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[2Min] Babylon: Capítulo 10.


Capitulo 10: Transición.

POV, Key.

Desde que salí del departamento esa mañana, dejando atrás a Minho solo con ese tal Jin, el corazón no dejo de molestarme. Tenía un mal presentimiento, una angustia extraña en el corazón. Ese malestar típico de cuando sales y se te olvida algo en casa o cuando sientes la necesidad de estar en otra parte porque crees que allá se te necesitara más. Bueno, todas esas cosas juntas estaba sintiendo y no me permitían hacer mi trabajo con tranquilidad.
La verdad que anoche casi no había pegado ojo. Cuando Minho me contó quien era el chico aquel que ahora dormía en nuestro cuarto casi se me cayó el pelo, no me podía creer que haya sido tan poco cuidadoso. Desde entonces sentí que algo andaba mal, en sí, que algo raro ocurriría. Y esa sensación ha estado conmigo toda la noche y parte de la mañana. Intente no darle tanta importancia, si Minho no estaba preocupado entonces yo tampoco tendría que estarlo pero mi sexto sentido, que por lo demás jamás me ha fallado, me decía que sí debía hacerlo y que tenía que deshacerme del chico cuanto antes. Espero que Minho me haya hecho caso y lo despachara lo antes posible. Sería el colmo volver a casa y que aun estuviera allí.

Me quedé pensando en lo que recién había pasado por mi cabeza y otro montón de cuestiones me invadieron la mente.
¿Qué tan cercano se había vuelto Minho de ese chico? ¿Y desde cuándo? Era extraño. Solo recuerdo que lo mencionó una vez, y fue cuando me contó todo lo que estaba pasando.
Pero solo había sido una mención. “El chico vendido que le había contado la verdad sobre el señor Yang”. ¿Tanta confianza había de un tiempo hasta ahora como para invitarlo a beber? ¿Y como si fuera poco traerlo a casa? ¿Cómo un amigo más?
Debieron haber más encuentros. Más salidas. Más algo, y Minho me lo estaba ocultando.

– ¡Kibum! – gritó un chico desde el otro lado del pasillo -. ¡Te necesitan arriba!

Le hice un gesto de aprobación y recorrí el pasillo hacía las escaleras. Abajo, en los camerinos, donde estaba, había un ruido y un despelote de los mil demonios. Las modelos iban y venían de los probadores con un centenar de vestuarios y los maquilladores corrían tras ellos como celebridades. Los productores y organizadores se paseaban de vez en cuando con grandes megáfonos avisando sobre las siguientes tandas de diseñadores a presentarse y con cronograma en mano anunciaban el espectáculo que se venía.
Di gracias a Dios de poder salir de allí y subir de una vez hacia las altas tarimas donde podría cubrir todo lo que sería el espectáculo. Tenía que hacer un buen artículo sobre este desfile. Todos en la revista como siempre, contaban conmigo.
Cuando llegué al balcón, desde donde podría apreciar en primera posición todo el evento, descubrí que mis demás colaboradores ya estaban allí. Salude al chico detrás de la cámara, a mi secretaria y la guionista. Con una sonrisa plástica tomé asiento y saque la hoja de apuntes de mi bolso. El desfile comenzaba en cualquier momento y yo ya estaba preparado junto con mi equipo.
Pero, por más que intentaba concentrarme y recrear mi mente con los diversos atuendos con que llegaban diferentes celebridad a ocupar las butacas de abajo, no podía dejar de pensar en lo que ocurría en el departamento. O lo que podría… estar ocurriendo. Sonreí de forma absurda, estaba pensando estupideces, Minho jamás me haría algo así, él no es de esos.
En mi cabeza la imagen de Jjong tomó fuerza y mi sonrisa se esfumó. Bajé la mirada avergonzado y reemplace rápidamente su rostro por el de Minho.
Me sentí mal, así de sopetón. Pero no mal físicamente.
Suspiré. Tenía que concentrarme. El presentador ya había salido detrás de las cortinas y saludaba al público presente. Era hora de trabajar, no de sentir remordimientos.

Una hora y media duró todo el espectáculo. Más de ocho diseñadores presentaron sus nuevos diseños de temporada y para ser honesto, alucine con más de alguna prenda. Juré hacerme con ellas fuera como fuera. Bastante conforme cerré mi libro de notas y guarde todo en mi bolso. “Buen trabajo” le dije a mi equipo colaborador y nos despache para que comenzáramos a abandonar el lugar. Yo ya tenía en mi mente y en mi libreta todos los grandes detalles de este evento y podía irme a casa a comenzar a redactar lo que sería mi siguiente publicación. Junto con las demás editoriales bajé hacía el primer piso y me introduje en el mar de gente que iba y venía, entre invitados, modelos y personas de la prensa. Me topé con más de algún colega o una celebridad amiga, intercambiamos abrazos, algunas palabras y luego seguía mi camino. En otra ocasión me hubiera quedado a compartir, tomar algo del coctel o simplemente cotillear un poco con los famosos, pero hoy no. Quería irme lo antes posible a casa, tenía que volver al departamento y ver a Minho o ese estúpido sentimiento de angustia no se iría jamás.

Cuando estuve fuera del recinto, el viento helado del invierno se coló por debajo de mi chaqueta (era extraño, recién esta mañana había sol) y me hizo temblar ligeramente. Sentí que el estomago se me revolvía, pero no por el frió o por aquel presentimiento raro, si no porque allí afuera había alguien esperándome. JongHyun.
Apenas me vio caminó hacia mí con las manos clavadas en los bolsillos de su abrigo y la boca oculta entre la bufanda. Cuando estuvo frente a mí, muy cerca, me saludo con un ligero “Hola” y el vaho blanquecino que salió de su boca chocó despacio y tibio sobre la mía. Me dio un escalofríos, que dudé fuera provocado por el viento.

– ¿Qué haces aquí? – pregunté despreocupado, o más bien, tratando de ocultar el sentimiento alegre que me provocó su aparición.

– Te vine a buscar – dijo con esa sonrisa que hacía que yo también lo hiciera. No podía evitarlo, Jjong representaba algo superior a mí que no podía controlar desde hace algún tiempo -. ¿Quieres que vayamos a comer algo? – agregó consultando su reloj de muñeca.

Diablos. Toda mi energética posición de “Novio preocupado que se quiere ir a casa cuanto antes porque teme algo” se fue por el trasto en cuanto escuché eso. Jjong se estaba transformando en algo demasiado especial y eso me daba miedo porque, entonces, ¿Que había de Minho? Lo normal era que le dijese que no a mi mejor amigo y corriera a estar con mi novio.

– “Ya no es tu mejor amigo” dijo una vocecilla dentro de mi cabeza, y me sentí mal otra vez.
Claro que Jjong seguía siendo mi mejor amigo, pero no como antes. Ahora era de una forma… distinta.

– ¿Qué tal si vamos a uno de esos restaurantes que te gustan a ti? Donde tengan comida sofisticada, con esos nombres complicados. ¿Ah? ¿Qué dices? Yo invito – y otra radiante sonrisa reemplazaba a la perfecta que ya tenía. ¿Cómo decirle que no?
Lo siento Minho, se que hago mal pero, es superior a mí.
Sin decir nada asentí y Jjong se acercó para besarme. Me alejé al instante.

– ¿Estás loco? – dije mirando hacia a ambos lados de la calle.

– Lo siento – murmuró, pero no parecía arrepentido, su sonrisa seguía allí -. Lo olvidé.

Lo observé receloso. Jjong era un descuidado, como siguiera así, íbamos a acabar mal, todos acabaríamos mal.
Con un gestó rápido se sacó la bufanda que traía enrollada al cuello y elevó los brazos por sobre mi cabeza para ponerla.

– Hace mucho frio – dijo acomodándome la cálida prenda y tapándome la boca con la misma, como tenía él hace un rato. Y de forma sorpresiva y fascinante me tomó de las mejillas y me depositó un beso por sobre la lana. No era un contacto directo, no eran nuestros labios los que se tocaban, pero aún así era un beso, el gesto lo valía.
Se alejó de mí despacio, mirándome complacido y dejándome estupefacto, sonrojado y con la respiración cortada, como ocurría siempre que me besaba.

– Idiota – susurré y disimuladamente acercó una mano para entrelazarla con la mía y guardar ambas dentro del bolsillo de su abrigo.

– ¿Y cómo estuvo el desfile?

Me apegué a él y nos alejamos del recinto y de la gente que comenzaba a salir.

– Excelente, habían unos trajes divinos – comenté y le regalé gustoso una de mis sonrisas. Jjong había comenzado a contarme algo cuando el móvil vibró dentro de mi chaqueta. A regañadientes tomé el aparato y contesté la llamada.

– Diga – al otro lado del fono había alguien preguntando por mi -. Si, con él.

Sin dejar de caminar y con la mirada curiosa de JongHyun sobre mí, escuche todo lo que el sujeto en la otra línea tenía que decirme. Mi cara se fue deformando en una de completa angustia y cuando ya sentí que la noticia era demasiado me paré en seco.

– Iré en seguida – fue lo único que contesté y colgué mi móvil.

– ¿Quién era?

Conecté mis ojos con los de Jjong y le transmití todo el miedo que sentí en esos momentos.

– Era la policía – murmuré -, Minho está en el hospital.

———

A los diez minutos, JongHyun y yo, entrabamos casi corriendo por la entrada principal del hospital céntrico de Seúl. Llegamos a recepción donde nos estaba esperando un oficial, que luego de hacerme un par de preguntas a mi gusto totalmente innecesarias dado el momento, nos condujo hacía el tercer piso “zona de cuidados” donde tenían hospitalizado a Minho. Cuando le vi allí postrado casi me da un infarto, no pude contener las lágrimas, por alguna razón me sentía terriblemente culpable y que JongHyun estuviera allí a mi lado no ayudaba a que me sintiera mejor.
Minho estaba con la cabeza completamente vendada y una bolsa de suero conectada a su brazo, la máquina de pulso a un lado que hacía que me alterara y un vaporizador para humedecer el aire.
Estaba durmiendo. Luego el doctor me dijo que estaba inconsciente, que había llegado así y que no despertaría en un buen par de horas. Me sentía desfallecer. Minho, mi Minho estaba herido, inconsciente tirado en una camilla y yo aún no tenía una clara idea de qué demonios es lo que había sucedido. Luego de enjuagarme las lágrimas y dejar un beso en su mejilla salí al pasillo en busca de explicaciones, si la policía me había llamado es porque algo grande debió haber pasado. No me percate del momento en que JongHyun salió de la habitación, cuando llegué al pasillo me di cuenta que estaba allí, hablando con dos oficiales. Me acerqué y en cuanto oí lo que hablaban me tensé de nuevo.

– …hubo un leve tiroteo, dos sujetos salieron heridos, afortunadamente nada grave y…

– ¿Qué? – interrumpí -. O sea que Minho ¿Tiene una herida de bala?

Los dos oficiales se voltearon a mirarme y JongHyun también. El más corpulento de los uniformados negó con la cabeza y me sentí momentáneamente aliviado. Pedí explicaciones sobre lo ocurrido y me las dieron enseguida. Si no hubiera sido por que JongHyun me aferraba de la cintura, ahora estoy de culo en el suelo sin poder sostenerme sobre las piernas.

– Su vecina de piso no fue la única que aviso al conserje sobre los gritos y los ruidos. Recibimos dos llamadas más. Acudimos de inmediato – contaba el oficial -. Y en efecto, cuando llegamos al edificio escuchamos los gritos desde la callé. Los intrusos debieron escuchar la patrulla porque en cuanto subimos comenzaron el escape armados por el pasillo. Hubo un tiroteo. Dos heridos. Allanamos el departamento de inmediato y dentro encontramos al resto de ellos. Al parecer se trataba de un ajuste de cuentas, ya sabe – decía el hombre -, cosas de la mafia.

Aquello fue totalmente aterrador. ¿La mafia? ¿Qué tenía que ver la mafia con nosotros? Sonaba ridículo y gracioso.

– Terminamos con siete detenidos. Dos de ellos no estaban armados, al parecer víctimas de la situación. Uno está en cuidados intensivos – y me apuntó la puerta por la que acababa de salir -, lo encontramos con una herida profunda en la cabeza y despojado de una parte de su ropa – el oficial carraspeó -, la situación indicaba que fue víctima de un intento de abuso.

El hombre me miró esperando alguna clase de reacción. Mis neuronas hoy trabajaban más lento de lo normal, solo después de cuadrar ideas repetí:

– ¿Abuso?

El hombre asintió y JongHyun apretó el agarre de mi cintura.

– ¿Me está hablando de violencia? – pregunté temiéndome la respuesta.

– De abuso sexual.

– Dios – murmuró Jjong y yo me sentí desfallecer. No me lo podía creer. Era irreal, como sacado de una película de suspenso. Esto no podía estar pasando, no a nosotros, no a Minho.

– Afortunadamente llegamos en el momento justo – prosiguió el oficial -. Se hicieron los exámenes pertinentes y no hay indicios de ultraje en el cuerpo del joven, pero el presunto abusador escapó, de todas formas está siendo buscado y solo falta el testimonio de la victima para validar la denuncia, de esa forma el juzgamiento será más severo.

No se puede decir que me sentí mejor al oír eso. Habían intentado ultrajar a mi novio. Abusarlo. ¿Quién demonios sería capaz de algo así?
JongHyun preguntó por las características del presunto abusador y el oficial se las dio.

– Hombre, de alrededor de unos cuarenta y tantos años, alto, tez blanca, cabello corto y canoso. Iba bien vestido y al parecer era el posible jefe de los demás sujetos armados en el departamento. ¿Lo conocen?

JongHyun negó. Yo solo podía ver al oficial con una expresión de completa angustia. Aquellas descripciones no me sonaban de nada. Que sujeto iba a querer aprovecharse así de Minho. Un viejo completamente mal de la cabeza.

– En la oficina policial ya están identificando al sujeto mediante la información que dio el otro muchacho – fruncí ligeramente el ceño cuando escuche eso -. Por lo demás, al otro chico también se le hizo un chequeó medico y tampoco se encontró nada. Solo tenía un par de heridas y unas cuantas contusiones que..

– ¿El otro chico? – preguntó Jjong robándome las palabras, estaba a punto de preguntar lo mismo.

– El otro muchacho que había en la habitación – dijo el oficial. JongHyun me miró con el ceño fruncido. Yo sabía de quien se trataba y de pronto todo tubo sentido. “El viejo Yang” dijo mi mente y la palabra “mafia” reverberó en mi cabeza. Sentí una ira y una pena inmensas.

El hombre corpulento extendió la mano y su compañero le entregó una carpeta. Abrió el folió y leyó lo que fuera que allí había escrito.

– Lee Taemin – pronunció y nos observó esperando alguna clase de respuesta.

Asique así se llamaba el bastardo ese. Bajé la cabeza y apreté los ojos. El oficial siguió hablando.

– Más menos de metro setenta y cinco, delgado, cabello claro – explicaba.

Oí como JongHyun contestaba que no. Yo estaba por contestar que sí, pero el nudo en la garganta se me hizo insoportable y las lágrimas de nuevo salieron sin control. Me eche a llorar como un crio y me aferré a JongHyun como si fuera mi único punto de salvación. Los oficiales se callaron y nadie mas dijo nada. No sé cuánto tiempo estuve llorando, pero cuando me despegue de JongHyun los oficiales ya no estaban a mi lado y las luces del pasillo se habían encendido. Todo era como una pesadilla de la que deseaba despertar porque me sentía terriblemente culpable. De pronto la presencia de JongHyun se me hizo inoportuna. Me alejé de él y me enjugue las lagrimas, le dije que entraría al cuarto para estar con Minho y lo detuve de manera brusca cuando insinuó que quería acompañarme, lo dejé allí afuera y entré en la habitación. Minho seguía en la misma postura y el pitido del monitor continuaba igual de suave y rítmico. Nada había variado y él aún seguía sin despertar. Tomé una de las sillas plegables del rincón y me senté a su lado. Tomé una de sus manos y la acaricie por un largo rato. La cara de Jin no paraba de aparecer en mis pensamientos y cobardemente le echaba toda la culpa a él, ese chico vendido y el viejo Yang tenían absolutamente toda la culpa. La idea de que Jin haya tenido algo que ver con todo este horroroso suceso cobró bastante fuerza, estaba casi seguro de que todo había sido una treta desde el principio.

– Minho… – murmuré bastante débil y un par de lagrimas acompañaron mis palabras. Haría hasta lo imposible por encontrar a ese tipo y meterlo en la cárcel a cualquier precio. Incluido también el tal Jin, o Taemin. Maldito puto del demonio.

La puerta de la habitación se abrió y la cabeza de Jjong apareció. Me sequé las lágrimas y lo miré enojado.

– Te buscan a fuera – señaló -. Los oficiales quieren hacerte unas preguntas.

Asentí y antes de salir deposite un beso en la mano de Minho. Le susurre que volvería pronto y seguí a JongHyun afuera.
Los mismo dos oficiales estaban allí en el pasillo, hablaban entre sí, dejaron de hacerlo en cuanto me vieron.

– Necesitamos hacerle unas preguntas – dijo el robusto -, ya sabe, rutina.

– ¿Puede acompañarnos a la estación? – preguntó el otro.

– Pero… y Minho….

– Yo me quedo con él – me interrumpió JongHyun -, tu ve tranquilo.

– No, no puedo despegarme de él ahora.

– Es necesario que usted declaré algunas cosas ahora, cuanto antes comience esta investigación, mas rápido daremos con los culpables.
Miré al oficial robusto y luego a JongHyun, quien me asentía en silencio. No quería dejar a Minho pero el hombre de traje tenía razón, tenía que ir a la policía y soltar todo lo que sabía.

– Este bien – musité y antes de seguir a los oficiales por el pasillo le pedí fervientemente a JongHyun que no se separara de Minho, que cualquier cosa o novedad que hubiese que me llamara de inmediato. Me dio un abrazo consolador y seguí a los oficiales.
Con los ojos aun acuosos y mis manos incrustadas dentro de mi chaqueta caminé por el pasillo tratando de no escuchar lo que hablaban. Mencionaban detalles y ciertas situaciones que tenían que ver con lo ocurrido en el departamento. La verdad yo no quería saber más cosas e intente taponear mentalmente mis oídos. Giré la vista concentrando mi mente en cualquier otra cosa, pero cuando salimos del pasillo para llegar a los elevadores vi a Jin y me descontrolé. Esperaba, junto a otros dos oficiales, la llegada del elevador contiguo. A pesar de que miraba al piso, y llevaba el cabello suelto sobre la cara, le reconocí de inmediato.
No me pude contener. Salté sobre él. Quería matarlo.

– ¡Tú tienes la culpa de todo! – le grité al tiempo que lo agarraba por los hombros y lo zamarreaba -. ¡Maldito!

Quería lastimarlo, arañarle la cara, golpearlo hasta hacerlo caer pero alguien se me había adelantado. Cuando los oficiales se interpusieron para separarme de él le vi el rostro. Tenía una venda a la altura de la ceja, un pómulo moreteado y el labio completamente roto. Una visión escalofriante, una cara muy distinta a la que había visto esta mañana. Y eso que no estaba contando los ojos hinchados, de tanto llorar seguro.

– ¡Le voy a pedir que se calme! – me exclamó un oficial -. Por favor no empeore las cosas.

Si, estaba claro. Lo odiaba. Odiaba a ese chico, Jin, Taemin o como se llame, con todas mis fuerzas. Quería hacerlo desaparecer, que lo borraran de mi vista y de nuestras vidas. Pero también tenía mi lado bueno y no tan vengativo que me hizo sentir lástima de él. Jin no se había defendido cuando lo ataqué y a penas me miró cuando lo zarandee. Ahora, en los brazos de aquellos oficiales seguía con la mirada en el suelo y parecía querer llorar.
Les pedí a los uniformados que me soltaran, que ya estaba más calmado y así lo hicieron. Cuando el elevador llegó al piso los otros dos oficiales y Jin subieron en él. El chico no me dirigió ni una sola vez la mirada. Las puertas se cerraron y se llevaron la última imagen que tendría de él. Me quedé con un gusto amargo, con una sensación de desazón bastante molesta. De un momento a otro quise correr escaleras abajo y frenar la salida de Jin. Quería hacerle un montón de preguntas, quería la verdad, quería que me contara los detalles de lo ocurrido, que me dijera exactamente lo que había pasado. Las suposiciones de la policía no me bastaban, y si había alguien que podía explicarme bien lo que había pasado ese era él.
Me puse nervioso. Miré las escaleras y apreté los puños.
En ese momento el elevador volvió a abrirse y los oficiales me indicaban que subiera.
Adiós respuestas, adiós a la verdad. Si la suerte estaba de mi lado me encontraría con el chico de nuevo en la estación, si no, tendría que esperar a que Minho me contase todo.

En patrulla, como cual maleante arrestado, llegué a la estación de policías. Los oficiales me acompañaron hasta las oficinas donde me pidieron que esperara un momento. Para mi decepción no vi a Jin por ninguna parte, el chico no estaba allí y desconocía totalmente a donde podrían habérselo llevado. Me deprimí, tenía la esperanza de verle.
A los minutos llegó un hombre con la placa de “investigador” en el pecho y me saludó con una venia. Le respondí el gesto y se sentó frente al escritorio en el cual me habían dejado. Me habló a grandes rasgos de los procedimientos habituales que se hacen en estos casos y luego comenzó con un interrogatorio, preguntando desde cual era mi relación con el principal afectado y la segunda víctima hasta los destalles de mi profesión y que era lo que me encontraba haciendo exactamente hoy por la mañana fuera del departamento.
El investigador me dio más detalles de lo ocurrido. Es así como supe que Jin, a quien el oficial llamaba por su verdadero nombre, Taemin, había declarado su testimonio antes de ir al hospital, aunque el chico, asustado, se había rehusado a dar mucha información por miedo a represalias puesto que estábamos hablando de presuntas mafias organizadas, si aportó muchos detalles al recrear la situación. También coopero con información sobre el principal agresor y supuesto jefe del conjunto, otorgando nombres y direcciones. Según el investigador, sus oficiales ya estaban inspeccionando y allanando la casa del principal culpable, Yang Binhee era su nombre.

“El viejo asqueroso ese”, como había osado poner las manos encima de Minho. Me puse tenso y el investigador lo notó, trate de tranquilizarme para que el hombre siguiera con su relato.
Me contó que el sujeto en cuestión tenía un montón de antecedentes, como algunos arrestos por tráfico ilegal de armas y de animales, demandas y acusaciones de agresión y extorción sin contar la sarta de denuncia de casos parecidos a estos, abusos sexuales, sobre todo a menores y todos ellos hombres. La mayoría de los casos indicaban que fueron disueltos por falta de pruebas. Pero esta vez estaba la declaración de un testigo, además del testimonio de los oficiales que allanaron la casa en el momento justo. Pregunté sobre el testigo, y no se para que lo hice, sabía exactamente de quien se trataba. “Lee Taemin” dijo el oficial y sentí ganas de llorar. El hombre me mostró la carpeta en la cual estaba su declaración. Me contó que el chico no quería que se hiciera pública su identidad en los futuros juicios, había dejado expresamente claro que cooperaría con la policía pero que no quería verse involucrado más de la cuenta. Temía por su vida y quería borrar dicho episodio cuanto antes.

– ¿Qué tipo de relación había entre Lee Taemin y ustedes? Por lo que me contó el oficial, usted lo cree culpable.

Estaba un poco sorprendido, me sentía mal, pésimo, horrible. Era la persona más estúpida del mundo y estaba fatal. Había enjuiciado falsamente a una persona y ahora la culpa pesaba sobre mí, mucho más que antes.
Titubee antes de contestarle, seguía impactado.

– Creí que él tenía algo que ver con lo que había pasado – dije bajito. Carraspee para aclarar mi voz -. No tenía ningún tipo de relación con el chico… con Taemin, la primera vez que lo vi fue anoche, cuando Minho llegó con él a casa. De ese chico, lo único que sabía era que trabajaba para Yang.

– ¿Usted sabía de la existencia del agresor? – preguntó el investigador. Estaba serio y me daba hasta le impresión de que era un poco duro y violento para hacer las preguntas. Quizás era yo que estaba muy sensible.

– ¿De Yang? Sí – afirme y el sujeto anotó algo dentro de las hojas de una carpeta que tenía a mano -. Yang era el cliente de Minho y…

Le conté todo lo que sabía. Que el viejo Yang había contratado los servicios de la empresa de Minho y que juntos trabajan en una propuesta publicitaria, enfatizando el hecho de que Minho solo trataba con él para cuestiones laborales. Entremedio de mi relato apareció Jin, le conté lo que Minho me dijo una vez. Que el chico se había acercado a él para advertirle de las verdaderas intenciones del viejo, como también le dije del verdadero oficio de Jin y su relación con el viejo. El investigador solo asentía y tomaba un montón de apuntes. Casi al finalizar mencione el hecho de que Minho luego de saber todo esto, había renunciado al trabajo con Yang, cosa que había ocurrido exactamente el día de ayer.

– ¿Sabe si hubo algún tipo de discusión al momento de la renuncia?

– No – dudé, la verdad es que Minho no me había contado nada -, la verdad es que no se. Ayer por la noche Minho llegó borra… – me corté, temía que esa información fuera perjudicial. Aunque perjudicial ¿para quién? No sé.

– Llego bebido – puntualizó el hombre. Yo asentí y decidí ser honesto y contar todo.

– Se había ido de copas con… Taemin – me resultaba raro llamarlo por su nombre -, llegaron a casa en la madrugada. No hablamos mucho. Todo fue normal, nos fuimos a dormir y en la mañana tuve que salir, tenía que trabajar.

– Ambos chicos se quedaron en el departamento.

– Así es – confirmé. El hombre medito unos segundos, y luego de pasear su pulgar por la barbilla un par de veces habló.

– Este asunto, en palabras bastante burdas, me parece un arreglo de cuentas y un lio de faldas – me sorprendí, y antes de que mi cara se pusiera peor el hombre siguió con su explicación -. Estos tipos como Yang BinHee, estos peces gordos y turbios como suelen llamarlos a veces, están acostumbrados a hacer y deshacer a su gusto. Sus caprichos son casi tan importantes como sus millones y en este caso lamentablemente su atención estuvo puesta sobre Choi Minho. La cercanía del joven Choi con el chico Lee Taemin, que por lo demás era su tesoro personal, pudo haber provocado un quiebre, mas aun si le sumamos la renuncia realizada el día de ayer. El resentimiento y los celos pueden despertar en una persona el instinto mas asesino de todos. En los acontecimientos de esta mañana hubo agresión y maltrato a ambos chicos, Lee Taemin tenía indicios de haber sido abusado, aunque los exámenes médicos no lo corroboraron, y el Joven Choi fue encontrado inconsciente, despojado de su ropa, pero afortunadamente, según los exámenes médicos, sin indicios de ultraje también, los oficiales de policía como ya sabe, alcanzaron a detener al agresor.

Me mordí el labio y me aguante con todas mis fuerzas las ganas de llorar otra vez. Me apreté y me hice casi una bolita en el asiento. La cabeza me daba muchas vueltas y pensé que me iba a desmayar.

– ¿Entiende las circunstancias y a lo que me refiero cuando digo “un lio de faldas”?

Asentí. Y no sé de qué color se habrá puesto mi cara porque el hombre me pregunto si me sentía bien. Dije que no con la cabeza y de inmediato me sirvió un vaso de agua del estanque que estaba a un lado. Me bebí el contenido y me sentí mejor. Quería volver con Minho, estar a su lado y no despegarme de él por el resto del día. Necesitaba estar allí cuando el despertase y pidiese explicaciones, quería ser yo quien se las diese de la forma más sutil.
Sin darme cuanta había comenzado a llorar. El hombre se puso de pie otra vez y me extendió unos pañuelos, me dijo que ya tenía todo lo que quería y que me podía retirar. Llamo de nuevo al par de oficiales y les indicó que me regresaran al hospital y que ellos también se quedaran allá por esta noche. Me dio las gracias por la declaración y sonándome la nariz salí de la estación escoltado por los dos policías fortachones.
Viaje con la mente en blanco, no quería pensar en nada ni cuestionarme nada. Solo quería tener a Minho en mi cabeza y pensar en cosas que hicieran que estas lagrimas se detuvieses. Los dos oficiales intentaron charlarme algo durante el trayecto, pero luego de un rato desistieron y me dejaron solo en mi mundo de desdicha. Era una actitud fría y egoísta, pero la necesitaba para no desquebrajarme y echarme a morir como el chico sensible que soy.
En cuanto llegamos al hospital descendí del vehículo con prisa y dejando a tras a los oficiales subí hasta el tercer piso solo. JongHyun seguía allí, estaba afuera y en cuanto me vio fue a mi encuentro.

– ¿Cómo estás? – me preguntó preocupado, yo lo ignore, lo que menos quería en esos momentos era su atención.

– ¿Ya despertó? – seguí de largo hasta la habitación.

– Aun no, sigue igual.

Me siguió y yo lo paré.

– Quiero estar solo – le dije frio y tajante. JongHyun asintió y bajo la mirada. Sentí una pisca de tristeza, pero no la suficiente como para decirle algo más. Entré en la habitación y seguí el mismo protocolo que hace un rato, me senté en la silla que aun estaba a un lado de la cama, tomé la mano de Minho y me eché a llorar en silencio. Tenía que ser totalmente fuerte cuando se despertara, por mientras me daba el lujo de ser débil y llorar como niñita todo lo que quisiese.

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Cuando Minho por fin abrió los ojos, al día siguiente, fue un gran alivio. Un chequeo rápido de los médicos dijo que se encontraba bien y que podrían darle el alta al día siguiente, pero que tendría que estar viniendo para la curación de su cabeza. Le habían puestos puntos en la herida y tenía que volver para que se los tratarán.
Luego de charlar asuntos vánales como “¿Estás bien? ¿No te duele nada? ¿Tienes sed?” y esas cosas Minho comenzó a hacerme preguntas. Temía este momento y temía usar las palabras equivocada para contarle todo lo sucedido. Aunque él sabía más cosas yo. Él las había vivido. Lo único que tenía que hacer era recordar cada momento vivido esa mañana.
Nuestra charla a penas empezó terminó. Los doctores habían dado el aviso de que el paciente había despertado. Los oficiales y el investigador de antes aparecieron en la sala y exigieron hablar a solas con el principal afectado. Muy a mi pesar tuve que abandonar el lugar. Le di fuerzas a Minho, lo bese despacio en la frente vendada y dejándolo algo aturdido salí del cuarto. JongHyun estaba fuera. Se había quedado todo el día anterior y la noche acompañándome. Me sentí un poco mal por haber sido tan frió con él ayer, no lo merecía, había sido un excelente amigo al quedarse conmigo todo el tiempo. Me “quería mucho” como siempre me lo decía, y ahora me lo estaba demostrando. Pero este no era un buen momento para reconocer aquello.

– ¿Está bien? – me preguntó cuando tomé asiento a su lado, en los sillones del pasillo.

– Sí – musité, tenía la voz cansada y los parpados me pesaban un poco -, recién entraron los oficiales, le harán algunas preguntas y…

– Lo sé – me cortó -, los vi.

Una mano subió hasta mi cabello y me ordenó las hebras enredadas de mi flequillo. Cerré los ojos y acepté penosamente la caricia de JongHyun. En otro momentos sus mimos me hubiera reconfortado, pero ahora me hacían sentir fatal, como un traidor, como el infiel que soy.
Retiré su mano tratando de no ser tan brusco y él me miró con un gesto interrogativo. Si no quería seguir jodiendole la vida a Minho tenía que parar esto ahora. Lo siento por mi mejor amigo, pero tenía a alguien que amaba y que merecía todo de mí en estos momentos. Sin mencionar la culpa, que era la razón más importante, la que me movía definitivamente a tomar esta decisión.

– JongHyun – llamé. Él entrelazó sus dedos y se giró para ponerme más atención. Observé cada uno de sus gestos, no quería perderme su reacción -. Debemos terminar esto.

Fui honesto, claro y tajante. No quería darle oportunidad a rebatir y menos a que me hiciera cambiar de opinión.

– Después de lo que paso, yo no puedo seguir con esto. Tiene que terminar.

Le miré a los ojos, para que supiera que hablaba en serio. Él solo sonrió.
Descarado. ¿Cómo puedes sonreír a pesar de todo?

– Supuse que dirías algo como esto tarde o temprano – se enderezó en el asiento y cruzo las manos detrás de su cabeza. Como si estuviera relajado, como si no le afectase. Como si no sintiera nada. JongHyun babo, no tienes que actuar conmigo.

Creí que JongHyun me pediría explicaciones, que me exigiría cosas, que me engatusaría para no dejarle. Creí muchas cosas que él no hizo y me sentí decepcionado. Le costó tanto tenerme ¿y me dejo ir así sin más? Estaba pensando como un maldito egocéntrico, pero no pude evitar cuestionarme esas cosas. La verdad es que esperaba que el peleara por mí. Algo bastante egoísta de mi parte y algo que no ocurriría jamás sabiendo la amistad que hay entre él y Minho. Era un buen chico. Y yo lo estaba dejando ir.

– ¿Seguiremos siendo amigos no es así? – tenía los labios apretados y la quijada tensa. Se estaba aguantando las ganas de explotar, y se podría decir que hasta de llorar. Lo conocía bien. Su voz tranquila me podía engañar pero su cara no. Me miraba como si lo fuese a perder todo en la vida.

– Si – dije esquivando la mirada -. ¿Jamás hemos dejado de serlo o sí?

Me miró con nostalgia, se pensaba si contestarme o no. La verdad es que todo era muy triste.

– Claro, jamás hemos dejado de serlo… – repitió y se puso de pié con lentitud. Se acomodó el chaleco largo que andaba trayendo y me quitó despacio la bufanda que aun traía enrolladla al cuello. Su bufanda.

– Bien, Minho ya despertó y supongo que después de hablar con los oficiales, querrás estar otro millón de horas a solas con él – me sonreía. Mientras me hablaba se enrollaba la bufanda en su propio cuello y por un momento se quedó oliendo la lana -. Le dejas mis saludos. Me avisas cuando regresen a casa, quiero visitarlo.
Solamente asentí. Como toda película romántica era aquí el momento en que yo le rogaba que no se fuese, que se quedara conmigo a apoyarme que también estaba mal. Pero no era lo correcto. Era injusto para él y sus sentimientos, y lo mejor era que no siguiéramos alentado las cosas entre nosotros. Mejor acabar de una vez y cada uno por su lado.
Le dije un “Adiós” bastante falto de emoción y él me dejó un beso en la mejilla. Aun cuando el ya se había ido hace varios minutos, me quedaba la calidez de su presencia al lado del sillón y las cosquillas del beso que me dio en la mejilla. Olvidarle no sería nada fácil, pero tenía que hacerlo. Por mí, por Minho. Por él. No quería causar daño. Era mejor así.

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Al cabo de una hora los oficiales salían del cuarto, apenas me despedí de los uniformados entre en la habitación. Minho estaba recostado en la cama y miraba sus manos entrelazadas. Me acerque y me apoye a un lado de la cama, puse una mano encima de las suyas y le di un beso en la sien. Él apenas se inmuto.

– ¿Cómo te sientes?

Era una pregunta absurda, pero tenía que hacerla. Al menos necesitaba saber cómo se sentía físicamente.
Mihno no me contestó, es como si no me hubiese escuchado o no quería hablarme. Decidí sentarme sobre la camilla a su lado y abrazarlo, le hice cariño sobre su cabeza y el cerró los ojos dejándose mimar. Todo, absolutamente todo por lo que pasó fue horrible, y la charla con los policías tiene que haber sido dura. No insistí en que me contestara, ya hablaríamos cuando él lo quisiera. Mientras, quería reconfortarlo y hacerle sentir lo mejor posible.

Las horas pasaron y Minho tenía lapsus en que se quedaba dormido, despertaba algo agitado y volvía a dormir. Toda la tarde se mantuvo así y no hablamos, la noche llegó y Minho seguía sin decirme palabra. Yo no quería insistir pero me estaba impacientando. Necesitaba que me dijera al menos si le dolía algo, o si eran pesadillas las que tenía mientras dormitaba. Pero nada, se mantuvo callado haciéndome sentir inservible.
A eso de la media noche el doctor hizo su última visita en la habitación, Minho estaba dormido otra vez, asique chequeó algunas cosas y le retiró el suero. Me dijo que mañana se podía ir a casa pero que debía volver a curaciones. Hablé con el hombre un rato a cerca de su comportamiento y sobre el hecho de que no hablaba nada, me dijo que era normal, que seguramente estaba pasando por un cuadro de retrospección, esta aceptando lo que ocurrió. Exactamente lo que le hicieron a él.
Varios minutos después que el doctor se fue logré conciliar el sueño. Era la segunda noche que pasaba en el hospital. No había vuelto a casa desde el día del desfile. Observe la hora en mi reloj de pulsera, las 00:47. Ya era martes. Estaba cansado y hambriento. Más que el sueño mismo y la falta de energías creo que fue la pena lo que me hizo dormir después de todo. Fue el hecho de pensar en JongHyun a pesar de cómo estaban las cosas y de revisar mi celular y que no hayan llamadas perdidas de él.
Realmente puedo ser muy patético.

Al día siguiente ya no me podía el cuerpo. Parecía que yo fuera el enfermo y no Minho, quien por lo demás seguía sin hablar. El doctor apareció otra vez a la hora de almuerzo para darle el alta. Rápidamente preparé sus cosas y fui en busca de su ropa limpia a los armarios. No me dejó que lo ayudase a vestirse. El parecía estar bien, normal, con fuerzas y vitalidad. El único problema era que, no me decía nada. Y lo hizo cuando menos me lo esperé y con la única pregunta que no deseaba contestar, aunque en el fondo, no tenía la respuesta.
Ya vestido se había sentado en la cama y cogió mi mano con dulzura, sus ojos me decían que estaba algo asustado.

– ¿Has sabido algo de Jin?

Me quedé allí, viéndolo. Me entró coraje, luego pena. Yo moría porque me hablara y me dijese como estaba, que es lo que tanto pensaba y en sí que me contara lo que realmente había sucedido ese día. Pero a él le preocupada ¿Jin? ¿El chiquillo vendido ese?

– ¿Sabías que su verdadero nombre era Taemin? – siguió -. Como siempre le conocí bajo “Jin” jamás me lo había preguntado.
Parecía que lo último lo meditaba mas consigo mismo que conmigo. Ignoraba el hecho de que me lastimaba que me preguntara sobre el chico.
Contesté secamente que “no” a su primera pregunta he ignore la segunda, jamás le contaría que lo vi en el hospital, asique le pedí que nos marcháramos enseguida y así lo hicimos. Él no volvió a hablarme durante el trayecto a casa. Cosa que aumento mi descontento. Sé que era egoísta de mi parte enojarme por tal cosa, pero es que no me cabía en la cabeza que tal chiquillo allá conseguido ese grado de importancia en Minho. No lo entendía.
Una vez en casa intercambiamos un par de palabras, muy simples y superficiales. Más que nada por el hecho de que Minho parecía incomodo en su propio departamento. Claro, aquí había pasado todo y el lugar estaba tal cual como lo dejaron ese día. Debo confesar que me sorprendí al verlo. Cojines hechos trizas, cortinas destrozadas, estantes en el suelo y figuras de colección echas polvo. Todo era un desastre.

– Hubo un tiroteo – dijo Minho -. El oficial me lo contó – miraba en todas direcciones, pero no estaba sorprendido como yo, más bien ausente y carente de emoción.

– Sí, también me lo contó.

Pasamos a través del “desastre” y llegamos al cuarto. Minho se quedó de pie en la puerta, parecía debatirse en qué momento entrar, yo solo lo hice. La pieza era un caos. Las plumas de las rajadas almohadas estaban esparcidas y el closet botado sobre la cama. Otro completo desastre. Pero fue la sangre de Minho lo que hizo aquel cuadro aterrador, porque estaba seguro, esa era su sangre. Empezaba en parte de la cama y seguía hasta convertirse en un charco seco en el suelo. Se me apretó el estomago y experimenté una especie de pánico.

– No quiero estar aquí – murmuró a mis espaldas. Había entrado en la habitación y veía el cuadro con horror. Solo atiné a voltearme y abrazarlo fuerte. El me correspondió y lo llevé fuera del cuarto. En la terraza, apoyados del barandal Minho soltó sus primeras lagrimas. Yo no podía hacer nada más que consolarlo. Estaba pésimo y por ende yo también.
Y fue aquí, justo en este momento cuando veía llorar a Minho, que empezó toda una larga odisea de “olvido y bienestar”.
Empezamos por mudarnos del departamento. A las dos semanas estábamos cambiándonos a las afueras, donde el aire era más limpio y el ruido de las calles más apagado, algo mucho mejor para el estado anímico de Minho que no pasaba de estar triste a más triste. Si bien yo había intentado sacar el tema de lo ocurrido a colación en varias ocasiones no fue hasta después de tres semanas que Minho decidió hablarlo todo. Había llegado una citación del tribunal para comenzar con la investigación del caso y ya venía siendo hora que él lo afrontase. La noche que tuvimos aquella plática, que yo venía pidiendo hace mucho, se nos hizo bastante larga y penosa. Y aunque los hechos eran tristes Minho ya no lloraba y ya no parecía tener sentimientos con respecto a eso. Cuando me contó lo que había hecho por Jin, eso de “sacrificarse” por él, me bajaron unos celos tremendos, tenía sentimientos encontrados con respecto a eso que no quise cuestionar más de la cuenta, cuando me ponía a sacar conclusiones y a atar cabos a veces lo que descubría no me gustaba. Decidí enterrar el tema relacionado con aquel chico. Cuando Minho me preguntaba por él yo le respondía con esquivas, al parecer los oficiales no le contaron tantas cosas como a mí. Solo sabía que había salido ileso, sin mayores complicaciones, que había dejado una declaración y que ahora su paradero era desconocido. Pero parecía empecinado en averiguarlo. Y aunque con el paso del tiempo su ánimo fue mejorando, nuestra relación fue decayendo.
A dos meses del incidente Minho seguía en casa, no trabajaba y se dedicaba la gran parte del tiempo a reunir información sobre el viejo Yang (que aun no aparecía) y en lo posible sobre el paradero de Jin. Pero por más que lo inténsate parecía no tener resultados y eso a mí me estaba matando. Ya no hacía nada por sí mismo, por buscar un trabajo, por juntarse con sus amigos, por tener una relación normal conmigo. Minho había cambiado, y para mal. Me desperté muchas veces en la noche llorando porque sentía que nuestra vida se había ido al trasto. Yo era el único que mantenía con vida esta relación, y a Minho. Comencé a trabajar turno dobles para pagar todos los gastos. Siempre estaba cansadísimo debido a ello y al llegar a casa solo anhelaba que me regalonearan y me atendieran. Pero Minho no hacía nada por mí. No sé en qué momento deje de importarle, ni al centro comercial salía porque se la pasaba haciendo llamadas y navegando en su ordenador.
Y fue después de todo ese tiempo que comencé a necesitarle como nunca antes, a él, a quien hace un tiempo había decidido olvidar. Había llegado la primavera y como dicen los poetas, con ella florecieron mis sentimientos.
Una tarde no aguante la soledad y llamé a Jjong, desde el incidente nos habíamos visto solo un par de veces y había sido pura casualidad. Hablamos un rato por el móvil y quedamos de vernos donde siempre a eso de las siete. Ya con ropa más ligera, más primaveral, salí de casa dejando a Minho en su mundo, en su burbuja permanente y me fui a reencontrar con JongHyun. Estaba nervioso, no sabía bien como empezar la plática y tampoco sabía bien los motivos que le daría para volver a reunirme con él. El modo en que habíamos terminado había sido bastante abrupto y feo y no estaba seguro de cómo reaccionaría él con este encuentro.
A las siete en punto estuve en el café cerca de la avenida central, Jjong ya estaba allí cuando llegué, sonreí en cuanto lo vi, él me sonrió de vuelta y juntos entramos en el café. Conversamos durante horas, teníamos tanto que decirnos y contarnos, fue un rato realmente agradable. Con JongHyun puedo hablar de todo y él siempre me va a entender. Cuando los temas triviales se acabaron comencé a contarle como había sido mi relación con Minho estos tres últimos meses. Y me quebré. No sabía lo mucho que necesitaba desahogarme y que alguien me escuchara de verdad. En cuanto las lágrimas empezaron a salir no me detuve hasta un buen rato después. JongHyun se quedó conmigo todo ese tiempo, hasta que ya no hubo más lagrimas que derramar o motivo por el cual seguir lamentándose.
Lo extrañaba tanto, tanto. JongHyun me devolvió momentáneamente la felicidad que disfrutaba hace unos meses atrás, y por primera vez en mucho tiempo me sentí querido y valorado.
Eran ya casi la once de la noche cuando abandonamos el café y decidimos caminar por la acera transitada del centro. Ya me sentía mejor y agradecí a JongHyun una infinidad de veces el haberse querido reunir de nuevo conmigo. Era el mejor amigo que se podía tener. El mejor.

– ¿Y qué piensas hacer ahora? – me preguntó. Caminábamos muy juntos y el hecho de que no me abrazara como antes, o no me tomara la mano me resultaba desolador.

– No lo sé – murmuré. Estaba confundido, dolido, y no sabía bien que es lo que quería.

– Si quieres puedo visitar a Minho, intentar hablar con él y…

– No – corté -. No resultaría, Onew ya lo intentó y nada.

– Bueno, pero ese hombre tiene que despertar de alguna manera.

Había subido un poco el tono de su voz y se encogía de hombros. No conteste, bajé la mirada y me perdí un momento en el vaivén que hacia su mano al andar.

– Quizá no has hecho suficiente Kibum.

Era raro que me llamase por mi nombre. ¿Y que estaba tratando de insinuar?

– No es que no me allá gustado que me llamaras y te desahogaras conmigo – explicaba -. Pero me parece raro, que Todopoderoso Key se derrumbe así, tan fácil. Como si ya no quisieras seguir intentándolo.

Me quedé meditando sus palabras. En otro momento me hubiera sentido ofendido, me estaba tratando de mediocre y cobarde, pero tenía razón, me estaba dando por vencido, ya no quería seguir intentándolo y estaba dejando a un lado todo lo referente a Minho. Quizá por eso le llamé, le busque de nuevo, porque me había rendido.

– Quizá esto sea lo último que esperas oír de mi pero… – se había detenido y tomaba una de mis manos entre las suyas – …Minho te necesita, no lo dejes solo ahora.

Se me partió el corazón. JongHyun tenía razón, eso era lo último que quería escuchar de él. Me decepcioné y eso me hizo preguntarme qué es lo que realmente esperaba escuchar.

– Debes ser fuerte, aguantar – seguía -. Ustedes deben saber salir de esta. Todas las parejas pasan por altos y bajos, pero ahí están, para apoyarse, y Minho te necesita.

No. Definitivamente eso no era lo que yo quería escuchar. ¿Cuándo me volví tan egoísta? ¿Cuándo me dejó de importar Minho? Me sentí como un traidor. Había ido a buscar mi bienestar al reunirme con JongHyun, olvidándome completamente del de Minho.
Me soltó la mano y me sujeto por los hombros.

– Key, no estés triste, se que saldrás adelante – me sonreía y yo me sentía decaer cada vez mas -, yo te apoyaré en todo, aquí me tienes – y me abrazó. Solté un par de lágrimas. Estaba terriblemente desilusionado. ¿JongHyun-ah me había dejado de querer? ¿Por eso me decía todo esto? ¿Justo ahora, que yo lo quería más que nunca?

Aferrando mi mano con fuerza retomamos la caminata. Jjong siguió dándome palabras de aliento al punto de que me convenció, iba a volver a casa con mi corazón maltrecho y lucharía por rescatar mi relación con Minho y de paso, enterrar todos los sentimientos que tenía por mi mejor amigo, del mismo modo en que él, al parecer, lo hizo.
Nos despedimos con un gran abrazo y me dijo que me llamaría durante la semana para reunirnos otra vez, quería saber cómo iban las cosas, además, tenía ganas de visitar a Minho.
Cabizbajo en cuanto a mis sentimientos, pero con renovados ánimos para seguir intentando salvar mi relación, llegué a casa. Durante el camino pase a un restaurante y pedí estofado para llevar, era el plato preferido de Minho. Con una sonrisa que intente no fuera fingida ingrese en la casa y me fui directo al despacho.

– Minho – llamé asomando la cabeza dentro de la estancia. Pero no estaba allí. Fui hasta el living y volvía a llamarlo. Tampoco estaba. Dejé el estofado en la cocina y subí a la habitación. Tampoco allí. Busque en el baño, luego en la terraza, la pieza de invitados, el jardín y nada. ¿No estaba en casa? Me asusté. Minho no había salido desde que nos mudamos. Subí de nuevo al segundo piso para buscarlo hasta debajo de la cama cuando el sonido de un vehículo entrando en nuestro aparcamiento me hizo correr hasta la ventana. Alguien estacionaba el auto de Minho en la casa. Me entró pánico y baje casi corriendo, salí al jardín y allí lo vi, bajando de su propio auto con una sonrisa radiante.

– ¡Minho! – exclamé y sonreí sorprendido. JongHyun tenía razón, solo tenía que intentarlo un poco más, Minho ya había conseguido salir de casa, eso era un indicio muy bueno -. Q-que.. c-omo… est-tabas – tenía muchas preguntas atorándose en mi cabeza, asique me controle y avance unos pasos para ir a su encuentro -. ¿Dónde estabas? – pregunté con una sonrisa enorme.

Minho parecía contentísimo, irradiaba felicidad y antes de contestarme me abrazo muy fuerte. Yo le correspondí de la misma forma.

– Kibum – dijo separándose de mí para sujetarme por los hombros, su sonrisa radiante seguía allí y me contagiaba -. Lo encontré Kibum – y me volvió a abrazar.

Mi alegría se mantuvo mientras mi mente trabajó por entender lo que me acababa de decir.

– Lo encontré – repitió -. ¡Lo encontré! – y me soltó para mirar el cielo nocturno y cerrar los ojos durante un breve instante.

Mi sonrisa se fue evaporando de apoco. Toda la felicidad que de pronto llegó a mi desapareció y sentí miedo.

– ¿Encontraste a Yang?
Mi voz sonó temerosa, pero Minho parecía no haberlo captado, seguía igual de eufórico.

– No Kibum-ah – y me agarró la cara, miró directo a mis ojos y dijo lo que jamás pensé escuchar -. Encontré a Taemin.
Y la tristeza, la desilusión y todos los sentimientos penosos y dolorosos collerón sobre mí de forma abismal.

– Lo encontré, está en las afueras al otro lado de la ciudad – decía extasiado -. Ya compré el pasaje, mi bus sale en una hora.

Me enseñó el boleto que sacó del bolsillo y luego lo volvió a guardar. Y me dejó allí afuera, sumergido en una ola de tormentosa angustia mientras él entraba en la casa exclamando con júbilo y metiendo mucho ruido.
No me podía creer lo que me había dicho. No me creía su reacción. Su felicidad.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y me sentí el sujeto más estúpido del planeta. No era yo el que había dejado de querer a Minho, era él quien me había olvidado hace mucho tiempo ya.

Que iluso al pensar que todo podía ser como antes.

Que iluso al dejar convérseme de que quererte no era lo mejor y salvar lo mío con Minho si lo era.

Que equivocado estabas JongHyun.

Fin POV, Key.

CONTINUARA~~

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[2Min] Babylon: Capítulo 9.

Capítulo 9: Ultraje.

Eran eso de las 3 de la mañana y la única luz en el edificio venía del departamento de Minho. Dentro el ambiente era tenso y solo el sonido de los dedos de Kibum golpeando una y otra vez el respaldo del sofá rompía el silencio. Con una pierna encima de la otra, bastante elegante, y una ceja en alto miraba recriminatoriamente a su novio quien no se dignaba ni siquiera a mirarle a la cara. Minho estaba más concentrado en mirar un punto fijo para que el estúpido mareo se fuera de una vez, cosa que obviamente no se conseguía tan fácilmente. Rogando, porque su lengua no se trabara y su visión de Kibum no fuera doble, levantó el rostro y le encaró.

– Me pase un poco de copas – musitó despacio. La ceja de Kibum se crispó aún más y sus dedos dejaron de golpetear el sofá, su puño se había cerrado.

– De eso ya me di cuenta – murmuró -. ¿Por qué no llamaste que llegarías a estas horas? ¿Quién es el chico?

Esa era la pregunta obvia que quería evitar. Recordó lo último que habían hablado sobre el señor Yang. “¡Te quiero lejos de esa gente, de ese viejo verde y de ese niñito vendido!”. Con lo de “niñito vendido” se había referido a Jin. Genial. Y el chico ahora estaba en su casa. ¿Cómo se supone que debería decírselo?
Cerró los ojos un poco agobiado, lo que daría por estar durmiendo y no dando explicaciones como los niños pequeños.

– ¿Me vas a decir o tengo que averiguarlo yo?

Esperó respuesta pero Minho seguía impávido, buscaba la forma de decirlo, aunque pasaban los minutos y no encontraba las palabras.

– ¿Me estas ocultando algo? – sonó receloso, la duda había reemplazado el tono enojado en su voz -. Ese chico…

Era hora de hablar, Kibum estaba pensando cosas que no eran.

– Tenía el móvil sin batería, se me pasó la hora, no fui consciente del tiempo – habló por fin -. Y el chico es Jin… el muchacho que está con Yang – le miró de reojo para ver su reacción. Los labios de Kibum se fruncieron en una mueca de desagrado, respiró hondo he intento controlarse, estaba a punto de chillar y hacer un numerito típico de chicas. Minho se le adelanto, no tenía ánimos ni cabeza para escucharle su sermón.

– Fui a la casa de Yang y renuncie como habíamos hablado – explicó, hablaba pausado y con la mirada en cualquier parte -. Al salir me encontré con el chico y nos fuimos por unos tragos…

– Unos tragos… – repitió irónico -. Tú casi ni bebes.

Minho le miro aireado. No estaba para rebatirle ni para discusiones.

– El caso es que… se nos pasaron las copas y bueno, estaba muy mal asique lo traje aquí – le miró suplicante -, no podía dejarlo ahí, además estaba muy ebrio como para decirme donde vivía. No la agarres con él, fue cosa mía lo de ir a beber y traerlo.

Kibum se había levantado del sofá y caminaba de allá para acá intentando calmar sus nervios. Minho le seguía con la mirada esperando la reprimenda que se venía y la sarta de preguntas que seguro tenía.

– Quedamos en que te alejarías de esa gente – puntualizó, se había detenido frente a Minho y le hablaba de brazos cruzados -. No pensé que eras tan cercano a ese Jin como para invitarlo…

– No te estés pasando películas Kibum, cuando llegué él y Yang se estaban peleando – suspiró -. El viejo Yang le pega y no se – hizo una breve pausa en la que espero alguna clase de reacción comprensiva de parte de Kibum, cosa que no ocurrió -, sentí compasión, el chico la pasa mal con el viejo, el se arriesgó contándome lo que de verdad pasaba y yo sentí ganas de… – suspiró otra vez y bajó la cabeza.

– ¿De hacerle sentir mejor? – ironizó Kibum -. ¿De consolarlo?

– De devolverle el favor – finalizó frunciendo el ceño. No le gustó nada el tono que había utilizado -. Que pasara un buen rato… y se olvidará… de lo mal que lo pasa.

Se echó en el sofá pensando en las cosas que había dicho, era la verdad, pero se sentía raro, como si no estuviera siendo completamente honesto, pero honesto con respecto ¿a qué?

– Pero Minho… lo trajiste a casa. ¡A nuestra casa! – exclamó -. Y el… – alzó las manos para cogerse la cabeza -, él es uno de esos, de esos…

– Es un chico normal Kibum – le miraba desafiante -, no lo encasilles.

– ¿Lo estas defendiendo?- pregunto atónito -. Realmente te hiciste amiguito del putito ese.

– No le digas así – se puso de pie y le enfrentó a pesar del mareo.

– Digo lo que es, es un puto, trabaja para ese viejo y quien sabe que pretende con esto.

Minho se había llevado ambas manos a la cara, se estaba enojando y lo último que quería era discutir y pelearse con Kibum.

– Jin no pretende nada Kibum – dejaba ver su rostro otra vez intentando calmarse y sonar razonable -, y por favor, no lo trates así – entornó los ojos y le miró de la forma más sincera que pudo. Frente suyo, el chico molesto no dejaba de verle ceñudo -. No te enfades.

– ¿Y cómo no? Hasta bebido llegaste – le recriminó con la mirada -, tú no eres así…
Minho sonrió y ladeó el rostro.

– No volverá a ocurrir – dijo a modo de promesa -, y no creo que vuelva jamás a toparme con Jin… – aquella extraña revelación le causó más desazón de la necesaria. Apretó los labios y lucho contra el sentimiento de tristeza que lo tomó por sorpresa. Y es que era cierto. Todo lo relacionado con Yang se había cortado y por tanto ya no tendría porque volverle a ver a él ni a sus trabajadores. Entre ellos estaba Jin. Jamás volvería a verle a él, ya no había un vínculo en común que los uniera y los hiciera topar y coincidir en cualquier lugar. Ya no había razón para verse, ni para hablarse. No eran amigos, ni cercanos, ni nada. A la mañana siguiente cuando Jin se levantase y se fuera sería la última vez. La última. Que extrañamente triste se sentía eso.

– Espero que me estés siendo sincero – habló Kibum, aun se oía algo receloso -. Me preocupo por ti, no quiero que un viejo verde y un niñato vendido te hagan daño – Bajó su mirada y el aspecto desenfadado que le transmitió hizo sonreír aun más a Minho, quien extendió una mano y le acaricio la mejilla.

– No seas bobo, no me pasará nada – se acercó y le abrazó, descansó el mentón sobre su hombro y le habló al oído -. Ya todo se acabó con el viejo ese y Jin… bueno Jin es otra cosa, solo es un chico bajo su control.

– Me pone celoso el tal Jin – murmuró abrazándose a él también -. ¿Por qué él puede hacerte beber y yo no?

Minho rió suave en su oído y Kibum sonrió aferrándose aun más a su cuerpo.

– Para mas remate es lindo – siguió -, definitivamente no me gusta nada, me alegra que no lo vuelvas a ver.

Su tono de voz caprichoso hizo que Minho soltará otra risita.

– Babo…

Así, abrazados y compartiendo el mínimo espacio se quedaron por un momento. Kibum bajó sus niveles de rabia y Minho ya comenzaba a quedarse dormido. Antes de que se hiciera más tarde el joven de la moda envió a su novio directo a la ducha. Entre protestas y movimientos remolones Minho caminó hacia al baño y se encerró para darse un ducha refrescante que le quitase todo aquel olor a alcohol. Luego de estar alrededor de quince minutos bajo el agua salió solo con una toalla cubriendo sus partes íntimas, lavó rápidamente sus dientes y salió del baño. Afuera Kibum había desmontado el sofá-cama que había en el living y traía del cuarto un par de almohadas y unas cuantas frazadas.

– Ya que decidiste pasarle nuestro cuarto al Jin ese… – espetó tirando las almohadas y las frazadas en el sofá-cama.

– Lo siento, no lo pensé.

Caminó hacía la cocina y dejó la ropa sucia dentro de un canasto. Llegó de nuevo al living y vio como Kibum hacia la improvisada cama. Pasó por encima de los blandos colchones con cuidado y se encaminó hacia su cuarto. Entró con sigilo, la cabeza aun le daba vueltas y no quería ser torpe y chocar con algo, no quería que el chico se despertase. Dentro Jin dormía a pata suelta, desparramado con un pijama gris de Kibum encima. Entonces vinieron a su mente las palabras de su novio: “Es lindo”. Sí, Jin era lindo. A su gusto, demasiado.
De pronto se encontró sintiendo envidia de Kibum. Él le había desvestido y puesto el pijama. Le había visto. Cuando dijo “Lindo” ¿se había referido solo a su rostro? Despejó bruscamente la cabeza de aquellos pensamientos y se enfocó en lo que había entrado a buscar. Ropa interior, un pantalón de pijama y una camiseta. Fue hasta el closet y no tardo en encontrar lo que necesitaba. Antes de salir le hecho un último vistazo a Jin y sonriendo suave abandonó el cuarto.

– ¿De qué te ríes? – preguntó Kibum. Minho negó con la cabeza sin dejar esa tonta sonrisa.

Una vez que ambos estuvieron listos para dormir se metieron dentro de las cobijas y no tardaron en conciliar el sueño, bueno, al menos uno. Minho lo logro de inmediato. Kibum tardó unos minutos más, digamos que rondo la casa un par de veces en busca de algo que solo él sabía y se asomó por el cuarto unas tres veces para observar a Jin. Se sentía perseguido y desconfiaba mucho de la presencia del extraño chico en su casa. Ya cuando el reloj marcaba casi las cuatro se obligó a dormir porque para su mala suerte, mañana tocaba trabajo. Sí, era domingo, pero tenía un desfile que cubrir y necesitaba estar al cien por ciento. En cuanto su cabeza hizo contacto con la almohada sus ojos se cerraron y se quedo dormido al instante, no sin antes aferrarse a la ancha y fuerte espalda de Minho, según él, el único ser que le daba una completa seguridad.

*******

Sentía su cara arder. Algo le estaba provocando un escozor que no le permitía seguir durmiendo. A regañadientes intentó escapar de aquello tan cálido y molesto que no le dejaba en paz, pero donde quiera que fuera eso estaba sobre su cara. Molesto enterró la cabeza en la almohada y ahora sintió la calidez sobre su nuca. El sol le estaba llegando de alguna parte y por la intensidad parecía que ya fuese entrada la mañana. Entonces recordó todo lo vivido la noche anterior, recordó la visita al viejo Yang, la salida con Jin, su ebriedad y su cama improvisada en el living. Despegó despacio la cara de la almohada y ahí estaba. Resaca. Un dolor de cabeza tenue le picoteaba la sien. Por instinto se llevó una mano a la cabeza y masajeo allí donde dolía, se volteó y miró por donde llegaba el sol. La luz se filtraba a través de los grandes ventanales, las cortinas estaban corridas por lo que la luz entraba directo. Con una mano haciendo de visera en su frente busco a Kibum con la mirada, no estaba a su lado. Ahora buscaba la hora en el reloj de pared a un costado y las manecillas le decían que ya eran las once de la mañana. Era bastante tarde. Se desperezó y se levantó casi arrastrando los pies, se rascó la nuca y caminó bostezando hacia la cocina. Escuchó unos ruiditos y vio a Kibum allí. Estaba cocinando. Al parecer preparaba el almuerzo.

– ¿No es muy temprano para que estés cocinando?

El pequeño saltito con el que reaccionó Kibum le dio a entender que le había asustado. Rió ante la sarta de injurias que lanzó al aire por haberle exaltado de aquella manera. Entre palabras atropelladas y risitas ambos compartieron la cocina. Minho se portó amable y en extremo cariñoso. Quería estar bien con Kibum y que todo lo ocurrido anoche desapareciera, lo referente a su discusión claro. Porque el rato pasado con Jin no lo olvidaría jamás. Y ahora que lo pensaba… Jin dormía en su cuarto. ¿Estaría allí aun? La idea de que no esté y se hubiera ido en la mañana le provocó un temor molesto. Si así era había perdido la oportunidad de despedirse y la última imagen con la que se quedaba era la de anoche, cuando le vio dormir.
Se quedó pegado rememorando y Kibum lo notó, aunque no sabía lo que realmente atrapaba su mente. Tratando de despertarlo de su trance le dio una palmadita en el estomago y cuando tuvo su atención le apunto un vaso con agua y unas pastillas.

– Supongo que amaneciste con resaca… – hablaba sin dejar de picar y cortar verduras en la tabla.

– Emm, si, gracias… – tomó el vaso y las pastillas, se metió dos a la boca y las tragó con abundante agua. Quería saber que había pasado con Jin, la verdad es que se moría por saber si aún seguía en la casa o no. Pero no quería sonar ansioso y menos verse preocupado frente a Kibum. Para su alivio, fue él quien puso el tema sobre la mesa.

– El chico aun está en la habitación – comentó -, duerme como un tronco, es increíble – se mofó y levantó la tabla para arrojar el contenido dentro de una pequeña olla donde hervía agua.

– Aaahhh… – fue lo único que expresó, aunque por dentro la alegría de tenerlo aun en casa le provocó una sonrisa que agradeció que Kibum no viera.

– Recién lo fui a ver, al parecer no se despertara en un buen rato y cuando lo haga dale un par también – y apuntó el resto de pastillas. Minho asintió y dejó el vaso vacio sobre la encimera.

– ¿Y tú? – preguntó -. ¿Vas a salir?

Kibum asintió y tapó la olla al tiempo que lavaba los utensilios que había ocupado.

– Tengo un desfile – se volteó para mirarle. Estaba muy maquillado, con los ojos delineados, algo de base y brillo en los ojos y en los labios -. Ya sabes, a los magnates estos, les gustan los eventos grandes los días domingos – secó sus manos en el delantal que traía puesto y luego se lo retiró, lo colgó en un perchero cerca y abandonó la cocina. Minho le seguía y protestaba ante la idea de tener que pasar el domingo solo.

– Vamos, pero si estarás de lo más entretenido con tu nuevo amigo – ironizó, se dirigía hacia la zona de lavados he inspeccionaba que la ropa tendida cerca de la ventana estuviera seca.

– No es gracioso – musitó Minho. Se cruzó de brazos y se apoyó en el umbral de la entrada.

– Toma – Kibum le extendió unas cuantas ropas que estabas cálidas por el contacto con la luz del sol, estaban secas y lisas -, las he lavado, se la pasas cuando despierte.

Era la ropa de Jin. La tomó entre sus manos y la inspeccionó. Kibum volvía a salir en otra dirección, esta vez hacia el cuarto de baño y hasta allí Minho también le siguió.

– Tienes que apagar la olla en veinte minutos más, hice estofado de carne, para que coman y hay algunas frutillas en el refrigerador.
Frente al espejo retocaba un poco sus ojos y se ordenaba algunos pechones de pelo rebelde que se escapaban a su elaborado peinado.

– Eres… tan… genial – susurró Minho. Le observaba desde la entrada del baño y le sonreía de una manera encantadora -. Que haría sin ti.

– Pues nada – dijo mirándolo de soslayo -, está claro ¿no?

Minho sonrió y avanzó peligrosamente para abrazarlo y besarlo.

– No, no, no – exclamó Kibum cuando lo tubo muy cerca y Minho le besaba despacio la mejilla, se dirigía a su boca -, me vas a correr el labial.

– Que importa, después te maquillas otra vez.

– No, no, estoy atrasado – se liberó de su abrazo y caminó hacia el cuarto. Minho lo siguió de nuevo y por el camino se deshizo de las ropas de Jin, las arrojó cerca del sofá. En cuanto entró al cuarto vio al chico en la cama. Jin dormía boca abajo con las sábanas enrolladas entre sus piernas y todas las almohadas tiradas en el piso. Le hizo gracia la escena y rió divertido.

– Es peor que un niño – comento Kibum. Quien tomó una chaqueta de su armario y se la calzó presuroso. Antes de salir se unió a Minho en la puerta y se quedó observando al muchacho en la cama -. Me cuesta pensar… que no se trata solo de un simple chico…

– Pero lo es – murmuró Minho sin dejar de observar a Jin -, a pesar del modo en que se gana la vida, lo es, sigue siendo un chico… y creo que… bastante inocente.

Kibum le miró con algo de compasión y luego a su novio.

– ¿Qué edad tiene?

Minho pestañeo un par de veces y luego giró el rostro para observarle.

– No lo sé – contestó extrañándose el mismo de su respuesta -. ¿Unos veinte?

– No creo que tengas más de veinte, se ve bastante joven.

– Soy joven – murmuró de pronto un adormilado Jin -, a diferencia de ustedes, par de viejos casados – y se giró para sonreírles y mirarle con ojos entrecerrados.

– Ja! Aparte de borracho, chistosito – espetó Kibum, estaba sorprendido por su repentino despertar y su actitud tan confianzuda, lo trataba de viejo y ni siquiera lo conocía, vaya chico -, aunque, lo de casado no me molesta – soltó una risita y se abrazó a Minho – ¿Hace cuanto estas despierto? ¿No pensabas levantarte?

– Buenos días Jin – saludo el otro -. ¿Cómo amaneciste esta mañana? Oh, yo muy bien gracias – ironizó. Jin solo le contestó con una amplia sonrisa mientras quedaba acostado de espaldas y cruzaba los brazos detrás de su nuca.

– Tú debes ser Kibum – habló con voz cansada -, el novio perfecto de Minho…

El aludido miro a Jin y luego a su novio. Estaba un poco sorprendido. Una extremadamente ancha sonrisa apareció en sus labios.

– Vaya, es bueno saber que soy perfecto para ti – le dijo a Minho que sonreía con extrañeza -. Y tú debes ser Jin… el chico vendi…

– Déjalo en Jin solamente – le cortó el alto.

– Un gusto – dijo Jin de forma pragmática. Kibum le miró suspicaz. No contestó.

– Yo ya me voy – anunció. Se despidió de Minho con un gran beso. Claro, ahora no le importaba el lápiz labial.
Jin en la cama los observaba sin expresión alguna. El beso duró más de lo que Minho hubiese querido y se sintió hasta un poco incomodo. Cuando Kibum lo soltó Jin seguía observándolo, con esa mirada tan propia de él, que no refleja nada.

– Hasta más tarde cariño – le limpió con el dedo índice los restos de lápiz labial en su boca y se acercó para decirle algo más al oído -. Que se vaya cuanto antes.
Minho asintió y Kibum le sonrió, le dio una última mirada a Jin y salió del cuarto con un frio adiós.

– Espera, te voy a dejar a la puerta.

Ambos caminaron a atreves del desordenado living, lleno de almohadas y frazadas, hasta llegar a la puerta. Allí se despidieron nuevamente y Kibum volvió a pedirle que se deshiciera del chico cuanto antes y que también haría lo posible por estar en casa lo antes posible. Cogió su bolso de trabajo y salió de la casa con una extraña corazonada. Algo le decía que no debía salir hoy, que no tenía que dejar a Minho solo en casa y menos con ese niñato dentro.
Con pesar y a paso más lento subió al ascensor y se encaminó a su trabajo. Nada podía hacer salvo seguir con su laborioso día domingo.

En el departamento Minho volvía a su cuarto donde Jin seguía desparramado en la cama, tenía la mirada en el techo y parecía reflexionar sobre algo.

– ¿Y? ¿Qué tal dormiste? – preguntó apoyándose en el umbral de la puerta.

– Bastante bien – dijo sin apartar la mirada del techo -. ¿Por qué me trajiste a tu casa? – preguntó y esta vez le miró.

– ¿Qué? ¿No lo recuerdas?

Jin frunció el ceño, parecía estar haciendo memoria. Minho sonrió de medio lado de forma burlona y decidió contarle antes de que Jin siguiera rebanándose los sesos tratando de acordarse.

– Estábamos en el auto y… de pronto… moriste – y rió -, te quedaste dormido y cuando intente preguntarte donde vivías ya no había caso, tartamudeaste unas cosas que no entendí y bueno, te traje aquí, no me quedo mas remedio.

– Genial – masculló y volvía a mirar el techo -, hice el ridículo.

– Mmm… la verdad es que… sí, un poco – y rió otra vez. Jin se llevo ambas manos a la cara y se quejó en voz baja -. Es increíble lo mucho que hablas y lo sincero que te pones cuando estas ebrio.

Dejó de quejarse y se sentó de golpe en la cama, le volvía a dirigir la mirada pero esta vez cargado de nerviosismo.

– ¿Que fue exactamente de lo que hablamos?

Minho ensanchó su sonrisa y se cruzo de brazos, seguía apoyado en el umbral y se estaba divirtiendo con la situación. Le hacía bastante gracias jugar un poco con Jin al punto de ponerlo medio histérico.

– Aahh… no te lo diré.

– Dime – exigió y se puso de rodillas sobre la cama, le miraba con una extraña intensidad que a Minho le causó aun más gracia.

– No – zanjó -. Recuérdalo por ti mismo.

Y dicho esto abandonó el umbral para ir hacia la cocina. Sintió las tablas de la cama crujir un poco y unas pisadas seguirle a través de la casa. Miró hacia atrás sin dejar de andar y ahí venía Jin, con cara de pocos amigos y el cabello alborotado, se veía bastante gracioso con el pijama de Key, que le quedaba un poco grande.
Entró en la cocina y fue hasta el mostrador, tomó dos pastillas y llenó un vaso con agua mientras sentía a Jin detenerse en la entrada.

– Bueno me vas a decir o no – volvió a exigir.

– Ya te dije que no.

La sonrisa burlona seguía en su rostro, se volteó para mirarle con el vaso y las pastillas en la mano. Jin se limitó a fruncir el ceño y cruzarse de brazos en una postura amenazante. Temor era lo último que le iba a infundir a Minho claro.

– ¿Por qué quieres saberlo? – preguntó y avanzó despacio hacia el chico.

– Porque si – dijo cortante -, porque es normal que quiera saber las cosas que hable.

– ¿No será que tienes miedo de algo…?

Minho seguía avanzando y su cercanía inquietó a Jin, su parada amenazante se quebró en un dos por tres y su mirada se hizo esquiva.

– N-No… – retrocedió un paso y chocó contra el umbral -, ¿Por qué iba tener miedo?

– No se… dímelo tú.

Tenía al chico acorralado, nervioso y más vulnerable que nunca. Le resultaba gracioso causar tal desarme en el autocontrol de Jin. Era más fácil de intimidar de lo que había pensado, su postura altanera y despreocupada solo son una fachada que esconde una personalidad más tranquila e inocente. Inocente. Esa palabra sonaba extraña al tratarse de él.
Mientras observaba sus ojos inquietos y nerviosos ir del suelo, a la cocina, al living, a él y de nuevo al suelo recordó la pregunta que le había hecho Kibum.

– Ten – dijo y le extendió el vaso con agua y las pastillas – para la resaca.

Jin parpadeo confuso un par de veces y receloso tomó el vaso y las pastillas. Se quedó viendo a Minho con un poco de resentimiento, había captado el juego de “ponerlo nervioso sin causa” y se sintió algo avergonzado.
El alto le dedicó una sonrisa y con un gesto apuntó las pastillas.

– Tómatelas – le dio la espalda para echarle un vistazo a la comida en la olla que había dejado Kibum. Olía bien pero aun faltaban minutos para sacarla del fuego -. Oye… ¿Qué edad tienes?

El chico que ya se había zampado las pastillas y ahora se bebía el vaso con agua se mofó de su pregunta, entró en la cocina y con pasos decididos le encaró. Ahora era su turno.

– ¿Qué te hace pensar que te voy a contestar? – Dejaba el vaso en la encimera al tiempo que le dedicaba una sonrisa altanera -. Tú no me dices lo que quiero saber… porque habría de contestarte yo ahora.

Minho se cruzó de brazos y le devolvió la sonrisa. Jin era bastante astuto, siempre lograba salirse con la suya.

– ¿Diecinueve? ¿Veinte? – se aventuró. Pero el chico no hizo más que ladear la cabeza y mirarle con una ceja en alto.

– No te lo diré.

Su postura caprichosa y resentida le divertía. En vez de molestarse, porque Jin se la estuviese devolviendo, le divertía su actitud. Sentía ganas de sonsacar aquella información a toda costa, aunque no fuera relevante, y para aquello utilizaría un par de tretas que conocía.
Pero sin querer allí estaba de nuevo, perdiéndose otra vez en ese par de ojos cafés y estirando la mano para llegar a tocar un mechón de su claro cabello. Eso no estaba bien.
Recordó fugazmente la noche anterior, precisamente el momento en que por un impulso levantó su mano y limpió los restos de alcohol que se escapaban por la comisura de sus labios, aquello había sido extraño, perturbador y sin explicación, porque no la tenía para el vértigo que sintió en esos momentos. Ahora era igual, el vértigo volvía y el estomago se le hacía un nudo. Lo peor de todo es que Jin se dejaba. Se dejó acariciar en la mejilla y se dejó ordenar el cabello tras la oreja.
Esta no era la treta que tenía en mente, había perdido el control de su juego en cuanto miró más del tiempo debido sus ojos y dejó de sentir el suelo bajo sus pies. Solo sentía su piel bajo el contacto de su mano. Su mano, que no quería apartarse de su rostro y que después de ordenar su cabello había bajado hasta su cuello. Podía hasta sentir su pulso. Estaba acelerado igual que el suyo. ¿Nervioso? Si, como él. ¿Le estaba pasando lo mismo? ¿Sintiendo lo mismo? Si era así en realidad no quería saberlo. No quería pensar en lo que sería capaz de hacer si supiese que Jin sentía las mismas cosas. “Las cosas… que sería… capaz de hacer” se repitió en su mente y su vista bajó hasta sus labios. Vio como Jin los separaba milimétricamente, gesto que para cualquiera hubiera pasado desapercibido, pero para él no porque se le había hecho agua la boca.
¡Diablos! Estaba jodido.
De pronto sintió unas ganas enormes de ser sincero y quizás hablar más de la cuenta. No lo pensó y solo dejó que las palabras salieran. No sin antes tragar saliva y quitar la vista de la tentación que le resultaban sus labios. Volvía a clavarse en sus ojos que no dejaban de verle con una extraña ansiedad escondida.

– Anoche me dijiste… que yo pretendía algo contigo – hablaba despacio, casi en susurros, como si temiera que el momento se quebrara si subía la voz. Su mano temblaba ligeramente, pero no podía apartarla de su cuello, la caricia que hacía con el pulgar sobre su mentón se volvió suave y casi imperceptible -, que sabias que yo…

Se quedó en silencio. En un abrupto silencio porque de pronto una no muy lejana realidad cayó como cuerpo muerto sobre él. Y así, como si se le estuviese revelando el secreto más grande de su vida Minho comprendió. El vértigo, los nervios y los impulsos involuntarios. Todo, todo tenía una explicación y un sentido. Y sintió miedo, miedo de lo que quizás acababa de descubrir.

– Que tú que – exigió Jin. Su mirada era más ansiosa y Minho se sintió indefenso. Su mente se hizo un lio y no sabía si seguir o no. No lo aceptaba. No quería.

Iba a decirle cualquier mentira para terminar con la situación cuando sintió la mano de Jin sobre la suya. Tocaba sus dedos y acariciaba el dorso. Y volvía a caer, su control se desvanecía y abría la boca como buen chico para seguir hablando con la verdad.

– Que tu a mi me… – tragó saliva -, me gustas.

Eso se oyó más revelador y fatídico de lo que realmente era. Ahora sí que se sentía caer, caer en un pozo o un abismo que no tenía fin acompañado de la estupidez y la vergüenza. El rostro le ardía un poco y siguió hablando antes de que Jin pensara que aquello era alguna clase de declaración, cosa que obviamente no era.

– Eso dijiste… – y repitió de forma textual lo que recordaba -, “Se que te gusto… y que intentas ligarme”…

Esperó alguna clase de respuesta o reacción de su parte, pero Jin a penas pestañeó un par de veces. El chico seguía acariciando el dorso de su mano y para ser sinceros esa caricia le estaba matando. Tenía que cortar con esto ahora. Era demasiado.
Y por tercera vez se repitió en su mente que lo que estaba pasando “no estaba bien”.

– ¿De verdad crees eso? – preguntó Minho en un tonó fingidamente petulante. Le estaba bajando el perfil al asunto y haciéndolo ver quizás como un malentendido.
A Jin, que tampoco se le escapaba nada, percibió su cambio de actitud y a modo de reacción debuto al instante la caricia en su mano, su mirada se hizo dura y Minho pudo captar un deje de… ¿decepción?

– ¿Qué? ¿Acaso es mentira? – preguntó un poco incrédulo. Inconforme.

Volvía a dejarlo sin palabras. No sabía que contestarle. Ni él tenía claro si era mentira o no, aunque, si no lo era, no estaba dispuesto a aceptarlo.

– Aaa… pues, Jin – bajó la mirada un segundo -, yo tengo novio y… tu, bueno, tu eres…

– ¿Yo qué? – cortó y restiró su mano de la de Minho de inmediato -. Que soy.

– Tú…

Levantó la mirada y se quedó mirando sus ojos que ahora le veían con resentimiento. La había jodido. Había hablado de más y le estaba dando la peor escusa del mundo, la escusa que ni el mismo se creía y por la que nunca creyó rechazar a Jin. Pero es que… ¿Cuándo la situación se volteó de esta manera? Es como si se estuviesen declarando y pidiendo explicaciones, era absurdo. Aunque Minho estaba dando las explicaciones equivocadas. Y con eso… no bastaba decir nada más. Ya todo estaba claro. Él solito se había puesto la soga al cuello.

Jin sonrió incrédulo y de un movimiento quitó la mano de su cuello, retrocedió un par de pasos y abrió los brazos.

– Anda, dime lo que soy – le retó -, anda, restriégame en la cara que no soy digno de nada.

Estaba furioso y sus manos se habían vuelto puños, le miraba con rencor y algo de tristeza. Estaba terriblemente decepcionado.

– Cállate, no digas eso – pidió -, no era eso lo que quería decir.

– ¿A no? – dijo con sorna y bajó los brazos -, entonces dime…

– Jin… – intentó hablar y acercarse al muchacho, pero este retrocedió los pasos que Minho avanzó.

– ¿Porque soy un puto cierto? Eso es lo que soy… – se dirigía de espaldas hacia la salida de la cocina y en su mirada brillaba más que nunca la tristeza -, es lo que ibas a decir – y se detuvo. Minho también lo hizo y sintió una pena y una vergüenza infinita porque era cierto. Era lo que había pensado y la excusa barata que iba a decir para defenderse de algún modo del tonto encantamiento del que se sentía preso. Encantamiento provocado por la persona que menos esperaba o quería sentir algo.

– Jin mira…

– Eres igual a todos – musitó con desprecio -, me largo – sentenció y dio media vuelta hacia la habitación.

– No Jin espera – le siguió Minho -, déjame explicarte, no es así, no es lo que piensas.

El chico llegó a la habitación y rebuscó su ropa entre el suelo y las sábanas. Al instante llegó Minho deteniéndose en la entrada.

– Jin escúchame, entendiste todo mal, no era eso a lo que me refería…

– No quiero seguir escuchándote – decía mientras recorría todo el cuarto buscando sus prendas -, mentiroso.

– Jin, por favor – pedía mientras lo observaba poner patas arriba toda su habitación.

– ¿Dónde está mi ropa? – preguntó de forma abrupta deteniéndose en mitad del cuarto -. Dámela.

– Jin – llamó el otro sonando algo desesperado. Avanzó un par de pasos dentro de la habitación hasta estar frente al chico de nuevo -. Escúchame, entendiste mal – explicaba -, yo no creo que no seas digno nada…

– Pásame mi ropa – le cortó perdiendo la paciencia.

– ¡Jin escúchame! – exclamó -. ¡Entiende! No es lo que piensas.

El chico se llevó las manos a la cintura y bajo la mirada, parecía contener sus ganas de golpearle o gritarle.

– ¿Me vas a decir donde esta? – su voz se oía ronca y amenazante. Minho se quedó viéndolo incrédulo, desesperanzado y triste. Jin no pensaba escucharlo ni cambiar de parecer. Estaba decidido a no cruzar más palabras con él y lo entendía, le había herido y en parte se lo merecía, pero no lo aceptaba. No podía dejar que las cosas acabasen así, no ahora.

– Están en el living.

En cuanto dijo esto Jin salió. Allí encontró su ropa lavada. Miró de reojo a Minho que venía tras él y se quedó quieto por unos segundos sin saber qué hacer. Cuando el alto estuvo a su lado suspiró y le explicó que la ropa la había lavado Kibum, Jin no dijo nada, y allí frente a él se comenzó a desvestir. En cuanto se quitó la camiseta Minho comenzó a tartamudear y decidió darse la vuelta. Se había puesto nervioso de la nada y sus ansias porque Jin lo escuchase y entendiese se evaporaron, en su mente solo se daba vuelta el trozo de piel expuesta que había alcanzado a ver. Es tonto pero, era raro que algo así lo descompensase tanto.
Mientras seguía tartamudeando algunas tonterías escuchó el sonido de la bragueta de los vaqueros y luego a Jin pasar rápido por su lado, hacia la habitación de nuevo. Ya se había cambiado y bastante rápido. Allá lo siguió de nuevo Minho. El chico estaba concentradísimo calzándose las zapatillas y cogiendo su móvil del velador.

– ¿No vas a escucharme?

Nada. Una vez que Jin estuvo listo salió del cuarto haciéndole el quite y avanzó decidido hasta la puerta principal.

– ¡Hey! Jin, por favor.

El chico estaba abriendo la puerta cuando Minho la volvió a cerrar de un portazo interponiéndose entre él y la madera. Estaba un poco agitado y su mirada reflejaba lo desesperado que estaba. Jin no se podía ir así, no era la forma en que tenía planeado que acabaran las cosas.

– Créeme – murmuró. Jin se había apartado un poco de la puerta y cruzado de brazos miraba en cualquier dirección -. No soy como todos y si eres digno de muchas cosas, eres un chico muy inteligente además de que sabes que no te juzgo… – hablaba de forma algo atropellada, como si quisiera explicar un montón de cosas y las ideas y frases en su mente se arremolinaban para salir sin un orden muy coherente -, jamás te he juzgado por lo que haces y es más… te he ofrecido mi ayuda…

– No necesito tu ayuda – le interrumpió, le miro enojado al tiempo que se hacia una coleta con el pequeño elástico que tenía en la muñeca -, ahora quítate, me quiero ir.

– No, no dejare que te vayas así, no hasta que me entiendas.

– ¿Y porque siempre tengo que ser yo el que entienda? – preguntó amenazante -. ¿Qué hay de ti?

Minho guardo silencio, no sabía bien a lo que se refería.

– Cobarde… – murmuró Jin y volvió a tomar el pomo de la puerta. La abrió empujando despacio a Minho que estaba encima.

– Jin – lo tomó por la muñeca y detuvo su ida -. Jin mírame.

El chico hacía presión para intentar abrir más la puerta, pero Minho parecía de piedra y no pensaba moverse. Rehuyó por un rato su mirada pero después decidió mirarle.

– No te juzgo – dijo en un tono bajo, casi en un susurro -, nunca lo he hecho y jamás lo haría – despacio se comenzó a alejar de la puerta pero sin soltar a Jin -, te acepto tal cual eres… así te conocí y así me… – se cortó y decidió no ser completamente honesto -, y así me agradas, pero sabes que lo que haces no está bien, sabes que puedes llevar una vida mejor y esa es la ayuda que yo te ofrecía, solo eso… jamás me atrevería a decir que no eres digno de algo, porque sinceramente… – suspiró, cerró los ojos y bajo ligeramente la cabeza -, sinceramente lo vales todo.

Perfecto, lo había dicho, ahí estaba, lo acababa de reconocer y ahora podía dejar que se lo comiera la vergüenza y la desvergüenza. Estaba aceptando un hecho que hace tan solo minutos rechazaba y ocultaba con ímpetu. Pero ya estaba, lo había dicho y cuando uno dice las cosas en voz alta es porque las está asumiendo, mas si es en presencia de otra persona, mas si es en “su” presencia.
Le ardía la cara y el corazón parecía adquirir vida propia. Sin querer se encontró apretando más de lo debido la muñeca de Jin y decidió soltarlo. Después de haber dicho aquello sintió que no le importaba si el chico se iba o no. Había sido honesto y ya estaba en tela de juicio de Jin si creerle o no. Aunque su corazón anhelaba y apostaba para que el chico se quedara.

– Eres bastante malo para esto – dijo Jin con una sonrisa cansada -, he escuchado mentiras mejores ¿sabes?

Minho levanto la cabeza incrédulo. Jin no le había creído nada, ni una sola palabra, como era posible si estaba siendo más honesto que nunca, más honesto de lo que su mente lo dejaba ser comúnmente.

– ¡Jin, no son mentiras! – exclamó.

– Ya… lo que tú digas – se acomodó despreocupado un mechón de pelo detrás de la oreja y abrió aun más la puerta para salir -. Gracias por el alojamiento…

– No…

– Déjale mis saludos a Kibum-ah – finalizó de forma sarcástica.

– Jin, no… – intentó detenerle tomándolo por la muñeca otra vez pero Jin fue más rápido y salió del apartamento para tomar la manilla por el otro lado -. No termines así las cosas, no se suponía que acabáramos de esta manera…

– Adiós – cortó y cerró la puerta de un solo golpe.

– ¡Jin! – gritó y golpeó con un puño la puerta -. Mierda.

Era tan fácil como abrirla y seguir al chico, correr tras él y convencerle de que había sido sincero. Que él era una persona extrañamente especial para él. Especial por motivos exactos que aun desconocía, pero que si le creía estaba seguro de querer conocer y aceptarlos. Era así de fácil, así de sencillo. Pero Minho no lo hizo. Se quedó allí, en su departamento, tras la puerta maldiciendo como un adolescente y reprimiendo las ganas de salir tras él.
Jin tenía razón. Si era un cobarde. Y uno de los peores, de esos que le temen al cambio, a vivir cosas nuevas y quebrar sus propios esquemas. Porque no estaba en sus planes fijarse en otra persona, no estaba planeado el dejar de querer a Kibum y definitivamente no estaba en sus planes tener sentimientos por un chico como Jin. Era problemático, era complicado y la verdad es que le daba miedo. Jin era un universo tan alterno y aparte, uno tan peligroso y corrupto que le daba miedo. Pero miedo de lo que Jin fuese capaz de hacerle, provocarle u herirle.
Apretó los ojos y golpeó de nuevo la puerta. La palabra cobarde rebotaba una y otra vez en su cabeza. Se sentía mal, pésimo, tenía rabia, mucha rabia. Se apartó de la puerta y caminó frustrado hacia el sofá-cama, se arrojó en él y hundió el rostro entre las almohadas, ahogó un gritó y apretó el agarre de la misma con sus puños. Parecía un niño pequeño al que no han podido cumplirle su capricho. Solo le faltaba ponerse a llorar y hacer pataleta con los pies.
Ofuscado despegó la cabeza de la almohada y cuando lo hizo lo primero que vio fue el pijama gris de Kibum tirado a un lado. Jin lo había dejado allí desparramado. Dudoso lo cogió y lo acercó a su cara. El olor natural de su piel impregnado a la ropa le llegó de forma instantánea. Las tripas se le revolvieron y el pecho dejó de hacerle presión. ¡Maldición! Ya no podía seguir negándoselo. Sentía algo por aquel muchacho, era evidente, seguir evitándolo sería mentirse a sí mismo y ya basta de eso. Jin le atraía, y mucho. Pero… ¿Cuándo paso? Había tenido varios encuentros con él pero ninguno había sido la gran cosa hasta anoche, que compartieron más de lo debido y hasta a su casa lo había traído a pasar la noche. ¿Cuándo le había tomado tanta confianza? ¿Desde cuándo se le revolvía el estomago?
Exhaló frustrado. Arrojó el pijama lejos y volvió a hundir la cara en la almohada.

– Eres un estúpido Minho – balbuceó entre la tela -, un estúpido.

El sonido de la olla en la cocina le hizo levantar la cabeza. Se escuchaba claro el sonido del agua hirviendo y desparramándose. Se levantó rápido y fue hasta la cocina. Ya se estaba pasando en la hora de cocción asique apago el fuego y dejó reposando la comida. La verdad es que no tenía ganas de comer. No tenía ganas de nada, lo único que quería era tumbarse en algún lado y pensar en lo idiota y desafortunado que era.
Salió de la cocina para dirigirse a su cuarto, y cuando estuvo allí se arrojó sobre la cama. Que mala idea había sido aquella. El olor de Jin estaba por todas partes. Suspiró frustrado y se levantó para ir de nuevo hasta el living. Estaba por tirarse sobre el sofá-cama de nuevo cuando el timbre resonó por todo el departamento. Su vista se congeló en la puerta. “Jin”, fue lo primero que pensó y casi corrió hasta la entrada. Cuando tubo la manilla bajo su palma dudo si abrir o no. Se permitió un par de segundos para respirar y tranquilizarse, cuando el timbre sonó por segunda vez no espero mas y abrió de un tirón. Lo primero que experimento cuando se abrió la puerta fue un fuerte empujón en el hombro que lo hizo trastabillar hacia un lado. Un corpulento hombre de terno oscuro le había empujado y se abría paso para entrar en su departamento, tras el venía otro sujeto que siguió el mismo procedimiento.

– ¿Pero qué…? ¿Quiénes son ustedes? – preguntó sorprendido por la intrusión.

Tras los dos hombres de terno había entrado un tercero, y tras este apareció nada menos que el señor Yang. Minho se quedó en una pieza al verle allí.

– Señor Yang… – musitó -. P-pero ¿Qué hace aquí? – preguntó desconfiado, los tipos grandulones que habían entrado primero se paseaban por su living inspeccionando todo, Minho los miraba de reojo -. ¿Por qué invade así mi casa? Pensé que habíamos quedado claros. No tenemos nada más que hablar.

El señor Yang le sonrió y se apartó de la entrada para hacer pasar a los que faltaban.

– Yo creo que si – dijo e hizo una seña hacia el pasillo. Entre protestas y forcejeos otros dos grandulones aparecieron sujetando a Jin, lo traían agarrado uno de cada lado y lo metieron al departamento bajo exclamaciones y amenazas del chico -. Creo que quedaron algunas cosas pendientes que debemos aclarar.

Bajo la mirada atónita de Minho los grandulones llegaron hasta el living sin soltar al muchacho y entonces Yang cerró la puerta.

– ¡¿Qué me sueltes?! – gritó Jin intentando dar de patadas a los sujetos ya que sus brazos estaban sujetados fuertemente -. No iré a ninguna parte ¡Suéltenme!

– Suéltenlo – saltó Minho y se acercó al viejo Yang -. ¿Qué es esto? – preguntó colérico -. ¡¿Qué está pasando?!

El viejo rió y caminó hasta Jin quien respiraba fuerte y parecía estarle doliendo el agarre de los otros dos.

– ¿Te enfada verlo sufrir? – preguntó el viejo acariciándole el rostro a Jin. El chico corrió la cara en el acto y Yang se la sujeto por el mentón con brusquedad -. ¿Ah? ¿Te enfada? – volvió a preguntar y le dirigió a Minho una mirada cargada de soberbia.
Al ver que no había respuesta le hizo una seña a uno de los tipos que sujetaba a Jin. El grandulón apretó su agarre y Jin soltó un grito de dolor que hizo reaccionar a Minho.

– ¡Para! – exclamó y se acercó unos pasos -. No le hagas daño.

Otra seña de Yang y el grandulón aflojó su agarre.

– ¿Creíste que no me iba a enterar? – preguntó el hombre con prepotencia -. ¿Qué no me iba a dar cuenta? – caminaba unos pasos hacia Minho -. ¿Qué no iba a saber que te estabas metiendo con mi mocoso?

Perturbado y temeroso por lo que estaba ocurriendo miró al señor Yang y luego a Jin que se recuperaba del dolor con la cabeza gacha. Lo inspeccionó rápido con la mirada y se dio cuenta que tenía tierra en parte de la ropa al igual que un rasmillón en la parte alta de su brazo y una pequeña herida en su labio superior. Le habían pegado. Los malditos estos le habían pegado.
Minho apretó un puño y miró con odio acumulado al viejo Yang. Sí, los habían pillado. ¿Cómo? No tenía idea, pero el viejo se había pasado. Le había puesto las manos encima al chico, eso no se lo iba a perdonar.

– No es lo que estas pensando – habló utilizando el mismo tono amenazante que el viejo -. Yo no tengo nada con Jin y…

– Hahahaha – rió fuerte y avanzó por el living -. ¡Por favor! Ya no estamos en edad para juegos. ¿Crees que te voy a creer?

– Es la verdad – puntualizó -. No ha pasado nada y lo que creas no te da derecho a pegarle.

Yang borró su sonrisa y se acercó a Jin de nuevo. Minho se puso nervioso.

– ¿Qué no tengo derecho a pegarle?

El viejo levantó la cara de Jin al tiempo que le estampaba una voraz cachetada en la cara. Minho se abalanzó al instante pero los cuerpo de dos grandes musculosos le bloquearon el paso. La risa de Yang se escucho de nuevo, más fuerte y más sarcástica.

– ¿Y me vas a seguir negando que no tienes nada con él? – mientras hablaba había hecho un gesto con la mano, y los dos grandulones que antes estaban frente a Minho ahora se arrojaban sobre él para cogerle. Entre manotazos, insultos y patadas lograron sujetarlo y dejarlo indefenso tal cual estaba Jin. El chico con la mejilla roja y los ojos acuosos le miraba con un deje de suplica y arrepentimiento. A Minho se le hizo añicos el corazón y se juro que haría hasta lo imposible para que no la cargaran con Taemin, después de todo el único culpable de esta situación era él. El invitó a un par unas copas y él lo trajo luego a su casa. Que el viejo se desquitara con él no importaba, que siguiere lastimando a Jin… eso si que le dolía.

– Pensé que eras un chico de bien Minho – habló el viejo -. Ya sabes, de esos tipos correctos, brillantes, exitosos – decía mientras se paseaba entre Jin y él -. Pero resultaste ser como todos… – se acercó al chico quien por reflejo se encogió y agachó la cabeza. Minho se revolvió inquieto entre los brazos de los grandulones que lo tenían atrapado -. Si te metiste con este… entonces eres capaz de cualquier cosa… – tiró de la coleta maltrecha de Jin quitándole su elástico. El pelo claro calló sobre su cara y Yang lo sujeto para tirarle la cabeza hacia atrás -. Eres un sucio Minho… igual que todos.

Soltó al chico y Minho se relajó.

– Yo sabía… ¡Lo sabia! – exclamó el viejo caminando alrededor de Jin -. Sabía que algo tenías que ver en la deserción de Minho. ¡No soy ningún tonto! Ya lo habías hecho antes ¿Por qué no ahora?
Jin levantó la mirada y sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la cara, pero no le contestó nada, se limitó a mirarle por sobre el hombro, tras el viejo y frente suyo la mirada preocupada de Minho le interesaba más -. Pero ahora la cagaste… – siguió hablando el viejo -. ¡Ahora te metiste con él! Creí que era otro de tus ataques de celos y que lo habías apartado pero no… – le encaró, Jin tuvo que dirigirle la mirada -, te gusta, te gustaba para ti y te metiste con él. ¡Con él maldita prostituta!
Y ahí iba otra cachetada. Minho se tensó y lucho en vano con los sujetos que cada vez le hacían más daño con sus agarres.

– ¡Ya déjalo! El no tiene la culpa.

Yang dio la vuelta y le miró con esos ojos llenos de cólera que parecían irradiar fuego.

– Ya te dije, no pasa nada, solo nos conocemos, es todo – trató de razonar, aunque sabía que era en vano, al viejo ya se le había metido entre ceja y ceja que él y Jin le engañaban.

– No lo defiendas – acusó -. Tu no lo conoces, yo sí. No sé qué mentiras te habrá dicho ni con que ideas te habrá engatusado, pero solo eran maniobras para engancharte… es un experto – decía apuntando a Jin -, es lo que mejor sabe hacer… es a lo que se dedica.

Minho le miraba confuso, luego miró a Jin quien le devolvía la mirada.
No, Jin no sería capaz de eso. No de engañarle y manipularlo. Lo poco que habían vivido y compartido había sido real y no un capricho del chico… ¿O sí?
La risa del señor Yang le hizo salir de sus cavilaciones.

– ¿Lo ves? Lo estas pensando – borró su sonrisa de golpe y se acercó a Minho para hablarle casi en un susurro -. Te lo dije, es un experto – y volvió a sonreír de manera burlona, se alejó y continuó hablando en voz alta -. Aún así joven Choi, debó decir que cometiste un gran error al meterte con mi putita personal – le sonrió a Jin quien apartó la mirada asqueado -. Muy culpa de Jin será pero también cometiste un error al seguirle.

El viejo se volvía a acercar y a hablar en susurros.

– ¿Qué tal he? Es una buena puta ¿cierto? – su voz estaba cargada de recelo y morbosidad -. ¿Te lo montaste bien? ¿Te la chupo hasta dejarte seco?

– Eres un viejo… asqueroso… – murmuró Minho -. Ya te dije que no paso nada de eso.

– ¿A no? – rebatió el viejo y levantó una mano para darles una orden a sus subordinados -. Llévenlo al cuarto – dijo sin voltearse a mirar al chico. Los guardias reaccionaron de inmediato y arrastraron a Jin, quien se debatió un poco, hasta el cuarto de Minho.

– ¡¿Dónde lo llevan?! – pregunto asustado. La sonrisa de Yang no le tranquilizo nada.

– Vamos a ver… que tan cierto es lo que estás diciendo.

Sin dejar esa sonrisa que Minho tenía ganas de borrar de un puñetazo el viejo siguió a los otros guardias y entró en la habitación, desapareciendo de su vista. Las protestas de Jin le llegaron a través de la pared alterando sus nervios que de por sí ya estaban bastante crispados.

– ¿Qué le estarán haciendo?- murmuró en vos baja bastante atemorizado, se estaba imaginando lo peor.

Uno de los guardias extendió una mano frente a él y le enseño dos dedos extendidos.

– ¿Qué no lo pillas? – le preguntó y el otro guardia soltó una risita igual de petulante que las de Yang -. Están viendo si te lo tiraste o no.

Ambos gorilones rieron y Minho lo entendió.

– Vaya cojones hombre para meterse con la ramera del viejo – dijo uno de los tipos y más risitas acompañaron su comentario.

– Yo ni amarrado – le siguió el otro -, el viejo es capaz de matarme.

– Te compadezco hombre.

Sintió como el sujeto le daba unas palmaditas en la espalda con su mano libre. Estaban hablando puras tonterías, mas le importaban las exclamaciones de Jin en el cuarto y las cosas malas que seguro le estaban haciendo.

– Aunque el chico esta de primera… ¿a qué si? – seguían los tipos.

– ¡Bueno ya! – exclamó Minho. Su repentino enojo causo gracia en los dos sujetos que habían comenzado a molestarle y a causarle más dolor en su agarre. Estaba ya por gritar del dolor cuando la figura de Yang aparece en el living de nuevo.

– Increíble – exhaló -. O le lavaste bien el culo o… eres un gilipollas. No te lo tiraste.

La sonrisa morbosa del viejo no le hizo gracia, y aunque debía sentir alivio de que hubiera comprobado que todo lo que decía era cierto, la verdad es que ahora estaba más tenso y preocupado.

– Llévenlo al cuarto también – ordenó.

A tropezones y empujones malintencionados los tipos llevaron a Minho hasta el cuarto donde tenían a Jin sujeto como antes, solo que esta vez con la camiseta levantada y el pantalón abierto.
Observó de inmediato su rostro, apenas le vio entrar había esquivado su mirada, tenía las mejillas rojas y el ceño caído. Estaba avergonzado. Y como no, si lo que le habían hecho era casi un ultraje.
No se dio cuenta en qué momento los tipos lo soltaron. Estaba tan pendiente de Jin y de tratar de captar su mirada para infundirle un poco de confianza que no supo el momento en que lo tumbaron boca arriba en la cama y el viejo Yang se sentaba a los pies de la misma.

– ¿Qué hacen? ¡Suéltenme! – exigió -. Ya sabes que entre Jin y yo no paso nada, que mas quieres.. ¡Suéltame!
Yang rió de nuevo.

– No joven Choi, nada me asegura que tú realmente no te metiste con mi chico – Minho suspiro frustrado, no podía creerlo, el viejo iba a seguir dudando de él ¿con que fin? -. Y como yo soy el engañado en toda esta situación… quiero que paguéis – y sonrió de esa forma tan petulante que Minho odiaba.

– Que quieres – dijo con brusquedad -. ¿Dinero? ¿Mi auto? ¿Mi casa?… ¿Mi trabajo?

– Hahaha… no joven Choi… ¿Para qué quiero yo todo eso? Ya lo tengo… no necesito más dinero, no necesito tu casa, ni tu auto y mucho menos tu trabajo, no soy de ese estilo.

– Entonces quieres matarme… ¿Es eso? – encaró sin miedo. Sintió la mirada preocupada de Jin posarse sobre él.

– No… – dijo despreocupado -. Tampoco soy de esos tipos que matan a rienda suelta, no es mi estilo tampoco.

– No – murmuró Jin. Hablaba por primera vez y captaba la atención de todos los presentes en la habitación -. Yang no… por favor. No.

El viejo se quedó mirándolo. Los ojos de Jin suplicaban y los de Yang lo retaban. Así estuvieron un buen rato en el que Minho no entendía que pasaba, los nervios se lo estaban comiendo vivo y la sumisión del chico le dio a entender que algo realmente no andaba bien, algo iba a pasar y sería muy malo.

– Te importa el tipo este… – habló el viejo haciendo un gesto hacia Minho pero sin despegar sus ojos de Jin -. Realmente te gusta….

A Jin se le comenzaban a llenar los ojos de lágrimas y Minho estuvo más inquieto que nunca, intentó zafarse de los tipos con todas sus fuerzas pero no lo logro. Un potentísimo golpe en el abdomen lo dejo de sin aire y en estado fetal sobre la cama. Apretó los ojos con fuerza para bloquear el dolor y cuando los abrió vio como Jin asentía ante el último comentario de Yang. En otro momento, saber aquello quizá le hubiese alegrado al punto de gritar y saltar como un loco pero en este momento era una tragedia. La mirada de Yang se hizo de hielo y al tiempo que se ponía de pie crispaba sus puños para aventar uno sobre la cara de Jin. Un golpe seco y la figura del chico desapareció de su vista.

– ¡Jin! – exclamó a duras penas. El puñetazo en el estomago aun le dolía un montón.

– ¡Zorra estúpida! – gritó el viejo y retrocedió los pasos que había andado para volver a sentarse en la cama -. Como te atreves a reconocerlo en mi cara… ¡Levántenlo! – ordenó a los tipos y Jin volvía a estar en el campo visual de Minho. Tenía todo el pelo lacio sobre la cara y su boca, que era lo único que podía ver estaba cubierta de sangre.

– Jin – murmuró Minho y experimentó una pena tremenda. El chico estaba derramando lagrimas, las que se abrían paso como un fino camino invisible entre la sangre. Era una imagen desconsoladora y la impotencia que sentía por no poder defenderle le hacía sentir aun peor.

– Supongo joven Choi – dijo el viejo tratando de retomar la compostura -, que Jin te habrá hablado de la magnificencia que represento… – Minho no contesto, se limitó a mirarle con todo el desprecio que pudo -. Y que soy un hombre de palabras… y de deseos cumplidos… – se puso en pie de nuevo y caminó hasta Minho, se inclinó sobre la cama y puso el rostro a su altura. Si tan solo hubiera tenido una mano libre Minho le revienta a golpes -. Yo siempre obtengo todo lo que quiero… – le susurró de forma provocadora.

– Yang no por favor – rogaba Jin otra vez -, déjalo, por favor.

– ¡Tu cállate! – le gritó y se movió rápido para propinarle otro golpe en la mejilla.

– ¡Ya basta! ¡Déjalo! No la cargues con él… – pidió Minho -. Soy yo al que quieres ¿no?

Yang se había volteado a mirarle. Captaba su atención otra vez por su puesto.

– Entonces déjalo en paz, resuelve las cosas conmigo.

– ¡No Minho! – exclamó Jin -. ¿Qué no te das cuenta lo que quiere? ¡No lo hagas!

– ¡Cállate Jin! – Exclamó con más melancolía de lo que hubiera querido -. No te metas.

– Minho no… – rogó y otro par de lagrimas rodaron por sus mejillas.

– Pero que cuadro más enternecedor – se mofó el viejo -. Odio ser el malo de la película pero… esto pasa cuando la gente juega a mis espaldas.

El viejo se sentó en la cama a un lado de Minho y poso una mano sobre su mejilla.

– Tan joven, tan masculino, tan bien dotado – decía al tiempo que descendía su mano por su cuello hasta llegar a su pecho. Minho se estremecía a horrores bajo el contacto -, tan inteligente y tan… imposible… – sonrió -. Las cualidades que siempre me han atraído, sobre todo la de “imposible”… me encanta hacerlas posible.

– Eres asqueroso – murmuró Minho. Yang le sonrió y siguió acariciando hasta que llegó a su pantalón, donde presiono y apretó un poco. Minho se mordió el labio y aguanto las ganas de vomitar allí mismo.

– Tú decides – dijo el viejo y levanto la mano para darle una orden a sus guardias.

Uno de los tipos que sujetaba a Jin sacó una pistola y apuntó rápidamente la cabeza del muchacho. Jin se retorció asustado y las lágrimas aumentaron.
Estaba perdido. En cuanto vio el arma supo que no tenía salida, era el chico o él, y él prefería obviamente al chico. Eso significaba que…

Su mente colapso por unos minutos. El arma apuntando la cabeza de Jin. Los tipos que lo tenían preso y no le dejaban moverse. La mano de Yang haciendo presión en aquel lugar.
Esto era una pesadilla. Una maldita y jodida pesadilla. En la que el decidía sacrificarse por el bien de otro. Por el bien de un chico que en pocas palabras, sin hacer nada, había conseguido alborotarle el corazón y la mente, que había despertado sentimientos y sensaciones vertiginosas que con Kibum ya estaban dormidas. Un chico que había llegado a su vida sin aviso y decidió tomarla y transformarla en un martirio.
¿Valía la pena?
¿Realmente lo valía?

Apretó los ojos y contuvo las ganas de llorar que se acumulaban en su garganta. Tragó saliva y relajó todo su cuerpo. Dejó de hacer presión bajo el agarre de los grandulones y se sumió en un estado de trance y de aceptación. Lo iba a hacer. Ya había tomado una decisión. Optaría por el chico.
Abrió los ojos despacio y el rostro expectante de Yang lo esperaba a su lado. Mas allá la cara contraída en un llanto inaudible de Jin le reafirmó y terminó de converse de la opción que había elegido.
Suspiro una vez más antes de hablar.

– Déjalo ir – dijo en un tono casi fúnebre -, yo me quedo aquí.

– ¡No Minho! – gritó Jin y en vano intento forcejear con los tipos.

La sonrisa de Yang fue instantánea. Chaqueó los dedos y los guardias soltaron su agarre en la cama. Minho se quedó allí tendido, esperando lo inevitable. Ladeó el rostro para ver a Jin antes que se lo llevaran quizás donde y le sonrió a pesar de todo. El chico le miró con una pena infinita. De nuevo sintió las lagrimas venir y decidió correr la vista. No podía seguir viéndolo, que se lo llevaran pronto por favor. El consuelo de todo, era que él iba a estar bien.

El viejo Yang se puso de pie y ordenó que sacaran al chico de la habitación, y también le pidió a todos los gorilones que salieran.
Minho no vio cuando sacaron a Jin y menos escucho sus suplicas, no podía. Aunque aun desde el otro lado de habitación podía oír sus gritos que se habían vuelto desesperados y lastimeros. Maldijo una y mil veces y luego rogó a Dios por que todo aquello pasase rápido. No quería tener recuerdo de lo que iba a pasar.
La habitación ya estaba casi vacía. Solo faltaba que saliera uno de los gorilones que se había detenido en la puerta. Allí Yang y él intercambiaban palabras. No querían ser discretos, Minho escuchaba atentó lo que se decían.

– Déjame tu arma – le pidió Yang y el sujeto accedió. Sacó la pistola de si cinturón y se la entregó -. Toma las llaves del asentamiento – le extendió un pequeño juego de llaves plateadas -, ya sabes.
El sujeto asintió.

– Solo mátalo.

Aquello le congeló la sangre. ¿Que, qué? ¿Qué matara a quien?
Se sentó de golpe en la cama y se sintió morir. Le habían engañado.

– Tranquilo yo me encargo de él – dijo Yang al sujeto, habían captado la reacción de Minho. Sabían que los había escuchado.

– ¡¿Vas a matarlo de todas formas?! – pregunto histérico. Yang despachó al sujeto y cerró la puerta -. ¡Eres un maldito! – gritó he intento salir de la cama lo antes posible para frenar la matanza que se iba a llevar a cabo. Pero Yang fue más rápido y con el arma le propinó un fuerte golpe en la cabeza. Sintiendo un mareo regurgitante calló como saco de plomo sobre la cama.

– Tú no vas a ninguna parte…

Escuchó la voz de Yang en la lejanía, su visión se perdía y su conciencia comenzaba a apagarse.
No, no, no, no ¡No! Decía una voz muy adentro en su cabeza, pero ya no había nada que hacer. El golpe propinado había sido fuerte y la pérdida de conciencia llegaba como un cálido manto a arroparlo.
Lo último que sintió fueron las manos de Yang abriendo la bragueta de su pantalón y luego tocando su cintura. De cara sobre la almohada Minho se fue sumiendo en el más profundo de los sueños. Luego de eso, todo fue oscuridad.

CONTINUARA~~

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[2Min] Dulce y salado.

Nombre: Dulce y salado.
Couple: 2min (Minho x Taemin), SHINee.
Género: Fluff.
Dedicado: A Nine.
Nota: Otro de mis intentos de dulzura :B, otra cosa medianamente decente.

 

De un tiempo a esta parte, los “juegos” entre Taemin y yo se habían vuelto pan de cada día. Si no estábamos haciendo luchas de espuma en la tina, estábamos en el cuarto descubriendo en que parte del cuerpo éramos más cosquillosos. Siempre había algo divertido que hacer y cosas nuevas que experimentar, como ahora, que jugábamos a “probar y adivinar”.

– Mmm… frutillas con crema – dije tragándome la fruta y besando sus labios cubiertos de muss.

– Siempre aciertas – susurró Taemin y se alejó de mí llevándose el trozo de tela con el que había cubierto mis ojos.

– Soy el mejor.

Le sonreí de aquella forma arrogante. De esa que siempre se escapa de mis labios cuando gano algo. Él se terminó de limpiar el resto de la crema que había quedado en su comisura y se vendó los ojos con el mismo trozo de tela.

– Tú turno – y se sentó erguido en la cama frente a mí. Salí de ella, esquivando el sembradío de frutas, postres y golosinas que habían esparcidos sobre el cobertor y parte del suelo. En puntillas llegué hasta el borde de la alfombra donde un paquete de suflés salados me hacía ojitos hace un rato. Lo tomé y tratando de no hacer mucho ruido lo abrí. Taemin tenía un oído especial para detectar el sonido de la bolsa plástica abrirse, estás cosas le encantaban y se volvía un animal si sabía de alguien comiendo unas.
Logré mi cometido sin hacer el más mínimo ruido, y con la misma precaución introduje mi mano y tome uno de los snack. Ya con el trocito salado en mi mano deje la bolsa y pensé en algo con que untarlo. La soya fue lo único que terminó convenciéndome. Abrí el pote y unte el suflé entero dentro del liquido.
Genial, con esto Taemin jamás sabría de que se trata.
Confiadísimo volví a subirme en la cama y me acomode de piernas cruzada frente a él.

– Listo – dije y me puse el suflé entre los dientes. Apenas le había tomado el rostro para conducirlo hasta mi boca cuando él cerró el espacio y devoró mis labios quitándome de forma maestra y sin violencia el untado suflé.
Aun con la venda en los ojos, masticó su snack mientras su boca se estiraba en una sonrisa apretada.

– Dulstocks con salsa de soya.

– Genial – musité -. ¿Aún con la salsa puedes reconocerlo?

– Claro, son mis favoritos – y se quitó la venda par verme triunfante -. Lo olí desde que abriste el paquete.

– Oye, eso es trampa.

– Mala suerte – se mofó -. Mi turno otra vez.

Me puso la venda en los ojos y lo sentí salir de la cama. Caminó por la habitación y volvió a los escasos segundos.

– Que rápido – comenté y al instante sentí como sus manos me atraían. Abrí la boca y choqué de lleno con sus labios, tanteé con mi lengua pero no encontré nada allí. Entonces Taemin abrió sus labios y saco la suya. Venía impregnada de algo que en mi vida había probado. Era un poco espeso, dulce… no, era salado. Comencé a frotar mi lengua contra la suya para captar mejor el sabor, pero no lograba encontrar nada especifico, solo era una mescla de algo que no tenía diferenciación.
Un ápice de gusto a banana me hizo suponer uno de los ingredientes.

– ¿Leche de banana? – dije sin despegar mi boca. Él lo confirmó con un “Uhum”. Seguí explorando, pero al cabo de un rato ya no había sabor en su boca y solo me quedé allí besándolo, no sé en qué momento el había comenzado a devolverme el beso pero estaba claro que el juego se había acabado. Ahora tenía un nuevo sabor en mi paladar, el de su boquita dulce y tierna. No sé por cuánto tiempo nos besamos, ni cuando me quité la venda de los ojos, solo sé que me perdí el resto de la tarde entre sus besos con sabor a caramelo y sus caricias de seda.

– Ya no adivinas – dijo separándose milimétricamente de mi.

– ¿Aún estamos jugando? – me pareció irónico luego de habernos besado por lo menos dos horas.

– Entonces ¿Yo gano? – y cortó de una vez nuestro beso. Fruncí el ceño e intente recordar los sabores que había sentido.

– ¿Qué cosa puede ser dulce y salada al mismo tiempo? – pregunté con sorna. “Nada” me respondí a mí mismo. Tengo que haberme equivocado al sentir el segundo sabor. De lo que si estaba seguro, era de la leche de Banana.

– ¿Te rindes? – me preguntó sonriente.

¡Diablos! Como odiaba perder.
Asentí sin mirarle del todo.

– ¡Era TaeSpecialMilk! – exclamó elevando los brazos.

– ¿Tae qué? – repetí.

– TaeSpecialMilk – dijo de nuevo -. Mi salsa especial de leche con plátano y mantequilla de maní.

– ¿Mesclaste algo dulce con algo salado? – pregunte extrañado, él asintió contento -. Eso no se vale.

– ¿Por qué no?

– Porque no existe tal mescla – inquirí con una sonrisa burlona -. Os es dulce, o es salado, no puede ser ambos a la vez.

– Pues, si existe – me rebatió -. Si puede ser ambos a la vez.

Puse los ojos en blanco y me giré en la cama para salir de ella. Mi reacción era sumamente infantil pero… ¿Que podía hacer? Odiaba perder.

– Que idiotez… ¿TaeSpecialMilk? – dije con sorna y caminé hasta la puerta para salir. No me interesaba comenzar una “pequeña” discusión por algo tan estúpido como eso. Taemin siempre salía con tonterías parecidas y a veces me preguntaba si era normal que se le ocurrieran tantos disparates -. Ordena tu este desorden – le dije antes de abandonar la habitación.

– ¡¿Qué?! ¡Pero Minho! – lo escuché gritar desde la habitación, lo ignoré, seguí mi camino hasta llegar a la sala donde el pequeño logró alcanzarme -. ¿Te molestaste? – me dijo encarándome, lo esquivé para continuar mi camino hacia la cocina pero él volvió a bloquearme el paso -. ¿Por qué te portas así? Es solo un juego.

– Un juego en el que haces trampa.

– Pero un juego al fin y al cabo… -espetó molesto. Genial, ahora era él el enfadado -. ¿Por qué te molesta tanto?

Guardé silencio, solo me quedé allí observándolo en menos.

– Idiota – murmuró y se alejó de mi para volver a la habitación, lo dejé, estaba demasiado fastidiado como para pisotear mi orgullo y reconocer que me estaba comportando como lo que me dijo, un verdadero idiota.

El resto del día fue un asco. Taemin no me hablaba y parecía que el resto de los miembros estaba de su lado porque tampoco me dirigían la palabra. Odiaba que estas cosas ocurrieran y más se eran provocadas por mi estupidez y por mi frustración ante mi derrota, lo cual era totalmente descabellado. Pero así era yo y Taemin conocía bien ese lado mi tan insoportable. Otras veces lo dejaba pasar y me seguía la corriente, pero ahora se había enfadado de verdad… y como iban las cosas parecía no querer hablarme ni ahora, ni mañana, ni el resto de la semana. Y acerté, esa noche no durmió en la habitación, si no con Kibum en su cuarto y a la mañana siguiente no me dio los buenos días cuando nos sentamos a la mesa a desayunar. Su frialdad me tenía tan descompuesto que pensé en gritarle para hacerle notar que existía, que el que me ignorará solo hacía que me sintiera más mal.

– Onew hyung, ¿me puedes pasas la mantequilla de maní?

Condenado Taemin, la mantequilla estaba al lado mío, ¿No pudo habérmelo pedido a mí?

Algo incomodo por la mirada asesina que le estaba echando, Onew estiró el brazo y tomo el frasco para dárselo al pequeño, el chico le agradeció con una sonrisa y se concentró en preparar algo en un frasco aparte.

– Oh.. –dijo Jong observando lo que hacía al igual que yo-, ¿es esa salsa especial que haces?

Taemin sonrió y asintió con la cabeza.

– Pues yo quiero una tostada con eso –exclamó Jong y me sorprendí. ¿Hablaban de esa salsa especial que Taem me dio a probar ayer?

Al parecer todos habían probado su dichosa salsa y les encantaba porque estiraban las tostadas para que Taemin las untara, ¡hasta Key lo hizo!

– Minho, ¿Tú no vas a probar? – me preguntó Onew. Me lo quedé viendo sin ánimos y de pronto se hizo un silencio, parecía que todos esperaban mi respuesta, menos Taemin que seguía untando otra tostada. Me terminé de enfadar.

– No estoy para probar porquerías – espeté con todo lo déspota que podía ser. La reacción fue inmediata, Taemin soltó la tostada y aventó el cuchillo sobre la mesa para mirarme colérico.

– ¿Porquería? – dijo bajito -. ¡¿Porquería?! – repitió más alto poniéndose de pie y encarándome de una forma que jamás había visto, tanto así que me exaltó -. ¡La porquería eres tú! – me gritó terriblemente dolido y procedió a abandonar la mesa para encerrarse en la pieza.
Me quedé allí, impresionado y sin saber qué hacer, si no es por Key que zamarrea mi hombro me quedó allí congelado quien sabe por cuantos minutos.

– ¿Qué estas esperando? – me dijo -. ¡Ve tras él!

Como si de una orden se tratase me puse de pie inmediato y algo desorientado fui hasta nuestro cuarto. Abrí la puerta con precaución y allí vi a Taemin, tendido sobre la cama con la cara hundida en la almohada. Estaba llorando.

Mierda, si que soy una gran porquería.

Me adentré con sigilo en la habitación y caminé hasta un costado de la cama, me agaché hasta estar en cuclillas y extendí una mano para tocar su cabello. Taemin inmediatamente se contrajo y detuvo un poco su llanto.

– Lo siento – murmuré de forma vacía, sabía que con eso no bastaría para que el pequeño dejase de llorar -. Soy un idiota, jamás quise decir eso, por favor… no llores.

– Minho ándate – dijo contra la almohada, apenas le escuche -. Déjame solo.

– No lo haré – espeté con autoridad -. Taemin lo siento, jamás quise tratarse así, pero es que… ya sabes cómo soy… -suspiré antes de decir lo siguiente y terminar de pisotear mi orgullo – …soy un idiota.

– Lo eres – no dudó en decir despegando un poco su rostro de la almohada. Inmediatamente quité con suavidad el cabello de su rostro y lo termine de levantar para limpiar sus mejillas.

– No hagas eso – dijo apartando mis manos e incorporándose en la cama para verme con una mirada llena de tristeza y rencor.

– Taemin, perdóname, no soporto estar así contigo…

Él seguía mirándome de la misma forma y parecía que mi corazón se partía cuando lo veía derramar una que otra lágrima.

– Siento haberte dicho esas cosas, siento ser un mal perdedor, siento que estés así por mi culpa, lo siento, lo siento.

No lo soporté más, me abrasé a él sin importar si le molestaba o intentaba alejarme, tenía que consolarlo, mimarlo y hacerle ver lo mucho que lo quería y lo idiota que había sido. Para mi fortuna él no intento deshacer mi abrazo, al contrario, me correspondió y apoyó el mentón en mi hombro.

– Minho babo –dijo en un susurró y yo no pude evitar sonreír.

– Perdona a este babo – musité y me alejé para tomar su carita y verlo a los ojos -. Ya no llores – le pedí, verlo así de verdad que me hacía sentir horrible. Lo abrasé de nuevo y me acerqué para besar su mejilla, más bien sus lagrimas. Él cerró los ojos cuando lo hice y se dejó querer por mí, yo seguí repartiendo besos suaves por su mentón y la comisura de sus labios. Por último lo besé y me quedé allí, totalmente entregado a su boca. Él me siguió y pronto ambos disfrutábamos de un dulce y reconciliador beso, aunque… de dulce no tenía mucho, más bien era salado. Mmm… creo no era ninguno de los dos.

Me separé de él y abrí los ojos para verlo con una sonrisa tierna, él hizo lo mismo.

– Creo que algo sí puede ser dulce y salado al mismo tiempo – dije entornando los ojos. Taemin ladeó la cabeza sin comprenderme -. Tus besos cuando lloras – expliqué y el sonrió avergonzado. Volví a besarlo y a disfrutar de ese nuevo sabor, aunque no pasó mucho tiempo para que el salado de las lágrimas desapareciera y solo quedara el dulzor de su boca.

– Igual mi TaeSpecialMilk es una buena prueba.

Me reí con eso y acepté el hecho de que un día tendría que probarlo y quizá darle el visto bueno.

– Vale, vale – dije acariciando su cabello-. Tu ganas – acepté y el sonrió más radiante aún.
Terminé de limpiar por completo sus ojos y me aseguré de darle un día increíble para que olvidara todo lo malo de las últimas horas. Luego de eso creo que nunca volvimos a discutir por algo tan estúpido, porque en todas las cosas que volvimos a jugar siempre dejé que me ganara. Taemin es mi excepción y no me importa perder si el que me gana es él, feliz tomo la derrota aunque al final igual me hago con el premio máximo; su exquisita boca y sus puros sentimientos. Aaahhh… son las consecuencias de estar… irreparablemente ¿enamorado?

Fin.

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[2Min] Babylon: Capítulo 7.


Capítulo 7: Visita.

– A ver si entiendo – decía Onew removiéndose en su butaca y dejando el trago por un rato -. Ese tal Yang, el empresario, es algo así como.. ¿Un mafioso?

– No sé si es un mafioso – rebatía Minho -. Pero de que es un viejo turbio, lo es.

– Osea… si se acuesta con chicos más jóvenes, está casado y anda de libertino en las discotecas…

– Eso no me da excusa para creer que es un mafioso, creo que te estás pasando – se echó a reír.

– Bueno, quien sabe, el viejo resultó estar interesado en ti – Minho arrugó la nariz -. Se me hace que es de esos tipos que van por ahí cogiéndose chicos jóvenes y pagándoles – Onew pensó unos momentos -. Qué asco de viejos.

El alto también dejó su trago sobre la barra y se quedó pensando en ello. Más bien en el hecho de lo que sentiría Jin al estar con el viejo. Y parecía que Onew también pensaba lo mismo.

– ¿Cómo dijiste que se llamaba el putito ese?

– No le digas así – saltó Minho, había ladeado el rostro y le miraba ceñudo -. Se llama Jin, bueno, le dicen Jin.

– Ni por todo el dinero del mundo soportaría acostarme con un viejo – se burló -. Bueno, en mi caso con una vieja. ¿O sí?
Al parecer Onew se creó una imagen mental de lo que había mencionado porque la cara de asco que expresó no paso desapercibida y arranco más de una risita por parte de Minho.

– ¿Por qué crees que el chico te contó todo eso? – preguntó volviendo de sus desagradables imaginaciones. Minho meditó la respuesta aunque era más que obvia.

– Para alejarme del señor Yang.
El modelo se pasó una mano por los cabellos y se recargó en la barra.

– Por un lado eso es bueno, es mejor que te lo haya confesado, aunque me parece gracioso que el chico se sintiera celoso ¿Quién se sentiría celoso de que le quitasen a un viejo? – su ironía hizo reír a Minho aunque eso mismo se lo había estado preguntando los últimos días -. Vaya jodida vida la que lleva ese chico – comentó y recupero su trago para darle un par de sorbos -. Seguro se trata de un travesti horrible, con bigote y pelo en el pecho – exclamó y rió a voz llena con su propio chiste. Minho solo sonrió. Si Onew creía eso sobre Jin, estaba completamente equivocado.
Luego de tomar aire y ahogar la última carcajada con otro sorbo de su vaso Onew le preguntó detalles sobre Jin, pero Minho se limitó a esquivarlo con respuestas vagas. A los minutos ya se había aburrido de insistir sobre el tema.

– ¿Kibum está enterado de todos eso?

– Claro – afirmó -. Se lo conté de inmediato.

– ¿Qué dijo?

– Nada – sonrió -. Odia al viejo. Pretendía conseguir su dirección para acribillarlo el mismo.

Ambos chicos rieron y al ver sus vasos vacíos pidieron al barman otra ronda. Onew se quedó meditando lo que recién habían hablado como si se tratase de algo de suma importancia que deseaba descifrar, Minho se limitó a mirarle esperando alguna clase de resolución o lo que fuera que estuviera pensando.
Desde su última salida, y noche de absolutas revelaciones para él, habían pasado dos semanas. Tiempo suficiente para aclarar sus ideas y tomar una decisión definitiva de lo que iba a hacer. Enterarse de las verdaderas intensiones del señor Yang le había descompuesto y estuvo un par de días bastante distraído y ausente dándole vueltas al asunto. Aunque en el fondo se preguntaba si realmente estaba así por la verdad sobre el señor Yang o por Jin. Si bien la situación con el empresario había ocupado sus pensamientos en las últimas semanas, no pudo evitar el hecho de repasar y rememorar su último encuentro con el muchacho de cabellos claros. Su penosa situación y estilo de vida le habían dejado con un gusto amargo en la boca y se encontró deseando poder sacarlo de allí, de ese extorsionado entorno donde valía tan poco. Pero esos deseos se esfumaban de inmediato en cuanto se ponía realista. Quería alejarse de ellos. Mejor así. Salir del círculo del señor Yang, se evitaría futuras sorpresas, malos ratos y quizás situaciones desagradables. Ese pensamiento incluía olvidarse de Jin, pero lo valía con tal de no meterse en problemas. El asunto del señor Yang no podía seguir pasando desapercibido y se decidió por contarle a Onew. Más que por un consejo, se lo contó porque para entonces el tema ya era algo curioso que deseaba compartir. Y no se equivocaba cuando pensaba que Onew más de algo gracioso sacaría del tema.

– Creo que debes alejarte de esto por un tiempo amigo – habló por fin -. Estos viejos y sus putitas no pintan nada bien, más que satisfacciones solo te traerán puros problemas.

Onew lo expuso de forma tan sería y dramática que a Minho le provocó risa.

– Hablas.. como si tuvieras la experiencia – dijo entre dientes y retomó su bebida. Onew le dirigió una mirada burlona y le imitó siguiendo con su trago.

– Como crees – musitó -. Es solo que, estos tipos son turbios como tú mismo lo dijiste. Es mejor que te hagas a un lado – se recargó en la barra y levanto un dedo -. No putas, No viejos depravados – finalizó levantando un segundo dedo.

– Ya renuncié, si es a eso a lo que te refieres – comentó -. Hace una semana más menos.

– ¿Y qué te dijo el viejo? – preguntó abriendo los ojos interesado.

– Tengo una reunión con él para hablar del asunto. Hoy.

– ¿Hoy? – repitió Onew. Minho asintió y levanto una ceja, como si lo que fuera a decir fuera de suma relevancia.

– Debo ir a su casa.

– Si vas no creo que salgas de allí virgen de atrás.

Minho rió divertido y le palmeo el hombro.

– Por mi dejaría todo como esta, pero, es mejor así, le dejare en claro que no me interesa seguir trabajando en su proyecto, se lo pasaré a algún compañero.

– ¿Qué explicación le darás?

Pensó su respuesta y apareció una sonrisa cómplice en su rostro.

– No diré la verdad – contó -. Aun no he inventado una buena excusa.

– ¿Que tal esto? – propuso Onew enderezándose -. No quiero seguir trabajando con usted porque su ramera me contó que me quiere dar por atrás… – Minho estalló en una carcajada y Onew siguió su monologo -… y bueno como comprenderá, no me meto con viejos asquerosos que no solo es la verga lo que les cuelga.
Las risas de Onew se unieron a las de Minho y a su chiste se unieron otros más subidos de tono que solo consiguieron traer más risas y bromas al asunto. Así, bajándole el perfil al tema y no dejando de bromear al respecto los chicos estuvieron metidos en el bar hasta que el sol afuera estuvo bien escondido. Las luces en el local se habían encendido y Minho comenzaba a prestarle atención a la hora. Se estaba acercando el momento de marcharse.

– Y la fiesta estuvo buenísima – explicaba Onew -. El departamento estaba a tope, asistieron las modelos latinas estas y wooo… créeme que cuando digo que son mujeres espectaculares… – bufó -, es porque lo son. Tienen unas curvas.. – delineó la figura de un cuerpo femenino con las manos y silbó -, para desquiciarse… y además…

– Onew… – llamó el alto. El modelo cortó su relato y le miró -. No me gustan las mujeres.

– Ya lo sé – dijo sonriendo -. Solo te cuento de lo que te pierdes por ser gay.

Minho resopló y se echó a reír por enésima vez esa tarde.

– Bueno, cuéntame que hiciste tu – pidió Onew dándole un golpecito en el brazo -. Que tal tu año nuevo.

– Estuvo bastante bien – comentó -. La pasamos con los padres de Kibum en Dongbong-gu.

– Oh, qué bien – dijo sin ánimos.

Minho se mofó de su falta de emoción. El no tenía historias emocionantes de soltero que contarle.

– Nosotros debemos tener más salidas – propuso Onew -, ¡Te hace falta más vida men! Como en los viejos tiempos, tú vas por mis chicas y yo te consigo chicos.

– Tengo novio Onew por si no te acordabas – ironizó-, y soy muy feliz así.

– Vaaaa, que tengas novio no quiere decir que no te puedas divertir, además… – lo miró suspicaz -, ya me di cuenta de tu fascinación por la rameras esas – le dio un golpe en el estomago del que se quejó -, eres un sucio Minho.

Onew rió sin dejar de mirarlo de aquella forma cómplice.

– ¿De qué estás hablando? – preguntó sobándose el estomago.

– No te hagas – acusó Onew -. ¿Crees que no me di cuenta? ¿Te traes algo con ese tal Jin no es así?
Minho frunció el ceño ante la descarada acusación de su amigo. Vaya imaginación que tenía.

– No me traigo nada – contestó sorprendido. Onew se acercó y buscó algo en sus ojos, como si su mirada le fuera a decir si estaba mintiendo o no.

– No te creo – murmuró -, pero sé que eres lo suficientemente discreto para no decirme nada.

– ¡Decirte que! No pasa nada – rió ante su cara de frustración -. Ya en serio Onew, que te estás tomando, tu exceso de imaginación me da miedo a ratos.

– A mi no me haces tonto – espetó alzando su copa -, vi esa cosa en tus ojos cuando hablabas del putito – los apuntó -, estoy seguro.

– Corta el rollo Onew – rió -, estás diciendo estupideces.

– Yo solo digo lo veo.

Se alzó de hombros y le dirigió una última mirada acusadora a Minho antes de cambiar de tema, o más bien, antes de que la llegada de cierta persona le hiciera hablar de otra cosa.

– Mira quien acaba de entrar – murmuró indicando hacia la puerta del bar. Minho se giró en su butaca y observó al recién llegado.

– ¿Quién es? – preguntó volteándose para mirar a Onew y luego al sujeto en la entrada otra vez. Se trata de un hombre corpulento y alto, de unos cuarenta años, vestía de etiqueta y llevaba colgada del brazo a una chica joven y estupenda. “Un tipo rico” fue lo primero que pensó, otro empresario ricachón que dedicaba su tiempo a las mujeres y seguro a ponerle los cuernos a su esposa. Parecía de ese tipo de hombres, “como el señor Yang”.

– ¿No lo conoces? – inquirió Onew con desdén, se había acercado a Minho para hablarle más bajo -. Es Wen, el Nazi.

Minho inspeccionó al hombre con la mirada y de “Nazi” no le encontró nada, partiendo por el hecho de que era asiático.
– Es un tipo asquerosamente rico – espetó Onew -, vive de su infinita fortuna y sus perfectas mujeres – suspiró -, a mi gusto, son todas unas zorras – alzó su vaso para beberse todo el contenido de un solo trago. ¿Era idea de Minho o de pronto el humor de Onew cambió a uno bastante irritado?

– ¿Te ha hecho algo? – apoyó la espalda en la barra y siguió al sujeto a través del bar. El hombre y la chica se habían sentado bastante lejos.

– Él no – habló Onew y fijó su vista en el vaso vacio -, pera ella sí.

Había apretado los dientes y el agarre del vaso. Fuese lo que fuese estaba claro que alguna clase de romance debió haber tenido el modelo con la preciosa chica que ahora estaba con el “Nazi”. Romance que seguramente terminó mal y acabó con una muchacha ambiciosa en busca de dinero y un Onew con el corazón destrozado, sí, Minho ya se imaginaba que Onew le contaría eso. Y así fue, no andaba tan lejos de la realidad.

– Y resulto ser una zorra – masculló entre dientes -, solo me utilizó.

Onew había pedido su cuarto vaso y lo bebía como si fuera agua, Minho comenzaba a preocuparse, no quería tener que cargar con un ebrio.

– Tuviste mala suerte – le dijo y frenó el ascenso de su vaso.

– Como odio a ese tipo – farfulló -. Nazi de mierda.

Minho dejó su vaso y le quitó el suyo a Onew cuando estaba por darle otro sorbo.

– ¿Y Nazi porque? No le veo pinta de occidental y mucho menos de ario – bromeó para hacer sonreír a Onew pero no resultó, el modelo seguía igual de malhumorado.

– Porque es un déspota, hijo de puta – exclamó y Minho le tuvo que dar unas palmaditas para que bajara sus volúmenes -, un racista malnacido y homofóbico – le dirigió a Minho una mirada que le dio escalofríos -, odia a las personas como tú.

El alto tragó saliva y volvió su atención al sujeto al fondo del bar que reía y bebía despreocupado con la joven chica a su lado.

– He sabido de unos cuantos chicos gays que han desaparecido a manos suyas – lo comentó como si el asunto fuera crucial -, hace poco hubo un escándalo en la discoteca “Crazy”, encontraron a un chico gay muerto en los privados – Onew hizo un gesto de puño con sus manos -, lo machacaron a golpes. Nadie vio nada, pero todos sabían quien había sido – murmuró dándole misterio a su narración -, algunos testigos afirmaron ver a Wan el “Nazi” salir de aquel privado, pero, por alguna razón después se declararon confusos, que estaban bebidos e inseguros de lo que habían visto.
Minho, bastante atento a su narración, miraba a Onew y al Nazi, su vista viajaba de allá para acá y se recreaba la escena de un pobre chico gay siendo golpeado hasta la muerte por un matón racista. Sintió rabia y unas ganas inmensas de hacer justicia, aunque sabía, que ante tal matón solo conseguiría una vuelta a casa en ambulancia, y si es que.

– Es obvio que el malnacido este se encargo de su silencio… es un maldito, un maldito hijo de perra, ¡Un hijo de la gran pe…!

– Onew, ya cálmate o armaras un escándalo – le relajó Minho pasándole el brazo por los hombros -. Ya olvídalo, son cosas que pasan, en este mundo tenemos de todo.

Onew se agarró la cabeza y suspiró.

– Yo la quería – murmuró y contrajo el rostro, le miró con ojos acuosos y Minho supo que era el momento de irse.

– Oh no, no, no, no – le frenó el alto -, no te me pongas a llorar. ¡Vamos hombre! Fue solo una chica y ya quedó en el pasado.

Onew sorbeteó su nariz y tomo de nuevo su vaso en la barra.

– Creo que mejor nos vamos.

Antes de que Onew siguiera emborrachándose y de que estallara en un llanto incontrolable Minho pagó la cuenta y lo sacó del bar, alejándolo de aquel mal recuerdo de esa chica, del alcohol, y del “Nazi”. Que sujeto más aterrador. Deseó jamás volver a verle ni en pelea de perros. Si el hombre era tan terrible como decía Onew entonces era mejor que nunca más se lo encontrase.

——–

Frente a la casa del modelo, y con un Onew muchas más lúcido, Minho apagó la calefacción del coche y le extendió una botella de agua.

– ¿Ya te sientes mejor?

Onew recibió el agua y bebió unos sorbos.

– Si, mejor – dijo recargándose en el asiento del copiloto y sonriendo con nostalgia -. Creo que me he pasado – murmuró y sonrió apenado.

– Ah, no te angusties.

– Gracias men – musitó el modelo -, por escucharme y todo eso, me agrada haberte encontrado de nuevo.

– Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

– Lo sé -. Sonrió y tomó la manija del coche para abrirla -. ¿Te veo luego? – preguntó desde afuera aun con la puerta abierta.

– Claro, te llamo en la semana. Ahora ya se me hace tarde para mi “reunión” – estiró la última palabra.

– La reunión del terror.. – murmuró Onew fingiendo cara de espanto. Minho resopló y giró la llave para hacer contacto -. Si decides volverte hétero después de la reunión con este viejo pervertido estaré encantado de llevarte a unas de las fiestas que..

– Ya Onew – le cortó -. Eso no pasará.

– Bueno yo solo decía – musitó cerrando la puerta.

Si había algo que le encantaba de Onew, era su facilidad para hacerle reír y encontrar el humor aunque estuviera pasando la pena más grande de su vida. Minho rió por última vez antes de despedirse de su amigo y poner en marcha el automóvil. Con renovados ánimos y entre avisos de “¡Ten cuidado!”, “¡Ya sabes, 911!”, abandonó la calle de la casa de Onew dejando atrás los ridículos gritos de su amigo.
Si bien conducía su coche con una sonrisa impecable de “todo está bien”, la verdad es que no era tan así. No podía negar que estaba un poco nervioso y el volver a ver al señor Yang le provocaba cierta molestia. Después de saber la verdad le repudiaba un poco. Si por él fuera no lo veía ni en pintura nunca más. Pero jamás se tachó de cobarde ni de poco hombre. Afrontaría sus problemas como siempre y trataría de que todo quedara en la mejor situación posible.

Siguiendo el mapa en su GPS, no tardó en dar con la casa, o mejor dicho, la mansión del señor Yang a las afueras de Seúl. Había estado en numerosas edificaciones y casas que eran verdaderos palacios en Seúl, y el hogar del señor Yang, era una de ellas, una residencia magnífica. Tenía interminables jardines, un aparcadero con más de veinte automóviles de distinto tipo, una casa enorme con más de cincuenta habitaciones y sirvientes corriendo por todos lados verificando que todo estuviese en orden. Sin duda un lugar de ensueños.
Luego de pasar por la resguardada entrada condujo hacia el aparcadero donde lo esperaba un trío de mayordomos para llevarlo dentro de la casa donde la arquitectura era bastante impresionante.
Estaba embobado admirando las inmensas lámparas colgantes del techo cuando una empleada se acercó para indicarle que le siguiera. Caminó a través de salones, pasillo y escaleras hasta que llegó al rellano de un segundo piso. Frente a una puerta inmensa y un corredor perfectamente alfombrado, la mujer le dijo que esperase. Supuso que el señor Yang estaría detrás de aquellas puertas y su nervio aumentó. No entendía bien porque estaba tan nervioso, pero pensó que tal vez se debía a que él era la víctima. ¿Realmente el plan del viejo desde un principio fue acostarse con él? El asco que le produjo dicha pregunta disipó un poco los nervios que fueron reemplazados por ira, ira que le dio el coraje que le faltaba para enfrentarlo y dejar las cosas en claro.
La sirvienta había desaparecido y solo lo acompañaba el barullo de los empleados en el primer piso y la exuberante iluminación de las inmensas lámparas araña en el alto techo. Habían pasado unos cinco minutos y él seguía esperando. Pero hasta entonces se había percatado de un detalle. Dos voces le llegaban del otro lado de la puerta entreabierta. Dos voces masculinas que parecían discutir. Dos voces que a cada paso que daba parecía reconocer más. Conocía a ambos hombres al otro lado de la puerta. Una voz era del señor Yang y por el tono parecía regañar a alguien. La otra era una voz más juvenil que se defendía como podía de las acusaciones. Era la de Jin.
Curioso se acercó más a la puerta para entender lo que hablaban. Lo que menos esperó fue encontrarse con Jin allí, aunque siendo consciente de las circunstancias, lo entendió como algo probable. Cuando esa noche abandonó el Clever pensó que jamás volvería a verle, no después de decidir alejarse de todo ese ambiente. Encontrarlo aquí le produjo una especie de emoción que prefirió entenderla como sorpresa. Frente a la puerta y observando el interior del cuarto por la pequeña ranura entre abierta divisó a dos figuras que caminaban de allá para acá. Discutían y se gritaban tratando de acusarse y de defenderse al mismo tiempo. El señor Yang estaba enojado. Estaba enojado por algo que Jin hizo. Minho no tardo en enterarse del motivo.

– ¡Se que tuviste algo que ver! – gritó el hombre -. ¡Te conozco! ¡Lo has hecho antes! – acusó con un dedo en alto y apuntando su cabeza.

– ¡Porque me hechas la culpa de tus malos ligues! – la voz juvenil de Jin se elevaba y Minho trató de imaginarse su postura altanera, no le podía ver desde la ranura -. ¡Siempre es lo mismo! ¡Siempre me culpas de todo!

– ¡Porque siempre tienes la culpa! ¡Estoy seguro que algo tienes que ver con que Choi haya renunciado! ¡Ya estoy harto de ti mocoso!

Hubo un silencio y respiraciones agitadas. Minho tragó saliva. Asique discutían por él.

– ¿Mocoso? – repitió Jin en un tonó irónico -. ¿Asique ahora soy un mocoso?

La figura de Jin apareció en su limitado campo de visión a través de la ranura. El chico caminaba despacio hacia un enojado señor Yang y le daba la espalda a Minho.

– ¿Prefieres que te diga puta? ¿Ramera? ¿Prostituta barata? ¿Zorra mala en la cama? – se burló el hombre.

Jin dio un par de pasos más hasta estar frente al señor Yang.

– Pues esta es la única zorra que tienes y que aguanta tus enfermas depravadas.

A Minho se le revolvió el estomago con su comentario. Si pensaba que el señor Yang era un hombre aprovechado y deshonesto, ahora pensaba que era un maldito viejo asqueroso. Sintió pena por Jin, compasión de él.

– Oh, cállate – ordenó y lo miró con más furia que antes -. ¿Ahora me vas a decir que no lo disfrutas? ¡Por favor! Eres una puta!

– Grito porque me pides que grite, mamo tus guarradas porque así lo exiges, me invento orgasmos porque o si no, no me pagas ¡Tengo que gemir aunque me este doliendo! ¡Tengo que aguantarte aunque no quiera! ¡¿Crees que me gusta?! ¡¿Crees que no me da asco?! ¡Eres repug…!
Un acercamiento rápido y una bofetada en la cara fueron lo único que siguió y dio terminó a dicha discusión. Antes de que el señor Yang fuera por su segundo movimiento Minho abrió las puertas de par en par. El hombre en la habitación se congeló ante su presencia y empujó al chico que sostenía por el cuello de la camiseta para apartarlo lejos. Minho no sabía cómo actuar, miraba al señor Yang y a Jin, a Jin y al señor Yang. El pobre chico le miraba hiperventilado con el pelo en la cara y una mano sobre su mejilla. Fue un momento incomodo, nadie sabía qué hacer y Minho sería un mentiroso si no aceptaba el hecho de que sintió ganas de cuidar del chico, de examinar su mejilla y protegerle de otro posible ataque de furia del señor Yang. ¿Sería esto recurrente? De todos modos no hizo nada, si podía hacer algo por él, era justamente haciendo eso, nada.
Finalmente fue el señor Yang quien habló.

– Vete – le ordenó a Jin en un tono frio que luego cambio para dirigirse a Minho -. Joven Choi, nadie me aviso que usted había llegado – explicó con una falsa educación y una sonrisa que al alto le dieron ganas de borrar de un golpe. Minho no contestó, se quedó allí observando como Jin se decidía a retirarse tras una segunda advertencia. El joven había caminado hacía la puerta con una mirada totalmente indiferente, pero sin retirar la mano de su mejilla, cuando paso a su lado le paso a llevar el hombro en un ligero golpe que comprendió como un aviso, una amenaza de su parte. El chico seguía odiándolo y más ahora. Aunque por lo escuchado, si a Jin le desagradaba el señor Yang ¿Por qué seguía siendo así con él? Quizá no se trataba de odio. Jin le estaba advirtiendo, advirtiendo que no hablase.
Los pasos del chico se perdieron por el pasillo y la voz del señor Yang fue lo único que llegó a sus oídos.

– ¿Su hijo? – preguntó Minho adentrándose en el enorme despacho y cerrando la puerta, sabía la respuesta a su pregunta absurda pero no estaba de más si es que intentaba ayudar al chico. Al señor Yang le costó pillar la pregunta, pensó unos momentos y luego contestó.

– No – dijo meditando la situación y observando su comportamiento -. Es solo… un empleado. Creí que le conocías.. – indagó el hombre con suspicacia. “A este tipo no se le escapa nada» pensó Minho.

– No – mintió y fingió indiferencia -, no la verdad.

El señor Yang lo observó un momento más y dejó el tema. Con la misma educación que siempre ha mostrado cuando se trata de Minho le invitó a tomar asiento frente a su escritorio y le ofreció una copa. Rechazó ambas invitaciones siendo lo bastantemente cortante e indiferente como para detener las falsas sonrisas y adulaciones del señor Yang. Con esa actitud tan directa y soberbia logró que la reunión durara solo unos minutos. No expuso la razón de su verdadera renuncia, confesar la verdad significaría causarle problemas a Jin y ese no era su plan, asique invento unas excusas bastante flojas que lamentablemente no convencieron al señor Yang, al igual que Minho, era un hombre que siempre luchaba por lo que quería y en ese momento estaba luchando por conservarlo.
“Maldito viejo pervertido” pensó cuando el hombre se sentó en la orilla de su escritorio y se desabrochó un poco la corbata. Un gesto tan simple como ese lo repudió aunque no insinuara nada. Quería terminar pronto con todo aquello, salir de esa casa, decirle hasta nunca al vejete ese y volver con Kibum quien seguramente lo esperaba en la cama con el escaldasono a tope. Pero el señor Yang estaba lejos de acabar, partiendo porque le rebatió todas sus excusas y duplicó la paga que tendría si no desistía del trabajo. Lo estaba tentando con una buena bonificación, y Minho casi lo hace creer que cedería. Al final ni su dinero y ni su poder le sirvieron de nada. Con una fría despedida y un apretón de manos que repudió, Minho salió de la habitación cortando todo tipo de relación con el hombre a sus espaldas. No pretendía trabajar con él ni ahora ni nunca y cualquier cercanía en el futuro de cualquier tipo la evitaría.
Mientras caminaba hacía salida, evitando que los empleados le ofreciesen su ayuda, no se había percatado del daño que se había hecho en las manos. Durante los minutos que duró la reunión estuvo con los puños apretados, odiando al hombre frente a él y queriendo golpearlo. Sus propias uñas le habían lastimado la palma y tenía pequeñas marquitas. Hasta que no se vio en un espejo de los pasillos se percató también de su ceño fruncido. Se veía amenazante así, con las cejas bajas y la boca crispada. Había estado tenso dentro de esa habitación, tan tenso y rabioso que se había lastimado. “Vaya prepotente” se mofó de él mismo y continuó con su paso firme.
Salió de la casa por indicación de un mayordomo y bordeó la entrada central para dirigirse a los aparcaderos. Hubiera seguido de largo y llegado a casa temprano si no se hubiera encontrado con Jin en el pórtico de una entrada lateral. El muchacho estaba sentado al final de unas cortas escaleras y miraba el cielo estrellado. Minho detuvo su rápido caminar y dudó antes de acercarse. ¿Cómo es que siempre terminaba topándose con él? De pronto la ira se había disipado y su rostro se había relajado, hasta olvido las pequeñas heridas en sus manos, se acercó al chico de apoco y aunque sabía que le había visto Jin no dio señas de querer reparar en su presencia. Solo hasta que estuvo a su lado se acordó de la bofetada. Una de las mejillas de Jin estaba colorada y una mano se paseaba por su cuello, quizá le había lastimado más de lo que alcanzó a ver. La luz de los focos del jardín no le daba mucha iluminación pero si la suficiente como para fijarse en su rostro y notar que estaba triste. Ojos colorados y secos le decían que había llorado aunque el chico jamás lo admitiese. Esa noche Minho sintió el primer y pequeño vuelco de su corazón. Fue brusco y repentino, pero paso tan rápido como vino. No lo tomó en cuanta y acortó de un paso el metro de distancia que lo separaba de su figura sentada.

– Esta helado para que estés aquí afuera en esas fachas – habló rompiendo su transe. El muy descarado estaba fuera con una simple ramera y unos vaqueros desgastados, ahora que lo pensaba jamás lo había visto con fachas más de hombre -. Te vas a enfermar.
Jin lo miró a través de sus húmedas pestañas y se encogió de hombros.

– Yang me pagara un doctor si eso pasa – intentó volver a ese estado de trance mirando las estrellas, pero la figura de Minho le bloqueaba la visión.

– Es en serio – dijo el más alto y se quitó la chaqueta ante su poca atención -. Ten – se la extendió. Jin no la recibió, solo lo miró con esos ojos raros y llenos de rencor.

– ¿No me delataste cierto? – preguntó poniéndose de pie y quedando a mas altura que Minho con la ayuda del escalón.

– ¿Por qué haría algo como eso?

El chico se metió las manos en los bolsillos y siguió ignorando el gesto amable de la chaqueta.

-No se – dijo cambiando su semblante por uno despreocupado -, para joderme la vida.

– No soy de esos – se defendió.

– Yo lo habría hecho – le miró muy serio como si tratara de infundirle miedo, pero temor era lo que Minho estaba lejos de sentir. Con los ojos de Jin clavados en él subió el escalón para estar a su altura, el chico retrocedió de forma torpe desvaneciendo todo asomo de amenaza por su parte.

– ¡¿Q-qué ha-haces?! – tartamudeó asustado cuando Mihno estuvo demasiado cerca y levantaba sus brazos para rodearlo. El más alto depositó la chaqueta sobre sus hombros y retrocedió un paso bajando del escalón.

– Ya te dije, hace frio y te puedes enfermar.

La actitud desconcertada de Jin le hizo sonreír y sentir que por primera vez estaba dominando la situación, el chico era más fácil de suavizar de lo que pensaba.

– Y ni se te ocurra quitártela – le advirtió con un dedo acusador. Jin rió y puso esa cara petulante que tantas veces había visto.

– Ni que fueras mi padre.

El chico se acomodó la chaqueta y retiró el cabello que había quedado atrapado bajo el cuello de cuerina. Minho siguió todos sus movimientos y reparó de nuevo en su mejilla izquierda, aun algo enrojecida por la ira del señor Yang. Se preguntó si fue el sonido de una bofetada lo que realmente escuchó y recordó lo que vio cuando entró en dicho despacho.

– ¿Por qué dejas que te golpee? – le preguntó de sopetón. Jin dejó su cabello para mirarle y levanto el cuello de la chaqueta para ocultar su mejilla -. Cuando entré no te estabas defendiendo precisamente.

– ¿Es una broma? – Jin había levantado una ceja y le observaba como si la pregunta de Minho hubiera sido demasiado estúpida.

– ¿Tengo cara de estar bromeando? – preguntó sobre la misma -. No deberías dejar que abuse de ti.

– Ya – le cortó Jin -, tu no entiendes, no te metas.

– Pero, la pasas mal – siguió, el chico puso los ojos en blanco -, esa vez me dijiste que no lo hacías porque querías, ahora al señor Yang le dijiste que… – se pausó. Jin pareció saber lo que iba a decir y le amenazó con la mirada, Minho lo dijo de todos modos -. Le dijiste que te daba asco.

– ¿Estabas espiando?

– No fue a propósito – se defendió sin mostrar un ápice de arrepentimiento -. Aun así, odias a Yang, lo repudias. ¿Por qué sigu..?

– Ya, en serio, para – le volvió a cortar Jin -. Bien sabes la respuesta no se para que preguntas.

Una ráfaga de viento helado hizo estremecerse al chico bajo la chaqueta y a Minho le provocó un leve escalofrió. Luego de eso, silencio. Silencio en el cual Minho pensó la respuesta y Jin volvía a prestar atención a las vagas estrellas. Lo sabía, claro que sabía la respuesta. “Dinero” ¿Qué más?

– Bien, ahora ya no me tendré que preocupar más por ti – habló Jin -, me hiciste más fáciles las cosas rechazando a Yang – Minho lo observó con algo de tristeza -, supongo que… Gracias – dijo de forma tan pragmática que le provocó otro escalofrió. ¿Se podía ser tan frio y falto de sentimientos?
Jin bajó el escalón y se retiró la chaqueta, tomándola por el cuello se la extendió a Minho.

– Me voy – anunció.

– ¿Eh? ¿Dónde vas? – preguntó recibiendo la prenda.

– A mi casa ¿Dónde más? – Jin lo bordeó y se rió de su desconcierto.

– Creí que vivías aquí – señaló la casa. Al instante comprendió que esa había sido una idea muy absurda.

– ¿Es otra broma? – dijo con sorna, se ceñía los brazos al cuerpo y hundía lo más posible sus manos en el bolsillo del pantalón -. Es la casa de Yang, aquí viven también su esposa y su hija.
Minho se apoyó en el barandal de la escalera y sonrió.

– ¿Qué hacías esperando a fuera entonces? – aguardó respuesta, pero solo consiguió que el chico se encogiera de hombros y le diera la espalda. Desde el barandal observó cómo sus cabellos rubios se mecían despacio por las ráfagas heladas y su piel se erizaba. No esperó más, creía saber la respuesta -. ¿Me estabas esperando?

– ¡Claro que no! – exclamó el chico sin voltearse -. ¡Qué ego!

Minho rió, cosa que pareció haberlo molestado más.

– Entonces ¿Qué hacías?

– ¿Por qué siempre tienes que hacer tantas preguntas?

Con una sonrisa Minho se separó del barandal y caminó hacia él. Una vez a su lado le extendió la chaqueta de nuevo.

– ¿Qué tal si vamos a beber algo? – ofreció.

– ¿Por qué tendría que ir contigo a alguna parte? – fue cortante y ladeó el rostro para no mirarle. Estaba fingiendo indiferencia y eso Mihno lo percibió muy bien, digamos que se estaba acostumbrando a su forma de ser.

– Bueno si no quieres no importa – contestó con el mismo tono indiferente pero con una sonrisa burlona que Jin no pudo ver. Al segundo en que giraba el pie para marcharse y bajaba la mano que extendía su chaqueta sintió el tirón de la cuerina. Jin la había sostenido y le impedía marcharse. Su sonrisa se ensancho más y esperó a que el chico le dijera algo.

– ¿Después me llevas a casa? – preguntó dirigiéndole la mirada otra vez. Seguía siendo firme y Minho se sorprendió que a pesar de todo el siguiera siendo así, algo indiferente.

– Claro – contestó y soltó la chaqueta, Jin se la calzó mientras emprendía la caminata de nuevo hasta el estacionamiento -. Te gusta hacerte de rogar ¿eh? – musitó Minho siguiéndole el paso. Solo recibió un suave codazo en las cotillas como respuesta. Ver sonreír a Jin de forma ligera le animó y dio pie para que se soltase un poco más. Iba a darse el lujo de bromear un poco si con eso conseguía que el chico dejase de verlo como algo malo, aunque siendo sincero, ya no creía que lo odiase tanto.

Todo el asunto del señor Yang hubiese tenido un buen termino de no ser porque su distinguida hija llegó a casa diciendo lo guapo que le había parecido el chico fuera de la puerta de la cocina. ¿Era un nuevo empleado? La curiosidad llevó al hombre a asomarse por el balcón de su despacho y ser testigo de algo de lo que quizá hubiera preferido no enterarse. Si tal vez Jin se hubiera percatado de la mirada asesina del señor Yang desde el balcón no habría aceptado la invitación de Minho y ambos se evitaban el infierno de vida que les esperaba. Después de todo, le habían mentido al ambicioso y poderoso señor Yang. Qué gran error.

CONTINUARA~~

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