuelta y le miró con esos ojos llenos de cólera que parecían irradiar fuego.

– Ya te dije, no pasa nada, solo nos conocemos, es todo – trató de razonar, aunque sabía que era en vano, al viejo ya se le había metido entre ceja y ceja que él y Jin le engañaban.

– No lo defiendas – acusó -. Tu no lo conoces, yo sí. No sé qué mentiras te habrá dicho ni con que ideas te habrá engatusado, pero solo eran maniobras para engancharte… es un experto – decía apuntando a Jin -, es lo que mejor sabe hacer… es a lo que se dedica.

Minho le miraba confuso, luego miró a Jin quien le devolvía la mirada.
No, Jin no sería capaz de eso. No de engañarle y manipularlo. Lo poco que habían vivido y compartido había sido real y no un capricho del chico… ¿O sí?
La risa del señor Yang le hizo salir de sus cavilaciones.

– ¿Lo ves? Lo estas pensando – borró su sonrisa de golpe y se acercó a Minho para hablarle casi en un susurro -. Te lo dije, es un experto – y volvió a sonreír de manera burlona, se alejó y continuó hablando en voz alta -. Aún así joven Choi, debó decir que cometiste un gran error al meterte con mi putita personal – le sonrió a Jin quien apartó la mirada asqueado -. Muy culpa de Jin será pero también cometiste un error al seguirle.

El viejo se volvía a acercar y a hablar en susurros.

– ¿Qué tal he? Es una buena puta ¿cierto? – su voz estaba cargada de recelo y morbosidad -. ¿Te lo montaste bien? ¿Te la chupo hasta dejarte seco?

– Eres un viejo… asqueroso… – murmuró Minho -. Ya te dije que no paso nada de eso.

– ¿A no? – rebatió el viejo y levantó una mano para darles una orden a sus subordinados -. Llévenlo al cuarto – dijo sin voltearse a mirar al chico. Los guardias reaccionaron de inmediato y arrastraron a Jin, quien se debatió un poco, hasta el cuarto de Minho.

– ¡¿Dónde lo llevan?! – pregunto asustado. La sonrisa de Yang no le tranquilizo nada.

– Vamos a ver… que tan cierto es lo que estás diciendo.

Sin dejar esa sonrisa que Minho tenía ganas de borrar de un puñetazo el viejo siguió a los otros guardias y entró en la habitación, desapareciendo de su vista. Las protestas de Jin le llegaron a través de la pared alterando sus nervios que de por sí ya estaban bastante crispados.

– ¿Qué le estarán haciendo?- murmuró en vos baja bastante atemorizado, se estaba imaginando lo peor.

Uno de los guardias extendió una mano frente a él y le enseño dos dedos extendidos.

– ¿Qué no lo pillas? – le preguntó y el otro guardia soltó una risita igual de petulante que las de Yang -. Están viendo si te lo tiraste o no.

Ambos gorilones rieron y Minho lo entendió.

– Vaya cojones hombre para meterse con la ramera del viejo – dijo uno de los tipos y más risitas acompañaron su comentario.

– Yo ni amarrado – le siguió el otro -, el viejo es capaz de matarme.

– Te compadezco hombre.

Sintió como el sujeto le daba unas palmaditas en la espalda con su mano libre. Estaban hablando puras tonterías, mas le importaban las exclamaciones de Jin en el cuarto y las cosas malas que seguro le estaban haciendo.

– Aunque el chico esta de primera… ¿a qué si? – seguían los tipos.

– ¡Bueno ya! – exclamó Minho. Su repentino enojo causo gracia en los dos sujetos que habían comenzado a molestarle y a causarle más dolor en su agarre. Estaba ya por gritar del dolor cuando la figura de Yang aparece en el living de nuevo.

– Increíble – exhaló -. O le lavaste bien el culo o… eres un gilipollas. No te lo tiraste.

La sonrisa morbosa del viejo no le hizo gracia, y aunque debía sentir alivio de que hubiera comprobado que todo lo que decía era cierto, la verdad es que ahora estaba más tenso y preocupado.

– Llévenlo al cuarto también – ordenó.

A tropezones y empujones malintencionados los tipos llevaron a Minho hasta el cuarto donde tenían a Jin sujeto como antes, solo que esta vez con la camiseta levantada y el pantalón abierto.
Observó de inmediato su rostro, apenas le vio entrar había esquivado su mirada, tenía las mejillas rojas y el ceño caído. Estaba avergonzado. Y como no, si lo que le habían hecho era casi un ultraje.
No se dio cuenta en qué momento los tipos lo soltaron. Estaba tan pendiente de Jin y de tratar de captar su mirada para infundirle un poco de confianza que no supo el momento en que lo tumbaron boca arriba en la cama y el viejo Yang se sentaba a los pies de la misma.

– ¿Qué hacen? ¡Suéltenme! – exigió -. Ya sabes que entre Jin y yo no paso nada, que mas quieres.. ¡Suéltame!
Yang rió de nuevo.

– No joven Choi, nada me asegura que tú realmente no te metiste con mi chico – Minho suspiro frustrado, no podía creerlo, el viejo iba a seguir dudando de él ¿con que fin? -. Y como yo soy el engañado en toda esta situación… quiero que paguéis – y sonrió de esa forma tan petulante que Minho odiaba.

– Que quieres – dijo con brusquedad -. ¿Dinero? ¿Mi auto? ¿Mi casa?… ¿Mi trabajo?

– Hahaha… no joven Choi… ¿Para qué quiero yo todo eso? Ya lo tengo… no necesito más dinero, no necesito tu casa, ni tu auto y mucho menos tu trabajo, no soy de ese estilo.

– Entonces quieres matarme… ¿Es eso? – encaró sin miedo. Sintió la mirada preocupada de Jin posarse sobre él.

– No… – dijo despreocupado -. Tampoco soy de esos tipos que matan a rienda suelta, no es mi estilo tampoco.

– No – murmuró Jin. Hablaba por primera vez y captaba la atención de todos los presentes en la habitación -. Yang no… por favor. No.

El viejo se quedó mirándolo. Los ojos de Jin suplicaban y los de Yang lo retaban. Así estuvieron un buen rato en el que Minho no entendía que pasaba, los nervios se lo estaban comiendo vivo y la sumisión del chico le dio a entender que algo realmente no andaba bien, algo iba a pasar y sería muy malo.

– Te importa el tipo este… – habló el viejo haciendo un gesto hacia Minho pero sin despegar sus ojos de Jin -. Realmente te gusta….

A Jin se le comenzaban a llenar los ojos de lágrimas y Minho estuvo más inquieto que nunca, intentó zafarse de los tipos con todas sus fuerzas pero no lo logro. Un potentísimo golpe en el abdomen lo dejo de sin aire y en estado fetal sobre la cama. Apretó los ojos con fuerza para bloquear el dolor y cuando los abrió vio como Jin asentía ante el último comentario de Yang. En otro momento, saber aquello quizá le hubiese alegrado al punto de gritar y saltar como un loco pero en este momento era una tragedia. La mirada de Yang se hizo de hielo y al tiempo que se ponía de pie crispaba sus puños para aventar uno sobre la cara de Jin. Un golpe seco y la figura del chico desapareció de su vista.

– ¡Jin! – exclamó a duras penas. El puñetazo en el estomago aun le dolía un montón.

– ¡Zorra estúpida! – gritó el viejo y retrocedió los pasos que había andado para volver a sentarse en la cama -. Como te atreves a reconocerlo en mi cara… ¡Levántenlo! – ordenó a los tipos y Jin volvía a estar en el campo visual de Minho. Tenía todo el pelo lacio sobre la cara y su boca, que era lo único que podía ver estaba cubierta de sangre.

– Jin – murmuró Minho y experimentó una pena tremenda. El chico estaba derramando lagrimas, las que se abrían paso como un fino camino invisible entre la sangre. Era una imagen desconsoladora y la impotencia que sentía por no poder defenderle le hacía sentir aun peor.

– Supongo joven Choi – dijo el viejo tratando de retomar la compostura -, que Jin te habrá hablado de la magnificencia que represento… – Minho no contesto, se limitó a mirarle con todo el desprecio que pudo -. Y que soy un hombre de palabras… y de deseos cumplidos… – se puso en pie de nuevo y caminó hasta Minho, se inclinó sobre la cama y puso el rostro a su altura. Si tan solo hubiera tenido una mano libre Minho le revienta a golpes -. Yo siempre obtengo todo lo que quiero… – le susurró de forma provocadora.

– Yang no por favor – rogaba Jin otra vez -, déjalo, por favor.

– ¡Tu cállate! – le gritó y se movió rápido para propinarle otro golpe en la mejilla.

– ¡Ya basta! ¡Déjalo! No la cargues con él… – pidió Minho -. Soy yo al que quieres ¿no?

Yang se había volteado a mirarle. Captaba su atención otra vez por su puesto.

– Entonces déjalo en paz, resuelve las cosas conmigo.

– ¡No Minho! – exclamó Jin -. ¿Qué no te das cuenta lo que quiere? ¡No lo hagas!

– ¡Cállate Jin! – Exclamó con más melancolía de lo que hubiera querido -. No te metas.

– Minho no… – rogó y otro par de lagrimas rodaron por sus mejillas.

– Pero que cuadro más enternecedor – se mofó el viejo -. Odio ser el malo de la película pero… esto pasa cuando la gente juega a mis espaldas.

El viejo se sentó en la cama a un lado de Minho y poso una mano sobre su mejilla.

– Tan joven, tan masculino, tan bien dotado – decía al tiempo que descendía su mano por su cuello hasta llegar a su pecho. Minho se estremecía a horrores bajo el contacto -, tan inteligente y tan… imposible… – sonrió -. Las cualidades que siempre me han atraído, sobre todo la de “imposible”… me encanta hacerlas posible.

– Eres asqueroso – murmuró Minho. Yang le sonrió y siguió acariciando hasta que llegó a su pantalón, donde presiono y apretó un poco. Minho se mordió el labio y aguanto las ganas de vomitar allí mismo.

– Tú decides – dijo el viejo y levanto la mano para darle una orden a sus guardias.

Uno de los tipos que sujetaba a Jin sacó una pistola y apuntó rápidamente la cabeza del muchacho. Jin se retorció asustado y las lágrimas aumentaron.
Estaba perdido. En cuanto vio el arma supo que no tenía salida, era el chico o él, y él prefería obviamente al chico. Eso significaba que…

Su mente colapso por unos minutos. El arma apuntando la cabeza de Jin. Los tipos que lo tenían preso y no le dejaban moverse. La mano de Yang haciendo presión en aquel lugar.
Esto era una pesadilla. Una maldita y jodida pesadilla. En la que el decidía sacrificarse por el bien de otro. Por el bien de un chico que en pocas palabras, sin hacer nada, había conseguido alborotarle el corazón y la mente, que había despertado sentimientos y sensaciones vertiginosas que con Kibum ya estaban dormidas. Un chico que había llegado a su vida sin aviso y decidió tomarla y transformarla en un martirio.
¿Valía la pena?
¿Realmente lo valía?

Apretó los ojos y contuvo las ganas de llorar que se acumulaban en su garganta. Tragó saliva y relajó todo su cuerpo. Dejó de hacer presión bajo el agarre de los grandulones y se sumió en un estado de trance y de aceptación. Lo iba a hacer. Ya había tomado una decisión. Optaría por el chico.
Abrió los ojos despacio y el rostro expectante de Yang lo esperaba a su lado. Mas allá la cara contraída en un llanto inaudible de Jin le reafirmó y terminó de converse de la opción que había elegido.
Suspiro una vez más antes de hablar.

– Déjalo ir – dijo en un tono casi fúnebre -, yo me quedo aquí.

– ¡No Minho! – gritó Jin y en vano intento forcejear con los tipos.

La sonrisa de Yang fue instantánea. Chaqueó los dedos y los guardias soltaron su agarre en la cama. Minho se quedó allí tendido, esperando lo inevitable. Ladeó el rostro para ver a Jin antes que se lo llevaran quizás donde y le sonrió a pesar de todo. El chico le miró con una pena infinita. De nuevo sintió las lagrimas venir y decidió correr la vista. No podía seguir viéndolo, que se lo llevaran pronto por favor. El consuelo de todo, era que él iba a estar bien.

El viejo Yang se puso de pie y ordenó que sacaran al chico de la habitación, y también le pidió a todos los gorilones que salieran.
Minho no vio cuando sacaron a Jin y menos escucho sus suplicas, no podía. Aunque aun desde el otro lado de habitación podía oír sus gritos que se habían vuelto desesperados y lastimeros. Maldijo una y mil veces y luego rogó a Dios por que todo aquello pasase rápido. No quería tener recuerdo de lo que iba a pasar.
La habitación ya estaba casi vacía. Solo faltaba que saliera uno de los gorilones que se había detenido en la puerta. Allí Yang y él intercambiaban palabras. No querían ser discretos, Minho escuchaba atentó lo que se decían.

– Déjame tu arma – le pidió Yang y el sujeto accedió. Sacó la pistola de si cinturón y se la entregó -. Toma las llaves del asentamiento – le extendió un pequeño juego de llaves plateadas -, ya sabes.
El sujeto asintió.

– Solo mátalo.

Aquello le congeló la sangre. ¿Que, qué? ¿Qué matara a quien?
Se sentó de golpe en la cama y se sintió morir. Le habían engañado.

– Tranquilo yo me encargo de él – dijo Yang al sujeto, habían captado la reacción de Minho. Sabían que los había escuchado.

– ¡¿Vas a matarlo de todas formas?! – pregunto histérico. Yang despachó al sujeto y cerró la puerta -. ¡Eres un maldito! – gritó he intento salir de la cama lo antes posible para frenar la matanza que se iba a llevar a cabo. Pero Yang fue más rápido y con el arma le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Sintiendo un mareo regurgitante calló como saco de plomo sobre la cama.

– Tú no vas a ninguna parte…

Escuchó la voz de Yang en la lejanía, su visión se perdía y su conciencia comenzaba a apagarse.
No, no, no, no ¡No! Decía una voz muy adentro en su cabeza, pero ya no había nada que hacer. El golpe propinado había sido fuerte y la pérdida de conciencia llegaba como un cálido manto a arroparlo.
Lo último que sintió fueron las manos de Yang abriendo la bragueta de su pantalón y luego tocando su cintura. De cara sobre la almohada Minho se fue sumiendo en el más profundo de los sueños. Luego de eso, todo fue oscuridad.

CONTINUARA~~

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[2Min] Dulce y salado.

Nombre: Dulce y salado.
Couple: 2min (Minho x Taemin), SHINee.
Género: Fluff.
Dedicado: A Nine.
Nota: Otro de mis intentos de dulzura :B, otra cosa medianamente decente.

 

De un tiempo a esta parte, los “juegos” entre Taemin y yo se habían vuelto pan de cada día. Si no estábamos haciendo luchas de espuma en la tina, estábamos en el cuarto descubriendo en que parte del cuerpo éramos más cosquillosos. Siempre había algo divertido que hacer y cosas nuevas que experimentar, como ahora, que jugábamos a “probar y adivinar”.

– Mmm… frutillas con crema – dije tragándome la fruta y besando sus labios cubiertos de muss.

– Siempre aciertas – susurró Taemin y se alejó de mí llevándose el trozo de tela con el que había cubierto mis ojos.

– Soy el mejor.

Le sonreí de aquella forma arrogante. De esa que siempre se escapa de mis labios cuando gano algo. Él se terminó de limpiar el resto de la crema que había quedado en su comisura y se vendó los ojos con el mismo trozo de tela.

– Tú turno – y se sentó erguido en la cama frente a mí. Salí de ella, esquivando el sembradío de frutas, postres y golosinas que habían esparcidos sobre el cobertor y parte del suelo. En puntillas llegué hasta el borde de la alfombra donde un paquete de suflés salados me hacía ojitos hace un rato. Lo tomé y tratando de no hacer mucho ruido lo abrí. Taemin tenía un oído especial para detectar el sonido de la bolsa plástica abrirse, estás cosas le encantaban y se volvía un animal si sabía de alguien comiendo unas.
Logré mi cometido sin hacer el más mínimo ruido, y con la misma precaución introduje mi mano y tome uno de los snack. Ya con el trocito salado en mi mano deje la bolsa y pensé en algo con que untarlo. La soya fue lo único que terminó convenciéndome. Abrí el pote y unte el suflé entero dentro del liquido.
Genial, con esto Taemin jamás sabría de que se trata.
Confiadísimo volví a subirme en la cama y me acomode de piernas cruzada frente a él.

– Listo – dije y me puse el suflé entre los dientes. Apenas le había tomado el rostro para conducirlo hasta mi boca cuando él cerró el espacio y devoró mis labios quitándome de forma maestra y sin violencia el untado suflé.
Aun con la venda en los ojos, masticó su snack mientras su boca se estiraba en una sonrisa apretada.

– Dulstocks con salsa de soya.

– Genial – musité -. ¿Aún con la salsa puedes reconocerlo?

– Claro, son mis favoritos – y se quitó la venda par verme triunfante -. Lo olí desde que abriste el paquete.

– Oye, eso es trampa.

– Mala suerte – se mofó -. Mi turno otra vez.

Me puso la venda en los ojos y lo sentí salir de la cama. Caminó por la habitación y volvió a los escasos segundos.

– Que rápido – comenté y al instante sentí como sus manos me atraían. Abrí la boca y choqué de lleno con sus labios, tanteé con mi lengua pero no encontré nada allí. Entonces Taemin abrió sus labios y saco la suya. Venía impregnada de algo que en mi vida había probado. Era un poco espeso, dulce… no, era salado. Comencé a frotar mi lengua contra la suya para captar mejor el sabor, pero no lograba encontrar nada especifico, solo era una mescla de algo que no tenía diferenciación.
Un ápice de gusto a banana me hizo suponer uno de los ingredientes.

– ¿Leche de banana? – dije sin despegar mi boca. Él lo confirmó con un “Uhum”. Seguí explorando, pero al cabo de un rato ya no había sabor en su boca y solo me quedé allí besándolo, no sé en qué momento el había comenzado a devolverme el beso pero estaba claro que el juego se había acabado. Ahora tenía un nuevo sabor en mi paladar, el de su boquita dulce y tierna. No sé por cuánto tiempo nos besamos, ni cuando me quité la venda de los ojos, solo sé que me perdí el resto de la tarde entre sus besos con sabor a caramelo y sus caricias de seda.

– Ya no adivinas – dijo separándose milimétricamente de mi.

– ¿Aún estamos jugando? – me pareció irónico luego de habernos besado por lo menos dos horas.

– Entonces ¿Yo gano? – y cortó de una vez nuestro beso. Fruncí el ceño e intente recordar los sabores que había sentido.

– ¿Qué cosa puede ser dulce y salada al mismo tiempo? – pregunté con sorna. “Nada” me respondí a mí mismo. Tengo que haberme equivocado al sentir el segundo sabor. De lo que si estaba seguro, era de la leche de Banana.

– ¿Te rindes? – me preguntó sonriente.

¡Diablos! Como odiaba perder.
Asentí sin mirarle del todo.

– ¡Era TaeSpecialMilk! – exclamó elevando los brazos.

– ¿Tae qué? – repetí.

– TaeSpecialMilk – dijo de nuevo -. Mi salsa especial de leche con plátano y mantequilla de maní.

– ¿Mesclaste algo dulce con algo salado? – pregunte extrañado, él asintió contento -. Eso no se vale.

– ¿Por qué no?

– Porque no existe tal mescla – inquirí con una sonrisa burlona -. Os es dulce, o es salado, no puede ser ambos a la vez.

– Pues, si existe – me rebatió -. Si puede ser ambos a la vez.

Puse los ojos en blanco y me giré en la cama para salir de ella. Mi reacción era sumamente infantil pero… ¿Que podía hacer? Odiaba perder.

– Que idiotez… ¿TaeSpecialMilk? – dije con sorna y caminé hasta la puerta para salir. No me interesaba comenzar una “pequeña” discusión por algo tan estúpido como eso. Taemin siempre salía con tonterías parecidas y a veces me preguntaba si era normal que se le ocurrieran tantos disparates -. Ordena tu este desorden – le dije antes de abandonar la habitación.

– ¡¿Qué?! ¡Pero Minho! – lo escuché gritar desde la habitación, lo ignoré, seguí mi camino hasta llegar a la sala donde el pequeño logró alcanzarme -. ¿Te molestaste? – me dijo encarándome, lo esquivé para continuar mi camino hacia la cocina pero él volvió a bloquearme el paso -. ¿Por qué te portas así? Es solo un juego.

– Un juego en el que haces trampa.

– Pero un juego al fin y al cabo… -espetó molesto. Genial, ahora era él el enfadado -. ¿Por qué te molesta tanto?

Guardé silencio, solo me quedé allí observándolo en menos.

– Idiota – murmuró y se alejó de mi para volver a la habitación, lo dejé, estaba demasiado fastidiado como para pisotear mi orgullo y reconocer que me estaba comportando como lo que me dijo, un verdadero idiota.

El resto del día fue un asco. Taemin no me hablaba y parecía que el resto de los miembros estaba de su lado porque tampoco me dirigían la palabra. Odiaba que estas cosas ocurrieran y más se eran provocadas por mi estupidez y por mi frustración ante mi derrota, lo cual era totalmente descabellado. Pero así era yo y Taemin conocía bien ese lado mi tan insoportable. Otras veces lo dejaba pasar y me seguía la corriente, pero ahora se había enfadado de verdad… y como iban las cosas parecía no querer hablarme ni ahora, ni mañana, ni el resto de la semana. Y acerté, esa noche no durmió en la habitación, si no con Kibum en su cuarto y a la mañana siguiente no me dio los buenos días cuando nos sentamos a la mesa a desayunar. Su frialdad me tenía tan descompuesto que pensé en gritarle para hacerle notar que existía, que el que me ignorará solo hacía que me sintiera más mal.

– Onew hyung, ¿me puedes pasas la mantequilla de maní?

Condenado Taemin, la mantequilla estaba al lado mío, ¿No pudo habérmelo pedido a mí?

Algo incomodo por la mirada asesina que le estaba echando, Onew estiró el brazo y tomo el frasco para dárselo al pequeño, el chico le agradeció con una sonrisa y se concentró en preparar algo en un frasco aparte.

– Oh.. –dijo Jong observando lo que hacía al igual que yo-, ¿es esa salsa especial que haces?

Taemin sonrió y asintió con la cabeza.

– Pues yo quiero una tostada con eso –exclamó Jong y me sorprendí. ¿Hablaban de esa salsa especial que Taem me dio a probar ayer?

Al parecer todos habían probado su dichosa salsa y les encantaba porque estiraban las tostadas para que Taemin las untara, ¡hasta Key lo hizo!

– Minho, ¿Tú no vas a probar? – me preguntó Onew. Me lo quedé viendo sin ánimos y de pronto se hizo un silencio, parecía que todos esperaban mi respuesta, menos Taemin que seguía untando otra tostada. Me terminé de enfadar.

– No estoy para probar porquerías – espeté con todo lo déspota que podía ser. La reacción fue inmediata, Taemin soltó la tostada y aventó el cuchillo sobre la mesa para mirarme colérico.

– ¿Porquería? – dijo bajito -. ¡¿Porquería?! – repitió más alto poniéndose de pie y encarándome de una forma que jamás había visto, tanto así que me exaltó -. ¡La porquería eres tú! – me gritó terriblemente dolido y procedió a abandonar la mesa para encerrarse en la pieza.
Me quedé allí, impresionado y sin saber qué hacer, si no es por Key que zamarrea mi hombro me quedó allí congelado quien sabe por cuantos minutos.

– ¿Qué estas esperando? – me dijo -. ¡Ve tras él!

Como si de una orden se tratase me puse de pie inmediato y algo desorientado fui hasta nuestro cuarto. Abrí la puerta con precaución y allí vi a Taemin, tendido sobre la cama con la cara hundida en la almohada. Estaba llorando.

Mierda, si que soy una gran porquería.

Me adentré con sigilo en la habitación y caminé hasta un costado de la cama, me agaché hasta estar en cuclillas y extendí una mano para tocar su cabello. Taemin inmediatamente se contrajo y detuvo un poco su llanto.

– Lo siento – murmuré de forma vacía, sabía que con eso no bastaría para que el pequeño dejase de llorar -. Soy un idiota, jamás quise decir eso, por favor… no llores.

– Minho ándate – dijo contra la almohada, apenas le escuche -. Déjame solo.

– No lo haré – espeté con autoridad -. Taemin lo siento, jamás quise tratarse así, pero es que… ya sabes cómo soy… -suspiré antes de decir lo siguiente y terminar de pisotear mi orgullo – …soy un idiota.

– Lo eres – no dudó en decir despegando un poco su rostro de la almohada. Inmediatamente quité con suavidad el cabello de su rostro y lo termine de levantar para limpiar sus mejillas.

– No hagas eso – dijo apartando mis manos e incorporándose en la cama para verme con una mirada llena de tristeza y rencor.

– Taemin, perdóname, no soporto estar así contigo…

Él seguía mirándome de la misma forma y parecía que mi corazón se partía cuando lo veía derramar una que otra lágrima.

– Siento haberte dicho esas cosas, siento ser un mal perdedor, siento que estés así por mi culpa, lo siento, lo siento.

No lo soporté más, me abrasé a él sin importar si le molestaba o intentaba alejarme, tenía que consolarlo, mimarlo y hacerle ver lo mucho que lo quería y lo idiota que había sido. Para mi fortuna él no intento deshacer mi abrazo, al contrario, me correspondió y apoyó el mentón en mi hombro.

– Minho babo –dijo en un susurró y yo no pude evitar sonreír.

– Perdona a este babo – musité y me alejé para tomar su carita y verlo a los ojos -. Ya no llores – le pedí, verlo así de verdad que me hacía sentir horrible. Lo abrasé de nuevo y me acerqué para besar su mejilla, más bien sus lagrimas. Él cerró los ojos cuando lo hice y se dejó querer por mí, yo seguí repartiendo besos suaves por su mentón y la comisura de sus labios. Por último lo besé y me quedé allí, totalmente entregado a su boca. Él me siguió y pronto ambos disfrutábamos de un dulce y reconciliador beso, aunque… de dulce no tenía mucho, más bien era salado. Mmm… creo no era ninguno de los dos.

Me separé de él y abrí los ojos para verlo con una sonrisa tierna, él hizo lo mismo.

– Creo que algo sí puede ser dulce y salado al mismo tiempo – dije entornando los ojos. Taemin ladeó la cabeza sin comprenderme -. Tus besos cuando lloras – expliqué y el sonrió avergonzado. Volví a besarlo y a disfrutar de ese nuevo sabor, aunque no pasó mucho tiempo para que el salado de las lágrimas desapareciera y solo quedara el dulzor de su boca.

– Igual mi TaeSpecialMilk es una buena prueba.

Me reí con eso y acepté el hecho de que un día tendría que probarlo y quizá darle el visto bueno.

– Vale, vale – dije acariciando su cabello-. Tu ganas – acepté y el sonrió más radiante aún.
Terminé de limpiar por completo sus ojos y me aseguré de darle un día increíble para que olvidara todo lo malo de las últimas horas. Luego de eso creo que nunca volvimos a discutir por algo tan estúpido, porque en todas las cosas que volvimos a jugar siempre dejé que me ganara. Taemin es mi excepción y no me importa perder si el que me gana es él, feliz tomo la derrota aunque al final igual me hago con el premio máximo; su exquisita boca y sus puros sentimientos. Aaahhh… son las consecuencias de estar… irreparablemente ¿enamorado?

Fin.

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[2Min] Babylon: Capítulo 6.


Capítulo 6: Clever.

A un ritmo constante y casi sin pestañear Minho tecleaba en su portátil lo referente a su último trabajo. Habían pasado casi dos semanas desde navidad y avanzaba a pasos agigantados sobre su propuesta publicitaria. Encerrado en su oficina, no dejaba que nadie le interrumpiese. Le había pedido a su secretaria que desviara todas sus llamadas y solo contestaba su celular cuando se trataba de Kibum. Solo un par de horas más, la redacción de unas cuantas ideas y colores en el anuncio y se daba por terminado el trabajo de hoy.
Iban a ser casi las siete de la tarde cuando su móvil vibro. Kibum era muy puntual.

– Estoy fuera – dijo la voz por el aparato. Parecía tiritar un poco.

– Salgo de inmediato.
Colgó y cerró todos los programas en su ordenador. Mientras se apagaba el aparato se calzó el abrigo negro y ordenó papeles dentro de su maletín, aquel de cuero negro que le había obsequiado Kibum para navidad. La pantalla dio en negro y Minho cerró el portátil. Se dirigió a la puerta y apagó las luces antes de salir. Se despidió de su personal en los pasillos y tomó de inmediato el ascensor que estaba detenido. En el descenso repasó su agenda tipiada en su móvil touch. Hoy correspondía “Zona de Restaurantes alternativos”.
Durante la semana, gracias a la famosa tarjeta de dorada, se había dedicado, junto con Kibum, a recorrer cuanto lugar salía en la lista que había dejado el señor Yang. Su novio, un experto en el tema, él, un novato. Dio con sitios que en su vida había visto y se sorprendió descubriendo que se la pasaba bastante bien, aunque, había que reconocer que su acompañante ameritaba el éxito de la salida.
Estuvo en variadas discotecas y pubs. La mitad del tiempo se dedicaba a su trabajo y la otra mitad a disfrutar. Ese fin de semana correspondía visitar restaurantes y comenzarían por el exclusivo “Clever”. Ubicado a unas cuadras de su trabajo. El sitio tenía reputación de mafia, eso había escuchado. Pero ya no le sorprendía, se puede decir que la mayoría de los sitios en la lista del señor Yang llevaban la misma apellido “turbio”. Se comenzaba a preguntar si el señor sería uno de esos empresarios corruptos.

Salió del ascensor y del edificio. Afuera hacía un frio espeluznante. Kibum tiritaba de pie a un costado de la acera. Levantó el cuello de su abrigo y se acercó al chico de plateado (un color común en él). Como siempre su novio desbordaba extravagancia y buen gusto.
En el aparcadero cogieron su vehículo de inmediato y entre charlas sobre el frió y lo agotador que había resultado ser el día de hoy, se dirigieron al restaurante.

Clever era un sitio como cualquier otro, pero algo de cierto había en esos rumores sin origen aparente que daban vueltas por ahí. Su fachada era elegante y simple, pero el ambiente en su interior era denso y desorbitante. Minho ya lo descubriría. Kibum solo ansiaba llegar.
Apenas cruzaron las puertas de metal de Clever Kibum corrió a la recepción. Y vaya sorpresa que se llevó el alto encontrándose tras el mostrador al tal Richy. La imagen mental de Jjong desnudo cruzó por su cabeza y una sonrisa burlona se asomó en su boca. El chico rubio, de rasgos occidentales vestía elegantemente de etiqueta llevando un broche de “Administrador” en su saco. Era el encargado y Minho sintió cierta fianza cuando estrechó su mano. El rubio les daba rienda suelta para que disfrutaran del lugar y se abastecieran de todos los servicios que allí ofrecían.
La palabra “servicio” le había sonado rara. La reacción de Kibum fue demasiado picara con respecto a Richy. ¿A qué se refería?

El rubio administrador los condujo mas tarde a la glamorosa “Zona VIP”. Minho comenzaba a acostumbrarse a ese tipo de exclusividades, gracias a la tarjeta podía gozar de ciertas comodidades exigiendo tratos especiales. Cuando la devolviera la echaría de menos.

El sector, atestado de luces fluorescentes, estaba cargado de un olor a humo, a cigarrillo y a marihuana. Incomodo se tapó la nariz pero luego ya se acostumbró al olor. Con Kibum, ubicados en un enorme taburete de terciopelo azul, se quitaron los abrigos y se acomodaron. Richy desapareció dejándolos con el permiso de ordenar lo que quisiesen.

– Está lleno de modelos – le susurró. Minho miró al resto de los presentes y concordó con el que se trataba de puras celebridades.

– Hola Kibum.
Una muchacha en extremo delgada y con una achocolatada cortina de pelo sobre sus hombros saludaba de pie.

– Hola Yeun – se había levantado he intercambiaba cierta palabras con la chica que alguna vez trabajó para su revista. La muchacha llevaba un vestido bastante holgado con escote muy pronunciado, sostenía un trago y observaba al estiloso chico con la mirada algo perdida.

– ¿Qué tal si se unen? – preguntó señalando los taburetes al otro lado de la sala. Minho diviso unas cuantas modelos más y unos chicos que creía conocer. Kibum entusiasmado cogió sus cosas y junto con Minho y la delgada muchacha caminaron hasta su nuevo destino. El grupo de perfectos modelos los recibió con algarabía, el exceso de copas ya manifestaba su euforia y su buen humor.
Si, hoy sería una noche movida y divertida.

Con el olor a cigarrillo impregnado en la ropa y el olor a alcohol en la boca Kibum se tambaleaba un poco para ponerse de pie. Luego de unas cuantas copas y divertidos chistes, las modelos habían insistido en que caminara un poco para que se luciera y ellas poder deleitarse con él también. Entre risas y piropos su novio desfiló sin vergüenza y con demasiada actitud entre el resto de los presentes en la zona. La verdad es que le hacía gracia, y sin ocultar su risa Minho se unía al coro de manifestaciones que hacían los demás sobre Kibum. Había resultado ser todo un show. El chico gay desinhibido, moviendo las caderas escandalosamente al pasar, sintiéndose una diva en medio de su público. Fue bastante gracioso como también bastante tentador. Y solo fue hasta que Kibum sintió la necesidad de despojarse de su ropa que Minho se puso en pie y lo trajo de vuelta a sus sillones. Las protestas no se hicieron esperar y el alto se llevó unas cuantas pifias. A pesar de eso ambos sonreían. Se la estaban pasando muy bien.

– ¿Nunca pensaste en ser modelo? – le preguntó una de las chicas al regresar.

– La verdad es que si – dijo Kibum -, pero me gusta más la idea de estar con uno.

Miró a su novio de forma suspicaz y el alto le devolvió el gesto con un insinuoso abrazo.

– ¡Es cierto! – saltó uno de los chicos -. ¡Ya se de donde te conozco! Por eso tu rostro se me hacia familiar – apuntó a Minho y entornó los ojos -. Taipei, Taiwan, colección otoño Bogner 2006.

– ¡Woooo! – exclamó Minho abriendo los ojos -. ¿También estuviste allí? – soltó a Kibum y el resto del grupo se quedó observándolos, incluso él.

– ¡Claro! Y como no recordarlo.. – sonrió, y esa sonrisa no le gusto nada a su novio -, ahora me acuerdo de ti perfectamente.

Ambos chicos se miraban como si un campo magnético hubiera caído sobre ellos. Ni el agarre de su novio sobre su brazo impidió que Minho dejara de observarlo como hipnotizado.

– Hotel Yeian… – murmuró el alto -, Martini…

– Martini y vodka con hielo… -terminó la frase el modelo -, habitación 701.

– ¡Por dios! ¡Onew! – exclamó Minho sin poder contener la emoción -. ¡Cuánto tiempo hombre!
Se soltó del agarre de Kibum y fue al encuentro de los brazos extendidos del chico de cabellos castaños. Ambos se abrazaron de forma amistosa. Era un encuentro de viejos amigos de trabajo y a Minho eso lo puso todo lo eufórico que el alcohol podía dejarlo.

– ¡Has cambiado demasiado! – exclamó Minho.

– Tu también. ¡No te había reconocido!

– ¡Ni yo!

Deshizo el abrazo y se quedó allí dándole palmadas suaves a los hombros de Onew.

– Gran desfile el de Taipei – siguió el modelo. Minho rió y abrazó al chico con un brazo por los hombros.

– ¡Como olvidarlo!

– Trabajábamos juntos – explicó el castaño luego de percatarse de que tenían la atención del resto de sus compañeros -. Nos conocimos en el desfile de otoño de Taipei y uuufff… que manera de divertirnos ¿no?

Minho captó inmediatamente la mirada glacial que le dirigía Kibum. Se estaba poniendo celoso y decidió explicar de inmediato que su relación con Onew solo fue de amistad.

– Éramos cómplices – continuó Minho -. Onew se dedicaba a embobar modelos para mí y yo para él. Y esa noche en el hotel Yeian… – se miraron y rompieron a reír.

– ¡No me digan! – saltó una de las modelos -. Eran los novatos de ese año.

– ¡Siiiiii! – gritaron los dos y la risa esta vez fue general. Kibum era el único que aun no lograba entender muy bien.

– Los principiantes de modelo tienen iniciación – le explico Minho a su novio entre risas -. Nosotros éramos los novatos ese año, y bueno, los más antiguos se encargaron de hacernos beber mucho. Cuando ya no dábamos más despiertos nos llevaron a la habitación y… – rió -. Se deshicieron de nuestra ropa. Al otro día amanecimos en mitad del jardín del hotel, desnudos, mojados por las regaderas automáticas y muertos de frio.

– Sin contar las risas y miradas escandalosas de los demás huéspedes – agregó Onew.

– Fue todo un bochorno – Minho reía encantado e intentaba traspasarle de su alegría a su novio, que no dejaba de mirara ceñudo a Onew. El castaño había captado su cambio de humor y dijo algo al respecto.

– Solo éramos amigos – sonreía -, no soy gay – agregó ganándose automáticamente la simpatía de Kibum.

– Debo reconocer que en ese tiempo yo tampoco lo era, amerito el cambio a mi afición de modelo.

– Brindo por tu afición entonces – exclamó Kibum levantando su copa y ganándose la risa de los demás. Todos levantaron sus copas y brindaron a coro por los modelos, la ambigüedad, la amistad, el derecho gay, los estilistas, directores, los camareros, las aceitunas y cuanta cosa de les pasaba por la cabeza. El haberse encontrado con Onew después de tantos años dió una ronda gratis de martinis por su parte y su buen humor garantizado durante toda la noche. En grupo compartieron de lo lindo hasta que la llegada de ciertos personajes puso denso el ambiente.

– Aishhh.. – se quejó Onew -, ya llegaron las zorras – y pegó con el codo a sus amigos. Las chicas pusieron cara de asco y los hombres se limitaron a fruncir el ceño. Minho y Kibum observaron a los recién llegados. Un par de hombres en terno y cuero acompañados de hermosas chicas. Caminaron por la zona y se sentaron en los sillones que tenían sobre si el cartel de “reservado”. A su paso siguieron entrando unas cuantas chicas más. Los murmullos y las miradas furtivas se elevaron y la mandíbula de Minho casi se desencajo de la impresión cuando reconoció un rostro en ese grupito de chicas con tacones, brillantes vestidos y exceso de maquillaje.

– Travestis – escuchó murmurar a Kibum y no sabía si desilusionarse o largarse a reír. Jin caminaba junto a otras chicas e iba vestido de mujer. De mujer. Llevaba tacones bajos, un vestido gris con un chaleco encima, los ojos muy maquillados y el pelo todo recogido en un moño. La verdad es que se veía bastante… ridículo. Si, ridículo era la palabra.
Sin darse cuenta Minho se encontró riendo, la imagen se le hacía muy graciosa.

– ¿Quiénes son? – preguntó Kibum.

La modelo de cabello achocolatado le explicó.

– Son lo que tu dijiste, travestis – sentenció -, son zorras, prostitutas baratas de compañía – espetó con asco.

Minho dejó de reír.

¿Jin? ¿Una proti..? 
No quiso seguir preguntándose.

– Vienen seguido – habló Onew -, siempre con los mismo tipos, a veces con sujetos diferentes, y… – Minho lo escucho beber un sorbo de su trago -, y su presencia es bastante desagradable. Montan teatro y escándalo cuando están bebidos, molestan al resto y bueno… como se imaginaran, hay ocasiones en la que resulta grotesco y…

– Asqueroso – terminó otra chica.

Kibum y el resto siguieron hablando y cotilleando sobre el grupo que acababa de instalarse en la zona, pero Minho ya había cerrado sus oídos y su campo de visión solo se cernía bajo una sola persona, que para variar, ya había reparado en su presencia.
Sus ojos hicieron contacto por unos segundos.
Preguntas se arremolinaron en su mente. Preguntas que le hacía a Jin silenciosamente y que por instantes pensó que se las respondería telepáticamente.
La frialdad en la mirada del chico de cabellos claros seguía siendo la misma de siempre. Desprecio e indiferencia también se manifestaban en esos ojos cafés maquillados de negro, mas negro del acostumbrado. Su mirada seguía siendo rasgada y afilada pensó Minho. Su rostro seguía siendo lindo. Pero su fachada… era horrible. ¿Qué hacía vestido así? Sus hombros y sus tonificados brazos se veían ridículos bajo ese chaleco, y sus piernas igualmente trabajadas eran espantosas sobre esos tacones. Hasta su calzado llegaba a ser gracioso. Ninguna mujer llegaría a ese número de zapatos. ¿De verdad era un travesti? ¿Una zorra como había dicho Onew?
Ahora que lo pensaba… ¡Que descaro había tenido al enfadarse cuando lo confundió con una chica! ¡Se vestía como una! Ya no había duda.

Parecía un voyerista mirando sin verguenza hacia los otros sillones. No le importaba ser descarado y no le importaba que Jin le dirigiese de vez en cuando sus tan comunes miradas de “odio”. Aunque si era sincero consigo mismo, algo parecido a la “decepción” sintió al enterarse de la verdad sobre él. No quería tener respuestas apresuradas, y una parte de si se negaba a creer que tan intrigante chico, que había logrado llamar su atención desde hace un par de semanas, resultara ser un “putito”, prefirió llamarlo así que por los peyorativos que había utilizado Onew. Por un lado eso explicaba que siempre se lo encontrase en ese tipo de lugares y acompañado siempre del mismo tipo de personas, aunque… eso no explicaba el vínculo que tenía con el señor Yang. Ni tampoco el porqué en un principio había querido contactar con él. ¿Habría pensado que estaba interesado? ¿Qué quería pasar la noche o algo así? No. No. No era eso. Todas sus suposiciones siempre se iban al trasto después de recordar su mirada. Nadie que quiera algo contigo, te mira de esa forma. Como si quisiera que desaparecieras. Porque eso le decía en ese momento Jin con la mirada. “¡Desaparece!”.

La voz de Kibum lo trajo de vuelta.
– Si vas a mirar se mas disimulado – le avisó -, estas llamando la atención de toda la mesa.

Recién se daba cuenta que las “amigas” de Jin le miraban y cuchicheaban a su oído. Apartó la vista de inmediato y se giró en el sillón para darles la espalda.

– ¿Qué? – le dijo Onew -. ¿Sorprendido? – y se burló de él. Minho sintió ganas de pegarle -. Estas cosas se ven todos los días por aquí. A mi ya no me sorprenden.

Los demás se unieron a sus comentarios y hablaron despectivamente sobre el tema por un rato más. Fue inevitable imaginarse las cosas que hablaban. No se veía a Jin en ninguna de las situaciones que su mente creaba. Cuando una de los modelos mencionó la palabra “sexo” Minho se dijo mentalmente que ya era suficiente. Resultaba desagradable. No quería pensar en Jin, ni en los hombres que lo acompañaban ni en lo que harían después en algún motel barato.
De forma súbita se sintió acalorado. Se tomó de un sorbo todo el contenido de su vaso y se removió inquieto en el sillón. De pronto el ambiente se le hizo pesado, la conversación de sus compañeros le pareció estúpida y la risita de Kibum demasiado cargante.
Apretó los puños.
Estaba molesto.
Estaba decepcionado.

Se hecho hacía atrás en el sillón y Kibum se abrazó a él ignorante de su repentino desanimo, algo que sabía ocultar bien bajo una suave sonrisa.
Se unió a la conversa del grupo luego de un rato, que en ese momento era sobre los tipos de tragos, y desechó de su cabeza los pensamientos relacionados a Jin. Llegó a la conclusión de que no era algo tan importante como para tenerlo así. Cada quien con sus vidas y sus locuras. Pero todo su intento por volver a concentrarse en pasarlo bien con sus compañeros se fue por el traste cuando la figura de Jin pasó junto a ellos, caminaba toscamente sobre sus tacones hacía la zona de los baños.
Antes de pararse a pensar en lo que estaba haciendo se despojó de los brazos de Kibum y caminó tras Jin. Atrás quedo su novio con el círculo de modelos y adelante la espalda de Jin. No sabía bien porque lo estaba siguiendo. Sus piernas se habían movido solas. ¿Qué pretendía hacer?
Ambos se perdieron de vista al virar por el pasillo adjunto que conducía hacia los baños. Primero Jin, luego él. Llevaban una distancia razonable y para alivio de Minho, el chico no se giró ni una vez hacía atrás.
Pasaron el baño de “Damas” que se encontraba primero. Le pareció divertido verlo entrar en esas fachas al de “Varones”. La puerta quedó oscilando por su intrusión y Minho se paró frente a ella esperando que dejara de moverse. Recién entonces se preguntó porque le había seguido. No tenía idea de que le iba a preguntar. Ni siquiera sabía si le quería hablar. Poco decidido puso una mano sobre la puerta de metal y la empujó para abrirse paso. La luz mortecina del baño inundo su visión y la puerta oscilo a su espalda cuando la soltó. El aire limpio de aquella zona le refresco la nariz y aprovechó para respirar un par de veces llenando a tope sus pulmones. El humo del cigarrillo afuera no era el más agradable que digamos.

Recorrió con la mirada el lugar. A un lado los lavamanos, un enorme espejo y al otro los urinarios. Al fondo, cinco cubículos se situaban uno al lado del otro. Cuatro estaban vacios, el último de la esquina, ocupado. Diviso unos pies descalzos tras la puerta del primer y por obviedad pensó que correspondían a Jin. No había nadie más en el baño.
Avanzó despacio, sin quitar la vista de aquellos pies que se revolvían y se detuvo en mitad de su recorrido hacia los cubículos.
Los tacones de Jin estaban a un lado, sus pies tocaban completamente las blanquecinas baldosa que debían de estar fría. La parte baja de su vestido se veía caer por sus piernas lo que le hizo pensar que estaba sentado haciendo nada. Seguro aprovechaba de descansar un poco sus pies con la excusa de ir al baño, teoría que confirmó cuando vio pasar los minutos sin que la posición del chico cambiase. ¿Cuánto más iba a estar allí? ¿Le dolían mucho los pies? Y a quien no con esos tacones. No eran tan altos como los de las demás “chicas” pero lo suficientemente puntiagudos como para lastimar los de cualquiera.

El sonido de su celular lo alertó, y también al chico en el cubículo. Quien al igual que él se removió asustado. Sacó el aparato de su bolsillo y lo apagó de inmediato. No alcanzó a ver quién era pero lo maldijo por hacer que lo descubrieran. Jin se había vuelto a poner sus tacones y abría la puerta del cubículo. Minho se precipitó hacia los urinarios y con una mano apoyada en la pared simulo que orinaba. Cuando Jin lo vio pudo apreciar por el rabillo del ojo como se quedaba a la salida de su cubículo por unos segundos, observándolo, seguramente le había sorprendido. Minho no se atrevió a mirarle de forma directa y se sintió realmente estúpido. Miro hacia abajo, hacía su pantalón cerrado y rogó porque Jin no se hubiera dado cuenta de ese pequeño detalle.

– ¿Me estas siguiendo? – la voz del chico resonó entre los azulejos a su espalda, el sonido del grifo y el agua acompañaron su pregunta -. No es que me hubiera fijado en que no estás orinando.

Minho rió y se apartó de la pared para voltearse y enfrentar al chico. Jin, de espaldas a él, se lavaba las manos y lo observaba a través del espejo.

– ¿Hace cuanto estas aquí? – preguntó mirándolo con enfado. Vaya novedad.

– ¿Por qué estas vestido así? – fue lo primero que se le ocurrió y fue bastante estúpido. Ya sabía la respuesta.

– ¿No te dijeron tus amigos?

– ¿Debería creerles? – soltó casi a la defensiva. La verdad es que si lo creía.

– ¿Te crees que me conoces?

– ¿Vamos a seguir respondiéndonos con más preguntas?

Minho se había acercado unos pasos y se encontraba a mitad del baño otra vez. Su mirada, perdida en el reflejo de Jin, lo desafiaba a contestar, pero no con más preguntas.
El chico desvió la vista y cerró el grifo, agitó las manos para quitarse el exceso de agua y se volteó apoyándose en el lavamanos.

– Yo pregunte primero – dijo con altivez -. Quiero saber porque me estas siguiendo.

– No lo hice – ¡Mentira! Claro que lo hacía -. Es coincidencia que estés aquí también.
Se metió las manos a los bolsillos y le resto importancia al asunto.

– Claro… – la mirada suspicaz de Jin lo atravesó -, por eso simulabas que orinabas…

El chico se había cruzado de brazos y lo observaba con una ceja en alto como queriendo oír explicaciones. Minho resopló y bajó sus hombros en forma de rendición.

– No es que te estuviera espiando – aclaró -, solo quería hablar contigo – lo señaló subiendo y bajando su mano -, creí que no te gustaba que te confundieran con una.

– ¿Asique es eso? – exclamó -. ¡Viniste a burlarte de mí!

Minho no sabía que pasaba por la cabeza de aquel chico, pero era obvio que había entendido todo mal.

– No – dijo a la brevedad -. Claro que no. Solo que es curioso. Además, pareces no pasarla bien – agregó mirando directo a sus ojos enfadados -. ¿Te duelen mucho? – apuntó sus pies.
Jin relajó sus ojos pero no lo suficiente como para eliminar su ceño contraído.

– A ti que te importa.

Se volteó casi con gracia como para hacerle entender que sus pies estaban perfectamente bien. De nuevo frente al espejo arregló su cabello.

– Como si no te hubiera visto quitártelos y descansar – se mofó Minho devolviéndole la jugada. Por el reflejo vio el rostro del chico contraerse levemente, pero seguía arreglando su cabello como si no le hubiera escuchado -. La verdad es que no te queda. Los tacones, el vestido, el chaleco, todo, te ves ridi…

– ¡Si viniste a burlarte! – exclamó y dejó de ordenar su cabello para lanzarle la mirada más enfadada que le había dado. Pero Minho en vez de asustarse sonrió. Se había acostumbrado a sus miradas amenazantes y a estas alturas ya le causaban gracia, porque en el fondo, eran solo miradas, Jin no se atrevía a nada más.

– Ya te dije que no – dijo acercándose un poco -, es que me parece raro, verte en estas fachas, y la verdad es que no te quedan, entonces…

– Para – saltó Jin -. ¿Crees que me gusta vestirme así? – preguntó levantándose el vestido, aunque no lo suficiente como para exponer algo más que sus piernas -. ¿Crees que quiero esto? – se azotó el tirante superior de su vestido dejando medio pectoral tonificado afuera -. Claro, tú eres un modelito, no sabes de estas cosas – espetó y se acomodó el tirante del vestido.
Sin dejar que su último comentario lo ofendiese Minho siguió preguntando.

– Entonces. Por qué lo haces. – dijo subiendo los hombros, como si su situación no le produjera ninguna emoción de ningún tipo.

– Pensé que eras inteligente – habló el chico con voz queda. Su rostro se había relajado.

– Entonces… – hizo una pausa, no sabía cómo decir lo siguiente sin que sonara feo -. ¿Eres.. de esos?

Jin sonrió con pesar y flectó una rodilla para recargarse en el lavamanos. Seguro los pies volvían a dolerle.

– ¿De algo tengo que vivir no?

Minho suspiró. En algún momento llegó a pensar que aquello podía tener otra explicación. Cualquier excusa tonta hubiera bastado. Pero resulto ser cierto. Jin era un… un puto. Aaahhh… como odiaba esa palabra.

– Hay otras manera de ganar dinero ¿sabes?
El chico se mofó de él.

– Lo sé. No necesito que me lo digas – retomó la tarea de arreglar su cabello, ahora más calmado -. Y si vas a darme un sermón, te pido que no lo hagas, es en vano.

– ¿Qué edad tienes? – preguntó. Avanzó otro par de pasos apoyándose a su lado en el lavamanos. Observaba su perfil mientras se arreglaba el cabello. Parecía concentrado mirándose en el espejo.

– No contestare más preguntas – dijo con una voz fría.

– Te ves muy joven – comentó el alto -. ¿Veinte? ¿Veintiuno? ¿Veintidós?

– Es en serio – espetó Jin hablándole a su propio reflejo -. ¿Es que no entiendes? – desvió la mirada para hablarle de frente -. No quiero seguir hablando contigo – modulo de forma pausada -. ¿Por qué no me dejas en paz y te vas?

– ¿No vas a contestarme? – insistió Minho, ignorando nuevamente sus comentarios.

– ¡Yaaa! – exclamó -. ¡Déjame en paz! ¡¿Por qué me sigues hablando?! – Jin volvía a alterarse y a dejar de arreglar su cabello para enfrentarle -. ¡¿Es que no entiendes?! ¿Cómo tengo que mirarte para que entiendas que te odio?

La expresión de Minho se contrajo, pero no lo suficiente como para entristecerse. Aunque la verdad es que sí, lo confesado por Jin le provocaba un gusto amargo.

– ¡Te odio! – exclamó el chico -. Te odio… – murmuró y respiró con fuerza, como si lo dicho fuera un tormento que había querido sacarse de encima desde hace mucho tiempo, y hasta entonces había tenido la oportunidad de expresarlo.
Incomodo, y como avergonzado consigo mismo por haber casi gritado, Jin bajó la mirada y luego de un rato de fatal silencio se miró por enésima vez en el espejo y a la rápida se terminó de arreglar el cabello. Solo cuando Jin retomó la tarea en su cabello Minho habló.

– Me gustaría saber porque me odias – dijo firmé. Vio como Jin suspiraba resignado y cerraba los ojos. Se fijó en el detalle de que apretaba los puños, lo debía de estar aborreciendo por ser tan insistente -. No te conozco, y creo que jamás nos habíamos visto antes. La primera vez que te vi ya me mirabas con enfado y desde entonces ha sido así cada vez que nos encontramos. No sé nada de ti, y no pretendo seguir indagando sobre tu persona. Solo trataba de descubrir… porque.. – hizo una pausa y miró el reflejo de Jin en el espejo. El chico también lo observaba por el reflejo -, porque me odias tanto. No te hecho nada – reclamó a su favor -, además.. fuiste tú quien en un principio quiso dar conmigo por alguna razón que tampoco se – ahora era la mirada de Minho la que se mostraba amenazante -. ¿No crees que merezco algunas respuestas? – exigió -. Seguiré trabajando con el señor Yang y por lo que veo tienes alguna clase de conexión con él, puede que nos sigamos topando a causa de eso y no me gustaría tener que…

La voz de Minho comenzó a apagarse de apoco, como si la última frase hubiera ido bajando en volumen hasta parecer inaudible o en sí, hasta que dejo de hablar. Mientras hablaba su mente había ido atando cabos hasta que una idea fugaz paso por su mente. “Jin. El señor Yang”.
Al parecer su rostro se había contorsionado en una expresión que reflejaba lo que estaba pensando, porque Jin había sonreído como si supiera lo que pasaba por su cabeza, o como si se sintiera aliviado porque Minho al fin comprendía. Una comprensión que al más alto le horrorizó.
Jin seguía sonriendo y lo miraba como si quisiese que hablara, que le espetara en la cara la respuesta a todas sus preguntas, y Minho lo hizo. Con desprecio porque sintió la necesidad de herirlo.

– Eres, la ramera del señor Yang…

La risita de Jin resonó en el baño y el sonido de sus tacones hacía la puerta hicieron un eco que pareció viajar por todo su cerebro.

– La verdad es que… se trata de celos – habló dándole la espalda. Minho con la mirada fija en su nuca. Se volteó de forma brusca, parecía haber cambiado de opinión sobre no querer mirarle cuando se lo dijese -. Me acerqué a tus amigos en Babylon porque mi cliente quería conocerte… – su voz parecía algo hastiada -, era mi deber como buen dote cumplir los deseos de mi proveedor – hizo una pausa, en la cual le miró de pies a cabeza -. No sé que habrá visto en ti, pero no dejó de hablar de tu figura en toda la noche -, chasqueó la lengua -. Pensé que te habías dado cuenta, te miraba de forma descarada.

Minho salió de estupor y de la sorpresa que resultaba aquella confesión para agregar un detalle antes de que siguiera hablando.

– Solo me di cuenta de ti.

Jin detuvo la mirada en sus ojos y Minho experimentó una especie de nerviosismo.

– ¿Estamos hablando del señor Yang? – preguntó aunque la respuesta era obvia.
El chico asintió y apoyó la espalda en la pared.

– Cuando a Yang se le mete algo entre ceja y ceja hace hasta lo imposible por conseguirlo – musitó -, consiguió contactar contigo antes que yo y… irá de apoco hasta obtener lo que quiere.

Un escalofrió le recorrió el cuerpo. El pensar en que el señor Yang tenía otras intensiones bastante alejadas de lo laboral con respecto a él le parecía escalofriante. No era su tipo. Para nada. Y jamás intentaría ni se dejaría asir por él. Ni por todo el dinero extra del mundo, ni con diez tequilas encima. Rotundamente “NO”. Y nuevamente Jin parecía leer su mente.

– Tienes novio – dijo cambiando por primera vez la expresión de su rostro. Parecía una expresión amable -. Yang no es tu tipo. Y tampoco es exactamente mi hombre perfecto. Pero es mío – recalcó -. Solo yo tengo acceso a él y tengo el derecho a estar celoso… – enarcó sus cejas -, y a odiarte.

Minho recordó haberle visto un anillo de matrimonio al señor Yang, estaba seguro de que era casado. Jin debía ser algo así como su amante.

Que tipo más sucio – pensó. Y de pronto sintió ganas de mandar al traste todo su trabajo, anular el proyecto con el señor Yang y cortar todo tipo de relación que tiene y pudo haber tenido con él. Experimentó una clase de asco, repulsión. Vio a Jin, imaginó su cuerpo bajo el otro más avejentado y sintió nauseas. Por laguna razón ya no lo juzgaba, si no que lo veía como una pobre víctima. Adicta a algo que no quería y condenada por la necesidad y la des fortuna de un estilo de vida deprimente y humillante. Lo observó con compasión. Su rostro no representaba a un chico mayor de veinte años. Su cuerpo esbelto, bien formado, su piel blanca y su rostro bonito le decían que era alguien que en este mundo valía la pena salvar y querer de una forma normal.
Sintió tristeza. ¿Cuánto debía soportar aquel chico? Soportaba tacones, vestidos, maquillaje. ¿Realmente le gustaba usar el cabello largo? Seguro tenía que aguantar también caricias que no quería recibir, o darlas aborreciendo el tacto, llorando internamente y rogando porque las intrusiones acabaran pronto, llevándose a la boca cosas que no quería y en sí, vendiendo su cuerpo a extremos que lo hicieran llorar.

Tragó saliva, e intento no expresar con su rostro lo que sentía en su pecho. Pero fue demasiado tarde. Jin era más rápido que él en ese tipo de cosas.

– No sientas pena por mi – habló el chico -, estoy acostumbrado.

Minho abrió la boca para hablar, pero Jin lo calló en breve.

– No te conté esto para ganarme tu favor ni quedar bien – aclaró -, te advierto sobre lo que es mío. Si no estás interesado en Yang mejor aléjate. Me sacas un peso de encima y solucionas mi vida…

– Jin – lo interrumpió Minho -, no tengo ningún interés en el señor Yang, jamás lo tuve, no lo tengo y tampoco lo tendré – suspiró.

– Entonces supongo que estamos bien – soltó arreglándose el chaleco.

Ido aun en sus pensamientos Minho siguió cada uno de sus movimientos. Aun tenía un par de preguntas y sentía que Jin ya quería cortarlo. Al parecer había sido mucha plática para el chico.

– Si solo respondes ante Yang ¿Por qué andas con estos hombres? – preguntó. Sabía que se estaba metiendo en terreno más personal y quizá Jin no quisiera contestarle, pero las preguntas salían solas -. ¿Para Yang también te vistes de mujer?

Llamar al empresario sin el connotativo de “señor” le pareció extraño, pero pensó que aquel hombre ya no se merecía esa clase de respeto.

– ¿Sigues teniendo más preguntas? – espetó -. Eres imparable.

Algo tiene que haber visto Jin en la mirada de Minho, que ya no era de compasión ni simpatía precisamente, que lo hizo contestar.

– No. Yang me prefiere como hombre – dijo acomodándose el cabello detrás de la oreja -. Pero a estos tipos les gustan las transformistas. No soy ningún travesti como seguro te dijeron tus amigos. Y… – suspiró -, no soy solo de Yang, no soy su propiedad. Cuando no estoy con él debó seguir trabajando. Así es. Así funciona.

Y con eso parecía haber dado por terminado la conversación. Se despegó de la pared e hizo ademan de salir del baño.

– Y así culmina el enigma que había creado sobre ti – murmuró el alto mirando hacia cualquier parte. Más concentrado en sus pensamientos que en Jin. El chico sonrió con el comentario.

– ¿Decepcionado? – dijo antes de abrir la puerta.

“Sí” tubo ganas de contestarle pero no lo hizo. Aún tenía una última pregunta antes de matar el momento y comprender que jamás volvería a hablarle.

– “¿Deberíamos bailar?” – dijo Minho recordando su encuentro en Babylon. Jin se detuvo a mitad de camino de salir completamente del baño -. Si me odiabas porque lo dijiste.

Tardó en contestar. Y no se volteó cuando lo hizo.

– No lo sé – dijo ladeando un poco el rostro. Minho observó su perfil -. Quizá fue porque estaba un poco ebrio.

Y sin decir más abandonó el lugar.

El baño se volvió frió y el vaivén de la puerta cerrándose le trajo un poco el olor del cigarrillo y música ambiente. Aún pensaba en la conversación con el chico, pero esa curiosidad que experimentaba cuando pensaba en él ya no estaba. Esa intriga había desaparecido y en su lugar solo había quedado decepción. Una abrumante decepción al haberse enterado de cosas que no quería.
Salió del baño con solo una cosa en la mente. Renunciaría al trabajo del señor Yang y comenzaría yéndose inmediatamente de aquel lugar.

CONTINUARA~~


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[2Min] Babylon: Capítulo 5.


Capítulo 5: Tarjeta dorada.

Al día siguiente Minho se debatía si llegar con flores o chocolates en busca de Kibum. Iba camino a la casa de JongHyun y sabía que tenía que llegar con algo más aparte de excusas y ruegos para conseguir su perdón. Nunca antes había pasado tal cosa y la impotencia que había sentido la noche anterior le hizo lamentar más que la pérdida de su celular. Recordó el estrellazo del aparato contra la pared. Recordó la casa vacía y oscura. Recordó el mensaje de JongHyun.

Al final se decidió por flores. Era una cursilería, pero era un detalle que quizás Kibum agradecería más que los chocolates. Repasó en su mente una y otra vez las palabras de disculpas que le diría. Sabía que no iba a ser nada de fácil hacer que le perdonase, pero era navidad, época de felicidad y buenos deseos, y deseaba más que nunca poder estar con él.

Frente a la casa de JongHyun, tocó el timbre sin vacilar. Esperó respuesta desde la reja del jardín y fueron varios minutos los que pasaron hasta que un adormilado Jjong apareciera caminando a través del jardín. Venía despeinado, con la ropa desordenada y un rostro de sueño que le hacía entender que recién se despertaba.

– Hola – saludo Minho de inmediato. El chico le devolvió el saludo con un sonoro bostezo.

– Creí que nunca llegarías – musitó restregándose un ojo. Abrió la reja y dejó pasar al más alto -. Interesante elección – le dijo apuntando el ramo de flores. Sonrió.

– JongHyun escucha… – comenzó Minho -, se que tú me dijiste que…

– A mi no me digas nada – le cortó avanzando a través del jardín. Minho lo siguió -. Es a Kibum a quien le tienes que dar explicaciones -. Se volteó antes de que entraran por la puerta trasera de la cocina -. Si que te las mandaste hermano…

Minho resopló y entendió que JongHyun no estaba enfadado con él. Venía preparado a enfrentarse con él en una especie de batalla por Kibum. Pero que idiota era. Jjong solo era su amigo.

– Esta en el cuarto de invitados – dijo el dueño de casa una vez entraron -. Se amable, anoche bebió prácticamente todo lo que tenía en la estantería – y señaló la pequeña galería de botellas que ahora estaba vacía.

– ¿Está durmiendo?

– Dormido y ebrio todavía seguramente – resopló -. Tuvimos una noche de copas bastante triste. JongHyun le lanzó una mirada ceñuda -. Prepararé café – musitó y Minho sabía que le estaba dando el pie para que fuera con su novio.

Avanzó a través de la sala, el pasillo y llegó a la última habitación. Abrió la puerta con suavidad, tratando de hacer el menor ruido posible, pero el olor a alcohol que llegó de adentro le hizo quejarse en voz alta. Con el ramo de flores en la nariz entró en la habitación y lo primero en divisar fue la figura de Kibum desparramada boca abajo sobre la cama. Llevaba la misma ropa de anoche y su cabello parecía un revoltijo de hebras negras y rojas. Dormía de forma placentera y sus mejillas coloraditas le aliviaron en cierto modo. Dejó las flores sobre el velador y se sentó con suavidad sobre la cama. Kibum reaccionó al primer movimiento del colchón. Se revolvió sobre la cama apretando los ojos y estirando los brazos. Minho rió, y fue el sonido de su voz lo que hizo que el adormilado despegara los ojos. Lo observó a través de la ranura y el alto acercó una de sus manos hasta su desordenado cabello.

– Minho.. – susurró el chico y volvió a cerrar los ojos.

– Kibum… – acarició su rostro -, perdóname – susurró.

– Minho – volvió a murmurar esta vez sin abrir los ojos -. Quiero irme a casa – balbuceó y el alto sonrió con tanta alegría que le dolieron las mejillas.

****

Las flores estaban en el jarrón de la mesa central dándole color y ambiente al departamento. A Kibum le había gustado el detalle y Minho estuvo más que satisfecho con su “reconciliación”. Reconciliación entre comillas porque se había traído a su novio casi durmiendo en el coche y apenas llegaron al departamento lo ayudo a recostarse en la cama para que siguiera durmiendo. No sin antes susurrarle un “lo siento” y un “te quiero”. Kibum contestó con una sonrisa y se sumergió en un mundo de sueños. Minho tenía que darle ciertos meritos a la bebida, eran los causante de su embriagues y de que se haya tomado el asunto con tanta soltura. El verdadero reto sería cuando despertase, con dolor de cabeza, ganas de vomitar y el resentimiento a flor de piel sobre lo ocurrido anoche, hasta entonces estaba libre de los regaños y la discusión que sin lugar a dudas se llevaría a cabo. Hasta que eso pasará haría algo al respecto. Sin dudarlo más cobijo a Kibum bajo las frazadas y salió del departamento hacia el supermercado. Allí compró unas cuantas cosas para luego pasar por una tienda de artesanías. Hizo todo bastante rápido. Quería llegar y tener todo listo antes que Kibum se despertase.
En una abrir y cerrar de ojo ya estaba en casa de nuevo y se ponía el delantal de cocina para preparar la comida. Una comida especial. Minho rara vez cocinaba y esta era una ocasión. Tenía que volver a ganarse su corazón.
Cocinó unas cuantas verduras y un poco de carne. Mientras dejaba la carne dorarse en el horno, fue hasta la sala y puso unas velas aromáticas de la tienda de artesanías sobre los muebles y la mesa. Dispuso el mantel, los utensilios y un par de copas. Observó su simple arreglo con suficiencia y volvió a la cocina. Estaba concentradísimo viendo la temperatura del horno cuando sintió unos brazos enrollarse en su cintura. Kibum lo abrazaba por la espalda y apoyaba su mejilla en la parte baja de su cuello.

– Que rico huele – susurró el chico con los ojos cerrados. La sonrisa de Minho fue automática. Asique lo de esta mañana si había significado que Kibum lo perdonaba.

– Es la receta de mi madre – contó -, te encantará.

– No me refería a la comida.

Minho se dio la vuelta y se encontró con el rostro placido de Kibum, aun llevaba el cabello revuelto y la mirada algo ida.

– Me encantaría decir que también hueles rico – dijo el alto con una sonrisa traviesa.

Kibum frunció el ceño pero después sonrió divertido.

– Iré por una ducha.

– ¿Estás bien? ¿Dolor de cabeza? ¿De estomago? – preguntó inspeccionándolo.

– Solo tengo mucha sed.

Le sonrió y se acerco para besarle pero Kibum lo apartó.

– Me aseare primero.

El alto asintió y lo miró hasta que salió de la cocina. Estaba feliz de que las cosas resultaran ir bien, parecían volver a la normalidad. Pero un bichito dentro de su pecho le incomodaba un poco. Había resultado demasiado fácil todo el asunto con Kibum, al punto de que sintió una gota de decepción. Pensó que tal vez su novio se traía algo entre manos, pero él no era así, asique descarto el asunto enseguida y continuó cocinando.

A los quince minutos un Kibum recién bañado y con ropas limpias salía por la habitación principal, Minho le esperaba a la mesa con un exquisito banquete que le hizo agua la boca en cuanto lo vio. El detalle de las velas le pareció precioso y esta vez no pudo resistirse a besar esos labios de los que no podía estar alejado mucho tiempo.
La comida transcurrió con normalidad, demasiada normalidad según Minho, pero que igualmente disfrutó. Entre las cosas que conversaron salió el tema de su trabajo y lo ocurrido anoche. Ambos hablaron de forma relajada y sin alteraciones. Se comprendieron y se entendieron el uno al otro. Minho pidió disculpas por no estar con él en los momentos importantes y Kibum por su comportamiento caprichoso y tan poco razonable. En conclusión, volvían a ser una pareja feliz.
Luego de la comida y de lavar los platos juntos Minho le contó unos cuantos detalles sobre su reunión de anoche. No dudo en enseñarle la famosa tarjeta dorada y decirle que lo invitaría donde él quisiera, esta noche, solo para ellos dos.

– ¡Estupendo! – soltó Kibum fascinado -. ¿Dónde yo quiera? – preguntó sosteniendo la tarjeta entre sus manos como si fuera un tesoro.

– Así es – Minho le hablaba desde el cuarto.

– Mmmm… donde yo quiera – se repetía buscando algo en su mente -. ¿Cualquier lugar? – preguntó fuerte.

– Cualquiera – dijo saliendo de la habitación con un paquete blanco -. Feliz navidad – murmuró y extendió el obsequió sobre los brillantes ojos de su novio. Se trataba de un conjunto de pantalones escarlata oscuro con un cinturón metálico. El rostro de Kibum se deshizo en felicidad, le había encantado su regalo y prometió usarlo esa misma noche.

– ¿Por qué saldremos esta noche cierto? – preguntó con afirmación.

– Por supuesto.

Ambos se sonrieron.

– La verdad es que JongHyun me ha ayudado a escoger el atuendo, yo no tenía ni idea.
La pronunciación del nombre pareció haber cambiado un poco las facciones de Kibum, Minho lo notó, su sonrisa de deshizo un poco y sin decirle nada a cambio fue por su regalo, estaba bajo el plateado árbol de navidad. Se lo dio y dentro descubrió un maletín bastante más lustroso y moderno que el que usaba.

– Quiero que siempre te veas como el mejor.
Minho le agradeció con la mirada y con una tanda de besos que parecía nunca acabar.

***

– De entre tantos lugares… ¿Por qué prefieres este? – resopló desganado, miraba la entrada de la discoteca sin muchos ánimos.

– Porque te quejas – refunfuño Kibum -. Dijiste que sería donde yo quisiera.

– Creí que escogerías algún lugar costoso.

– No necesito de grandes lujos para pasarlo bien – dijo con una gran sonrisa. Se arregló el flequillo y caminó hacia las grandes puerta de vidrio semi polarizadas. Lucía el atuendo que le había regalado Minho atrapando más que un par de miradas en la infinita hilera de ambiguos a la espera.
Y allí estaba de nuevo. En Babylon. Se había jurado no volver a aquel lugar, pero ahí estaba. Todo por Kibum, todo por Kibum se repitió y siguió a su novio a través de las puertas. Gracias a la tarjeta dorada su ingreso había sido de inmediato. El sitió lo atacó con luces y ruido como la primera vez. La vida estallaba dentro y Minho deseo poder sentirse parte. Resopló he intento afianzarse al lugar. Kibum quería estar allí, quería pasar la noche con él en ese carnaval de navidad en que se había transformado la discoteca. Solo por su novio haría el intento, después de todo estaba con él. Solo necesitaba eso. Al menos, eso creía.

Ya estaban en su segunda copa cuando Minho le advirtió a Kibum que bebiera con más moderación, nada más anoche se había emborrachado y no estaría bien dos noches seguidas. El chico de abrigo de piel no le hizo caso y siguió bebiendo con la misma constancia, miraba a todos lados como si se le hubiera perdido alguien y de vez en cuando volvía la mirada a Minho para sonreírle o besarle.

– ¿Vamos a bailar? – dijo posando el vaso vacio sobre la barra. Y solo fue hasta que Kibum se movió del taburete que Minho reparó en la persona que estaba sentada a su lado. Era aquel chico de cabellos claros. ¿Es que estaba destinado a encontrárselo en todas partes?
Se lo quedo viendo un buen rato, hasta que Kibum lo jaló del brazo para llevarlo a la pista. Se fue con la última imagen del chico en su mente. Sentado en el taburete contiguo, con los codos apoyados en la barra y la mirada perdida dentro de su vaso de licor. Cuando Kibum encontró lugar entre la multitud danzante Minho inconscientemente volteó al cabeza hacia la barra. No veía nada. Se puso de puntitas. Nada. Las cabezas le bloqueaban toda la visión.

– ¡¿Pasa algo?! – habló fuerte Kibum para hacerse oír por sobre la música. Minho volteó y le sonrió.

– No, nada.
Se concentró en los movimientos de cuerpo que hacía su novio y se dejó envolver despacio por la música eléctrica.
Durante media hora la pista ardió en pura música del mismo tipo. Minho podía sentir las gotas de sudor resbalando por su cuello y Kibum… Kibum se veía más erótico que nunca. Se le pegó cuanto pudo y disfrutaron del rose y de la poca vergüenza que significaba acariciarse en público. Total… que mas daba si todos a su alrededor hacían exactamente lo mismo. Cuando la mano de Minho oso rozar el frente de Kibum este sintió que debía ir a los baños de inmediato.

– Si quieres nos vamos a casa – le dijo Minho en el oído.

– No, no, espérame, vuelvo en seguida – musitó quien tenía un problema agudo en sus pantalones. Desapareció antes que Minho pudiera decir cualquier otra cosa. Se quedó allí solo, entre cuerpos movedizos y sudorosos. Las manos volaban rápido y sintió más de una en su remera y su pantalón. Tenía novio y no quería ser presa de locos promiscuos asique decidió retirarse de la pista, después vería como daba con Kibum, lo llamaría al móvil o algo.
Esquivando a la gente llegó de nuevo a la barra y como un flash recordó al chico de cabellos claros. Lo buscó con la mirada, recorrió todo el largo mesón de madera pero no lo encontró. Ya se había ido. Tubo el extraño impulso de preguntarle al barman pero descartó la idea tan rápido como oyó una voz a su costado.

– ¿Buscas a alguien?
Sin duda, era él.

Minho giró el rostro y se encontró con la figura del muchacho apoyada sobre el mesón. Había recorrido con la mirada toda la barra y no lo había visto, supuso que el chico había llegado recién.
Adoptaba la misma posición de hace rato; sentado, los codos apoyados y la mirada en el vaso… No, esta vez le miraba. Sus ojos cafés y delineados suavemente de negro esperaban respuesta.

– Si – contestó Minho -, pero creo que ya lo encontré – tomó asiento a su lado y le pidió al barman un tónico. Su acompañante desvió la mirada hacia su vaso de licor, que en realidad solo había bajado unos milímetros desde que lo vio.

– ¿Hoy parezco un chico? – preguntó con un poco de sorna y una sonrisa de medio lado que atrajo la mirada del alto de inmediato. Minho lo estudio y dio su aprobación.

– El problema no es tu ropa – le dijo al tiempo que recibía el tónico de parte del barman -. Es tu cabello y el maquillaje en tus ojos.

El chico chasqueó la lengua y se arregló el cabello detrás de la oreja.

– Pero te ves como un chico…

– ¿Andas con tu novio? – le preguntó de sorpresa, hacía girar el vaso con una mano y con la otra sostenía su mentón a codo apoyado sobre la barra.

– S-si… – dijo algo extrañado -, está en el baño, vuelve de un momento a otro…

– ¿Lo amas? – lo volvió a interrumpir y esta vez la pregunta le pareció demasiado fuera de lugar.

– ¿Por qué lo preguntas?

El chico que seguía mirando el contenido de su vaso desvió sus ojos lánguidamente hacia Minho, lo miro fijo por un rato. El alto le sostuvo la mirada, quería una respuesta. Pero el chico enmudeció. Retiró su mirada y volvió a hacer círculos con su vaso.

– Jjong me contó que preguntaste por mí la vez pasada – lo soltó de improviso, al igual que sus preguntas. La verdad es que tenía bastante curiosidad sobre el asunto y quería encontrarle una respuesta a todo aquello.

– ¿Y quién es Jjong? – espetó el chico con poco interés dándole un gran sorbo a su bebida, lo bajo más de la mitad.

– Dejaste hasta tu número – siguió y lo escrutó con la mirada. No había reacción ni cambio de expresión de parte del muchacho.

– Te estás equivocando de persona – tomó su vaso e hizo ademan de levantarse, pero solo se giró en su asiento para observar hacia la pista.

– Lo dudo… – el tono serió de Minho atrajo su atención de vuelta y sus ojos volvían a hacer contacto -. Definitivamente es el maquillaje y el cabello.

El chico sonrió con soltura y Minho sintió que esta vez era de verdad.

– ¿Me vas a decir para que querías dar conmigo?

Era como si el rubio tuviera las respuestas en la punta de la lengua pero no las quería dar. A cambio se llenó la boca del resto de su bebida y de un tragó deslizo todo por su garganta al tiempo que dejaba el vaso en la barra.

– ¿Deberíamos bailar? – dijo cuando ya no había licor en su boca. Se puso de pie y miró a Mihno esperando que se moviese. El alto sonrió de apoco y soltó una risa incrédulo. Tenía varias cosas que quería preguntarle y el chico le salía con esa. ¿Sería un muchacho del instituto como dijo Jjong? ¿Una de esas conquistas que jamás tomó en cuenta? No. Algo en su mirada le decía que no quería nada de eso con él.

– No creo que eso le agrade a Kibum.

– ¿Tu novio?

– Aja.

El rubio se encogió de hombros y metió las manos en sus vaqueros negros.

– Como digas – agregó antes de voltearse y emprender camino hacia la pista. Pero el fuerte agarre de Minho sobre su manga le impidió el avance.

– ¿Me dirás al menos tu nombre?

Parecía no querer volver a contestar. Lo pensó un momento. Observó su agarre y luego sus ojos. No estaba sorprendido por su descaro. Era increíble como su rostro solo podía reflejar pura indiferencia.

– Jin – pronunció -, me dicen Jin.

Minho lo soltó y el chico caminó entre la gente hasta que su cabellera clara ya no la vio entre la multitud.

– Jin – murmuró y se quedó mirando a la nada por un momento. Ahora sentía más curiosidad que antes. El chico en vez de resolver sus dudas parecía haberlo dejado con más interrogante.

No lo volvió a ver en el resto de la noche. Aunque inconscientemente a veces lo buscaba entre el gentío su cabecita dorada no volvió a hacerse presente y pensó que tal vez ya no estaba allí.
El resto de la noche fue puro risas y baile junto a Kibum, quien luego de las 3 de la madrugada pedía su cama a gritos. Los efectos de la borrachera anterior le tenían el cuerpo molido. Además de que las cincuenta canciones bailadas esa noche no le contribuían mucho a que se sintiera mejor. Ni siquiera el energizarte que más tarde le compró le ayudo. Minho se sorprendió sintiendo ganas de quedarse y mostrando molestia porque Kibum ya quería marcharse. Pero al cabo de un rato emprendieron camino a casa.

Volvería a Babylon, de esto estaba seguro.

CONTINUARA~~

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